LA COMPOSICIÓN SEPTENARIA DEL SER INTERIOR


Hay un actuar que es resultado de nuestra forma de ser, de la personalidad, del temperamento, entre otros, que por consecuencia agrada o desagrada a Dios. Por ejemplo, en el caso de Caín está escrito: “Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda á Jehová. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, y de su grosura. Y miró Jehová con agrado á Abel y á su ofrenda; Mas no miró propicio á Caín y á la ofrenda suya. Y ensañóse Caín en gran manera, y decayó su semblante” (Génesis 4.3 al 5 – RVR1909). Se menciona que Caín se ensaña y se altera su semblante. ¿Qué afecta la diferencia entre sus seres interiores en el comportamiento y la conducta? Abel y Caín como individuos tienen la influencia genética y las funciones de los genes que accionan en el cerebro. También lo correspondiente a lo biológico, bioquímico, fisiológico, psicológico y neurológico. Hay una reacción del organismo mente – corporal entre el cerebro y el cuerpo, que se manifiesta y refleja en el comportamiento y la conducta. La fórmula completa de la medida de composición septenaria interna es la siguiente: actitud + carácter + ego + emociones + personalidad + sentimientos + temperamento = ser interior.


La Biblia dice: “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo” (Hebreos 11.4 – RVR60). Esto significa que en Abel la fe lo hace justo, o sea, actúa según la justicia y la razón, pero en Caín la ausencia de fe lo limita a ser un injusto. La equivalencia entre fe, justicia y razonamiento, significa que hay principios, valores y virtudes con una concatenación de enlace e interdependencia, que se entrelazan recíprocamente según la capacidad cerebral para efectos del comportamiento y la conducta. Esto mismo se cumple en los siete componentes del ser interior integrados con la fe en propósito de función, sentido y unidad.


Otro caso aceptable y recomendado es el siguiente: “Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios. Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4.18 al 19 – RVR60). El ser interior delante de Dios se representa simbólicamente como nuestra aroma o fragancia que sube a su presencia: “Mas á Dios gracias, el cual hace que siempre triunfemos en Cristo Jesús, y manifiesta el olor de su conocimiento por nosotros en todo lugar. Porque para Dios somos buen olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden: A éstos ciertamente olor de muerte para muerte; y á aquéllos olor de vida para vida…” (2 Corintios 2.14 al 16 – RVR1909). Delante de otros seres humanos es el bien o el mal que impregnamos a las demás personas, al influir profundamente a alguien con nuestro consejo, ejemplo, guía y modelo de vida cotidiana, ya sea en lo bueno o en lo malo: “conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna. A algunos que dudan, convencedlos. A otros salvad, arrebatándolos del fuego; y de otros tened misericordia con temor, aborreciendo aun la ropa contaminada por su carne” (Judas 1.21 al 23 – RVR60).


Este ser interior representado en nuestro olor fragante, sacrificio acepto, agradable ante Dios, combina fe y razón como un culto que sea racional: “ASI que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable á Dios, que es vuestro racional culto. Y no os conforméis á este siglo; mas reformaos por la renovación de vuestro entendimiento, para que experimentéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12.1 al 2 – RVR1909). El ser interior tiene la particularidad de salpicar su esencia durante toda su existencia debido a la actitud, carácter, ego, emociones, personalidad, sentimientos y temperamento. Este salpicar la esencia puede ser para bien o para mal. La Biblia dice: “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante” (Efesios 5.1 al 2 – RVR60).


El ser interior es la providencia de Dios para que el ser humano busque y logre la felicidad de la confianza plena en Dios, por consiguiente, el ser interior es la causalidad del efecto de la felicidad, al lograr el equilibrio y estabilidad completa de la composición septenaria del ser interior, ya que se produce la felicidad de buscar a Dios y obedecer su voluntad. No hay temor contra el mal, la Biblia dice: “En el día que temo, Yo en ti confío. En Dios alabaré su palabra: En Dios he confiado, no temeré Lo que la carne me hiciere” (Salmos 56.3 al 4 – RVR1909). Así la verdadera búsqueda de la felicidad es amar a Dios con todo el ser: actitud, carácter, ego, emociones, personalidad, sentimientos y temperamento, al escuchar a plenitud y obedecer por completo su voluntad. La infelicidad es el descontrol del ser interior y la ausencia o vacío de amor a Dios. Se requiere una inteligencia emocional y una racionalidad de las emociones, para una sana relación en compañía de Dios y con las personas que están a nuestro alrededor. La convivencia en la comunidad de fe y en la sociedad en general necesita que sus integrantes, administren, controlen y dominen las emociones y sentimientos. Además de la actitud, carácter, ego, personalidad y temperamento, cada una en relación con su función y utilidad específica, pero sincronizadas para la integración y el proceder del ser interior.


Hay una coordinación entre la mente y la reacción corporal, para el comportamiento y la conducta humana afectada por sus factores biológicos, genéticos y sus órganos vitales, entre los mismos el cerebro y el sistema nervioso, junto con la relación de su entorno físico y material. Obsérvese en la acción de Abel y Caín que ambos presentan una ofrenda visible, resultado de la invisibilidad del ser interior de cada uno. Ahora la ciencia está más avanzada, por lo tanto, explica la composición integral del ser humano y su reacción bioquímica para actuar, según el diseño, estructura y función química del ser humano. Lo interno del ser humano tiene una interacción física y fisiológica con lo externo del entorno material, inclusive su apego a lo terrenal. Esto amerita que Jesucristo sea nuestra atención, centro y enfoque en la conciencia del diario vivir, según su ejemplo y modelo, que fue demostrado con su enseñanza y la práctica durante su vida de obediencia y santidad:


“Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado; como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1 Pedro 1.13 al 15 – RVR60).

El ser interior incluye la esencia y plenitud del ser, en relación con lo que soy, junto con el estar de las emociones y sus consecuentes sentimientos. Las emociones son muy cambiantes en el instante del ahora y el aquí, según nuestra reacción automática o espontánea del momento en un lugar o situación específica. Se dice que las emociones pueden nublar el juicio y afectar las decisiones. Entonces, si en las emociones intervienen sistemas fisiológicos, como el límbico y nervioso, además de la química del organismo, neurotransmisores y hormonas, cómo hacer que sean más racionales. Se requiere controlar los impulsos anímicos de manera inteligente, de acuerdo con el conocimiento de causa consciente y previa, que aprovecha la experiencia propia o el aprendizaje de la experiencia vivida en otras personas. Esto posibilita educar la voluntad antes del acontecimiento presentado, para mejorar el control de decisión y orden de prioridad conductual. La conciencia adquirida con la lectura, meditación, oración y reflexión, ayuda cabalmente a madurar el ser interior, que a la vez contribuye para administrar las emociones con la madurez necesaria. Bien dicho que el buen juicio, prudencia y sensatez, posibilita el crecimiento y desarrollo psicosocial, para administrar y controlar los impulsos irreflexivos, además contrarrestar la concupiscencia o malos deseos.


Este educar la voluntad corresponde a un reeducar la voluntad con la capacidad de comprender y entender. Se requiere hacer conciencia constante y continua con el análisis, comentario, estudio e investigación detallada y en profundidad de la palabra de Dios, tanto en comunidad como en forma individual. Consiste en encontrarse así mismo y estar preparado como una persona precavida y previsora, ante cualquier embate fortuito, que sea repentino y que nos tome por sorpresa, pero que se pueda enfrentar con la capacidad y fortaleza de resistir, cualquiera que sea la eventualidad y con una preponderante anticipación de dominio y preparación del ser interior. Esto durante el encuentro cotidiano de la normalidad o en las amenazas y riesgos ofrecidos por la adversidad y los obstáculos presentados diariamente.


El verdadero ser consciente es el ser interior en su máxima condición de conciencia del sentido de vida en Jesucristo, quien dijo lo siguiente: “Estad en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto de sí mismo, si no estuviere en la vid; así ni vosotros, si no estuviereis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos: el que está en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque sin mí nada podéis hacer” (Juan 15.4 al 5 – RVR1909). El ser consciente es el encuentro con la esencia subjetiva de Jesucristo, en su pensar, perspectiva y sentir. La relación entre el pámpano y la vid implica agua, nutrientes y savia. Lo que llaman el elemento y energía vivificadora, la fuerza, vigor y vitalidad de la vida. A manera de simbología, es el ángulo del enfoque en la óptica y visión del prisma o punto de vista de Jesucristo, en relación con la refracción de su luz y su consecuente reflexión en nosotros. De lo contrario Jesús dice: “El que en mí no estuviere, será echado fuera como mal pámpano, y se secará; y los cogen, y los echan en el fuego, y arden… En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos” (Juan 15.6 al 8 – RVR1909).


El discipulado del evangelio de Jesús, consiste en que Jesucristo es el conocimiento vivencial para conocer y practicar su enseñanza de ejemplo y modelo de vida. Además Jesús menciona lo siguiente: “Como el Padre me amó, también yo os he amado: estad en mi amor. Si guardareis mis mandamientos, estaréis en mi amor; como yo también he guardado los mandamientos de mi Padre, y estoy en su amor. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido” (Juan 15.9 al 11 – RVR1909). El gozo de Jesucristo y el gozo nuestro, tiene relación con el ser interior. El amor a Dios Padre y a su Hijo amado Jesucristo es preponderante y es todo lo que necesitamos en el ser interior para la virtud de un ser consciente, por consiguiente, Jesucristo es el centro y la fuente de la acción en la composición septenaria del ser interior. La orientación y sentido de nuestra vida requiere la esencia íntima, que sea desde lo más interno y profundo de nuestro ser, para una buena, sana y sensata administración y control, del equilibrio y estabilidad de los componentes que integran el ser interior. El despertar consciente de la plena capacidad y potencialidad en profundidad del ser interior, posibilita el crecimiento y desarrollo interno de conciencia de la libertad en Cristo.


Por ejemplo, en la simbología del prisma de vidrio su comparación y significado es el siguiente: el prisma y la luz blanca representa los siete componentes del ser interior, así como la luz blanca en el prisma contiene siete colores. En el caso de su interpretación, el prisma y la luz blanca es la fe propia de Jesús y a la vez es la fe que tenemos en Jesús. Así como la luz se descompone en siete colores, el ser interior tiene siete componentes. Aunque se aclara que los colores aumentan con la degradación del color entre uno y otro en gamas de intensidad. La comparación también se puede realizar según los componentes de gases del sol, porque la luz solar es natural, pero Jesucristo es el proveedor de la luz de fe espiritual. La fe que transmite la persona de Jesús histórico y la fe que depositamos en Jesús Redentor y Salvador, es el catalizador para nuestra activación mental y reacción corporal de los siete componentes de la fe en nuestros siete componentes del ser interior:


1) violeta – actitud con virtud,
2) añil (azul marino) – carácter con ciencia,
3) cian (azul celeste) – ego con templanza,
4) verde – emociones con paciencia,
5) amarillo – personalidad con temor de Dios,
6) anaranjado – sentimientos con amor fraternal,
7) rojo – temperamento con caridad.

Así como el ser interior se integra de la composición septenaria, también requiere los siete componentes que integran la fe de y en Jesucristo. Acerca de los siete componentes de la fe como un todo, la Biblia dice al respecto:


“Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, mostrad en vuestra fe virtud, y en la virtud ciencia; Y en la ciencia templanza, y en la templanza paciencia, y en la paciencia temor de Dios; Y en el temor de Dios, amor fraternal, y en el amor fraternal caridad. Porque si en vosotros hay estas cosas, y abundan, no os dejarán estar ociosos, ni estériles en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Mas el que no tiene estas cosas, es ciego, y tiene la vista muy corta, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados. Por lo cual, hermanos, procurad tanto más de hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás” (2 Pedro 1.5 al 10 – RVR1909).

El efecto de la fe, es como la sinergia de coordinación solidaria y cooperación concertada de cada uno de sus componentes, requeridos para cumplir la función de la fe, ya sea, virtud, ciencia, templanza, paciencia, temor de Dios, amor fraternal y caridad. Es una sinergia porque su eficiencia se logra con la suma de la totalidad de sus componentes, con la coherencia de la conexión y unión entre cada componente, además de la ecuanimidad de la constancia y equilibrio entre sus partes. Por lo tanto, si el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo es el conocimiento celestial, mas el que no tiene la fe de y en Jesús, con la integración y totalidad de los componentes de la fe, según se confirma en el pasaje anterior, es ciego y tiene la vista muy corta, porque se limita solo a lo natural, sin lo espiritual y sin trascender a lo celestial. La Biblia dice:


“Entre los cuales todos nosotros también vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos; y éramos por naturaleza hijos de ira, también como los demás. Empero Dios, que es rico en misericordia, por su mucho amor con que nos amó, Aun estando nosotros muertos en pecados, nos dió vida juntamente con Cristo; por gracia sois salvos; Y juntamente nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los cielos con Cristo Jesús, Para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos por la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios: No por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, criados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2.3 al 7 – RVR1909).

Mediante la práctica de hacer la obra de Jesucristo en nosotros, para que andemos y nos ocupemos tras los pasos de Jesucristo y proceder conforme a su obra. En este sentido, la fe de y en Jesucristo viene a ser la bujía o detonante en el ser interior a manera de un motor, generador de energía y poder especial que atañe a lo relacionado con la salvación y vida eterna. En el caso del ser interior en su integridad, sobresale en la bioquímica de la actividad y proceso cerebral, el estímulo mental para proceder en el comportamiento y conducta que tiene relación con la salvación y vida eterna ofrecida por Jesús. Es el mismo procesamiento de construcción del conocimiento, pero en este caso un conocimiento superior, que sobrepasa lo meramente natural.


Algunos consideran indispensable aprender a aprender y por consiguiente aprender a vivir. El término que podría tener relación es lo que algunos llaman metacognición, útil para la vida cotidiana y práctica, en este caso sería una metacognición de la fe, que se encuentre encima o sobre el conocimiento natural, con la fe de la certeza, confianza, convicción y seguridad en el Hijo de Dios: “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12.2 – RVR60). Esta fe, que es de lo espiritual, tiene una conexión con el conocimiento celestial, que trasciende más allá del intelecto, intuición y percepción, porque es sobrenatural. Salvo que el intelecto, intuición y percepción, también existe en el plano espiritual, pero a otro nivel dimensional de conocimiento elevado, que rebasa y supera lo natural, aunque utiliza la misma función cerebral y funciones mentales de la psique, como psicoteología y neurociencia de la fe. La fe requiere creencia, por consiguiente, conocimiento y convicción, por este motivo fe y razón se complementan para la comprensión y el entendimiento.


Se dice que la metacognición tiene relación con la capacidad de la persona de un tipo de pensamiento, en un orden superior, que sobresale como reflexivo en la atención y detenimiento, de su propio proceso de aprendizaje y pensamiento. Es decir, la persona es capaz de conocer y entender, lo que se conoce como echar de ver, su exclusiva y particular autocrítica de su comportamiento y legado, producto de su saber ordenar y organizar su proceso mental de pensamiento. Se podría decir que es una forma de concienciar la conciencia, o sea, adquirir conciencia de que es consciente y tomar control pleno de la intención y voluntad inherente de forma deliberada. La metacognición es como el conocimiento de su conocimiento, que abarca desde el control del proceso de construcción mental de cada pensamiento, por esta causa, la existencia de la diferencia de pensamientos negativos o positivos, hasta evaluar y examinar el resultado de este proceso, para una decisión final y determinación clara, lúcida y sensata. Por esta razón, existe la intención y voluntad buena o mala.


La Biblia confirma lo siguiente: “Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor á los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2 Timoteo 2.19 – RVR1909). En este caso la metacognición de la fe, es tener la certeza, claridad, manifiesto y notorio en la experiencia de vida, con la constancia, seguridad y sin ningún tipo de duda personal de lo que se espera, con un método sistemático de utilizar el razonamiento, función cognitiva superior. La fe subyace en la mente como principios, valores y virtudes de la enseñanza de Jesucristo, para emerger y trascender en el momento preciso como conocimiento celestial: “ES pues la fe la sustancia de las cosas que se esperan, la demostración de las cosas que no se ven. Porque por ella alcanzaron testimonio los antiguos. Por la fe entendemos haber sido compuestos los siglos por la palabra de Dios, siendo hecho lo que se ve, de lo que no se veía” (Hebreos 11.1 al 3 – RVR1909). Por lo tanto, la Biblia dice: “Empero sin fe es imposible agradar á Dios; porque es menester que el que á Dios se allega, crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11.6 – RVR1909).


Los principios, valores y virtudes de Jesucristo, subyacen en la mente como sustancia que no se ve, pero que se demuestra con las acciones y testimonio, esperados en un creyente practicante de Cristo. Es un compuesto que no se ve, pero que se hace visible con los hechos del cumplimiento y obediencia a la palabra de Dios, en acción y verbo. Es parte de la fórmula de Dios y es preciso que el que busca y se acerca a Dios, crea en los principios, valores y virtudes de Jesucristo, para recibir la recompensa de la fe de y en Jesucristo. La Biblia dice: “Mas el fruto del Espíritu es: caridad, gozo, paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe, Mansedumbre, templanza: contra tales cosas no hay ley. Porque los que son de Cristo, han crucificado la carne con los afectos y concupiscencias. Si vivimos en el Espíritu, andemos también en el Espíritu” (Gálatas 5.22 al 25 – RVR1909). Ahora bien, el ser interior de la actitud, carácter, ego, emociones, personalidad, sentimientos y temperamento, es como el software del cuerpo humano, término utilizado en la Informática de Computación, donde el software es el conjunto de algoritmos, aplicaciones, códigos, instrucciones, programas y reglas. En el caso del cuerpo humano viene a ser como la parte física del software, compuesto por los siguientes sistemas coordinados en la constitución corpórea del ser humano: circulatorio, digestivo, esquelético, nervioso, muscular, reproductivo y respiratorio.


Estos son los siete sistemas más generales, hay otros siete adyacentes y complementarios, también que operan en conjunto, por ejemplo: articular (cartílagos – dientes – uniones óseas), dactilar e identificación única (huellas de los dedos – iris del ojo – ADN), endocrino (hormonas), excretor (orina y sudor), inmunológico (defensa del organismo con células – glóbulos blancos), linfático (órganos y tejidos de defensa inmunológica) y tegumentario (cabello – piel –uñas). Entonces, hay un área mental que interactúa bidireccionalmente con el cuerpo, la mente proporciona la capacidad de generar pensamientos, ya sean negativos o positivos, según su grado de afectación, que sea favorable o perjudicial a alguno de los componentes del ser interior o inclusive a toda su composición en general. Los principios, valores y virtudes subyacen y emergen para influir en el resultado y sentido del pensamiento en el buen camino del aprender, enseñar y vivir, por esta razón la Biblia dice: “Instruye al niño en su carrera: Aun cuando fuere viejo no se apartará de ella” (Proverbios 22.6 – RVR1909). Se supera cualquier modelo o patrón dañino resistente al cambio.


Algunos defienden la existencia de niveles mentales, entre los mismos el consciente, inconsciente y subconsciente, pero cuando se trata de principios, valores y virtudes, aunque se encuentren ocultos en modo de espera y suspensión, sobresalen activamente y prevalecen en las adversidades, dificultades, pruebas y tentaciones, para conservar y mantener la esencia e identidad del ser interior: “Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿quién le instruyó? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Corintios 2.16 – RVR1909). Esto significa que no es por vista sino por fe: “Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo, que entre tanto que estamos en el cuerpo, peregrinamos ausentes del Señor; (Porque por fe andamos, no por vista;) Mas confiamos, y más quisiéramos partir del cuerpo, y estar presentes al Señor” (2 Corintios 5.6 al 8 – RVR1909). Por fe caminamos el Camino de Cristo y somos los del Camino a la resurrección, sin embargo, en este caminar Cristo de ninguna manera nos acompaña corporalmente: “Entonces, si alguno os dijere: He aquí está el Cristo, ó allí, no creáis. Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y darán señales grandes y prodigios; de tal manera que engañarán, si es posible, aun á los escogidos” (Mateo 24.23 al 24 – RVR1909).


Los principios, valores y virtudes de Cristo subyacen vivos en nuestra mente, corresponde a una doctrina viva de Jesucristo, nunca están inertes, incapaz de reacción o paralizados sin vida, sino atentos y vivos para vivir la reacción de Cristo en nosotros, la verdadera defensa del evangelio de poder y vida de Cristo en su comunidad de fe: “Dícele Jesús: Porque me has visto, Tomás, creiste: bienaventurados los que no vieron y creyeron. Y también hizo Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, que no están escritas en este libro. Estas empero son escritas, para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20.29 al 31 – RVR1909). Aunque no le vemos, Jesucristo es Real, tanto en realeza como en existencia, es el Hijo de Dios que es Rey de reyes y Señor de señores. Jesucristo es la verdadera realidad y Oasis de este mundo de espejismo terrenal. Tener vida en Jesucristo son los principios, valores y virtudes de Cristo que subyacen en nuestra mente, para confrontar, enfrentar y responder en el momento, de la manera más adecuada y oportuna según Cristo. De manera que es absolutamente absurdo y falso que la persona verdaderamente en Cristo, ame y practique el pecado o que pertenezca a una comunidad e iglesia de pecadores: “Dios no es Dios de muertos, sino Dios de vivos; así que vosotros mucho erráis” (Marcos 12.27 – RVR1909).


Así como subyace en la mente individual, también subyace en la mente colectiva de comunión con Cristo, para trascender como una auténtica y fiel comunidad de Cristo: “Porque donde están dos ó tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos” (Mateo 18.20 – RVR1909). El creyente practicante de Cristo transmite los principios, valores y virtudes de Cristo, la luz del ser interior de la persona se puede ver en el prisma de la luz de Cristo, reflejada en cada una de la composición septenaria del ser interior: actitud, carácter, ego, emociones, personalidad, sentimientos y temperamento: “Mas el que guarda su palabra, la caridad de Dios está verdaderamente perfecta en él: por esto sabemos que estamos en él. El que dice que está en él, debe andar como él anduvo” (1 Juan 2.5 al 6 – RVR1909). Hay una evolución espiritual constructiva del ser interior y en este sentido jamás una involución para destrucción. Hay casos descritos en la Biblia, tanto antes como después de la venida de Cristo como ser humano, tal es el ejemplo de José hijo de Jacob, ante la esposa de Potifar: “Y aconteció después de esto, que la mujer de su señor puso sus ojos en José, y dijo: Duerme conmigo. Y él no quiso, y dijo á la mujer de su señor:… y ninguna cosa me ha reservado sino á ti, por cuanto tú eres su mujer; ¿cómo, pues, haría yo este grande mal y pecaría contra Dios?” (Génesis 39.7 al 9 – RVR1909).


El desestimar y tener en poco a Dios es como aborrecer y hacer un desprecio a su autoridad, majestad y potestad. Es un asunto de reconocer el bien del mal con discernimiento y tener un ser interior consistente, firme y sólido contra el mal. La Biblia dice:


“Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos. Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga. No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Corintios 10.11 al 13 – RVR60).

La madurez del ser interior consiste en que sus siete componentes se fusionan en una unidad de propósito y sentido, sus coyunturas espirituales se ayudan mutuamente y oportunamente, para avanzar, crecer y desarrollar el mismo ser interior en un todo, con un rumbo coordinado y sincronizado entre sus partes y un destino definido, que sea con la vocación espiritual de claridad de meta y objetivo, para el despegue y desprendimiento de lo terrenal hacia un punto de llegada en la promesa celestial. Es función propia del ser interior irradiar, sea lo bueno o lo malo, en algunas culturas consideran la existencia de un aura en torno al ser humano, lo que llaman la periferia de la persona, que se dice que es una especie de emanación energética alrededor del cuerpo y que corresponde a un tipo de halo, en alusión a cierta iluminación y matiz de color, que identifica el estado de la presencia anímica, mediante luminiscencia corporal, en el contorno del cuerpo físico. Todo esto representa un simbolismo y un significado, especialmente cuando se trata de interpretar los diferentes colores que se manifiestan. Lo más parecido a toda esta descripción comparado con lo que menciona la Biblia, es que seamos luz e irradiemos luz:


“Vosotros sois la luz del mundo: una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud, mas sobre el candelero, y alumbra á todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen á vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5.14 al 16 – RVR1909).

La luz se hace visible en las buenas obras, por supuesto, las obras que son del ejemplo y modelo de Jesucristo. Las decisiones no son buenas ni malas, sino la consecuencia de su resultado. La decisión por sí misma es como la idea o pensamiento teórico, pero su consecuencia y resultado es la acción práctica. Se pretende la posibilidad de una decisión más consciente, sin la ceguera de la ofuscación, que sea influenciada por una paz armónica del ser interior con la quietud, tranquilidad, serenidad y sosiego en el estado anímico. La Biblia dice: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4.7 – RVR60). Esto posibilita una accesibilidad de mayor atención, concentración y enfoque de decisión, con la mente y ser interior en Cristo Jesús. A la vez potencializa el poder de decisión y de ecuanimidad, en el sentido de constancia anímica e imparcialidad de juicio, para una mejor perceptibilidad y sensibilidad en la toma de decisión. Hay un gran avance en el conocimiento y pensamiento del ser interior. Por ejemplo, la Biblia dice acerca de Moisés lo siguiente: “Y aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra” (Números 12.3 – RVR1909). En el siguiente caso de Moisés cuando descendió del monte con las dos tablas de los mandamientos de Dios, al glorificar al Padre que está en los cielos se dice: “Y aconteció que descendiendo Moisés del monte Sinaí con las dos tablas del testimonio en su mano, al descender del monte, no sabía Moisés que la piel de su rostro resplandecía, después que hubo hablado con Dios…” (Éxodo 34.29 al 30 – RVR60).


Este resplandecer del rostro, cuando hay una cercanía y equilibrio con Dios, representa la alegría y satisfacción de nobleza en el brillo que emana desde el ser interior. La Biblia afirma lo siguiente: “Muchos dicen: ¿Quién nos mostrará el bien? Alza sobre nosotros, oh Jehová, la luz de tu rostro. Tú diste alegría en mi corazón, Más que tienen ellos en el tiempo que se multiplicó su grano y su mosto. En paz me acostaré, y asimismo dormiré; Porque solo tú, Jehová, me harás estar confiado” (Salmos 4.6 al 8 – RVR1909). Por lo tanto, la fe de Jesucristo que subyace como principios, valores y virtudes en la mente, produce el efecto de los siete componentes de la fe de y en Jesús, en la composición septenaria del ser interior, para hacer asequible la transición y trascendencia al conocimiento celestial de Jesucristo, como una metacognición de la fe. Por ejemplo, es indispensable la humildad y mansedumbre, como menciona Jesús que aprendamos de él. También se requiere amor, compasión, empatía, cooperación, justicia, misericordia, pacificación, santidad, sencillez, solidaridad, entre otros. La Biblia dice: “El principio de tus palabras alumbra; Hace entender á los simples” (Salmos 119.130 – RVR1909).


Estos principios, valores y virtudes que equivalen a la enseñanza, ejemplo y modelo de vida, transmitido por Jesucristo en su evangelio e historia de vida, se suma a toda su fidelidad, lealtad y obediencia a Dios Padre. De la teoría a la práctica, así es la transición y trascendencia al conocimiento celestial, es hacer la voluntad de Dios, mediante el ejercicio y práctica de la enseñanza aprendida y recibida de Jesucristo, nuestro Maestro, Salvador y Señor. La Biblia dice: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10.17 – RVR60). Hay un orden, la metacognición de la fe transciende por el oír la enseñanza, evangelización, homilía, predicación o sermón, que sea de análisis, comentario, estudio y razonamiento de los principios, valores y virtudes del evangelio de Jesucristo. Estos subyacen almacenados en la mente, como una memoria que se aprende y que nunca se olvida, debido a la práctica constante y permanente del creyente, en lo correspondiente al ejemplo y modelo de vida de Jesucristo, que ha sido transmitido por la palabra de Dios. La certificación o garantía de la existencia de una metacognición de la fe, es la energía, fuerza y poder del sello de Dios con su Espíritu Santo. Lo común u ordinario en el ser humano, se replica en un tresdoblar de dimensiones, niveles o planos, hasta llegar a lo extraordinario, así lo natural transciende a lo sobrenatural, entre lo natural, espiritual y celestial. Por ejemplo, el nivel de conciencia del libre albedrío y los tres tipos de conocimiento.


Estos principios, valores y virtudes de Jesucristo, son impregnados previamente en la psique, en la intención y la voluntad, con la anticipación o precedencia necesaria para confrontar y enfrentar las adversidades y vicisitudes dañinas y negativas, especialmente con el conocimiento previo, para contrarrestar y resistir las asechanzas y tentaciones del pecado: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual estáis sellados para el día de la redención” (Efesios 4.30 – RVR1909). Así hay una completa coordinación y unidad mente y cuerpo, en armonía y sincronía recíproca, que interactúa en una comunicación bidireccional. Esta conexión es biológica, bioquímica, fisiológica, genética y neurológica, que se manifiesta y refleja en el comportamiento y conducta corporal – física desde la mente y pensamiento. A la vez el cuerpo comunica alarmas y avisos al cerebro de la condición o estado de las necesidades, requerimientos y urgencias de todo el organismo corporal. La Biblia dice: “Tú le guardarás en completa paz, cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti se ha confiado. Confiad en Jehová perpetuamente: porque en el Señor Jehová está la fortaleza de los siglos” (Isaías 26.3 al 4 – RVR1909).


La ausencia de la devoción e interés en la espiritualidad y trascendencia celestial, preserva a la persona en un estado permanente de ignorancia en lo que atañe a la salvación y vida eterna. Máxime cuando, además del desinterés e ignorancia, el motivo principal se origina por una indiferencia en superar la adicción, costumbre y hábito del placer carnal de concupiscencia y pecado. Esta práctica de la maldad se constituye en una cárcel o prisión del ser interior en la misma mente, porque el ser interior se encuentra privado de la libertad en Cristo, con las cadenas y grilletes que lo sujetan al mal desde su propia mente encadenada. Jesucristo es el libertador de la mente de frustración y opresión psicológica, esclavizante del estrés psicológico, con las consecuentes reacciones o trastornos, ya sean mentales o psicosomáticos, afectados por la condición o estado emocional o sentimental. Esto provoca incidencia y repercusión en los demás componentes del ser interior, como la actitud, carácter, ego, personalidad y temperamento. Aquí la importancia de una metodología y ciencia sistemática, que tenga la rigidez de los principios, valores y virtudes de Jesucristo, para recomponer y restaurar al ser humano con la rigurosidad de la palabra de Dios. A la vez que la persona tenga la oportunidad de reivindicar su deber y derecho a la salud corporal y mental que sea según Cristo Jesús.


La ciencia que es de Dios incluye el intelecto, intuición, lógica, razonamiento, sentido cognitivo y sentido común, según corresponda el análisis, comprensión, entendimiento y estudio del método y sistema utilizado. Puede ser intuitivo o razonado, del intelecto académico o de lo empírico. Lo que aparentemente es contradictorio, no excluye la validez de cada método y sistema empleado. Toda capacidad y facultad de la función cognitiva y su infinitud de aprendizaje, creatividad, descubrimiento, innovación e investigación, es don de Dios para el ser humano. El ser humano se apropia como suyo lo que le pertenece a Dios por ser el Creador, inclusive Dios ha creado la ciencia y el ser humano la descubre. Algunos seres humanos mal intencionados, sin espiritualidad ni fe, tratan de promover ideologías de hipótesis y teorías para confundir socialmente y negar a Dios. Especialmente los argumentos de la falsa ciencia (1 Timoteo 6.20 al 21). La fe es certeza, convicción, creencia y seguridad de conocimiento de Dios, por esta razón el biblista es el especialista en las ciencias bíblicas. La Biblia dice lo siguiente (el subrayado es nuestro):


“EMPERO yo Pablo, os ruego por la mansedumbre y modestia de Cristo, yo que presente ciertamente soy bajo entre vosotros, mas ausente soy confiado entre vosotros: Ruego pues, que cuando estuviere presente, no tenga que ser atrevido con la confianza con que estoy en ánimo de ser resuelto para con algunos, que nos tienen como si anduviésemos según la carne. Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne. (Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas;) Destruyendo consejos, y toda altura que se levanta contra la ciencia de Dios, y cautivando todo intento á la obediencia, de Cristo; Y estando prestos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia fuere cumplida. Miráis las cosas según la apariencia. Si alguno está confiado en sí mismo que es de Cristo, esto también piense por sí mismo, que como él es de Cristo, así también nosotros somos de Cristo” (2 Corintios 10.1 al 7 – RVR1909).

En relación con la ciencia de Dios se logra entender el temor de Dios y hallar su conocimiento, para conservar y mantener el camino recto de la santidad, con inteligencia y sabiduría: “Entonces entenderás el temor de Jehová, Y hallarás el conocimiento de Dios. Porque Jehová da la sabiduría, Y de su boca viene el conocimiento y la inteligencia. El provee de sólida sabiduría á los rectos: Es escudo á los que caminan rectamente. Es el que guarda las veredas del juicio, Y preserva el camino de sus santos” (Proverbios 2.5 al 8 – RVR1909). Además se entiende todo lo correspondiente al buen camino, para que la ciencia sea afable en nuestra vida plena: “Entonces entenderás justicia, juicio, Y equidad, y todo buen camino. Cuando la sabiduría entrare en tu corazón, Y la ciencia fuere dulce á tu alma, El consejo te guardará, Te preservará la inteligencia” (Proverbios 2.9 al 11 – RVR1909). Pero Dios está en contra de todo prevaricador, que pervierte las obligaciones ante Dios y promueve rebeldía, a sabiendas, con el conocimiento del efecto de su apostasía o traición a Dios: “Los ojos de Jehová miran por la ciencia; Mas él trastorna las cosas de los prevaricadores” (Proverbios 22.12 – RVR1909). La ciencia es de Dios, los que desvían la ciencia, alteran el sentido en una nesciencia de ignorancia con necedad. Todo lo contrario en los entendidos: “Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad. Pero tú, Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia se aumentará” (Daniel 12.3 al 4 – RVR60).


La ciencia siempre será para bien, los que la pervierten para mal son los de la falsa ciencia: “Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláticas de vanas cosas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia: La cual profesando algunos, fueron descaminados acerca de la fe. La gracia sea contigo. Amén. espístola á Timoteo fué escrita de Laodicea, que es metrópoli de la Frigia Pacatiana” (1 Timoteo 6.20 al 21 – RVR1909). Ahora bien, ¿cuál es la relación entre ciencia y ser interior? En cierta ocasión se presenta lo siguiente: “Porque yo les doy testimonio que tienen celo de Dios, mas no conforme á ciencia. Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado á la justicia de Dios” (Romanos 10.2 al 3 – RVR1909). Ignorar la justicia de Dios y establecer la propia es discordia de opinión y voluntad contra Dios. La ciencia ha descubierto que el cerebro genera ondas cerebrales, las ondas tienen cierta relación con frecuencias y vibración. Esto tiene relación con la ciencia de la espiritualidad y el sello de Dios, a través de la influencia de la inteligencia y de la sabiduría. Es el cuidado, diligencia y esmero que una persona tiene en amar, servir y vivir para la adoración, alabanza, exaltación, gloria y honra a Dios Padre y a su Hijo amado Jesucristo. Algunos especialistas y expertos en la materia recomiendan la oración como práctica fundamental para alcanzar niveles altos de espiritualidad. Además, acompañar la meditación y reflexión en la palabra de Dios, con ciertas técnicas de relajación y respiración profunda, que provoca un estado de condición de sosiego y de beneficio tranquilizante, importante para concentrar la atención de la comprensión y entendimiento y coadyuvar el despertar consciente. El oxígeno necesario es vital para la producción de energía en las células, con muchos beneficios en el funcionamiento orgánico del ser humano. También las células cerebrales y nerviosas requieren del oxígeno, que favorece todo el procesamiento cerebral y que beneficia a las neuronas en su función y conexión neuronal.


En relación con el despertar de la conciencia en Cristo, aprovechamos lo que se conoce como autoconciencia, o sea, la conciencia de sí mismo, que es imprescindible para conocer nuestro ser interior en profundidad. Es prioritario para lograr la libertad en Cristo, porque se requiere comparar nuestra condición o estado del ser interior con el ejemplo y modelo de Cristo. Así reconocemos nuestro verdadero ser interior, para ser como Jesucristo. La Biblia dice acerca de Jesús: “Y fué que, como Jesús acabó estas palabras, las gentes se admiraban de su doctrina; Porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mateo 7.28 al 29 – RVR1909). La presencia de Jesucristo ante sus seguidores, dejaba muy buena impresión personal: “Y viendo las gentes, tuvo compasión de ellas; porque estaban derramadas y esparcidas como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9.36 – RVR1909). Según la forma de ser integralmente de nuestro ser interior, ¿en cuánta medida somos compasivos, cooperativos y solidarios como Jesús? ¿Qué tan negativos o positivos somos? En este sentido, ¿cuánta buena o mala vibra emanamos hacia los demás? ¿Cuál es el grado o nivel de nuestra buena o mala energía que influimos a otras personas? ¿Qué tan buena o mala onda somos? La referencia de comparación es Jesucristo, tanto como modelo y prototipo: “Y sabemos que á los que á Dios aman, todas las cosas les ayudan á bien, es á saber, á los que conforme al propósito son llamados. Porque á los que antes conoció, también predestinó para que fuesen hechos conformes á la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8.28 al 29 – RVR1909).


El camino correcto nunca ha sido desvirtuar la verdad que es Cristo, con métodos y sistemas ajenos y diferentes a Jesucristo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4.13 – RVR1909). La espiritualidad consciente es aceptar, identificar y reconocer lo que Jesucristo representa entre nosotros. La epístola a los Filipenses dice lo siguiente, según Pablo que imitaba y seguía a Cristo: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si alguna alabanza, en esto pensad. Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz será con vosotros” (Filipenses 4.8 al 9 – RVR1909). Así Pablo practicaba el ejemplo y modelo de Cristo: “SED imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11.1 – RVR1909). Jesucristo es el Guía, Luz y Maestro de sus discípulos, seguidores:


“Prosigo al blanco, al premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús. Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos: y si otra cosa sentís, esto también os revelará Dios. Empero en aquello á que hemos llegado, vamos por la misma regla, sintamos una misma cosa. Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad los que así anduvieren como nos tenéis por ejemplo” (Filipenses 3.14 al 17 – RVR1909).

El ser interior tiene características y cualidades que pueden influir en repensar la toma de decisiones. Esto desde lo interno del ser humano, en el caso de lo externo el aprendizaje y vivencia cultural y social, aporta la influencia de la experiencia y perspectiva. Por este motivo, es fundamental la claridad de comprensión y entendimiento de la elección, para obtener las mejores consecuencias y resultados de las decisiones, fruto de la reacción con el dominio propio. Lo verdaderamente imprescindible es ser salvos y recibir vida eterna, de lo temporal a lo atemporal o intemporal. El enfoque de lo que realmente importa, en relación con el compromiso y responsabilidad de la ciudadanía celestial, de los principios, valores y virtudes del reino de Jesucristo: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (Filipenses 3.20 al 21 – RVR60). En este sentido se requiere una introspección de la mirada hacia el ser interior, de los actos personales y del propio estado anímico, se combina y equilibra lo emocional con lo racional. La insistencia en oración tiene una efectividad de fuerza y poder en Cristo Jesús, según su ejemplo: “Y aconteció en aquellos días, que fué al monte á orar, y pasó la noche orando á Dios. Y como fué de día, llamó á sus discípulos, y escogió doce de ellos, á los cuales también llamó apóstoles” (Lucas 6.12 al 13 – RVR1909).


El estudio de la vida requiere de disciplinas científicas, la psicología espiritual es pertinente a los caracteres espirituales y morales, influidos internamente por lo biológico, genético y neurológico, pero externamente también por lo cultural y social, que afectan el pensamiento, comportamiento y conducta, manifestado visiblemente con nuestras acciones, desde la invisibilidad del ser interior de la actitud, carácter, ego, emociones, personalidad, sentimientos y temperamento. Esta integración e interacción física y mental, se moldea y da forma en el discípulo según la figura e imagen de Jesucristo, como modelo y prototipo de ser un creyente practicante seguidor de Jesús: “Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (Juan 13.15 – RVR1909). Jesucristo nos enseña la ciencia del bien y del mal, para recibir su fruto, pero esta vez como el Árbol de la vida, que representa la eternidad de la salvación, ya no solo como discípulos sino para alcanzar un nivel de conocimiento, con la comprensión y entendimiento de lo que representa el apostolado. Superar el aprendizaje de neófito, recién aceptado y convertido en la doctrina de Jesucristo, para pasar a ser uno de los enviados del séquito celestial, como un ángel indeciso que se vuelve fiel y leal al jefe y principal Hijo de Dios, demostrado aquí entre los seres humanos con los hechos de la vida. La Biblia dice:


“Si os he dicho cosas terrenas, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales? Y nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado; Para que todo aquel que en él creyere, no se pierda, sino que tenga vida eterna. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado á su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3.12 al 16 – RVR1909)

Hay que interiorizar o internalizar los principios, valores y virtudes de Jesucristo en nuestro ser interior, para asemejar y asimilar la reflexión de Jesucristo en nuestra mente y pensamiento. Según el significado es incorporar a la propia forma de pensar, sentir y ser, que en este caso corresponde a las acciones de Jesucristo a través de su enseñanza, ideas, mandamientos, con su ejemplo y modelo de vida práctica. Este mismo significado amplía la importancia de comprender y entender lo aprendido, en nuestro caso según Cristo, para unir el mensaje de Jesucristo a nuestro conocimiento previo, de natural a espiritual para alcanzar lo celestial del conocimiento exclusivo de Jesucristo: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4.12 – RVR60). Este interiorizar o internalizar a Jesucristo en el ser interior, es un poder factible de la palabra de Dios, posible y realizable:


“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos: y que alcanza hasta partir el alma, y aun el espíritu, y las coyunturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa criada que no sea manifiesta en su presencia; antes todas las cosas están desnudas y abiertas á los ojos de aquel á quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4.12 al 13 – RVR1909).

La misma palabra de Dios es terapéutica para la salud del discernimiento mental y pensamiento, sincronizado con la buena intención y voluntad del ser interior, con el optimismo y positivismo de confiar en Dios Padre, en su Hijo y en su palabra escrita. Ayuda a la comprensión y el entendimiento, para coadyuvar la mejoría de la ansiedad y el estrés, en la relación consigo mismo, con Dios, con el prójimo y con el hábitat donde nos desenvolvemos. Un entorno adecuado es el más óptimo para un mejor desempeño, ya sea en la convivencia comunitaria, domiciliaria, estudiantil, laboral, ocupacional, religiosa o de voluntariado: “Por tanto, así dijo Jehová: Si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mí estarás; y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos” (Jeremías 15.19 – RVR60). Aquí la importancia de la neurociencia y la psicología con todo lo relacionado con el estudio de Dios, para integrar una Psicoteología como neurociencia de la fe, porque tanto el cerebro como la mente son creación de Dios. Si nuestro Creador dice en su palabra: “Y respondió Dios á Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás á los hijos de Israel: YO SOY me ha enviado á vosotros” (Éxodo 3.14 – RVR1909), lograr comprender y entender a plenitud el nombre de Dios Padre representado en su Hijo amado Jesucristo, entonces seremos semejantes en sus principios, valores y virtudes, mediante la práctica y vivencia de ser como Jesucristo:


“Mas á vosotros los que oís, digo: Amad á vuestros enemigos, haced bien á los que os aborrecen; Bendecid á los que os maldicen, y orad por los que os calumnian. Y al que te hiriere en la mejilla, dale también la otra; y al que te quitare la capa, ni aun el sayo le defiendas. Y á cualquiera que te pidiere, da; y al que tomare lo que es tuyo, no vuelvas á pedir. Y como queréis que os hagan los hombres, así hacedles también vosotros: Porque si amáis á los que os aman, ¿qué gracias tendréis? porque también los pecadores aman á los que los aman. Y si hiciereis bien á los que os hacen bien, ¿qué gracias tendréis? porque también los pecadores hacen lo mismo. Y si prestareis á aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué gracias tendréis? porque también los pecadores prestan á los pecadores, para recibir otro tanto. Amad, pués, á vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo: porque él es benigno para con los ingratos y malos. Sed pues misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis, y no seréis juzgados: no condenéis, y no seréis condenados: perdonad, y seréis perdonados. Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida, y rebosando darán en vuestro seno: porque con la misma medida que midiereis, os será vuelto á medir” (Lucas 6.27 al 38 – RVR1909).

Así como la composición septenaria del ser interior está integrada por la actitud, carácter, ego, emociones, personalidad, sentimientos y temperamento, de igual forma se requiere la integración de los componentes de la fe en el ser interior, a saber, virtud, ciencia, templanza, paciencia, temor de Dios, amor fraternal y caridad, para contrarrestar los siete desagrados ante Dios: “Seis cosas aborrece Jehová, Y aun siete abomina su alma: Los ojos altivos, la lengua mentirosa, Las manos derramadoras de sangre inocente, El corazón que maquina pensamientos inicuos, Los pies presurosos para correr al mal, El testigo falso que habla mentiras, Y el que enciende rencillas entre los hermanos” (Proverbios 6.16 al 19 – RVR1909). Este desagrado ante Dios resume la rebelión de los ángeles caídos, hasta que culmina o llega a su grado de gravedad con la muerte y sangre derramada de Abel: “Para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo, hasta la sangre de Zacarías, hijo de Barachîas, al cual matasteis entre el templo y el altar” (Mateo 23.35 – RVR1909).


Esto es clave para comprender y entender, que los seres humanos son los ángeles indecisos, perplejos de la rebelión, predestinados a venir a este mundo a vivir una decisión humana definitiva, ya sea para perdición o salvación eterna. La decisión de certidumbre de fe que está establecida (convencimiento y convicción), es aceptar, identificar y reconocer la Autoridad Suprema del Hijo de Dios, el jefe y principal del séquito celestial, como el Heredero del Padre: “DIOS, habiendo hablado muchas veces y en muchas maneras en otro tiempo á los padres por los profetas, En estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, al cual constituyó heredero de todo, por el cual asimismo hizo el universo” (Hebreos 1.1 al 2 – RVR1909). Jesucristo con la autoridad que le ha concedido el Padre, afirma lo siguiente (el subrayado es nuestro):


“Por tanto, la sabiduría de Dios también dijo: Enviaré á ellos profetas y apóstoles; y de ellos á unos matarán y á otros perseguirán; Para que de esta generación sea demandada la sangre de todos los profetas, que ha sido derramada desde la fundación del mundo; Desde la sangre de Abel, hasta la sangre de Zacarías, que murió entre el altar y el templo: así os digo, será demandada de esta generación. Ay de vosotros, doctores de la ley! que habéis quitado la llave de la ciencia; vosotros mismos no entrasteis, y á los que entraban impedisteis (Lucas 11.49 al 52 – RVR1909).

Las siguientes citas textuales se complementan: “Porque el mismo Espíritu da testimonio á nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios, y coherederos de Cristo; si empero padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8.16 al 17 – RVR1909). Además “Y por cuanto sois hijos, Dios envió el Espíritu de su Hijo en vuestros corazones, el cual clama: Abba, Padre. Así que ya no eres más siervo, sino hijo, y si hijo, también heredero de Dios por Cristo” (Gálatas 4. 6 al 7 – RVR1909). No somos seres espirituales viviendo una experiencia humana, sino que somos seres celestiales viviendo una decisión humana acerca del destino final. La expresión de “haber quitado la llave de la ciencia”, significa que la llave de la ciencia es lo que llamamos la conciencia del discernimiento del bien y del mal, que en este caso atañe al vivir en Cristo y para Cristo, en el sentido de que el vivir del ser interior es Cristo, o sea, el Espíritu de la intención y voluntad de Jesucristo, en nuestra propia intención y voluntad del ser interior: “Porque sé que por vuestra oración y la suministración del Espíritu de Jesucristo, esto resultará en mi liberación, conforme a mi anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado; antes bien con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte. Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1.19 al 21 – RVR60).


Vivir una vida consciente e inspirada en las acciones, obra y vida de Jesucristo, es el fundamento de principios, valores y virtudes prácticos para la cotidianidad, en comunidad e individual. Esto equivale a la verdadera percepción y realidad de la sana doctrina en Jesucristo. Hay una conexión de comunión, sincronización y sintonía, con el Ser de Jesucristo en nuestro ser interior de la actitud, carácter, ego, emociones, personalidad, sentimientos y temperamento. En este sentido Jesucristo es el principal medio de cambio y transformación del ser humano, a través del Espíritu de Jesucristo que es la energía, fuerza y poder, para actuar en el espíritu de la intención y voluntad de nuestro ser interior, con el Espíritu Santo de Dios Padre, que actúa tanto en la persona de Jesucristo como en el ser humano creyente practicante. Se presenta una psico- educación transmitida por Jesucristo, con una dinámica y movimiento de energía interna de liberación, en conexión y relación con el entorno social. Se transmite el bienestar y salud a los demás, mediante el método de la interacción de aprendizaje y enseñanza, que provee el crecimiento y desarrollo del conocimiento de sanación en la forma de ser y del ser interior. Se dice que el resultado de madurez del ser humano, es la suma de sus experiencias que le dan compromiso, formación y responsabilidad, pero vivir la experiencia de Jesucristo en nuestras vidas, nos beneficia en lo interno, pero también en la amabilidad, generosidad y solidaridad con los demás, en lo que se conoce como la paz interior, con Dios, con el prójimo, consigo mismo, con el entorno y medio ambiente.


El vivir es Cristo, porque es el motivo y razón del ser y de toda la existencia, constituido el heredero de todo lo que existe. La expresión “el vivir es Cristo” significa que “el existir es Cristo”, esto concuerda con que todo fue creado por su causa, para su herencia, ya que la existencia es de Cristo. La expresión “Para mí el vivir es Cristo”, hace referencia para mi ser interior la existencia pertenece a Cristo. Sin embargo, Jesucristo en alusión a los doctores e intérpretes de la Ley, ya sea de la Ley de Dios o de la Ley de Moisés, menciona que han quitado la llave de la ciencia. Hay una discordancia y disentimiento, entre la mentira y la verdad, que son inconciliables y que Jesús denuncia en el siguiente pasaje:


“¿Por qué no reconocéis mi lenguaje? porque no podéis oir mi palabra. Vosotros de vuestro padre el diablo sois, y los deseos de vuestro padre queréis cumplir. Él, homicida ha sido desde el principio, y no permaneció en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira. Y porque yo digo verdad, no me creéis” (Juan 8.43 al 45 – RVR1909).

No reconocen el lenguaje del conocimiento celestial de Jesucristo. En un supuesto, de que se trata de seres preexistentes del séquito celestial, que nacen en este mundo como seres humanos, entonces, por qué no pueden reconocer al Hijo de Dios, ni oyen su palabra. Si se trata de seres indecisos, por qué resueltamente desean cumplir la rebeldía del ángel caído, que no permaneció en la verdad. Fue un apóstata al claudicar mediante el engaño, mentira y traición. No creen al Hijo de Dios, que además de ser el autor y consumador de la fe, es la Verdad misma, y el séquito celestial es de su pertenencia. Estos que quitan la llave de la ciencia, son personas sin inmutación y que no les importa el perjuicio de la pérdida de salvación y vida eterna de los demás, de aquellos que les rodean o les siguen en su falsedad. No se conmueven ni duelen de ver cómo las otras personas se dejan llevar por la perdición y quedan sentenciadas al castigo eterno. Quitan de la mano del ser humano las llaves de la ciencia. Ellos mismos no entran y a quienes entran se lo impiden sin amor, ni compasión, ni misericordia. Son observadores de la consumación del mal, que a la vez son observados por Dios a quien darán cuentas de sus hechos.


¿Qué representa la Ley procedente de la Autoridad de Dios para el ser interior? En relación con la actitud, carácter, ego, emociones, personalidad, sentimientos y temperamento, la Ley rige la rectitud de la razón: “Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios: Mas veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi espíritu, y que me lleva cautivo á la ley del pecado que está en mis miembros” (Romanos 7.22 al 23 – RVR1909). La Ley de Dios manifiesta enérgicamente su Voluntad, pero algún o algunos componente de nuestro ser interior podrían oponer resistencia y rebelar, al sublevar su actitud, carácter, ego, emociones, personalidad, sentimientos o temperamento, con la complicidad del espíritu de intención y voluntad propia. La ley en nuestros miembros es la composición septenaria del ser interior, que todo ser humano tiene sin excepción. La ley del pecado que está en nuestros miembros, se refiere a la inclinación o tendencia del ser humano a ceder a la concupiscencia (la impunidad a la impudicia): “Miserable hombre de mí! ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte? Gracias doy á Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo á la ley de Dios, mas con la carne á la ley del pecado” (Romanos 7.24 al 25 – RVR1909).


El ser interior es nuestra mente, por lo tanto, se requiere asumir la mente de Cristo en nuestra mente, para librarnos del cuerpo concupiscente y de la muerte del pecado, para no dar rienda suelta a lo corporal de los miembros del cuerpo, de las extremidades del ser humano. Tal es el caso del pueblo de Israel al salir de Egipto: “Y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en la mar; Y todos comieron la misma vianda espiritual; Y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la piedra espiritual que los seguía, y la piedra era Cristo. Mas de muchos de ellos no se agradó Dios; por lo cual fueron postrados en el desierto” (1 Corintios 10.2 al 5 – RVR1909). Al fin y al cabo, desde antes de Noé y confirmadas después del diluvio con la existencia de primeras civilizaciones de la historia o pueblos, hay perpetuamente una Ley de Dios que guía u orienta en dirección hacia su Hijo. Esta Ley incide en el ser interior de tiempos memorables con la Ley de la creación de Dios o Ley universal de Dios para los pueblos:


“Porque los Gentiles que no tienen ley, naturalmente haciendo lo que es de la ley, los tales, aunque no tengan ley, ellos son ley á sí mismos: Mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio juntamente sus conciencias, y acusándose y también excusándose sus pensamientos unos con otros; En el día que juzgará el Señor lo encubierto de los hombres, conforme á mi evangelio, por Jesucristo” (Romanos 2.14 al 16 – RVR1909).

Un breve resumen que define al ser interior es el siguiente:


“Empero estas cosas fueron en figura de nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron. Ni seáis honradores de ídolos, como algunos de ellos, según está escrito: Sentóse el pueblo á comer y á beber, y se levantaron á jugar. Ni forniquemos, como algunos de ellos fornicaron, y cayeron en un día veinte y tres mil. Ni tentemos á Cristo, como también algunos de ellos le tentaron, y perecieron por las serpientes. Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor. Y estas cosas les acontecieron en figura; y son escritas para nuestra admonición, en quienes los fines de los siglos han parado” (1 Corintios 10.6 al 11 – RVR1909).

El ángel caído es figura y representación del mal, el Hijo de Dios representa la obediencia, palabra y voluntad de Dios Padre. Adán y Eva en su duda e indecisión eligen lo siguiente: “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto comerás; Mas del árbol de ciencia del bien y del mal no comerás de él; porque el día que de él comieres, morirás” (Génesis 2.16 al 17 – RVR1909). El orden establecido por el Creador es comer de todo árbol del huerto, pero no se puede comer del árbol de ciencia del bien y del mal, para demostrar la confianza plena y obediencia a Dios. Sin embargo, ser inocente, es ser libre de culpa, aunque posiblemente sea fácil de engañar, porque no hay malicia. En el caso de lo que es indecente es el hecho vergonzoso y vituperable con culpabilidad. Aunque Adán y Eva inician su existencia, no tienen apariencia de un neonato de un día, sino de jóvenes o jóvenes adultos, con aparente edad entre la etapa de pre- joven y adulto, que tienen una madurez de la sensatez para formar juicio y prudencia para proceder. ¿Qué influye externamente en el ser interior de Adán y Eva? La Biblia dice: “Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo” (2 Corintios 11.3 – RVR60). Aunque lo externo y temporal trate de influir, lo invisible del ser interior puede prevalecer con sus principios espirituales. Así está escrito: “Por tanto, no desmayamos: antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior empero se renueva de día en día… No mirando nosotros á las cosas que se ven, sino á las que no se ven: porque las cosas que se ven son temporales, mas las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4.16 al 18 – RVR1909).


El contenido y esencia de la actitud, carácter, ego, emociones, personalidad, sentimientos y temperamento, es invisible, a manera de escritura en el cerebro con procesos mentales superiores como el entendimiento y razonamiento, hay una interacción de neuronas, células e impulsos nerviosos, médula espinal y sistema nervioso, entre la comunicación del cerebro y lo corporal, para que lo invisible de nuestro ser interior se haga visible con nuestras acciones, actos y hechos de la vida cotidiana: “Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: Este es el pacto que haré con ellos Después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, Y en sus mentes las escribiré, añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones” (Hebreos 10.15 al 17 – RVR60). La disposición anímica se expone visualmente ante testigos, mediante el aspecto que se presenta en cada acción, resultado de la forma de ser y del ser interior. La integridad de la psique, en lo anímico del bien, justicia y verdad, para una rectitud en el proceder, distingue las cualidades de la persona. La forma de actuar y ser, sustentada en su dignidad elevada, firmeza de energía y fuerza, sobresale como señal de espiritualidad en su conocimiento y vivencia. Esto se refleja en su comportamiento y conducción espiritual, que le da un estilo propio de destreza y habilidad, de erudición y saber de principios razonables y prácticos, como método y sistema de vida demostrable conforme a las normas y reglas de la voluntad de Dios.


Esto posibilita generar una autoestima adecuada y benigna, regida por los pensamientos y valoración positiva, que impulsa y mueve a la armonía y buena disposición, con predominio racional de la moderación y sobriedad anímica, por ejemplo, el ser afable, benévolo y piadoso. Que la alteración de la intención y voluntad sea apacible, con un estado afectivo de buen humor, pero con rigidez en la fortaleza y valentía para enfrentar cualquier dificultad de amenazas o riesgos que afecten la normalidad de la cotidianidad. También se favorece que la persona sea propensa a alentar y esforzar a los demás, especialmente con el ejemplo y modelo de vida, como una condición psíquica consistente, firme y estable. Labor desempeñada con la acción de evangelización, para dar a conocer las buenas nuevas de salvación y vida eterna en Cristo Jesús.


La persona logra como beneficio intrínseco, que exista una coordinación e interés de lo espiritual, para hacer compatible y congruente las emociones y sentimientos, con el resto de componentes del ser interior. Hay una reacción, causa y efecto agradable en nuestra forma de ser y actuar, en el sentido de una espiritualidad que construya y edifique bienestar de paz interior, sin ninguna conmoción de perturbación y violencia reactiva, ya sea por estímulos de desequilibrio interno o influencia externa del entorno. Se adquiere una capacidad de padecer o soportar sin detonar en una alteración destructiva, gracias al dominio propio que trae consigo la alegría y esperanza con la ciencia de la paz. Todo esto para lograr el crecimiento y desarrollo como mejor persona, con el conjunto de características necesarias y requeridas para destacar y distinguir como persona de bien, que sea amable, generosa, respetuosa y solidaria con los demás. Se requiere una inteligencia y madurez emocional y del resto del ser interior, apto para adorar, alabar, exaltar, glorificar y honrar a Dios con los hechos del diario vivir. Hay un respeto y reverencia que rehúye al pecado para no ofender a Dios, mayormente fundamentado en un sentir intenso en el amor a Dios, amor sano de sí mismo para bien y amor al prójimo.


Además se alcanza una hermandad en comunidad de fe, con la disposición y vocación de ayuda y servicio a los demás, manteniendo la dignidad, respeto y valor de sí mismo ante la presencia de Dios. La consistencia, constancia, firmeza y perseverancia, sin deformar sus principios, valores y virtudes, apegado fiel y leal a la voluntad de Dios. Además la compasión, empatía, misericordia y solidaridad con el necesitado y sufriente, en el amor a los demás y sobretodo en el amor primeramente a Dios: “Por esta causa doblo mis rodillas al Padre de nuestro Señor Jesucristo, Del cual es nombrada toda la parentela en los cielos y en la tierra, Que os dé, conforme á las riquezas de su gloria, el ser corroborados con potencia en el hombre interior por su Espíritu” (Efesios 3.14 al 16 – RVR1909).


Todo este ideal de ser interior implica la actitud con virtud, carácter con ciencia, ego con templanza, emociones con paciencia, personalidad con temor de Dios, sentimientos con amor fraternal y temperamento con caridad. La Biblia dice: “Sino el hombre del corazón que está encubierto, en incorruptible ornato de espíritu agradable y pacífico, lo cual es de grande estima delante de Dios” (1 Pedro 3.4 – RVR1909). En este formato ideal del ser interior se cumple la medida de Cristo y fe en el ser interior de cada persona. La Biblia confirma lo siguiente: “Sino santificad al Señor Dios en vuestros corazones, y estad siempre aparejados para responder con masedumbre y reverencia á cada uno que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros: Teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean confundidos los que blasfeman vuestra buena conversación en Cristo” (1 Pedro 3.15 al 16 – RVR1909). De manera que no se haría daño a los demás, ni contra sí mismo, a su propio cuerpo o mente, no habría adulterio, fornicación ni lujuria, tampoco asaltos, hurtos o robos, ni asesinatos, crímenes de homicidios, guerras o sicariatos, ni avaricia e idolatría, no se cometerían blasfemias ni maldiciones, ni empobrecimiento sistemático, hambrunas y miseria.


El fruto del ser interior permitiría emprender con empeño el empleo, ocupación, trabajo y voluntariado antes que cometer delitos, porque predomina la honestidad y la honradez con el temor a y de Dios. Habría humildad y sencillez para vivir con austeridad, así poder compartir equitativamente con los demás, sin necesidad de bienes y servicios superfluos. Salvo la innovación de productos indispensables y necesarios de subsistencia, como fuentes de trabajo y generación de ingresos económicos familiares. Así prevalecería la justicia correspondiente al aspecto judicial, legal, seguridad ciudadana, solidaridad social y tributaria, en beneficio del bien común, debido al perfeccionamiento de la conciencia colectiva e individual, según el ser interior del ejemplo y modelo de Jesucristo, Hijo del Creador de toda la existencia:


“Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos: que hace que su sol salga sobre malos y buenos, y llueve sobre justos é injustos. Porque si amareis á los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿no hacen también lo mismo los publicanos? Y si abrazareis á vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿no hacen también así los Gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5.45 al 48 – RVR1909).