La teodicea tradicional como se ha conocido basada en el análisis, comentario u opinión de la argumentación, criterio y razonamiento humano, es limitada y restrictiva con la comparativa de las creencias religiosas. La teodicea contemporánea tiene en boga el interés del razonamiento religioso y teológico a partir de la razón humana, o sea, se complementa el raciocinio propio del ser humano con los argumentos y razonamientos de Dios. En la valoración del proceder académico, científico, ético, intelectual y social surge la pregunta: ¿qué dice Dios al respecto? Lo que pasa es que en la profecía bíblica del profeta Daniel, se anuncia el aumento de la ciencia en el tiempo del fin o tiempos finales. Esto significa que además del avance e incremento científico, técnico y tecnológico surge un interés colectivo y masivo a nivel mundial por la comprensión y entendimiento del conocimiento de Dios. El resultado de conocer la sabiduría en su plenitud y totalidad complementa la ciencia, tanto adquirida en el descubrimiento humano como en el conocimiento de Dios. Todo lo existente es creación de Dios, el humano solamente la descubre.
El teísmo es connatural desde que existe la humanidad, su alteración se degenera en politeísmo también desde que existe ser humano. El agnosticismo, ateísmo, descreimiento, escepticismo e incredulidad, son solo falacias de los desinteresados en la vida eterna. Sus argumentos son solo pretextos injustificados que para nada son convincentes delante de la existencia de Dios, a quién darán cuenta por su negación. La inteligencia y sabiduría de Dios es eterna, su infinitud es trascendente en una exclusiva y única energía divina del vacío, que no es espacial, ni material, ni temporal, pero que llena el vacío que hay en el ser humano con su Espíritu. La teodicea contemporánea se puede analizar como la justicia divina final. Se toma en cuenta el razonamiento humano combinado con los razonamientos de Dios establecidos en su palabra. Este tipo de teodicea no se basa solamente en el razonar del ser humano, sino que se compara o confronta la razón con el argumento divino.
La vida humana ha sido una constante manifestación de guerras hasta el día de hoy, inclusive la última batalla se menciona en la Biblia con el Armagedón. Esto representa o significa la culminación del gran conflicto final de los tiempos. Su origen se establece con la gran batalla en los cielos entre el Arcángel Miguel y sus ángeles, contra el reclutamiento de los ángeles caídos en rebeldía. El conflicto celestial se traslada a este mundo a través de los ángeles indecisos, donde unos se vuelven al bando de los fieles y leales al Hijo de Dios, mientras que otros humanos viven en desobediencia y rebeldía absoluta ante Dios. Se desmerita o empaña el mérito del Hijo al nivel celestial y se replica en lo terrenal, como se puede comparar o cotejar cuando Dios Hijo encarna entre nosotros como ser humano. Se hace constar que es el único nacimiento humano sin la procedencia previa como ángel indeciso, sino que corresponde a la exclusiva encarnación del mismo Hijo de Dios, por medio de la energía, fuerza y poder del Espíritu Santo de Dios Padre. Si alguno considera imposible que seamos ángeles indecisos, se asume entonces como una analogía, comparación o metáfora, de que el ser humano por su indecisión de aceptar, identificar y reconocer a Jesucristo como el Hijo de Dios, Salvador y Dador de vida eterna, se encuentra caído en la maldad de delitos y pecados en desobediencia y transgresión consciente y deliberada delante de Dios.
La reacción de repudio al Hijo por parte de los ángeles caídos en el cielo de Dios, es un tipo de laceración celestial, que se materializa físicamente con la crucifixión y muerte de Jesucristo el Hijo de Dios. Esta vez por parte de los ángeles indecisos que vienen a este mundo como seres humanos, para transformar la indecisión en decisión, ya sea para bien o para mal. La contemporaneidad muestra que de alrededor de cada ocho seres humanos, hay cinco que consideran a Jesús como un profeta más, sin la distinción de Dios Hijo o Hijo de Dios. Por esta razón, se le llama ángeles caídos porque la batalla angelical se transfiere al campo terrenal y finaliza con el juicio de Dios. La razón de la existencia del ser humano es para tomar la decisión de volver a la casa y patria celestial. Si Dios es el bien y es bueno por qué permite el mal. Lo que pasa es que Dios respeta la decisión de cada quien, como el Padre incondicional de sus hijos pródigos, Dios es justo y hace justicia. El ser humano trata de justificarse como la víctima, sin asumir su propia responsabilidad de indecisión dentro de los ángeles del séquito celestial, porque ya trae consigo la culpabilidad de indecisión por su falta de fidelidad y lealtad al Hijo de Dios.
Así que es Dios Padre el que justifica. El ser humano nunca podrá justificarse por sus propios alegatos de deslealtad e infidelidad al Hijo de Dios. Finalmente el ser humano es juzgado y condenado como un ángel indeciso que se vuelve en ángel caído, por la desobediencia y la rebeldía ante Dios. El libre albedrío es practicado por algunos con el libertinaje de hacer cada quien lo que quiera con su cuerpo y su vida. Si no fuera por Dios vendríamos a este mundo a ser unos incrédulos y paganos perpetuos, porque a los que aman a Dios, la vida le ayuda y sirve para recibir el bien y don de la vida eterna. A los que aborrecen a Dios, sus hechos los lleva al castigo eterno de la condenación de la muerte. Así como Dios le advierte a Adán y Eva acerca del camino de la muerte, pero ellos deciden morir antes que obedecer a Dios, en conformidad con su libre albedrío. Desde entonces el mal está encarcelado en prisiones de maldad, pero su semilla o simiente está germinada y anquilosada solapadamente en las intenciones y voluntad del ser humano, que es el que actúa con ímpetu para mal.
El ser humano es el responsable de sus propias decisiones y actos. El péndulo de la vida es el siguiente: el mayor beneficio o bien posible durante la vida presente es la oportunidad de la continuidad a la vida eterna. La muerte es un inmediato e instantáneo cerrar y abrir de ojos. Solamente es consciente del espacio, materia y tiempo el que se encuentra entre los vivos, porque percibe el avance de la edad y su entorno del hábitat donde se desenvuelve. El muerto nada sabe ni tiene memoria, hasta la resurrección de los muertos, porque los que saben y tienen memoria son los que están vivos, ya que saben o ven el transcurrir del tiempo. La muerte es el paso inmediato e instantáneo con el cuerpo transformado al encuentro con la segunda venida de Cristo, de lo contrario es el paso inmediato e instantáneo con la resurrección corporal del mismo cuerpo que se tenía al momento de morir, para ser juzgado en el juicio final de condenación y muerte eterna. Todas las aclaraciones de las acciones y hechos vividos serán comprendidas y entendidas, pero ya es tarde, porque el arrepentimiento, conversión y resarcimiento del mal, tiene que ser en el transcurso de la vida presente. Se requiere un arrepentimiento genuino, que además de remordimiento, haya un cambio de intención, mentalidad y voluntad, que sea auténtico y complementado con la transformación de la conversión.
Es absolutamente y totalmente imposible que Dios haga mal o que mienta, porque su esencia, naturaleza y sustancia es únicamente el bien y todo lo que es bueno. El propio ser humano es el mal administrador de su vida y del planeta, que se le ha dado para administrar. Dios creó a sus criaturas con la capacidad y facultad de tomar decisiones. El ser humano es responsable de sí mismo y Dios siempre, en todo momento y tiempo histórico, ha respetado el libre albedrío humano. Hasta el tiempo del fin, porque en la vida eterna de ninguna manera existirá más el libre albedrío, de que cada quien haga lo que quiera, sino que prevalece solamente la voluntad de Dios Padre y de su Hijo. Ya no será un Padre incondicional que perdone los derroches de sus hijos pródigos. En relación con lo contemporáneo: ¿para qué hacer lo malo? Si la vida es fugaz, si la vida es muy pasajera y temporal. La muerte nos puede llevar directo al juicio final, a dar cuentas de nuestra vida, con todas las consecuencias y resultado final de nuestras decisiones.
Después de la vida presente, despertar de la muerte para recibir nuestro merecido de recompensa del bien, es mejor que ser ateo e incrédulo para darse cuenta posteriormente en la resurrección de los muertos, que ya es tarde, que no se puede hacer nada para cambiar el propio destino, que el rumbo final en relación con la eternidad es inevitable. La vida es muy corta para desperdiciarla en la maldad y el pecado, nadie puede hacer el mal y escaparse de Dios. Todo lo contrario el poder de Dios es que todo lo ve y no se le escapa nada. La justicia divina llega tarde o temprano. Unos tienen su justicia en vida y otros con la eternidad, sea para vida eterna o para muerte. Lo mismo sucede con los sistemas religiosos que confían y defienden la religión para salvación del pecado, más que en la obra redentora de Cristo. Tienen otros caminos con múltiples intercesores y mediadores aparte y fuera de Cristo. Según sus creencias y prácticas religiosas les van a salvar, aunque en la aparente teoría pretenden magnificar a Cristo, pero en la práctica con los hechos lo niegan.
Se utilizan manifestaciones milagrosas como pretexto para hacer creer que son poseedores de la verdad de Dios, aunque en oposición a sus mandamientos como la Dilatría. Se consideran asiduos imperfectos y que mucho han pecado por acciones, pensamiento y omisión, restando o sustituyendo la preeminencia de Cristo y haciendo infructuosa la redención. En este sentido es mejor pensar en el caso de los profetas Job y Jonás como personajes históricos literales, que considerar que son ficción o irrealidad de alegóricos, anagógicos, figurativos, metafísicos, metafóricos o simbólicos. Los libros de Job y Jonás son ejemplos del cumplimiento de la justicia de Dios. El estudio de la palabra de Dios debe ser en profundidad, es como una transmisión de código fuente encriptado, la llave de la comprensión y entendimiento es Cristo, para la activación y protección de nuestro conocimiento espiritual. La debilidad o deficiencia es la ausencia del “amor único interior que es solamente para Dios”, con todo el corazón, fuerzas, mente y vida.
Amar al prójimo como se ama a uno mismo, es un amor básico en una capa inferior del ser humano natural, que se eleva o trasciende al verdadero amor a Dios desde lo espiritual y celestial. No puede amar al prójimo quien no sabe amarse así mismo. Por lo tanto, amar al prójimo como se ama a uno mismo corresponde a un mismo tipo de amor. El amor a Dios sobre todo es el primer amor, de manera que existen solo estos dos tipos de amor. Este es el plan de Dios Padre, que escalemos el amor natural de amarnos entre seres humanos al amor al Hijo de Dios, a quien Dios Padre a destinado y establecido para que lleguemos al verdadero amor. La decisión de cada uno es propia para decidir amar a Jesucristo como su destino celestial. Nuestro ser interior tiene que tener este enfoque en el Hijo de Dios. Porque el bienestar nuestro consiste en buscar el bien de los demás, pero en el amor a Cristo Jesús. Todos tenemos la oportunidad de retornar a la casa y habitación celestial, de donde procedemos debido a nuestra indecisión de identificar y reconocer la autoridad y mérito del Hijo de Dios.
La teodicea contemporánea aprovecha el medio y accesibilidad mundial del Internet, porque Dios permite el crecimiento y desarrollo de la tecnología para la difusión del evangelio de Jesucristo. La misma estrategia utilizada con la expansión del cristianismo a través de la escritura del Nuevo Testamento en el idioma griego. En el imperio romano se posibilita la comunicación lingüística, en toda la región geográfica al trascender las fronteras culturales e idiomáticas, con el idioma conocido lo más común y popular posible, heredado por el imperio anterior tras la conquista de Alejandro Magno. El mismo fue promovido por la cultura helenística. Así en la actualidad trasciende el evangelio a toda la comunidad internacional con un movimiento que abarca por completo el globo terráqueo, hasta lo último del planeta, tanto en espacio como tiempo.
En su época las cartas o epístolas del Nuevo Testamento llegaron a una audiencia universal, aunque dentro del rango conocido del imperio, mientras que ahora llega directamente a todos los usuarios del servicio de internet, hasta el último rincón del planeta, sin límites culturales, fronterizos o sociales. Se impera el deber de vivir honestamente con principios, valores y virtudes, independiente de la nación donde se viva. Aspectos como la avaricia, codicia, egoísmo y envidia, corresponden a la acumulación de dinero o riqueza que no es el amor verdadero. Amarse así mismo es en relación con la amabilidad, bien, dignidad, excelencia, generosidad y solidaridad, para la factibilidad y poder de amar al prójimo que está a nuestro alrededor. Esto lo cumplen muchos naturalmente, pero se requiere ascender, escalar y trascender al amor principal de Dios, que es un amor que combina lo espiritual con lo celestial. Sin la santificación de dedicación cabalmente a Dios, apartado en consagración y purificación, el ser humano no es nada, ni tiene el verdadero sentido y significado de la vida, solo queda en el día de su muerte, la rigidez y tiesura del cuerpo en la condición sin el aliento de vida que proviene de Dios. La memoria y rendimiento de cuentas del individuo están en las manos de Dios, hasta el tiempo propicio para su manifestación del día de la resurrección de los muertos y el juicio final.
Un tipo de bautismo es la limpieza que produce la palabra de Dios Padre, por medio del arrepentimiento, conversión y resarcimiento, para una vida con justicia y responsabilidad. En este bautismo se recibe el conocimiento con claridad, llega la luz divina abundante y rebosante hasta llenar la mente de la persona con la palabra de Dios, para iluminación del conocimiento de su gloria, por medio de Jesucristo. La palabra de Dios hace limpieza en las personas y provee la santificación, porque dichas palabras son espíritu y vida. Entonces, la persona se llena del conocimiento de la voluntad de Dios, o sea, su mente se llena en toda inteligencia espiritual y sabiduría, para caminar conforme con el agrado a Dios; manifiesto en los frutos de toda buena obra. Lo único que excede a todo conocimiento, es el amor de Cristo, pero podemos ser plenamente capaces de comprender todas sus dimensiones, para ser llenos de toda la plenitud de Dios. Aquí se cumple la creación de un corazón limpio y la renovación de un espíritu recto en el ser interior, el sustento de un espíritu noble en lo íntimo y personal. Se conjuga la santidad con la santificación en la libertad de lo que es perfectible para ser consagrado y dedicado a Dios.
La vida se presenta como una prueba decisiva para comprobar, demostrar y verificar como seres humanos, que tenemos la posibilidad y potestad de ser los mejores ángeles de Dios. La indecisión queda atrás y la decisión se proyecta de forma definitiva y permanente en Cristo. Somos santificados en la verdad que es Jesucristo, de manera que estamos apartados o separados como santos irreprensibles para nuestro Señor, mediante su redención y la obediencia a la palabra de Dios. Se requiere adquirir la paciencia que ofrece la vida con mucha disciplina, pasión y voluntad en Cristo, llamados a ser santos para la santificación en Cristo Jesús, que nos capacita y prepara en el discernimiento, o sea, diferenciar o distinguir entre lo profano y lo santo o entre lo inmundo y lo puro, para comprobar la agradable y buena voluntad que es perfecta, porque tanto el Padre como el Hijo de ninguna manera son permisivos o tolerantes a la maldad y al pecado. Dios es Santo, el ser humano no está exento ni es inmune de pecar, porque ninguno puede decir que nunca haya pecado, ya sea de acción, expresión u omisión, en la pre-juventud o en la vida adulta, sin embargo, Jesucristo dijo “vete y no peques más”.
Así es que la santidad se perfecciona en el temor exclusivo de Dios con perseverancia, porque la santificación se cumple siempre con la fidelidad y lealtad a Dios. La identidad que se alcanza con la santificación, por amor tanto al Padre como al Hijo, es de no volver a pecar según la pertenencia a Jesucristo. Más que seres imperfectos, en Cristo somos seres perfectibles perennes, sin intermisión, sino en una perfección continua e incesante en la realidad del diario vivir, donde el pecado de ninguna manera se justifica, de lo contrario se desprecia la obra redentora de Cristo. La santificación como proceso se manifiesta en la santidad demostrada a través del comportamiento y la conducta, en las acciones y actos cotidianos, desde la mente, pensamiento y del ser interior hasta el corazón y lo corporal. Este avance del proceso de santificación es gradual y progresivo, para ser eficientemente santos en lugar de pecadores reincidentes y decadentes, sin la decencia ni pudor delante de Dios. El cinismo de la práctica vituperable. Únicamente el Padre en su sola potestad sabe quienes recibirán la vida eterna, el día y la hora del acontecimiento final, pero sí se sabe que los que practican el mal y el pecado de ninguna manera recibirán la vida eterna, porque la oportunidad de hacer el bien y de obedecer la voluntad de Dios es en vida. El que camina en Cristo no peca y vive en santidad.
Ser santo corresponde a estándares y parámetros de comportamiento y conducta, según Jesucristo como ejemplo, modelo y referencia de vida, para lograr una paz y santidad ejemplar, que sea impecable, irreprensible e irreprochable. La impecabilidad es la evidencia de la certeza, convicción y seguridad de vivir en Cristo. Un ser interior integralmente sin pecado abarca la actitud, carácter, ego, emociones, personalidad, sentimientos y temperamento. La expresión de que no hay ser humano que nunca peque o que no haya pecado alguna vez, hace alusión directa a la propensión, que es la inclinación o tendencia. Esto no significa que se justifique a una persona por ser humano, entonces por consiguiente considerar que está destinado a pecar. Todo lo contrario la justificación es que Dios nos hace justos mediante su Hijo amado Jesucristo. Porque hacerse justo requiere seguidamente por consecuencia la santificación, que significa ser santos a través de la santidad influida por Jesús. El aprendizaje y práctica de su doctrina y enseñanza en general. Jesucristo mismo es la sana doctrina, que genera saneamiento o sanidad en el ser interior.
El daño del pecado que puede sobrevenir, recibe liberación o libertad de la esclavitud pecaminosa, para ser realmente un santo reconciliado y restaurado por Cristo Jesús. Cuando todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios, es porque además del pecado de Eva también peca Adán. Por la causa de un hombre como Adán entra el pecado y sus consecuencias en el mundo. ¿Hasta dónde llega la responsabilidad de Adán si no hubiera pecado? Esto en relación con la acción directa de Eva. Adán culpa a Dios porque le da a la mujer que lo induce, pero no asume su propia responsabilidad. Aquí media el pecado deliberado y voluntario. Adán y Eva tienen una condición de inocencia sin malicia antes de pecar, son como niños, pero les falta la madurez mental de pensamiento y de la relación de corazón con la composición septenaria del ser interior. El estado inicial u original de Adán y Eva es de justicia y santidad, pero la fe es individual y por medida, de manera que es propia de cada quien, no conforme a nuestras propias obras, sino en relación con las obras de Jesús. Por esta razón, sin fe es imposible agradar a Dios y la fe es certeza, convicción y seguridad. Por ejemplo, a Abraham por motivo de la fe es considerado como justo ante Dios, lo que ahora llamamos la fe en Jesucristo que nos hace justos ante el Padre. Por lo tanto, en pecado nadie verá al Señor que equivale a la paz interior y la santidad.
Así el verdadero arrepentimiento con remordimiento, requiere de la fe de certeza, confianza, convicción y seguridad, para un cambio constante, continuo y permanente de la composición septenaria del ser interior, que se manifiesta en las acciones, actos y hechos del comportamiento y conducta. El dolor y sufrimiento son herramientas para interiorizar en profundidad nuestra aceptación, identificación y reconocimiento de Jesucristo como nuestro Salvador del pecado y nuestro Señor que nos gobierna desde lo más interno de nuestro ser interior. Muchas veces la persona que tiene todo lo necesario en este mundo, se olvida de su necesidad de Cristo como puente para llegar a nuestro Dios y Padre Celestial. El vacío del ser humano nunca se llena ni sacia con los bienes y servicios terrenales, pero las aflicciones, barreras, muros u obstáculos de la vida, nos recuerda mirar hacia lo alto, al cielo de Dios donde está el Señor Jesucristo sentado a la diestra del Padre.
De manera, que vivir en pecado o recaer y reincidir en el pecado, esto ofende a nuestro Redentor y Salvador, porque se hace vana la transformación interior que recibimos en el caminar y vivir con Cristo. La voluntad del Padre es que nos apartemos o separemos del pecado mediante la santificación a través de su Hijo Jesucristo. La meta y objetivo es la vida eterna con la confianza en Cristo de llegar hasta el final. Hay un antes y un después de Cristo en la vida del ser humano, que se pierde cualquier apetito o deseo de pecar. Si la persona practica el pecado, pero muere y entrega su último aliento de vida desde su estomago y pulmones, o sea, el espíritu de vida, entonces ya no hay más oportunidad de santificación, si se muere en pecado no se recibe la glorificación de lo perfecto del cuerpo transformado de llegar a ser como ángeles fieles y leales al Hijo y al Padre Celestial. En este caso no se completa a plenitud la salvación del pecado y la vida eterna, porque se requiere a cabalidad la justificación, santificación y glorificación. El cambio corporal de humano se concluye en el cuerpo celestial de la transformación.
Entonces, una vez librados del cautiverio y de la esclavitud del pecado, con la justificación de ser nuevos justos y servidores del Hijo de Dios, resultado del nuevo nacimiento, damos frutos dignos del arrepentimiento además de la santificación, cuyo fin es la glorificación final de la vida eterna, porque la paga del pecado es muerte. La santificación de una santidad auténtica y genuina es la fidelidad y lealtad a la Dilatría, que es la adoración doble a las deidades, tanto al Hijo como al Padre en obediencia a sus voluntades. Por consiguiente, hay mandamientos del Hijo y hay mandamientos del Padre, pero ambos en unidad de propósito y sentido. Esta adoración nos permite y posibilita integralmente una transformación interna, ya que lo externo de nosotros se hace visible desde adentro, como un espejo se refleja nuestro ser interior en las acciones, expresiones y pensamientos. Somos una nueva creación que no se basa solamente en el propio esfuerzo y mérito, sino que apreciamos la dependencia absoluta de Dios, para alcanzar la meta de la salvación del pecado y la vida eterna. Esta creación implica morir al pecado pero nacer de nuevo, que es renacer o volver a nacer en la libertad de Cristo, equivalente a una condición o estado invulnerable al pecado, con un asco, náusea o repugnancia que rechaza o repudia al pecado, como mecanismo de defensa y resistencia espiritual.
Ciertamente la justificación viene de Dios, somos justos por la gracia de Dios, hay que luchar por la salvación, conscientes que el justo vivirá por la fe, no por nuestras propias obras ajenas a las de Jesucristo, sino por las obras de Jesucristo es que alcanzamos la salvación del pecado. Ahora comprendemos y entendemos claramente, que es la justicia demostrada por Cristo Jesús el Hijo de Dios, la que opera en nosotros para vida eterna. Toda persona cuando muere corporalmente, que comprende el proceso de la muerte biológica y fisiológica, requiere antes de morir una transformación de su propósito, sentido y visión en Jesucristo. Su condición y estado de preparación es previa al deceso o defunción, porque puede pasar el tiempo de decenas, centenas o miles de años, presenciado por los que están vivos, pero en la condición de muerte estos años no se perciben, porque es como un dormir sin sueños, la persona despierta y nunca fue consciente del tiempo transcurrido entre los vivos. Solo le queda el descubrir de la expectación de cómo fue conocido y visto por Dios Padre y su Hijo Jesucristo, cuando la persona resucitada vivía como terrenal.
Jesucristo es la Verdad y nos hace libres, porque el conocimiento celestial de Jesucristo nos libera. Este es el nuevo nacimiento o renacer en Cristo, con el conocimiento específico de salvación del pecado, que nos da el poder del Espíritu de Dios para alcanzar la glorificación.
Continuará...