2.3 EL REINO DE DIOS


El ser humano en su búsqueda de Dios se vuelve un ser adorador y religioso, pero amar verdaderamente a Dios y aborrecer por completo la práctica del pecado y el mal, es una experiencia sobrenatural. Esto requiere conciencia, devoción, energía, fuerza, piedad milagrosa y voluntad, porque involucra un compromiso y pacto con Dios, mediante la vivencia de los valores comunitarios o del reino de Dios, que ayudan a fortalecer la relación personal con Dios, nuestro prójimo y el hábitat donde coexistimos.


Los valores del reino de Dios, moldean nuestra personalidad, para ser participantes de la naturaleza divina, como la esencia espiritual y el espíritu de justicia (el subrayado es nuestro): “Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que habéis alcanzado, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra: Gracia y paz os sean multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús. Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 Pedro 1.1 al 4). Por ejemplo, Dios nos incorpora a su reino, con la práctica en la vida diaria del gozo, justicia y paz (Romanos 14.17).


La personalidad incluye rasgos visuales de conducta o comportamiento, influenciada por las actitudes, aptitudes, carácter, costumbres, emociones, hábitos, pensamientos y sentimientos. El reino de Dios es promovido por Jesucristo y anunciado por el profeta Juan el Bautista. Ambos no vistieron ropas reales, ni vivieron en palacios de reyes, ni viajaron en los mejores carruajes, sino que su nobleza estaba en los sentimientos elevados, en su personalidad y forma de ser. Jesús dijo: “… Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído… y a los pobres es anunciado el evangelio… Mas ¿qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que tienen vestidura preciosa y viven en deleites, en los palacios de los reyes están” (Lucas 7.22 al 25). Y dijo: “Mas ¡ay de vosotros, ricos! Porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!...” (Lucas 6.24 al 25).


Pedro, seguidor y discípulo de Jesús, instruido por su palabra, estaba aún sin comprender el sentido y significado del verdadero reino, lo imprescindible del cambio de actitud y de personalidad, reacciona con espada en la aprehensión: “Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco” (Juan 18.10). “Entonces Jesús le dijo: Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán. ¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles? ¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?” (Mateo 26.52 al 54).


El ejercicio del reino eclesiástico, fundado por Jesús, donde Pedro mismo estuvo entre los fundadores con los demás apóstoles, no consiste en un reino económico, financiero, físico, literal, lucrativo, material, militar, político, semejante a las monarquías o repúblicas: “Entonces Pilato volvió a entrar en el pretorio, y llamó a Jesús y le dijo: ¿Eres tú el Rey de los judíos?... Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí. Le dijo entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz” (Juan 18.33 al 38). En muchas citas bíblicas se mencionan a Jesús como rey, por ejemplo el siguiente: “Respondió Natanael y le dijo: Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel” (Juan 1.49). Así está escrito de Jesús: “¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas!” (Lucas 19.38).


Jesús dijo el reino de Dios está entre vosotros: “Preguntado por los fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió y dijo: El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros” (Lucas 17.20 al 21). El reino de Dios es una forma de vida, de ayuda al necesitado, auxilio al pobre, al enfermo, prácticas de bien común, sin distinción de color de piel, credo, discriminación a la mujer, etnia, idioma, nacionalidad, posición social, raza, entre otros. Impera la armonía, la comprensión, el respeto, la sensibilidad y la valorización del ser humano (Lucas 10.8 al 9, 11.20, 16.16, 17.20 al 21; Hechos 1.3, 19.8).


Dios reina sobre nosotros a través de su Espíritu (Juan 14.16 al 17 y 23). Es un reino de ayuda, bienestar, convivencia y solidaridad, con el fundamento del mensaje de Jesucristo, manifestado en una forma de vida sin opulencia, lucro y vanidad. Es un reino de amor, apoyo mutuo, caridad, compartir, esperanza, fe, fraternidad, justicia y paz, con los más necesitados y empobrecidos, por consecuencias del sistema de indiferencia e injusticia social.