1.8 RENACER A UNA NUEVA CREACIÓN


Analicemos el siguiente pasaje acerca de Jesús: “¿No os dio Moisés la ley, y ninguno de vosotros cumple la ley? ¿Por qué procuráis matarme? Respondió la multitud y dijo: Demonio tienes; ¿quién procura matarte? Jesús respondió y les dijo: Una obra hice, y todos os maravilláis. Por cierto, Moisés os dio la circuncisión (no porque sea de Moisés, sino de los padres); y en el día de reposo circuncidáis al hombre. Si recibe el hombre la circuncisión en el día de reposo, para que la ley de Moisés no sea quebrantada, ¿os enojáis conmigo porque en el día de reposo sané completamente a un hombre?” (Juan 7.19 al 23).


Se enojaron con Jesús, porque había realizado una sanidad en sábado, ellos consideran el rito como inquebrantable antes que el respeto y valor a la persona con la posibilidad de ser una nueva creación. Se presenta una pugna en las prioridades, entre ser defensor incondicional del día de reposo, hacer el bien al enfermo para ser parte de una nueva creación o dar prioridad a la circuncisión. Cuando un niño cumplía los ocho días de nacido y si en este día concordaba con un día sábado, se le circuncidaba para que la ley de Moisés no fuera quebrantada, o sea, para ellos era un rito impostergable para el día noveno u otro día de nacido: “Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación. Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios” (Gálatas 6.15 al 16).


En el contexto actual del nuevo pacto, quienes renacen a una nueva creación, en lo interior, espiritualmente, mediante Cristo como Salvador personal, arrepentidos, convertidos y en santidad, son parte integrante de la iglesia de Dios y en la actualidad son pueblo de Dios e Israel de Dios, en el sentido espiritual. El Señor, Cristo Jesús, nos lavó de nuestros pecados con su sangre y según la primera epístola universal de San Pedro, ahora somos linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, y hemos alcanzado misericordia (1 Pedro 2.9 al 10).


Por lo tanto, ya no hay diferencia entre judío y griego (gentil) (Romanos 10.11 al 13), porque somos uno en Cristo Jesús, linaje de Abraham y herederos según la promesa (Gálatas 3.26 al 29): “Donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos” (Colosenses 3.11), por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo (1 Corintios 12.13). Antes de Cristo, el pueblo de Dios era por descendencia, en la carne y sangre.


Si a un extranjero se le permitía formar parte del pueblo, para pertenecer al mismo, debía previamente circuncidarse, y comprometerse a guardar los ritos y tradiciones que obligaba la ley (Éxodo 12.48 al 49; Levítico 17.8 al 9, 18.26, 24.22; Números 9.14, 15.14 al 16; Deuteronomio 31.12). Ahora la salvación es por fe y gracia, la circuncisión en el corazón, es una identificación del pueblo de Dios, no de la letra sino del corazón, en espíritu (Romanos 2.28 al 29), porque actualmente las personas mismas son la circuncisión, quienes en espíritu sirven a Dios (Filipenses 3.3), como una nueva creación y por medio de la fe ejercida por el amor (Gálatas 5.5 al 6, 6.15 al 16).


La circuncisión de Cristo, en el cual se recibe circuncisión no hecha manualmente, en el sentido corporal o físico, sino que es un pacto donde Jesucristo va a influir vida en sus seguidores, al echar la muerte por el pecado del cuerpo pecaminoso carnal (Colosenses 2.11 al 13). Se recibe vida juntamente con Cristo y es por la gracia de Dios la oportunidad de salvación, por medio de la fe, donde nadie se podría gloriar de su propio mérito a través de la circuncisión en la carne (Efesios 2.4 al 13), ya sea como herencia familiar, étnica o de raza. La Biblia menciona lo siguiente: “La circuncisión nada es, y la incircuncisión nada es, sino el guardar los mandamientos de Dios” (1 Corintios 7.19). La identificación del pacto con Dios es en relación con el cuerpo de Jesucristo y no por la circuncisión corporal del creyente.


Ya desde tiempos de Moisés se anunciaba la circuncisión especial del corazón: “Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma; que guardes los mandamientos de Jehová y sus estatutos, que yo te prescribo hoy, para que tengas prosperidad?... Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón, y no endurezcáis más vuestra cerviz” (Deuteronomio 10.12 al 16, 30.6).


Jeremías dice a los de Judá y Jerusalén: “... Arad campo para vosotros, y no sembréis entre espinos. Circuncidaos a Jehová, y quitad el prepucio de vuestro corazón, varones de Judá y moradores de Jerusalén; no sea que mi ira salga como fuego, y se encienda y no haya quien la apague, por la maldad de vuestras obras” (Jeremías 4.3 al 4; Levítico 26.41; Hechos 7.51 al 53). También dice la Escritura: “Y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree” (Hechos 13.39). En Cristo Jesús somos justificados, por medio de la fe en su sangre: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado... Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Romanos 6.6 al 14).


Antes de Cristo, se consideraba a los paganos, como impuros o inmundos. Jesucristo con su primera venida promueve la fraternidad o hermandad, trae un cambio de mentalidad, por causa de la división entre seres humanos, hechos a la semejanza de Dios (Génesis 1.26 al 27, 5.1; Santiago 3.9), quien hizo al hombre recto pero ellos se desviaron (Eclesiastés 7.29). Cuando las Sagradas Escrituras, se refiere al ser humano como creado a la semejanza de Dios, es porque puede renacer a una nueva creación, para ser eterno, según la promesa de recibir la vida eterna, quien hace la voluntad del Padre y es juzgado como digno del reino de Dios, practicante de la espiritualidad, evitar el mal, hacer el bien, fe, paz, santidad y demás valores y virtudes practicadas como ejemplo por Jesús.


A raíz de la venida de Jesucristo surge un conflicto entre el Israel en la carne, por raza y el Israel de Dios, el espiritual. Pedro inició la evangelización o predicación a los gentiles, que no eran de la tribu de Judá, o sea, los habitantes de Jerusalén y Judea, él relata una manifestación de Dios o teofanía: “... Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo” (Hechos 10.28). Los habitantes de Samaria, cuando Jesús le habla y pide agua a una mujer samaritana, ella se extraña porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí (Juan 4.9). Con esto Jesús da a entender que él es nuestra paz, entre gentiles y judíos, sin embargo, a pesar de la paz propuesta por Cristo al morir en la cruz, entre ambos al hacer un solo pueblo, Pedro tuvo la confrontación de quienes le reclamaban por haber comido y entrado en casa de los llamados incircuncisos (Hechos 11.1 al 3).


Los más conservadores se aferran por cuestiones discriminatorias o raciales para mantener la circuncisión en la carne, como por obras tradicionalistas y no por la fe, obligando a circuncidarse, para no padecer persecución a causa de la cruz de Cristo (Gálatas 6.11 al 15). Además mantenían el rito de sacrificios de corderos, negando el único sacrificio de Cristo para perdón de pecados, mandando guardar la ley de sacrificios y ofrendas, holocaustos y expiaciones por el pecado, preservando de esta forma el sacerdocio literal y no el sacerdocio de Cristo, contrario a la fe en Jesús y opuesto al nuevo pacto. Se convirtieron en falsos hermanos, introducidos a escondidas, para tratar de regresarlos a la esclavitud de antes (Gálatas 2.3 al 5; Tito 1.10), la comunidad de fe de Galacia o iglesia de los Gálatas, se vio influenciada por los más extremistas y fanáticos (Gálatas 3.1 al 5, 4.9).


Así también guardaban otras partes de la ley, como el diezmo, pero dejaban lo más importante de ella, a saber, la fe, la justicia y la misericordia (Mateo 23.23). Se olvidaban de hacer el bien, demostrado por Jesús en la sanidad realizada a un hombre. Entender su oposición a esta sanidad, es importante para comprender la circuncisión, en su paso o transición, del primer pacto al nuevo pacto: Bien dice el apóstol Pablo en sus epístolas cuando menciona lo siguiente: “Y el que físicamente es incircunciso, pero guarda perfectamente la ley, te condenará a ti, que con la letra de la ley y con la circuncisión eres transgresor de la ley. Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios” (Romanos 2.27 al 29).


Para confirmar que en el nuevo pacto, los hijos de Dios, se identifican por tener fe y un corazón arrepentido y santificado, citaremos: “No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia. Esto es: No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes” (Romanos 9.6 al 8). Es aquí donde interviene Dios para dar un corazón arrepentido según su voluntad, como también endurecer el corazón al rebelde (Romanos 9.9 al 21). Por esto último, la gracia es un don y regalo por la misericordia de Dios, para reconocer y darle la gloria y honra, porque es obra de Dios. De manera que el ser humano no se jacte, al creer una herencia o dinastía de engendrar o concebir los hijos de Dios, o por la circuncisión física, el hacer ritos, ceremonias de redención con derrame de sangre, por la clasificación: color de piel, cultura, étnica, racial, status social o el poder económico, militar o político.


Es necesario analizar el siguiente pasaje del capítulo quince, de Hechos de los apóstoles, acerca del concilio en Jerusalén:


“15.1 Entonces algunos que venían de Judea enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos. 15.2 Como Pablo y Bernabé tuviesen una discusión y contienda no pequeña con ellos, se dispuso que subiesen Pablo y Bernabé a Jerusalén, y algunos otros de ellos, a los apóstoles y los ancianos, para tratar esta cuestión... 15.4 Y llegados a Jerusalén, fueron recibidos... 15.5 Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían creído, se levantaron diciendo: Es necesario circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley de Moisés. 15.6 Y se reunieron los apóstoles y los ancianos para conocer de este asunto. 15.7 Y después de mucha discusión,... 15.22 Entonces pareció bien a los apóstoles y a los ancianos, con toda la iglesia,... 15.24 Por cuanto hemos oído que algunos que han salido de nosotros, a los cuales no dimos orden, os han inquietado con palabras, perturbando vuestras almas, mandando circuncidaros y guardar la ley, 15.25 nos ha parecido bien, habiendo llegado a un acuerdo, elegir varones y enviarlos a vosotros... 15.28 Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: 15.29 Que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación; de las cuales cosas si os guardareis, bien haréis. Pasadlo bien. 15.30 Así, pues, los que fueron enviados descendieron a Antioquía, y reuniendo a la congregación, entregaron la carta; habiendo leído la cual, se regocijaron por la consolación... 16.4 Y al pasar por las ciudades, les entregaban las ordenanzas que habían acordado los apóstoles y los ancianos que estaban en Jerusalén, para que las guardasen. 16.5 Así que las iglesias eran confirmadas en la fe, y aumentaban en número cada día” (Hechos 15.1 al 41 y 16.1 al 5).

En el pasaje anterior surge la polémica de la circuncisión y de la ley ritual. Esta influencia era muy fuerte entre los judíos (ver versículos del 16.1 al 16.3 de Hechos). En esta disensión, lo esencial y principal para el cristianismo, es el respeto a la dignidad del ser humano, indiferente de su color de la piel, etnia, idioma, nacionalidad o raza. Pablo lucha fervientemente en lo posterior, contra la discriminación. A través de muchas de sus cartas, aclara y explica el propósito de la ley (ceremonial, circuncisión y ritos), debido a esta marginación entre seres humanos.


Aún el apóstol Pedro junto con otros, se encontró en tal situación, que Pablo lo resiste cara a cara, porque era de condenar, también en su simulación Bernabé fue arrastrado por la hipocresía de ellos (Gálatas 2.11 al 21). Bien dice Pablo: “Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud. He aquí, yo Pablo os digo que si os circuncidáis, de nada os aprovechará Cristo. Y otra vez testifico a todo hombre que se circuncida, que está obligado a guardar toda la ley. De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído” (Gálatas 5.1 al 4).


La controversia era tan grande que Pablo, después de haber hablado en contra, de la circuncisión en la carne y de la ley de los ritos, se le presionó para que se retractara y al sufrir persecución por poco le dan muerte. En el concilio de Jerusalén, encontramos en Hechos capítulo 15, donde Pedro dijo:


“... Varones hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen. Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones. Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos” (Hechos 15.7 al 11).