2.5.4.1 CONOCIMIENTO NATURAL


Observemos la diferencia entre conocimiento natural y conocimiento espiritual. Jesús dijo: “Mas Jesús, llamándolos, les dijo: Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10.42 al 45). Este conocimiento de Jesucristo y su servicio, trasciende entre el conocimiento natural y el espiritual (1 Corintios 1.17 al 2.13). Inclusive el que se estanca solo en lo natural no puede percibir lo espiritual, porque para él es locura: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2.14; Efesios 4.18). También dice Santiago en un pasaje de su epístola:


“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz” (Santiago 3.13 al 18).

La Biblia dice: “Los cielos son los cielos de Jehová; y ha dado la tierra a los hijos de los hombres” (Salmos 115.16). Jesucristo trae consigo el conocimiento de Dios: el conocimiento espiritual y el conocimiento celestial: “El que de arriba viene, es sobre todos; el que es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo, es sobre todos… Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu por medida…” (Juan 3.31 al 36). En relación con la tierra dada a los hijos de los hombres, cuando alguien comete un acto ilícito, se esconde u oculta, porque se considera digno de castigo por tal acción, reconoce y distingue el mal cometido:


“Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio” (Romanos 2.14 al 16).

El conocimiento natural se basa en las facultades humanas y las leyes naturales, necesarias para la subsistencia del ser humano. Figurativamente este tipo de conocimiento corresponde al gobierno del primer cielo o primer grado de conciencia. Por ejemplo, las actividades económicas, empresariales, industriales y financieras, lo civil en la relación e intereses entre ciudadanos, el cuidado del medio ambiente, los espectáculos artísticos, culturales y deportivos, el intercambio comercial y laboral, lo militar, los poderes ejecutivo, judicial y legislativo, lo político en el gobierno de las naciones, la salubridad, la seguridad pública, entre otros.


Este conocimiento natural es inagotable y no tiene límites, tal es el caso del poder legislativo, que nunca se termina de legislar en cada periodo de gobierno establecido por cada país, siempre surgen necesidades propias de cada región y cultura, cambios, evolución y tecnología, con el tiempo se presentan nuevas situaciones en el diario vivir y en la convivencia con los demás, donde se requiere actualización o nueva regulación, según cada época y las leyes civiles nuevas.


El conocimiento natural es aquel donde el ser humano tiene noción de su propia existencia (Salmos 16.7; Juan 1.9). El ser humano es innato desde su creación, en cuestionar, dudar e investigar. Su capacidad natural le posibilita analizar, pensar y reflexionar, para tomar sus propias decisiones, en algunos casos llamado libre albedrío o libertad de elección, aunque en algunos casos se combina con el libertinaje, debido al abuso de exceder el límite en la libertad de elección. A partir de Jesús el libre albedrío se condiciona en el libre albedrío de Jesús, o sea, tener la mente de Jesucristo en la toma de decisiones, para que sean conforme a la voluntad de Dios. Esto se cumple en los escogidos o predestinados a ser como Jesucristo, tanto en enseñanza y práctica, en ejemplo y modelo de vida.


El pecado esclaviza al hombre y lo condena, la Escritura dice que si el justo con dificultad se salva: ¿en dónde aparecerá el impío y el pecador? (1 Pedro 4.18; Juan 3.19, 8.34). Para aquellos que nunca se arrepienten ni se convierten a Dios, tienen muchas razones para ser juzgados y condenados en el día del juicio, ya que tanto en el primer pacto como en el nuevo pacto, toda desobediencia y rebelión recibe justa paga de retribución (Hebreos 2.2 al 3). El pecado se infiltró desde el principio en el ser humano, en el huerto del Edén, desde ahí ha estado presente en la vida humana. Esto le ha traído consecuencias a la humanidad, cuyo desenlace final es la muerte, pues la paga del pecado es muerte (Romanos 6.23). El pecado es transgresión de la ley (1 Juan 3.4), toda injusticia es pecado (1 Juan 5.17), y el pecado está en el que sabe hacer lo bueno y no lo hace (Santiago 4.17; 1 Juan 5.17), la hipocresía o doble moral.


En algunos casos la Biblia habla de carne en referencia al pecado opuesto al Espíritu Santo o poder de Dios entre los obedientes (Romanos 8.5 al 8; Gálatas 5.16 al 17). El énfasis está en el apetito desordenado de placeres deshonestos o concupiscencia, que al ser concebido da a luz el pecado (Santiago 1.14 al 15), bajos instintos, inclinación y propensión sin reflexión. Las obras del pecado están descritas en los Gálatas: se menciona al adulterio, borracheras, celos, contiendas, disensiones, enemistades, envidias, fornicación, hechicería, herejías, homicidios, idolatría, inmundicia, iras, lascivia, orgías, pleitos y cosas semejantes a estas (Gálatas 5.19 al 21).


En las Sagradas Escrituras se mencionan varias faltas, donde se asevera acerca de quienes hacen tales cosas no heredarán el reino de Dios. Otra lista semejante la encontramos en Romanos, en donde se afirma que son dignos de muerte quienes tienen estas prácticas, entre las que están el aborrecimiento a Dios, altivez, avaricia, contienda, deslealtad, desobediencia a los padres, detracción, engaño, envidia, fornicación, homicidio, implacabilidad, injuria, injusticia, inmisericordia, invención de mal, maldad, malignidad, murmuración, necedad, perversidad, sin afecto natural y soberbia (Romanos 1.29 al 32; 1 Corintios 5.9 al 11, 6.9 al 11; Efesios 5.3 al 7; 2 Timoteo 3.2 al 5; 1 Juan 3.15; Apocalipsis 21.8 y 27, 22.15).


La Biblia también dice: “Seis cosas aborrece Jehová, y aun siete abomina su alma: Los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos derramadoras de sangre inocente, el corazón que maquina pensamientos inicuos, los pies presurosos para correr al mal, el testigo falso que habla mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos” (Proverbios 6.16 al 19). La carta a los Hebreos nos advierte de la severidad de Dios (Hebreos 6.4 al 6, 10.26 al 27 y 30 al 31, 12.28 al 29), porque con él no se juega, debido a que si nos descuidamos, somos tibios o mediocres quedamos excluidos de él (Apocalipsis 3.16), ya que hay faltas consideradas leves, pero se hacen hábito en el diario vivir de placer, poder y riqueza.


El ámbito espiritual y de las religiones, no se contempla en el conocimiento natural, sino que escala a otro nivel de conciencia, porque dentro del ámbito natural puede estar enclavado un sector de la población mundial, con la negación de la existencia de un Dios personal y Creador de lo natural, contrario al conocimiento de adoración, alabanza y servicio al Dios verdadero. Este sector natural se fundamenta en las cuatro “i”, a saber: incredulidad, indecisión, indiferencia e ignorancia, en relación con el escepticismo de la conciencia sin fe y el materialismo, con duda respecto a la creencia religiosa y a la sustancia espiritual, sin la sensibilidad al desapego de lo superficial y terrenal.


La búsqueda de Dios es el propósito real de la existencia humana: la transformación y transcendencia de lo natural a lo espiritual, hasta llegar a la conciencia celestial. Sin este conocimiento se estanca el objeto y propósito final de la vida, como está escrito:


“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos” (Hebreos 1.1 al 4).

El espíritu o intención del ser humano natural, determina su propia voluntad hacia un fin o meta, ya sea solo terrenal o incursionar en términos espirituales, para alcanzar lo celestial. La Biblia dice:


“Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Corintios 2.12 al 16).

El mundo de los ajenos a Dios, rehúye un compromiso y responsabilidad con el Creador, la vida natural de la persona sobrevive en el mundo físico, desde su nacimiento hasta su muerte sin depender de glorificar y honrar a Dios, debido principalmente a las facultades propias e innatas del ser humano: antropológico, biológico, corporal, ecológico, fisiológico, genético, social y civil, su relación con otras ciencias, el arte, economía, filosofía y política. La persona sobrevive por meritos propios de la vida natural, sin necesidad de trascender al plano espiritual, sino con base en las oportunidades de la vida, salud, ocupación habitual, empleo, salario, preparación académica, oficio, profesión o trabajo vario.


La sociedad actual se encuentra muy afanada con muchos quehaceres para obtener bienes y servicios, valora al ser humano en la medida de los bienes logrados, se ha convertido en una sociedad materialista. Cuando una persona aparentemente está destinada a vivir una vida ajena a la voluntad de Dios, porque en ella no hay señal alguna de querer obedecer los mandamientos, sin embargo, cuando le llega la voz de Dios, el llamamiento es irresistible, a través de la luz transmitida a la mente, ilumina su entendimiento y posibilita la libertad de elegir el servicio a Dios de corazón. Dios interviene porque hay un pacto directo con la persona, esta última se sujeta a las disposiciones, a través de la ayuda recibida por el Espíritu Santo, dándole poder para vencer. Es la introducción de un sistema redentor, de los pecados del ser humano y obtención de su perdón, mediante la gracia del nuevo pacto, por medio de nuestro Señor Jesucristo.


Las concupiscencias son los apetitos desordenados de placeres deshonestos contrarios a Dios, las cuales practican las personas que desconocen su voluntad. Es la corrupción en el mundo a causa de los deseos asociados a la concupiscencia (2 Pedro 1.4), dejarse llevar por el pecado y obedecerlo en este apetito deshonesto (Romanos 6.12; Tito 3.3; 1 Pedro 4.1 al 5): “… orad por nosotros, para que la palabra del Señor corra… y para que seamos librados de hombres perversos y malos; porque no es de todos la fe” (2 Tesalonicenses 3.1 al 2). Hay casos que la Biblia habla del mundo en alusión al pecado, se refiere al orden injusto establecido en nuestro planeta, estructuras socio-económicas, distribución injusta de la riqueza, políticas, costumbres, sistemas de dominación perjudiciales para el ser humano, donde impera la decadencia, la transgresión y la muerte (Juan 15.18 al 20; Santiago 4.4; 1 Juan 2.15 al 17, 3.3 al 13, 4.4 al 6, 5.4 al 5,17 al 19).