Hay un nivel de conciencia del libre albedrío, que inicia con lo natural y transita en lo espiritual, hasta llegar a su nivel máximo en lo celestial. En este sentido los tres tipos de conocimiento existentes en el ser humano, están íntimamente vinculados a la capacidad y disposición de tomar decisiones con la libre elección, según la situación particular en el nivel de avance de los tres tipos de conciencia del libre albedrío, que identifica las acciones y conducta propia de la persona. El nivel de la fórmula escrita en el libro de la vida celestial, es el conocimiento más conciencia igual a libre albedrío.
En relación con avanzar el nivel de conciencia, se requiere abandonar y dejar atrás el viejo ser humano de la condición natural. Por ejemplo, en el caso de Pedro como discípulo de Jesús, actúa de acuerdo con su condición natural, trata de condicionar e influir su propio nivel, al convenir con un argumento personal en su estado natural:
“Desde aquel tiempo comenzó Jesús á declarar á sus discípulos que le convenía ir á Jerusalem, y padecer mucho de los ancianos, y de los príncipes de los sacerdotes, y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día. Y Pedro, tomándolo aparte, comenzó á reprenderle, diciendo: Señor, ten compasión de ti: en ninguna manera esto te acontezca” (Mateo 16.21 al 22 – RVR1909).
Jesús amonesta a Pedro por su manifestación adversa, porque hay contraste y diferencia entre la condición natural y la celestial: “Entonces él, volviéndose, dijo á Pedro: Quítate de delante de mí, Satanás; me eres escándalo; porque no entiendes lo que es de Dios sino lo que es de los hombres. Entonces Jesús dijo á sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese á sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mateo 16.23 al 24 – RVR1909).
Pedro como todo ser humano vive una condición natural, no obstante, experimenta una lucha entre lo natural y lo espiritual, para tratar de lograr alcanzar una mayor plenitud en lo celestial. Así la humanidad en lo espiritual establece sus propias definiciones, según su inclinación y propensión a las creencias de índole religioso: “Y viniendo Jesús á las partes de Cesarea de Filipo, preguntó á sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Y ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; y otros, Elías; y otros; Jeremías, ó alguno de los profetas” (Mateo 16.13 al 14 – RVR1909).
La libre elección a Jesús, que corresponde al libre albedrío de Jesús o celestial, se adquiere por la revelación del Padre Celestial, como Jesús mismo le dice a Pedro: “El les dice: Y vosotros, ¿quién decís que soy? Y respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne ni sangre, mas mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16.15 al 17 – RVR1909).
Jesús emite su mensaje para todos, algunos lo reciben como personas espirituales y otros como personas naturales: “Mas hay algunos de vosotros que no creen. Porque Jesús desde el principio sabía quiénes eran los que no creían, y quién le había de entregar” (Juan 6.64 – RVR1909).
Están los que tienen el libre albedrío natural: “Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir á mí, si no le fuere dado del Padre. Desde esto, muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él” (Juan 6.65 al 66 – RVR1909).
Están los que tienen el libre albedrío espiritual: “Dijo entonces Jesús á los doce: ¿Queréis vosotros iros también? Y respondióle Simón Pedro: Señor, ¿á quién iremos? tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros creemos y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente” (Juan 6.67 al 69 – RVR1909). Con la expresión ¿a quién iremos? se renuncia a la voluntad propia, para seguir a Jesús por la voluntad espiritual firme y segura, que es la única opción posible de superar y de trascender al libre albedrío celestial.
¿Qué pasó con Judas Iscariote?
Fue llamado entre los doce discípulos (Mateo 10.1 y 4).
Claudicó y traicionó a Jesús (Mateo 26.14 al 16; Marcos 14.10 al 11 y 43 al 46; Lucas 6.16).
Judas reconoce su pecado y la sangre inocente de Jesús, pero a pesar de su arrepentimiento se estancó y se quedó solamente en libre albedrío espiritual, de ninguna manera pudo trascender al conocimiento de Jesús o celestial (Mateo 27.3 al 5).
Judas en la transición de su naturaleza humana a espiritual, no logra del todo despojarse o desprenderse de ser ladrón: “... porque era ladrón, y teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella” (Juan 12.4 al 6 – RVR60). Siendo espiritual tenía una doble moral con la apariencia de una consagración, fidelidad y santidad, que no son genuinas, inclusive, toma indignamente la comunión de la cena del Señor (Juan 13.21 y 26 al 27). No basta con alcanzar la vida espiritual sin ascender a un libre albedrío que sea celestial, por consiguiente, el mismo libre albedrío de Jesucristo.
¿Cómo estar seguro de que Judas Iscariote disfrutó del libre albedrío espiritual, pero no pudo trascender al libre albedrío de Jesús o celestial? Pedro mismo testifica acerca de Judas Iscariote: “... El cuál era contado con nosotros, y tenía suerte en este ministerio... de este ministerio y apostolado, del cual cayó Judas por transgresión, para irse á su lugar...” (Hechos 1.15 al 26 – RVR1909).
El libre albedrío espiritual se convierte o transforma en el libre albedrío según Jesucristo, conocido como el libre albedrío de Jesús o celestial, cuando escala y trasciende al conocimiento celestial, de los que son predestinados a ser como Jesús: “Bendito el Dios y Padre del Señor nuestro Jesucristo, el cual nos bendijo con toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo: Según nos escogió en él... Habiéndonos predestinado...” (Efesios 1.3 al 5 – RVR1909).
Los escogidos en él (Cristo), son todos sus seguidores que han aceptado y reconocido el destino preestablecido y preexistente de ser fieles practicantes como Jesús: “Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado… Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Juan 6.28 al 29 y 38 – RVR60). Este libre albedrío de Jesús o celestial, es la renuncia de Jesús de hacer su propia voluntad, para hacer la voluntad de Dios el Padre Celestial que le envió. Jesús dice: “Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios” (Juan 3.21 – RVR60). Así fue con el séquito celestial al principio, cuando se presenta el caos de la confusión e incertidumbre de los ángeles indecisos. Los verdaderos practicantes no tienen cualquier tipo de práctica, sino la enviada por Dios, según la misión a través de Jesucristo. El mundo de las religiones son todos los llamados inmersos en el libre albedrío espiritual, pero son pocos quienes escogen ser como Jesucristo.
Los fariseos rechazan la obra de Dios promovida por Jesucristo. Quienes analizaban la ley en tiempos de Jesús, escribas (versados e intérpretes de la ley), entre ellos los fariseos y saduceos, tuvieron a su alcance la ley y la profecía, pero no entendieron el argumento o plan propuesto por la palabra de Dios, en relación con la venida de Jesucristo como el Camino para la Salvación, quien precisamente dijo: “Porque os digo, que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y de los Fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 5.20 – RVR1909). En quienes no entendieron el plan de Dios, se cumple la moraleja de un epitafio con la leyenda: “aquí yace uno que no supo para que vivía”. Esto es similar a realizar el viaje de esta vida hacia lo desconocido, en completa ignorancia, incredulidad, indecisión e indiferencia.
Los escribas y fariseos no lograban captar el amor de Dios, compasión, fe, justicia y misericordia, a pesar de ser estudiosos de las Escrituras, en aquella época integrada por la ley de Moisés, los profetas y los salmos (Lucas 24.44). No aprendieron a vivir la vida de acuerdo con Dios, el amor desinteresado e incondicional, a ser benevolentes, buscar el bien común y estimar a las personas con la fuerza de la voluntad. Tampoco entendían el amor a los enemigos, porque esperaban al Mesías como Libertador (Romanos 11.25 al 26), y no como el gran pacificador de sus adversarios (Mateo 5.38 al 48).
El apóstol Pablo a los filipenses menciona: “Porque para mí el vivir es Cristo,...” (Filipenses 1.21 – RVR1909). Antes de Cristo, se consideraba a los paganos, como impuros o inmundos. Jesucristo con su primera venida promueve la fraternidad y hermandad, trae un cambio de mentalidad, por causa de la división existente entre seres humanos, hechos a la semejanza de Dios (Génesis 1.26 al 27, 5.1; Santiago 3.9), quien hizo al hombre recto pero ellos se desviaron (Eclesiastés 7.29). Además está escrito: “Por cuanto ha establecido un día, en el cual ha de juzgar al mundo con justicia, por aquel varón al cual determinó; dando fe á todos con haberle levantado de los muertos” (Hechos 17.31 – RVR1909).
El ser humano desde su nacimiento posee la facultad libre de investigar, procurar y reflexionar el conocimiento, inclusive de toda ciencia, motivado por la búsqueda de una verdad. El objeto a alcanzar y descubrir es el conocimiento mismo. Este es infinito y se utiliza el cuestionar como una herramienta innata y vital del intelecto, para proponer los fundamentos, pruebas y razones de cualquier teoría, desde su origen hasta su transición a la praxis, conocido como la capacidad y potencia de conocer, para actuar, hacer y proceder. Se podría establecer muchas verdades humanas o una absoluta y única verdad de Dios. Por lo general las verdades del ser humano se limitan funcionalmente a la vida presente, mientras que la verdad de Dios está representada en Jesucristo para la eternidad. Juan dice que el que no persevera en la doctrina de Cristo no tiene a Dios (2 Juan 9).
¿Por qué sucede entonces en aquellos que son escribas y fariseos, intérpretes, promotores de la ley, en relación con su cumplimiento y enseñanza, siendo instructores, no obedecen, hurtan, adulteran y cometen sacrilegio? Se jactan de la ley y con infracción deshonran a Dios como dice Romanos 2.17 al 24. Porque no basta el conocimiento con deseo de obedecer la ley, sino la disertación y la retórica con respaldo del ejemplo, práctica, testimonio y vivencia. Es mediante la gracia y el poder de Dios, el logro, eficacia y eficiencia de la obediencia. Así el Espíritu Santo es dado a quienes obedecen (Hechos 5.32). Dios por su buena voluntad produce el querer como el hacer (Filipenses 2.12 al 13), es quien enseña (Juan 6.44 al 45), da su don y gracia (Juan 1.12 al 13; Santiago 1.17), para su servicio con amor, fidelidad, gratitud y temor. Este último, no es al castigo, sino esencialmente un temor de aborrecer el mal (Proverbios 8.13), su temor es enseñanza de sabiduría (Proverbios 15.33), y quien le pide a Dios, recibe su sabiduría abundantemente y sin reproche (Santiago 1.5). Jesús dijo: “Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad” (Juan 17.17 – RVR1909).
El tipo de conocimiento determina e influye el umbral en el límite y traslape del nivel de la conciencia del libre albedrío. Hay una transición entre el conocimiento natural y el espiritual, donde interviene el libre albedrío de la persona, porque según sea su nivel de conocimiento así será su camino a seguir, por su propia determinación o elección. Pero, ¿cuál es el conocimiento que finalmente trasciende ante Dios el Padre? Tanto para el rendimiento de cuentas como para la vida eterna, la Biblia manifiesta la diferencia entre el conocimiento celestial promovido por Jesucristo, quien es y representa nuestra predestinación. Obsérvese las siguientes palabras claves en el texto a continuación. Los valores del reino de Dios, moldean nuestra personalidad, para ser participantes de la naturaleza divina, como la esencia espiritual y el espíritu de justicia:
“SIMON Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, á los que habéis alcanzado fe igualmente preciosa con nosotros en la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo: Gracia y paz os sea multiplicada en el conocimiento de Dios, y de nuestro Señor Jesús. Como todas las cosas que pertenecen á la vida y á la piedad nos sean dadas de su divina potencia, por el conocimiento de aquel que nos ha llamado por su gloria y virtud: Por las cuales nos son dadas preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas fueseis hechos participantes de la naturaleza divina, habiendo huído de la corrupción que está en el mundo por concupiscencia” (2 Pedro 1.1 al 4 – RVR1909).
Los designios de la carne son enemistad ante Dios, porque no se sujetan ni tampoco pueden y en esta condición del pensamiento, propósito y voluntad tampoco se puede agradar a Dios. El conocimiento natural tiene una legislación infinita dentro de su propio rango de acción, pero desconoce el conocimiento celestial, porque son niveles de conocimiento incompatibles e inconciliables. Por ejemplo, en el pasaje de la Creación, Caín representa el conocimiento natural y su relación con lo carnal, Abel representa el conocimiento celestial y su relación con Dios. Ambos ejercen un conocimiento espiritual para rendir adoración a Dios, lo que pasa es que Caín en lugar de trascender y escalar de conocimiento, se queda apegado a la carnalidad de lo natural: “Y habló Caín á su hermano Abel: y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y le mató” (Génesis 4.8 – RVR1909). Esta limitación en el tipo de conocimiento celestial es propia de toda persona que vive solamente con la inclinación a lo carnal, en alusión al pecado. Así dijo Dios a los profetas Samuel e Isaías: “Y Jehová respondió á Samuel: No mires á su parecer, ni á lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová mira no lo que el hombre mira; pues que el hombre mira lo que está delante de sus ojos, mas Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16.7 – RVR1909).
El mundo natural está representado por la cizaña y el mundo espiritual lo representa el trigo, en la parábola del trigo y la cizaña (Mateo 13.24 al 30). Está determinado dar a Dios cuentas de sí (Romanos 14.12): el amor excesivo de sí mismo o egolatría, hace del humano un ser amoral, falto de sentido moral, sin responsabilidad de dar cuentas de sus acciones y consecuencias, ni respeto por los preceptos morales, principios y valores, por esta razón son pocos los escogidos, de entre todos los llamados que aparentan piedad pero incumplen su eficacia, inclusive falsos ministros de la palabra.
La salvación es por medio de Jesucristo, porque en el primer pacto se sacrificaban corderos, y esa sangre era derramada entre el pueblo, como símbolo de perdón de pecados. El propósito de ese holocausto era un símbolo o prototipo de Cristo, por ejemplo, Juan el Bautista llama a Jesús como el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1.29), y es la sangre de Cristo en el nuevo pacto que limpia nuestras conciencias de obras muertas para servir a Dios (Hebreos 9.14 al 15), es así como Cristo ganó la iglesia por su sangre (Hechos 20.28), ya que la sangre preciosa del Señor Jesucristo nos limpia de todo pecado y redime nuestras vidas (Efesios 2.13; 1 Pedro 1.19; 1 Juan 1.7; Apocalipsis 7.14). Esto es para salvación de este mundo y recibir vida eterna en el venidero.
El sacrificio ya lo hizo Cristo con su ejemplo y verdadero amor, ahora nos corresponde la dedicación y entrega de nuestras vidas, en amor puro, bondad, caridad, compasión, fraternidad, humildad, justicia, misericordia, nobleza, paz, servicio, solidaridad y otros, necesarios para ayudar al bien común, bienestar y la inclusión espiritual. La palabra de Dios afirma:
“... Porque donde hay envidia y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. Mas la sabiduría que es de lo alto, primeramente es pura, después pacífica, modesta, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, no juzgadora, no fingida. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen paz” (Santiago 3.13 al 18 – RVR1909).
Además dice: “... Yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14.6 – RVR1909). El camino, la verdad y la vida es el modelo de principios, valores y virtudes, demostrados y representados en Jesucristo, con su ejemplo y modelo de vida, que son mandamientos de amabilidad, amor, ánimo, ayuda, bondad, compartir, compasión, discipulado, enseñanza, equidad, fe, fidelidad, fraternidad, generosidad, igualdad, justicia, libertad, misericordia, pacificación, santidad, solidaridad, ternura, tolerancia, entre otros principios, valores y virtudes vitales para vivir en armonía con los demás. Esta demostración de los hechos de vida de Jesús, nos lleva al Padre, con el ejercicio y práctica de la perfección del amor de Dios en nuestras vidas, según su ejemplo. Dejar de ser renuente al cambio de vida y mandato de Cristo Jesús como él anduvo:
“Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Juan 2.3 al 6 – RVR60).
La expresión andar como Jesús anduvo, es participar de una forma de vida promovida en la comunidad de fe, establecida por Jesús como modelo y ejemplo de vida, con la difusión y práctica de sus enseñanzas, parábolas y valores comunitarios (el subrayado es nuestro):
“Y VIENDO las gentes, subió al monte; y sentándose, se llegaron á él sus discípulos. Y abriendo su boca, les enseñaba, diciendo:
Bienaventurados los pobres en espíritu: porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los que lloran: porque ellos recibirán consolación.
Bienaventurados los mansos: porque ellos recibirán la tierra por heredad.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia: porque ellos serán hartos.
Bienaventurados los misericordiosos: porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los de limpio corazón: porque ellos verán á Dios.
Bienaventurados los pacificadores: porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia: porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5.1 al 10 – RVR1909).
La savia del árbol de la vida (representativo de Jesús), como energía y elemento vivificador, corresponde al verdadero interés y primordial del bien común. Ayudar al necesitado, educación, justicia, oportunidad, valorar el respeto a la vida como inalienable y sagrada, contribuir en eliminar la desigualdad social y la discriminación étnica, intolerancia y odio, extremismo, fanatismo, partidismo, radicalismo, luchas de poder religioso, por pretexto y provecho económico, político y militar. Porque es la práctica del amor, bondad, caridad, compartir, compasión, fraternidad, generosidad, misericordia, solidaridad, entre otros, que se demuestra el verdadero amor de Dios en Jesucristo, con la paz y santidad sin la que nadie verá al Señor.