4.4.4.4 BAUTISMO DEL ESPÍRITU SANTO Y FUEGO


La Escritura, cuando menciona al ángel del pacto, lo compara con fuego purificador, y como jabón de lavadores (Malaquías 3.1 al 2), este es un anuncio de la primera venida del Señor Jesús. Juan el Bautista anuncia a Jesús como quien bautiza en Espíritu Santo y fuego, con su aventador en su mano (instrumento para echar al viento y limpiar los granos en las eras o aventar el fuego), para limpiar su era, recoger su trigo en el granero y quemar la paja en fuego (Mateo 3.11 al 12; Lucas 3.16 al 17). Hay dos tipos de fuegos: uno purificador y otro destructor.


En relación con el fuego purificador el Espíritu de Dios reposa en las personas (1 Pedro 4.12 al 14), entonces el creyente practicante da lugar al bien a los demás y aún a los enemigos, amontona sobre su cabeza ascuas de fuego (Romanos 12.20). Dios hace a sus ministros llama de fuego (Hebreos 1.7), al avivar el fuego del don de Dios (2 Timoteo 1.6) y la necesidad de ser afligidos para someter a prueba la fe, comparada con el oro es más preciosa y se prueba con fuego (1 Pedro 1.6 al 7).


Antes del bautismo del Espíritu Santo y fuego, para erradicar la maldad y el pecado en la colectividad humana, existió el exterminio físico de las personas, para eliminar la trasmisión del mal, motivo de guerras del Antiguo Testamento: “Pero de las ciudades de estos pueblos que Jehová tu Dios te da por heredad, ninguna persona dejarás con vida,… para que no os enseñen a hacer según todas sus abominaciones que ellos han hecho para sus dioses, y pequéis contra Jehová vuestro Dios” (Deuteronomio 20.16 al 18).


Lo que pasa es que muchas personas a pesar de conocer en algún momento de sus vidas, acerca de la existencia del verdadero Dios, prefieren continuar con sus abominaciones: “… Y reinó Acab hijo de Omri sobre Israel en Samaria veintidós años. Y Acab hijo de Omri hizo lo malo ante los ojos de Jehová, más que todos los que reinaron antes de él. Porque le fue ligera cosa andar en los pecados de Jeroboam hijo de Nabat, y tomó por mujer a Jezabel, hija de Et-baal rey de los sidonios, y fue y sirvió a Baal, y lo adoró. E hizo altar a Baal, en el templo de Baal que el edificó en Samaria. Hizo también Acab más que todos los reyes de Israel que reinaron antes que él, para provocar la ira de Jehová Dios de Israel” (1 Reyes 16.29 al 33).


Los profetas denuncian esta injusticia y sufren persecución. Por ejemplo, profetas como Elías y otros. En el caso del profeta Jeremías en su tiempo sufre afrenta, angustia, burlas, escarnio, murmuración y persecución por parte de sus adversarios. Estos pretenden prevalecer contra él y estar a la expectativa para presenciar si el profeta claudica. Entonces, Jeremías confirma cómo Dios prueba a los justos, ve el corazón y los pensamientos de quienes encomiendan su causa. En la situación más crítica no quiso hablar más de Dios, ni hablar en su nombre, no obstante, según Jeremías hay en su corazón como un fuego ardiente metido en sus huesos, el cual trata de sufrir y no puede (Jeremías 20.7 al 12). Este es el fuego purificador inevitable e irresistible, para hacer prevalecer el bien y para la santificación. Job dijo: “Mas él conoce mi camino; me probará, y saldré como oro. Mis pies han seguido sus pisadas; guardé su camino, y no me aparté” (Job 23.10 al 11).


Jesús dijo: “Fuego vine a echar en la tierra; ¿y qué quiero, si ya se ha encendido?” (Lucas 12.49). Después de la resurrección le encomienda a sus discípulos esperar la promesa del Padre, para ser bautizados con el Espíritu Santo (Hechos 1.5). El cumplimiento viene del cielo con un estruendo y un viento fuerte, con el mismo se llena el lugar y se les aparece lenguas repartidas como de fuego sobre cada persona, entonces son llenos del Espíritu Santo (Hechos 2.1 al 4). Así existe el pentecostés personal.


Por otra parte, está el fuego de la destrucción, de cuando se manifieste el Señor Jesús en llama de fuego, para dar retribución a quienes no conocieron a Dios, ni obedecen el evangelio (2 Tesalonicenses 1.6 al 10). Y de la horrenda expectación de juicio y de hervor de fuego para devorar a los adversarios (Hebreos 10.26 al 27), porque nuestro Dios es fuego consumidor (Hebreos 12.29).


El profeta Elías enfrenta lo siguiente: “Entonces Acab convocó a todos los hijos de Israel, y reunió a los profetas en el monte Carmelo. Y acercándose Elías a todo el pueblo, dijo: ¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle: y si Baal, id en pos de él. Y el pueblo no respondió palabra. Y Elías volvió a decir al pueblo: Sólo yo he quedado profeta de Jehová; mas de los profetas de Baal hay cuatrocientos cincuenta hombres. Dénsenos, pues, dos bueyes, y escojan ellos uno, y córtenlo en pedazos, y pónganlo sobre leña, pero no pongan fuego debajo; y yo prepararé el otro buey, y lo pondré sobre leña, y ningún fuego pondré debajo. Invocad luego vosotros el nombre de vuestros dioses, y yo invocaré el nombre de Jehová; y el Dios que respondiere por medio de fuego, ése sea Dios. Y todo el pueblo respondió, diciendo: Bien dicho” (1 Reyes 18.20 al 24).


El Espíritu Santo es la señal de nuestra herencia para el día de liberación (2 Corintios 1.21 al 22; Efesios 1.13 al 14, 4.30). La Escritura menciona la analogía entre Jesús como una planta de uvas y de las personas que permanecen en Jesús como hojas con frutos de la planta. Algunas de estas hojas no permanecen unidas al tallo, entonces, se secan, caen y son recogidas para ser echadas en un fuego ardiente (Juan 15.6), por ejemplo, en tiempos de Lot al salir de la ciudad de Sodoma, llueve del cielo fuego y azufre, y destruye a todos (Lucas 17.28 al 30). Pedro dice como Dios libra al justo Lot, pero reserva a los injustos para ser castigados en el día del juicio (2 Pedro 2.6 al 10): “Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos” (2 Pedro 3.7).


La exclusión de la promesa de vida eterna y del reino de Dios, sin galardón, es el castigo eterno: “… Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos” (Lucas 13.27 al 28). Finalmente el profeta Elías clama: “… Respóndeme, Jehová, respóndeme, para que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios, y que tú vuelves a ti el corazón de ellos” (1 Reyes 18.36 al 40).