LA DILATRÍA


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LA DILATRÍA


Latría es adoración, culto y reverencia solamente a Dios. La Dilatría es la doble adoración practicada por los discípulos de Jesucristo hacia Dios el Padre y al Señor Jesucristo. Esta doble adoración es única y exclusiva a Dios Padre y a su Hijo, descartando otro tipo de adoración externa a terceros, sean dioses falsos y sus ídolos o las imágenes y sus personajes religiosos. La Dilatría es una adoración a la pluralidad de Dios, como veremos en el siguiente análisis y comentario.


1) DIOS PADRE


Dios Padre es el Ser Supremo, que no tiene superior en su orden (1 Crónicas 29.11 al 12; 1 Corintios 15.24 al 28). Es el Todopoderoso (Génesis 17.1), que existe por sí mismo como Dios eterno (Génesis 21.33; Job 36.26), y es el Creador de toda la existencia (Génesis 1.1; Hechos 17.24), invisible y visible. Entre sus atributos o cualidades perfectas y que son propias de Dios, están las que se mencionan a continuación:


Celoso (Éxodo 34.14; Deuteronomio 6.14 al 15),


Eterno (Deuteronomio 33.27; Isaías 40.28),


Inescrutable (Job 5.8 al 9; Romanos 11.33),


Inmutable (Hebreos 6.17 al 18),


Invisible (Romanos 1.20; Colosenses 1.15; 1 Timoteo 1.17; Hebreos 11.27),


Justo (Éxodo 9.27; Deuteronomio 32.3 al 4; 2 Crónicas 12.6; Esdras 9.15; Isaías 30.18),



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Misericordioso (Éxodo 34.6; Deuteronomio 4.31; 2 Crónicas 30.9; Salmos 86.15, 145.17; Jeremías 3.12),


Omnipotente (Génesis 35.11, 43.14; Salmos 91.1; Ezequiel 10.5), y


Santo (Levítico 11.44 al 45, 19.2, 21.8; Josué 24.19; Isaías 5.16, 43.15).


Dios es Espíritu (Juan 4.24), sin embargo, para que la humanidad entienda mejor a Dios, en sentido figurado, se le ha dado características físicas similares a las del ser humano, entre algunas están: ojos, oídos (Salmos 11.4, 34.15), brazos, manos y rostro (Salmos 11.7, 89.13 al 14, 119.73).


1.1) NOMBRES DE DIOS


Su nombre es un tetragrámaton representado con las siguientes letras: YHVH, que se asocia con el significado de Ser o hacer que exista (Éxodo 3.13 al 15). Para lograr su pronunciación se hizo necesario agregarle vocales, quedando Yahveh o la forma latinizada Jehovah, de donde provienen las trascripciones al castellano de Yavé o Jehová (Salmos 8.1, 83.18, 113.1 al 3, 135.13). Además se le llama Adonai (1 Reyes 3.10), Señor (Génesis 15.2, 8; Éxodo 23.17, 34.23), y Padre (Isaías 63.16, 64.8; Lucas 11.2; Juan 17.1 al 5).


Se acostumbra en la Biblia acompañar el Nombre de Dios con alguna cualidad: Altísimo, Estandarte, Pacificador, Pastor, Proveedor, Sanador y Viviente (Génesis 14.18 al 20, 22.13 al 14; Éxodo 15.26, 17.15; Josué 3.10; Jueces 6.24; Salmos 23.1; Jeremías 23.6). Se le conoce como Jehová de los ejércitos y Santo de Israel (Isaías 1.4, 5.24, 54.5; Oseas 12.5). Antes de Moisés se manifestó como Dios Omnipotente, pero después de Moisés se dio a conocer con el nombre de Yavé o Jehová (Éxodo 6.2 al 3), ya mencionado anteriormente.



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1.2) UNICIDAD DE DIOS FRENTE A LOS DIOSES


El Dios Creador es el único Dios, frente a los dioses de los pueblos politeístas. En su sola potestad no tiene igual. Antes de él no fue formado otro ni después de él habrá otro igual, existía antes que hubiera día y lo que hace no hay quien lo estorbe (Isaías 43.10 al 13). En el cuarto día de la creación hizo el sol, la luna y las estrellas, de manera que es superior a los astros adorados mediante la idolatría y es más grande que todos los dioses (Éxodo 18.11; Salmos 95.3, 96.5). Es abominación servir a dioses ajenos e inclinarse ante ellos (Levítico 26.1), ya sea al sol, la luna, a todo el ejército del cielo (Deuteronomio 17.2 al 5) o a los signos del zodíaco (2 Reyes 23.5). Dios es el Poderoso Creador digno de toda reverencia.


Sin embargo, el ser humano se olvidó de su Creador, se inclinó y rindió culto a las criaturas, a pesar de conocer a Dios, su eterno poder y Deidad, claramente visibles desde la creación del mundo por medio de las cosas hechas (Romanos 1.20 al 25). Dios es único (Deuteronomio 6.4; Isaías 45.5 al 6; Santiago 2.19), porque absolutamente nada puede quitarle su lugar, hay que amar a Dios de primero, Jesús manifestó el mandamiento de amar a Dios con todo el corazón, vida, mente y fuerzas (Marcos 12.28 al 34). La unicidad de Dios es frente a estos dioses paganos, por lo tanto, no hay más que un verdadero Dios, que es Padre y Creador de toda existencia.


“Porque aunque haya algunos que se llamen dioses, ó en el cielo, ó en la tierra (como hay muchos dioses y muchos señores), Nosotros empero no tenemos más de un Dios, el Padre, del cual son todas las cosas, y nosotros en él: y un Señor Jesucristo, por el cual son todas las cosas, y nosotros por él” (1 Corintios 8.5 al 6 - RVR1909).


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1.3) DIOS COMPARTE LA GLORIA CON SU HIJO


Dios no quiso que se le diera la gloria a nadie más sino a su propio Hijo, a quien exaltó para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre (Filipenses 2.9 al 11). Esta gloria exclusiva de Dios la encontramos en el libro del profeta Isaías, donde se declara frente a los ídolos de Babilonia, que no hay más Dios que él, no hay otro Dios y nada semejante a él (Isaías 20 al 23, 46.9). En el contexto de los falsos dioses, Dios anunció su enviado, mensajero, su siervo en quien tiene contentamiento, ya que puso sobre él su Espíritu para que trajera justicia a las naciones (Isaías 41.21 al 42.5), este es su Hijo Jesús a quien Dios glorificó (Hechos 3.13), porque había prometido que no le daría su gloria a nadie más, que no sea al mensajero y siervo, ni daría su alabanza a esculturas.


“Yo Jehová te he llamado en justicia, y te tendré por la mano; te guardaré y te pondré por alianza del pueblo, por luz de las gentes; Para que abras ojos de ciegos, para que saques de la cárcel á los presos, y de casas de prisión á los que están de asiento en tinieblas. Yo Jehová: este es mi nombre; y á otro no daré mi gloria, ni mi alabanza á esculturas” (Isaías 42.6 al 8 – RVR1909).

El evangelio de Juan dice que Cristo es glorificado por su Padre (Juan 8.54). A su vez el Padre es glorificado en él (Juan 13.31 al 32). Esto fue testificado cuando se oyó desde el cielo, la voz del Padre al confirmar que glorificaría su nombre (Juan 12.28 al 30). Esta virtud de Cristo de exaltar al Padre y por el mérito de hacer la obra que se le encomendó, es que Dios le reconoce también y glorifica al lado suyo (Juan 17.1, 4 al 5).



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1.4) PLURALIDAD DE DIOS FRENTE A SU HIJO


La pluralidad de Dios, o sea, Dios de Dios, una forma de plural en el idioma hebreo de “Elohim”, en relación con su Hijo, porque están Dios Padre y Dios Hijo. Se menciona desde el principio de la creación cuando Dios dijo: “… Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza…” (Génesis 1.26). También está en el pasaje de la construcción de una ciudad con la torre de Babel cuando Jehová dijo: “… Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua…” (Génesis 11.6 al 7). Estas acciones o verbos están en plural.


La relación entre Padre e Hijo es una Dilatría claramente señalada en muchos pasajes de las Sagradas Escrituras, que muestran su poder y supremacía. Di significa “dos”, como el diteísmo, pero latría es adoración solo a Dios. En los Hebreos nos dice lo siguiente del Hijo comparado con su Padre: “… el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia… se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos” (Hebreos 1.3 al 4 - RVR60).


En una ocasión que Jesús oraba por sus discípulos al Padre expresa: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17.5 - RVR60). La explicación de esto se encuentra al empezar el evangelio Juan 1.1 al 2, que parafraseamos así: el Verbo o Palabra (que es el Hijo) es un Dios que está con Dios (el Padre), o sea, el Hijo era en el principio con el Padre. Esta verdad es la comunión con el Padre y con el Hijo (1 Juan 1.3).


Además se manifiesta lo siguiente: “Y aquel verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad… A



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Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1.14, 18 - RVR60).

Dios Hijo es el que fue manifestado en carne y recibido arriba en gloria (1 Timoteo 3.16). Por eso es superior a los ángeles, porque Dios es su Padre y determina o lo nombra como su Hijo (Hebreos 1.5 al 6), de entre todas las criaturas creadas posteriormente a su Hijo. Otro pasaje en la carta a los Hebreos llama al Hijo como Dios y menciona que fue ungido por su Dios (el Padre). “Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; cetro de equidad es el cetro de tu reino. Has amado la justicia, y aborrecido la maldad, por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros” (Hebreos 1.8 al 9 - RVR60). Este texto hace alusión a Salmos 45.6 al 7. Dios Padre ha exaltado a su Hijo Jesús con su diestra (Hechos 2.33, 5.31). Esteban lleno del Espíritu Santo, viendo en dirección al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús a su diestra (Hechos 7.55 al 56).


Cristo Jesús antes de ser enviado por su Padre y estando en forma de Dios, no se aferró a mantenerse como Dios, sino que se despojó a sí mismo y vino como ser humano en carne (Filipenses 2.5 al 8), luego volvió al cielo de Dios y se sentó a la diestra de su Padre, hasta poner a sus enemigos por estrado de sus pies (Salmos 110.1; Hechos 2.34 al 36; Colosenses 3.1; Hebreos 1.13, 8.1, 10.12 al 13), así es como se sentó al lado del Padre en su trono (Apocalipsis 3.21).


Antes de subir al tercer cielo, confesó que iba a su Dios y Padre: “… subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Juan 20.17 - RVR60). Por lo tanto, el Hijo no es un solo Dios con el Padre en fusión, sino que el Padre es Dios de su Hijo (Marcos 15.34; 1 Pedro 1.3; Apocalipsis 1.1, 3.12), en plural. En este sentido hay un descubrimiento y despertar, mediante una radiografía detallada de la condición individual y colectiva en la mente y pensamiento humano, como una mirada retrospectiva, en su relación preexistente con Dios Padre y su Hijo Jesucristo con el poder del Espíritu Santo.



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1.5) PLENITUD DE DIOS EN SU HIJO


El Padre comparte y dio a su Hijo de la plenitud de su poder y de sus atributos. En él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, cabeza de todo principado y potestad (Colosenses 2.9 al 10), porque el Hijo es la imagen del Dios invisible (Colosenses 1.15; 2 Corintios 4.4) y el primogénito de toda creación, por cuando agradó al Padre que en él habitase toda plenitud (Colosenses 1.15 al 19). El Padre es invisible (Colosenses 1.15; 1 Timoteo 1.17), pero su Hijo le ha dado a conocer visiblemente, con el ejercicio de atributos del Padre.


En el Apocalipsis se hace referencia del Señor Jesucristo acerca de cómo ha de venir Todopoderoso (Apocalipsis 1.8). También se dice que es digno de poder, riquezas, sabiduría, fortaleza, honra, gloria y alabanza, por los siglos de los siglos (Apocalipsis 5.12 al 13). Jesús prometió estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mateo 28.20), esto es omnipresencia del atributo del Padre en el Hijo. Otro atributo es que el Hijo es el Dios Salvador (Hechos 5.31; Tito 2.13). Además está presente la omnisciencia en el Hijo de Dios, según varios pasajes (Mateo 12.25; Juan 2.24 al 25, 16.30).


1.6) UNANIMIDAD DE DIOS CON SU HIJO


Jesús dijo que nadie había visto al Padre, salvo él mismo (Juan 6.46) y los ángeles que están en el cielo (Mateo 18.10). Por medio del Hijo es que conocemos al Padre. A Dios nadie le vio jamás (Juan 1.18). A través de Jesús histórico, que con los hechos evidentes de su vida, demostró tener a Dios Padre en su corazón, es que hizo visible ante la humanidad al Padre



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en la esencia de su forma de ser (Juan 14.7 al 10), propósito y unidad, amor, gracia, misericordia, paz y verdad (2 Juan 3).

El Padre y el Hijo son de un mismo parecer, así como ambos son uno (Juan 10.30), también nosotros es necesario que seamos unánimes con ellos, en perfecta unidad y amor (Juan 17.11, 20 al 26). La unión es en finalidad y el objetivo.


1.7) DIOS ES MAYOR QUE SU HIJO


El Padre es la cabeza indiscutible de Cristo (1 Corintios 11.3). Jesucristo admitió la potestad del Padre (Mateo 20.23, 24.36; Hechos 1.7), confirma que su Padre es mayor que él (Juan 14.28), inclusive luego del fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia, entonces el Hijo se sujetará al Padre, para que Dios Padre prevalezca sobre todo (1 Corintios 15.24 al 28). El retorno de la nada del principio, donde existía solo la energía Espiritual de Dios, vuelve a asumir el control total y absoluto, otra vez como en el inicio donde solo existía Dios.


Otras expresiones del Hijo demuestran que está sujeto al Padre, por ejemplo: “… ni el enviado es mayor que el que le envió…” (Juan 13.16) y “… porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió” (Juan 8.42). El Hijo sujeto al Padre de Superior Deidad.


Además, se comprueba su absoluta sumisión al Padre, cuando Jesús dice que no puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre así hará igualmente (Juan 5.19), cuando ora al Padre para que pase de él la copa, pero que no se haga su voluntad sino la del Padre (Lucas 22.41 al 42), o cuando dice que hace lo que le agrada al Padre (Juan 8.25 al 29). El Padre Único es el primer Dios en existir.



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1.8) DIOS COMO PADRE DESDE EL PRINCIPIO


Desde el principio de la creación Dios se ha manifestado como Padre. Primeramente con su Hijo y el séquito celestial. Luego con el ser humano, ya que el evangelio de Lucas declara a Adán como hijo de Dios (Lucas 3.38). En Génesis encontramos que después que a Set le nació un hijo por nombre de Enós, entonces las personas empezaron a invocar el nombre de Jehová. Este pueblo de hijos de Dios son los que se mezclaron con mujeres de hombres que no clamaban a Dios (Génesis 6.1 al 5), menos obedecían. Pero Noe halló gracia ante los ojos de Jehová y era varón justo, perfecto en sus generaciones, que caminó con Dios al hacer su voluntad (Génesis 6.8 al 9). En Job también se habla de hijos de Dios, que se presentaban delante de Jehová y dialogaban (Job 2.1).


2) JESÚS, EL HIJO DE DIOS


Jesús es el Hijo de Dios Padre (Juan 1.49). Jesús mismo lo afirma (Lucas 22.70 al 71; Juan 10.36, 11.4, 19.7). Y es el mediador entre Dios Padre y los seres humanos (1 Timoteo 2.5). Es el unigénito Hijo de Dios (Juan 3.16 al 18), el Verbo que fue hecho carne, habitó entre nosotros y vimos su gloria como del unigénito del Padre (Juan 1.14). Cuando llegó el cumplimiento del tiempo, el Padre envió a su Hijo (Juan 8.42; Gálatas 4.4), que demostró fidelidad y lealtad en obediencia.


El Señor Jesús como humano fue profetizado (Génesis 49.10; Isaías 7.14) y engendrado en la virgen María (Lucas 1.30 al 31). Es el Mesías (Juan 4.25 al 26), reconocido como el Cristo, el Hijo del Dios viviente (Mateo 16.16) y el Ungido.



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2.1) PREEXISTENCIA Y DEIDAD DEL HIJO DE DIOS


Hay preexistencia en el Hijo de Dios (Juan 8.58). Fue creado por Dios el Padre (Salmos 2.7; Hechos 13.33; Hebreos 1.5, 5.5). El Hijo también es un ser con esencia Divina en forma de Dios (Filipenses 2.5 al 6). El Padre constituyó al Hijo como heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo (Hebreos 1.1 al 2). Es el principio de la creación (Apocalipsis 3.14). Se hace alusión a él cuando Dios en el primer día hizo la luz (Génesis 1.3; 2 Corintios 4.6), ya que Juan lo relaciona con la luz (Juan 1.4 al 9, 3.19 al 21), y Jesús mismo se hace llamar la luz (Juan 8.12, 9.5, 12.35, 46). Nótese en el primer capítulo de Génesis que la luz del sol, la luna y las estrellas fueron creadas hasta el día cuarto y no el primer día (Génesis 1.14 al 19). La preexistencia significa una existencia anterior.


El Hijo Creador estaba con el Padre cuando se afirmó todos los términos de la tierra (Proverbios 30.4), veía cada día que era bueno el avance y como iba quedando el resultado de cada elemento creado (Génesis 1.4, 10, 12, 18, 21, 25, 31).


Dios Hijo, era la Palabra o el Verbo que acompañaba al Padre ordenándolo todo, el libro de Proverbios lo personifica en la sabiduría (Proverbios 8.22 al 30). El Hijo en el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho (Juan 1.10). Todas las cosas por él fueron hechas y sin él nada se hubiera hecho (Juan 1.3), en él fueron creados todos los componentes de la existencia, todo fue creado por medio de y para él, es antes de todas las cosas de la creación, todas las cosas en él subsisten (Colosenses 1.16 al 17), porque el Padre amó al Hijo desde antes de la fundación del mundo (Juan 17.24). Bien dicho, que la memoria histórica de la presencia del Hijo de Dios, nos refuerza la esperanza para la paciencia de recibir la promesa, de nuestro Salvador para vida eterna en la resurrección.



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2.2) DIFERENCIAS ENTRE EL HIJO Y EL PADRE


El apóstol Pablo en el protocolo de saludo de todas sus cartas menciona a Dios el Padre y al Señor Jesucristo por aparte o separadamente (Romanos 1.1 al 7; 1 Corintios 1.1 al 9; 2 Corintios 1.1 al 4; Gálatas 1.1 al 5; Efesios 1.1 al 5; Filipenses 1.1 al 2; Colosenses 1.1 al 3; 1 Tesalonicenses 1.1 al 3; 2 Tesalonicenses 1.1 al 2, 12, 2.16; 1 Timoteo 1.1 al 2; 2 Timoteo 1.1 al 2; Tito 1.1 al 4; Filemón 1.1 al 3). Tanto el Padre como el Hijo, cada uno tiene vida en sí mismo (Juan 5.26), sin embargo, así como se menciona el árbol de la vida en Génesis y en Apocalipsis, significa que siempre existirá dependencia hacia el Padre que no tiene principio (Job 36.26; Salmos 90.2), a diferencia su Hijo si tiene origen, porque fue el principio de la creación de Dios al inicio (Apocalipsis 3.14).


El Padre es Espíritu (Juan 4.24), en Energía y Poder, el espíritu no tiene carne ni huesos (Lucas 24.39). Jesús tanto en su preexistencia, como en su vida sobre la tierra, tuvo cuerpo, ya que existe el cuerpo celestial y el cuerpo terrenal (1 Corintios 15.39 al 40). Jesucristo vino a este mundo como persona (1 Pedro 1.10 al 11), en carne (Juan 1.14; Hebreos 5.7; 1 Juan 4.2), y engendrado en la virgen María, de manera que María es madre de Dios Hijo y de ninguna manera del Padre. Jesucristo fue realmente enviado por el Padre (Juan 17.1 al 8), y cuando estuvo aquí en la tierra verdaderamente él oraba y hablaba con su Padre que estaba en el cielo. Nunca fingía el diálogo con su Padre, sino que era una relación real.


Otra de las diferencias es que el Padre no se arrepiente (Números 23.19; 1 Samuel 15.29), mientras que el Hijo se arrepiente de haber contribuido en la creación del ser humano (Génesis 6.1 al 8), debido a la maldad de los varones del pueblo de Dios que se mezclaron con las mujeres paganas



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de la tierra. También las Sagradas Escrituras hablan de un Jehová, que menciona el nombre de otro Jehová: “Me mostró al sumo sacerdote Josué, el cual estaba delante del ángel de Jehová, y Satanás estaba a su mano derecha para acusarle. Y dijo Jehová a Satanás. Jehová te reprenda, oh Satanás; Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda…” (Zacarías 3.1 al 3 - RVR60). Se menciona que Moisés habló cara a cara con Jehová (Éxodo 33.11; Números 12.5 al 8; Deuteronomio 34.10), pero a través de Jehová Hijo que era el mensajero y ángel de Jehová Padre (Hechos 7.30, 35 al 38). Lo mismo sucedió con Abraham cuando le apareció Jehová Hijo con dos ángeles más, previo a la proximidad en la destrucción de las ciudades de Sodoma y Gomorra (Génesis 18.1 al 2, 16 al 19.1). En tiempo de Moisés los hombres vieron la gloria, la grandeza y aún oyeron la voz audible de en medio del fuego, y pudieron seguir vivos en ese momento (Deuteronomio 5.24 al 27), sin embargo, ningún ser humano ni el mismo Moisés podía ver el rostro de Jehová Padre (Éxodo 33.17 al 23).

3) ESPÍRITU SANTO


Existe el Espíritu Santo de Dios (Efesios 4.30), como el poder del Padre que opera en nosotros (Romanos 15.19; 1 Corintios 2.4 al 5). Nos revela todas las cosas de él, ya que es el Espíritu que procede del Padre (Juan 15.26; 1 Corintios 2.10 al 12), por lo tanto el Espíritu Santo es poder de lo alto (Lucas 24.49), que ayuda a discernir espiritualmente (1 Corintios 13 al 14). Es dado en todo aquel que teme a Dios y obedece a sus mandamientos (Hechos 5.32). Además, es una promesa del Padre (Lucas 24.49), según su voluntad (Hebreos 2.4), repartiendo dones espirituales a cada uno en particular como él quiere (1 Corintios 12.11), también da frutos en el ser humano (Gálatas 5.22 al 25). Es un poder de Dios para que el ser humano participe en la naturaleza de la Divinidad, en su ser interior, dando fe, virtud, conocimiento, dominio propio, paciencia, piedad, afecto fraternal y amor (2 Pedro 1.3 al 8).



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3.1) FUNCIONES


El Espíritu Santo es un poder enviado por el Padre, con la función de enseñar, recordar y guiar (Juan 14.26; Juan 16.13), por esto es el Espíritu de verdad, que está alrededor y dentro de las personas (Juan 14.17), específicamente en los creyentes (Hechos 2.38), dándoles testimonio acerca de Jesús (Juan 15.26), consolando y aliviando la aflicción de cada persona (Juan 14.16). Además de convencer y redargüir.


3.2) MANIFESTACIONES


La Escritura menciona que la manifestación del Espíritu es para beneficio (1 Corintios 12.7). El Espíritu es el mismo, pero se manifiesta a través de los dones, ministerios y operaciones (1 Corintios 12.4 al 6). Los dones espirituales se pueden anhelar y procurar abundar en ellos, para edificación de la Iglesia (1 Corintios 14.12), sin embargo, es el Espíritu el que reparte a cada uno en particular (1 Corintios 12.11). Todo lo que se recibe para beneficio según la gracia que nos es dada, es un don con el poder de Dios, ya sea el don de profecía, servicio, enseñar, exhortar, repartir, presidir o el de misericordia (Romanos 12.6 al 8). Todos son dones, pero se pueden clasificar en ministerios, aquellos que involucran la vocación de servir a los demás en forma de oficio o cargo, con responsabilidades asignadas a su labor, por ejemplo, la función del apostolado o misioneros, profeta o maestro (1 Corintios 12.28 al 31). Entre los dones hay algunos que benefician directamente a la persona que lo recibe, ya que aprenden a vivir la vida en Dios y mejoran su conducta, como la sabiduría, ciencia y fe, pero otros son actividades en beneficio de los demás, que son operaciones como los dones de sanidades, hacer milagros, profecía, discernimiento de espíritus, diversos géneros de lenguas e interpretación de lenguas (1 Corintios 12.8 al 10). Los dones utilizan el talento.



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3.3) SÍMBOLOS


Encontramos en la Biblia los siguientes símbolos que tienen un significado y representan el bien del Espíritu Santo:


a) Aceite (1 Samuel 16.12 al 13; Salmos 89.20), simboliza la unción.


b) Agua (Juan 7.38 al 39; 1 Corintios 6.11), representa la limpieza.


c) Dedo de Dios (Éxodo 31.18; Mateo 12.28; Lucas 11.20), es la obra de Dios a través de su Espíritu Santo.


d) Fuego (Hechos 2.3 al 4), corresponde al avivamiento y la purificación.


e) Paloma (Mateo 3.16), es lo apacible y pacificador.


f) Sello (2 Corintios 1.21 al 22; Efesios 1.13 al 14, 4.30), es la señal de pertenencia.


g) Viento (Juan 3.8, 20.22; Hechos 2.2 al 4), es la acción y fuerza de movimiento.


3.4) TEMPLO DEL ESPÍRITU SANTO


El ángel de Jehová se le apareció a Moisés en el monte Horeb o Sinaí en llama de fuego en medio de una zarza, diciéndole que aquel lugar es tierra santa (Éxodo 3.1 al 5; Hechos 7.31 al 33). Este era el monte de Dios donde tiempo después Moisés recibió las dos tablas de piedra (los diez mandamientos), y se le llama al pueblo como gente santa



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(Éxodo 19.1 al 6). El territorio del pueblo de Israel llegó a tener el santuario o tabernáculo de reunión, que era el lugar santo, como Jehová lo ordenó a Moisés (Éxodo 25.8 al 9). De entre todos los pueblos del mundo solamente en Israel había un tabernáculo con la presencia de Dios (Éxodo 33.7 al 11).

A través del tiempo Moisés murió (Deuteronomio 34.5 al 6), y Josué fue su sucesor por elección de Dios (Josué 1.1 al 2); así sucesivamente fue pereciendo el pueblo de Israel, pero el santuario o tabernáculo de reunión se mantuvo entre ellos en forma movible y fácil de transportase de una parte a otra, hasta que el rey David pensó en construir un templo fijo (1 Crónicas 17.1 al 6). Dios se lo concede por medio de Salomón hijo de David, construyendo aquel templo que le da paredes sólidas y permanentes al santuario o tabernáculo de reunión (2 Crónicas 3.1 al 2). Ahora la tierra de Israel tenía el templo y éste conforme a lo dispuesto en el tabernáculo, incluía un velo (Éxodo 26.30 al 33), el cual se rasgó en dos, de arriba abajo, cuando Jesús expiró en la cruz (Mateo 27.50 al 51; Marcos 15.37 al 38; Lucas 23.45 al 46). La palabra de Dios explica que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto estuviera presente la primera parte del tabernáculo (Hebreos 9.8). Este velo establecía separación entre la primera parte, llamada el Lugar Santo, en donde estaba el candelabro, la mesa y los panes de la proposición, y tras el velo el Lugar Santísimo, que tenía un incensario de oro y el arca del pacto, con una urna que contenía maná, la vara de Aarón que reverdeció y las tablas del pacto (Hebreos 9.2 al 5), todo representativo de Jesucristo, en el mismo orden. La luz del mundo (Juan 8.12, 9.5), el pan sin levadura, que es la palabra sin alterar (1 Corintios 5.7 al 8), la puerta (Juan 10.9), olor fragante que agrada a Dios (2 Corintios 2 .15), el pan de vida que descendió del cielo (Juan 6.30 al 59), el buen pastor (Juan 10.11 al 16; Hebreos 13.20; 1 Pedro 2.25) y la obediencia a los mandamientos de Dios Padre (Hebreos 10.9).


En el tema relacionado con las celebraciones rituales, la Biblia menciona en un pasaje, en donde se describe que se



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tenían que celebrar en el lugar que Dios escogiere, para que habitara ahí su nombre, ya que no se podía en cualquiera de las ciudades que tenían, sino en la que Dios escogiere (Deuteronomio 12.11 al 14). Con el tiempo Jerusalén fue el centro de adoración y de las celebraciones rituales, máxime por la construcción del templo. Sin embargo, Jesús predijo la destrucción del mismo y en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (Mateo 24.1 al 2, 15 al 21, Marcos 13.1 al 2, 14 al 19, Lucas 21.5 al 6, 20 al 24). Porque era necesario desplazar el centro de adoración y extenderlo a todas las naciones, abarcando geográficamente el planeta entero y reformarlo de lo literal a lo espiritual.

Jesús le dijo a la mujer samaritana que vendría la hora en que se adoraría al Padre en espíritu y en verdad (Juan 4.19 al 26). Alrededor del año setenta el templo fue destruido por completo, entonces, pasó a ser el cuerpo humano, que se constituye en un templo para la morada de Dios en Espíritu (Efesios 2.22), casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales que sean aceptables a Dios por medio de Jesucristo (1 Pedro 2.4 al 5). Esta casa espiritual son los creyentes (Hebreos 3.1 al 6), tanto individualmente, como en la comunidad de fe (1 Timoteo 3.15). Jesucristo comparó su cuerpo como un templo (Juan 2.16 al 22), y en la palabra encontramos que las personas son el templo del Dios viviente, porque Dios mismo habita y anda entre ellos (2 Corintios 6.16). Este pasaje hace alusión a una declaración del profeta Ezequiel, que dice que Dios pondría su santuario entre ellos para siempre (Ezequiel 37.26 al 27). Así como Jesús ingresó al lugar santísimo de Dios (Hebreos 8.1 al 2, 9.24 al 26), también Dios por medio de su Hijo Jesucristo es el que entra en nuestras vidas, para que lo recibamos y aceptemos con toda la mente y el corazón. Dios establece una luz para que alumbre el camino del ser humano (Salmos 43.3). Jesús en su primera venida, proclama ser el camino, la verdad y la vida (Juan 14.6), para la trascendencia del ser humano, de una vida natural a espiritual con destino celestial, mediante la obra redentora de la muerte y resurrección de Cristo.



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El Señor Jesús cuando le llega la hora de ser entregado, escarnecido y crucificado, ora intensamente en la intimidad con su Padre, con mucha aflicción y angustia, para ser fortalecido y poder soportar el momento esperado. En esta oración, su sudor es como grandes gotas de sangre derramadas en tierra, su corazón palpitante siente el consuelo de la presencia divina, no obstante, se acerca el acecho de sus verdugos y la traición. Sus ojos dulces, piadosos, llenos de amor y misericordia, observan la acción del ser humano, que le causaría un castigo inmerecido, a pesar de mostrar tanta bondad y compasión, al ayudar y sanar a los más necesitados.


Jesús conoce el corazón y la mente de cada persona, abriga la esperanza, de que en medio de la maldad de sus adversarios, surja un destello de luz, de amor genuino y fe verdadera, similar al amor entregado personalmente, sin reproche ni reservas, sino con todo su ejemplo. Y aún en la plenitud de su muerte, en el momento final, en la cúspide del abandono, dolor y sufrimiento, por el desprecio e injusticia recibida, brotan en sus labios humanos, desde lo más profundo de su corazón, con el amor divino derramado en todo su ser, las siguientes palabras: “… Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen… En tus manos encomiendo mi espíritu…” (Lucas 23.34 y 46).


El mundo trata de demostrar cuál de sus dioses es más fuerte en atraer y cautivar. Ver el caso del profeta Elías y los profetas de Baal (1 Reyes 18.21). Cristo como ser humano sobre la tierra, establece un precedente en la condición de carne y hueso, llega a ser el modelo por excelencia en acciones, amor, conducta, obediencia, perseverancia y valor, para sus seguidores fieles. Se mantiene fiel y fortalecido, a pesar del sufrimiento que le esperaba con inminencia. Está escrito: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece… Mi Dios pues, suplirá tolo lo que os falta…” (Filipenses 4.13 y 19).