SABER ESCUCHAR


Jesucristo en cierta ocasión aseveró que aprendiéramos de su mansedumbre y humildad de corazón (Mateo 11.29). Las cualidades de ser manso y humilde influye en nuestra condición anímica y emocional en relación con la fe. La palabra de Dios transmitida por Jesús ayuda a mejorar el estado de ánimo y las emociones, porque contribuye a una mejor salud mental para contrarrestar la negatividad y el pesimismo de la incredulidad en la fe. Las bienaventuranzas del sermón de la montaña o del monte y la finalidad de las parábolas, proponen normas, principios, valores y virtudes esenciales para una mejor vida espiritual y moral. Tener un amplio conocimiento relacionado con la ciencia comparativa acerca del bien y del mal, identifica y refuerza la posibilidad de distinguir todo aquello que es autodestructivo y perjudicial de la consagración, fidelidad y santidad personal, del ejemplo y modelo de vida demostrado por Jesucristo, ya sea con sus enseñanzas, testimonios y vivencias. Hay que renovar tanto el entendimiento (Romanos 12.1 al 2), como la intención de la mente (Efesios 4.22 al 24), para vivir los frutos espirituales: amor, benignidad, bondad, caridad, fe, gozo, mansedumbre, paciencia, paz, templanza y tolerancia (Gálatas 5.22 al 23), con una moderación adecuada a la razón y los sentidos. Una actitud dispuesta con la capacidad y el saber escuchar a Dios, es indispensable para identificar, reconocer y seguir la voz de Jesucristo (Juan 10.25 al 28), su llamado personal.


La palabra de Dios es útil para la corrección, enseñanza, instrucción en justicia y redargüir (2 Timoteo 3.15 al 17). Los pensamientos atraen la realidad de vida de la persona, según su planeamiento cotidiano y de una mayor racionalización del mensaje y la voluntad de Dios. Aprender a vivir una vida en Dios, con una personalidad positiva en meditación, oración y reflexión, ofrece la oportunidad y posibilidad de un cambio de vida mediante Jesucristo. Esto facilita alcanzar y lograr un



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pensamiento y percepción de acuerdo con la mente de Cristo, fundamental en la cotidianidad del diario vivir espiritual (1 Corintios 2.14 al 16). Se dice que la motivación actitudinal en relación con la disposición del ánimo, es el conjunto de los factores que influyen para la determinación de una acción. Estos factores son las causas o elementos que actúan juntos como complemento uno del otro, a saber, carácter, energía, esfuerzo, intención, temple, valor y voluntad, tanto de forma apacible como benévola. Una persona es agradable y atractiva por su modo de ser afectiva y que inspira simpatía, debido a la condición de nobleza y al buen trato, el ego colaborativo.

Por ejemplo, la Biblia menciona el vivir sabiamente y dar honor a la mujer como vaso más frágil (1 Pedro 3.7 al 8), esto significa apreciar y valorar con el cuidado del afecto, amor, cariño, cooperación, respeto y solidaridad, de forma amigable, compasiva, fraternal y con misericordia. Por el contrario, una persona que vive sin sabiduría es presumida, cuando tiene un alto concepto de sí mismo, pero sin estar bien enfocado y ubicado en la realidad espiritual, porque se hace asimismo un engreído convencido de su valer, sin el fundamento que lo respalde o sustente para ello. Estas personas piensan que saben, pero se encuentran encasillados y estancados en un nivel de creencias inferior, porque el conocimiento limitado envanece a la persona, especialmente a aquella que considera saber y aún no sabe nada del saber a plenitud o verdadero (1 Corintios 8.1 al 3). En la persona, sin ser consciente y sin mala intención, prevalece el orgullo, la soberbia y la vanidad. Por lo tanto, para mejorar como persona, la lectura de la Biblia o Sagradas Escrituras dan a conocer la guía, normas, principios, valores y virtudes ejercidas por el Señor Jesús como persona histórica, pero también en el caso de la fe de Cristo el ungido de Dios Padre. Además la Escritura ayuda a trascender al conocimiento celestial transmitido por Jesús, por consiguiente a una transformación de consciencia en el propósito y sentido de la vida, proyectada a una salvación de este mundo y a una vida eterna venidera. Saber escuchar a



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Dios Padre es saber hacer en Cristo Jesús (Mateo 7.24 al 25), la praxis efectiva y eficaz mostrada por el discípulo de Cristo.

También saber escuchar a Dios posibilita la reciprocidad de la acción de ser escuchado por Dios, porque se requiere una correspondencia mutua entre la intimidad personal con una integridad ante Dios (Salmos 66.16 al 20). Tenemos el ejemplo del que volvió en sí y reconoció su condición personal ante Dios (Lucas 15.17 al 21). Primeramente reconocer la existencia del mal y el pecado, seguidamente aceptar nuestra necesidad de Dios para poder vencer cualquier mal y pecado existente (Lamentaciones 3.39 al 42). Si hay desobediencia e infidelidad a la consagración y santidad a Dios, significa que hay consecuencias a su tiempo, como resultado del irrespeto a su voluntad, de tal forma que, se hace indispensable como solución, el renunciar a la impiedad y a los pensamientos inicuos, injustos y malvados (Isaías 55.6 al 9). Se requiere, por tanto, ser personas decididas y firmes con determinación, de ninguna manera de doble ánimo ante Dios, sino con los corazones purificados (Santiago 4.8). Es decir, limpiar toda imperfección anímica, para alentar y esforzar la constancia, perseverancia y persistencia en la rectitud ante Dios, porque la iniquidad de la maldad y el pecado, provoca una sordera espiritual para imposibilitar la escucha a la obediencia a Dios (Isaías 59.1 al 4). Además de una ceguera espiritual que impide ver la obra redentora de Jesucristo y su resurrección.


En relación con la confianza que tenemos en Dios, es imprescindible que sea mediante Cristo, para que no seamos competentes por nosotros mismos, sino por tomar en cuenta la intervención de Dios a través de Jesucristo (2 Corintios 3.4 al 5). Diferenciar entre la voluntad propia de Dios y la que proviene desde nuestra mente y propio pensamiento, pero que consideramos e interiorizamos como si fuera la voluntad válida ante Dios, aunque sea una voluntad fraudulenta y no corresponde a la auténtica de Dios. Esto se presenta cuando la persona determina que no necesita de Dios para vivir, sino por sus propios méritos y posibilidades de subsistencia. Se



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siente en libertad de hacer lo que quiera con su propia vida, sin tener que dar cuentas a Dios por sus acciones, actos o hechos. Lo que llaman la autosuficiencia de la condición o estado de la persona, que considera que se basta a sí misma, pero no es más que confusión y desorientación, debido a la ausencia o falta de temor a y de Dios (1 Juan 2.15 al 17). La solución se encuentra establecida por Dios en su Palabra, ya que el procedimiento o protocolo ordenado es el siguiente: humillación e invocación mediante la búsqueda de Dios en oración, con arrepentimiento, conversión y resarcimiento del daño provocado, o sea, resarcir es reparar el defecto o la falta, de manera que no se vuelva a caminar o repetir en la práctica de la maldad y el pecado (2 Crónicas 7.14), rotundo sin pecar.

El ser humano por sí mismo se encuentra sin potestad de hacer que su vida sea una vida inmortal (Eclesiastés 8.8), su espíritu de vida, que es el aire que respira y la función de respiración no es infinito, sino que su tiempo de respiración en esta vida depende absolutamente de Dios (Job 12.9 al 10). Esto es una prueba determinante, suficiente de que nuestra atención, concentración y concienciación de hacer el bien en esta vida, especialmente para agradar y agradecer a Dios, depende de depositar nuestra confianza, fe y voluntad en el Creador. Implica decidir y saber lo que más nos conviene en obedecer a Dios, máxime que solamente Dios es quien conoce el futuro de cada uno. Por sí solos, sin la ayuda de Dios y sin la fe de nuestra parte es imposible agradar a Dios (Hebreos 11.6). Se reconoce la impotencia personal de controlar todo lo que atañe a la salvación y vida eterna, sin el correspondiente conocimiento espiritual y celestial proveído por Dios. La fe es la certeza, confianza, convencimiento y seguridad de lo que se espera y que no se ve, en relación con las promesas de Dios y para alcanzar un buen testimonio, que es la comprobación o prueba del ejercicio o práctica de fe genuina (Santiago 2.26).


Jesucristo es y representa la sana doctrina, por lo tanto, siempre que se menciona la expresión o frase “sana doctrina” se refiere a Jesucristo mismo. En el caso de saber escuchar la



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sana doctrina es congregarse o reunirse para escuchar de la enseñanza de Jesucristo (Hebreos 10.24 al 25). Congregarnos es fundamental para evaluar nuestros pasos del diario vivir, en relación con los pasos de principios y valores del Camino de Jesucristo. La acción de congregarse posibilita la armonía, comunión y sociabilización con otras personas que son afines a la educación, enseñanza y mensaje del maestro y mentor Jesucristo. Esto es como habitar juntos en comunidad de fe, donde envía Dios bendición y vida eterna (Salmos 133.1 al 3). La congregación es necesaria y saludable espiritualmente, para mantener el contacto con la asamblea, culto, liturgia y rito, que involucra actividades como la adoración, alabanza, hermenéutica o interpretación de los textos bíblicos, homilía, prédica o sermón, lectura de la palabra de Dios, entre otros. Todo esto para rendir respeto y reverencia a Dios Padre y a su Hijo Jesucristo, tanto en una acción que sea individual como en forma de colectividad. Además, congregarse corresponde a una demostración de esfuerzo y fortaleza en la comunicación consciente con Dios, para estar alertas y atentos, velando en comunión y en la oración (Marcos 13.33, Lucas 21.36, 1 Corintios 16.13 al 14 y Efesios 6.18). Ser un fiel adorador.

Algunos investigan las funciones biológicas, corporales y químicas de la glándula endocrina, llamada Pineal y ubicada en el cerebro, especialmente para la concentración necesaria en la atención intensa del saber escuchar, la paz emocional, serenidad y tranquilidad de lo que llaman producto del sueño reparador. Se dice que en el estado activo de esta glándula Pineal, es coadyuvante de este beneficio del sueño reparador, mediante la segregación de la hormona que es conocida como Melatonina, que ayuda en el equilibrio anímico y emocional, de la quietud y reposo con la meditación, oración y reflexión.


El saber escuchar a Dios, obliga primordialmente a la reafirmación siempre de la existencia y el reconocimiento de la autoridad y potestad de Dios (Romanos 1.28). Lo que pasa es que muchas veces el ser humano prefiere negar a Dios, con la finalidad de evadir compromisos y responsabilidades



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propias del comportamiento y conducción. Rehúsa o rehúye aceptar su propia incapacidad de sensatez por sus propios medios, para no mostrar debilidad de su dependencia a Dios. Esta negligencia le permite actuar con una mala conducta, al hacer caso omiso a la presencia de Dios en su vida, sin importar el riesgo de su destino al dar prioridad a su propia voluntad contraria a la de Dios. De esta manera trata de justificar el estilo o tipo de vida, con base en lo que considera su independencia de tomar sus propias decisiones. Mientras tanto, otras personas depositan su vida y voluntad en las manos de Dios, especialmente para ser ejemplos y modelos de vida a los demás, por ese motivo, mostrar con la praxis el ser un discípulo y seguidor de Jesucristo, con el énfasis en el amor que no hace nada indebido (1 Corintios 13.4 al 6).

Por último, un ejemplo acerca de saber escuchar a Dios se encuentra en el ejemplo de los santos seres espirituales, con el cuerpo celestial (1 Corintios 15.40), que son los ángeles celestiales servidores de Dios, siempre dispuestos, fieles y leales en adoración (Nehemías 9.6), debido a lo cual, están en la presencia de Dios (Mateo 18.10). Saber escuchar a Dios es ser obediente (Salmos 103). Además de ministrar en el oficio de servir directamente a Dios son los mensajeros (Mateo 28.2 al 7, Lucas 2.9 al 11, Hechos 1.10 al 11). El mismo señor Jesucristo es superior a todo el séquito celestial, de modo que, es llamado el “ángel de Jehová” en algunas apariciones frente a los seres humanos (Génesis 16.7 al 14, Jueces 6.22 al 24, Jueces 13.15 al 22). El Señor es el ángel que le habla a Moisés (Hechos 7.38 al 39). Luego los ángeles sirven a Jesús en su encarnación (Marcos 1.13, Lucas 22.41 al 43) y están subordinados al Hijo, porque Jesús mismo menciona al cielo abierto y a los ángeles de Dios que suben y descienden hacia él (Juan 1.51). Hay un símbolo de la comunicación celestial, especialmente con la figura de la escalera entre el cielo y la tierra, con la entrada de ángeles de Dios que suben y bajan, representando un lugar de la casa de Dios y puerta del cielo (Génesis 28.12 al 17). Alcanzar y mantener un sano juicio, una salud mental coherente y congruente con Dios y su Hijo.