EL CONOCIMIENTO CELESTIAL



El Conocimiento Celestial: Basado en la Biblia Versión Reina - Valera Revisión de 1960 (RVR60).

Jesús emite su mensaje para todos, algunos lo reciben como personas espirituales y otros como personas naturales: “Pero hay algunos de vosotros que no creen. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién le había de entregar” (Juan 6.64).


Están los que tienen el libre albedrío natural: “Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre. Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él” (Juan 6.65 al 66).


Están los que tienen el libre albedrío espiritual: “Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Juan 6.67 al 69). Con la expresión ¿a quién iremos? se renuncia a la voluntad propia, para seguir a Jesús por voluntad espiritual como única opción.


¿Qué pasó con Judas Iscariote?


Fue llamado entre los doce discípulos (Mateo 10.1 y 4).


Claudicó y traicionó a Jesús (Mateo 26.14 al 16; Marcos 14.10 al 11 y 43 al 46; Lucas 6.16).


Judas reconoce su pecado y la sangre inocente de Jesús, pero a pesar de su arrepentimiento se estancó y se quedó solamente en libre albedrío espiritual, de ninguna manera pudo trascender al conocimiento de Jesús o celestial (Mateo 27.3 al 5).


Judas en la transición de su naturaleza humana a espiritual, no logra del todo despojarse o desprenderse de ser ladrón: “… porque era ladrón, y teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella” (Juan 12.4 al 6). Siendo espiritual tenía una doble moral y apariencia de consagración, fidelidad y santidad, inclusive, toma indignamente la cena (Juan 13.21 y 26 al 27).


¿Cómo estar seguro de que Judas Iscariote disfrutó del libre albedrío espiritual pero no pudo trascender al libre albedrío de Jesús o celestial? Pedro mismo testifica acerca de Judas Iscariote: “… y era contado con nosotros, y tenía parte en este ministerio… de este ministerio y apostolado, de que cayó Judas por transgresión, para irse a su propio lugar…” (Hechos 1.15 al 26).


El libre albedrío espiritual se convierte o transforma en el libre albedrío según Jesucristo, conocido como el libre albedrío de Jesús o celestial, cuando trasciende y escala al conocimiento celestial de los que son predestinados a ser como Jesús: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él… habiéndonos predestinado…” (Efesios 1.3 al 5).


Los pocos escogidos son los practicantes como Jesús: “Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado… Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Juan 6.28 al 29 y 38). Este libre albedrío de Jesús o celestial, es la renuncia de Jesús de hacer su propia voluntad, para hacer la voluntad de Dios el Padre Celestial que le envió. Jesús dice: “Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios” (Juan 3.21). Los verdaderos practicantes no tienen cualquier tipo de práctica, sino la enviada por Dios, según la misión a través de Jesucristo. El mundo de las religiones son todos los llamados inmersos en el libre albedrío espiritual, pero son pocos quienes escogen ser como Jesucristo.



[02]

El reino de Dios es promovido por Jesucristo y anunciado por el profeta Juan el Bautista. Ambos no vistieron ropas reales, ni vivieron en palacios de reyes, ni viajaron en los mejores carruajes, sino que su nobleza estaba en los sentimientos elevados, en su personalidad y forma de ser.


Jesús dijo: “… Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído… y a los pobres es anunciado el evangelio… Mas ¿qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que tienen vestidura preciosa y viven en deleites, en los palacios de los reyes están” (Lucas 7.22 al 25).


Pedro, seguidor y discípulo de Jesús, instruido por su palabra, estaba aún sin comprender el sentido y significado del verdadero reino, lo imprescindible del cambio de actitud y de personalidad, reacciona con espada en la aprehensión: “Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco” (Juan 18.10). El siguiente pasaje manifiesta:


“Entonces Jesús le dijo: Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán. ¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles? ¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?” (Mateo 26.52 al 54).

En cierta ocasión Pedro rehúsa recibir el lavamiento de los pies por parte de Jesús: “… ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después” (Juan 13.6 al 7). Pedro inició la evangelización o predicación a los gentiles, que no eran de la tribu de Judá, o sea, de los habitantes de Jerusalén y Judea, entonces él relata una manifestación de Dios o teofanía: “… Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo” (Hechos 10.28). Por ejemplo, entre los habitantes de Samaria, cuando Jesús le habla y pide agua a una mujer samaritana, ella se extraña porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí (Juan. 4.9). Jesús rompe con los estereotipos de su época, tal es el caso a través de la mujer samaritana, inclusive sus discípulos se maravillan (Juan. 4.27).


Los fariseos rechazan la obra de Dios promovida por Jesucristo. Quienes analizaban la ley en tiempos de Jesús, escribas (versados e intérpretes de la ley), entre ellos los fariseos y saduceos, tuvieron a su alcance la ley y la profecía, pero no entendieron el argumento o plan propuesto por la palabra de Dios, en relación con la venida de Jesucristo como el Camino para la Salvación, quien precisamente dijo: “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 5.20). En quienes no entendieron el plan de Dios, se cumple la moraleja de un epitafio con la leyenda: “aquí yace uno que no supo para que vivía”. Esto es similar a realizar el viaje de esta vida hacia lo desconocido, en completa ignorancia, incredulidad, indecisión e indiferencia.


Los escribas y fariseos no lograban captar el amor de Dios, fe, justicia y misericordia, a pesar de ser estudiosos de las Escrituras, en aquella época integrada por la ley de Moisés, los profetas y los salmos (Lucas 24.44). No aprendieron a vivir la vida en Dios, el amor desinteresado e incondicional, a ser benevolentes, buscar el bien común y estimar a las personas con fuerza de voluntad. Tampoco entendían el amor a los enemigos, porque esperaban al Mesías como Libertador (Romanos 11.25 al 26), y no como pacificador con sus adversarios (Mateo 5.38 al 48).


Ninguna interpretación de la ley puede ir en contra del amor y de la vida. En el caso del amor al prójimo como a uno mismo, un intérprete de la ley le pregunta al Señor acerca de ¿quién es su prójimo? El Maestro con una parábola de ejemplo, le explica no solo quién es el prójimo, sino cómo ser cada uno el prójimo de todos los seres humanos a su alrededor, sin las discriminaciones culturales, étnicas, raciales y de otras índoles.


El buen samaritano de la parábola representa el conocimiento celestial, donde estaba un hombre postrado en el camino, herido, despojado, por causa de unos ladrones, dejándole casi muerto que representan el conocimiento natural, anduvo por ahí un sacerdote, viéndole, pasó de largo, luego un levita quien hizo lo mismo, ambos eran instruidos en la ley, y estaban al servicio de la obra de Dios por ser de la tribu de Leví, los elegidos para el servicio y trabajo ministerial que representan el conocimiento espiritual.


Según esta parábola, el prójimo del herido no es el sacerdote ni el levita, supuestos servidores de Dios y conocedores de la ley de misericordia, sino el samaritano, quien realmente usa la misericordia (Lucas 10.25 al 37). No basta con la letra o teoría del conocimiento, es necesaria la práctica; no es suficiente el creer tener fe, también es necesario por las obras de la fe demostrar la eficacia de la fe, visualizar la fe por las obras de amor y misericordia (Santiago 2.14 al 18). Esto es semejante en nuestro tiempo, cuando se fundamentan dogmas o ideologías de determinada denominación, con la intención de elevar o sobreestimar el concepto de espiritualidad en cada persona, pero se infunde la discriminación, rivalidad religiosa, hasta el odio religioso, persecución y la muerte.



[03]

Observemos la diferencia entre conocimiento natural y conocimiento espiritual. Jesús dijo:


“Mas Jesús, llamándolos, les dijo: Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10.42 al 45).

La sabiduría de Dios es para entender la relación entre el conocimiento netamente natural y el definido como espiritual. Estos conocimientos autónomos, sin límites, tienen su fundamento en su propia legislación: la convivencia entre las civilizaciones y culturas o la descrita en el Antiguo Testamento con la ley de Dios, las acciones y consecuencias, la promoción y vivencia del amor de Dios, la fe, la justicia, la misericordia, la paz y santidad, el cumplimiento y obediencia a su alianza. El caos natural se ha vuelto un sepulcro, lo espiritual para purificación y lo celestial un impulso divino por causa de la vida eterna. En el caso de la sabiduría del ser humano, por sí sola ha sido insuficiente, en términos espirituales, cuando la persona se excluye así misma de la posibilidad de tomar en cuenta la sabiduría proveniente de Dios el Creador, el saber de procedencia de lo alto:


“Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen. Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria” (1 Corintios 2.6 al 8).

Según el pasaje anterior, no se habría crucificado a Jesús sí hubieran entendido el mensaje de la sabiduría de Dios, pero el ser humano con su propia sabiduría, influenciada por intereses egoístas, mezquinos y particulares, luchas de poder, status social, compromisos políticos, militares, económicos o financieros, distorsiona el entendimiento y la idoneidad del juicio. Inclusive el mundo religioso en el plano espiritual, tiene una dependencia recíproca en intereses y conveniencias con el mundo natural y político. Los mismos principales sacerdotes y fariseos testificaron lo siguiente:


“… se reunieron los principales sacerdotes y los fariseos ante Pilato, diciendo: Señor, nos acordamos que aquel engañador dijo, viviendo aún: Después de tres días resucitaré. Manda, pues, que se asegure el sepulcro hasta el tercer día… Entonces ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia” (Mateo 27.62 al 66).

Estos principales sacerdotes y fariseos, profesaban conocer y enseñar de Dios, pero trataron a Jesús como engañador. Dieron mucho dinero a la guardia, para rumorar el hurto del cuerpo por parte de los discípulos, dicho divulgado entre los judíos (Mateo 28.11 al 15). Estos mismos, recurrieron al falso testimonio para acusar y culpar injustamente a Jesús: “Y los principales sacerdotes y los ancianos y todo el concilio, buscaban falso testimonio contra Jesús, para entregarle a la muerte” (Mateo 26.59).


Más adelante se dice: “Y Pilato les respondió diciendo: ¿Queréis que os suelte al Rey de los judíos? Porque conocía que por envidia le habían entregado los principales sacerdotes” (Marcos 15.9 al 10). Los líderes religiosos podrían ser muy catedráticos y doctos, pero en el plano espiritual, tenían antivalores como la envidia. Su apego a esta envidia los ubica entre el conocimiento natural y el espiritual, pero no logran trascender al celestial, prueba de esto es que rechazan a Jesucristo como Salvador personal. El conocimiento celestial es por medio de la gracia de Dios, mediante la fe en Cristo Jesús: “y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Efesios 2.6). Sin esta sabiduría, la creencia es forzada e impositiva con violencia, caso sucedido con las guerras religiosas del enojo, intolerancia, muerte y odio.


En el primer siglo existían grupos religiosos como los fariseos y los saduceos, quienes rechazaron a Jesús. No comprendieron la relación entre la ley y su transformación a la gracia. En una ocasión Jesús se refiere a los maestros de la ley y los fariseos como personas que con sus hechos niegan lo que con sus labios confiesan: “… Mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen” (Mateo 23.2 al 3). Esto significa que son creyentes pero no practicantes, son espirituales de carácter religioso, pero no celestiales, predestinados a ser como Cristo.


Jesucristo enseña doctrina con autoridad: “Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mateo 7.28 al 29). Los gobernadores representan el conocimiento natural, los sumos sacerdotes representan el conocimiento espiritual, Juan el Bautista y Jesús representan el conocimiento celestial. Dios nos habla por medio de su Hijo y le delega su autoridad como enviado (Hebreos 1.1 al 2; Juan 3.16 al 18):


“Jesús les respondió y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta. El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en él injusticia” (Juan 7.16 al 18).

El Señor Jesús cuando le llega la hora de ser entregado, escarnecido y crucificado, ora intensamente en la intimidad con su Padre, con mucha aflicción y angustia, para ser fortalecido y poder soportar el momento esperado. En esta oración, su sudor es como grandes gotas de sangre derramadas en tierra, su corazón palpitante siente el consuelo de la presencia divina, no obstante, se acerca el acecho de sus verdugos y la traición. Sus ojos dulces, piadosos, llenos de amor y misericordia, observan la acción del ser humano, que le causaría un castigo inmerecido, a pesar de mostrar tanta bondad y compasión, al ayudar y sanar a los más necesitados.


Jesús conoce el corazón y la mente de cada persona (Mateo 9.3 al 4, 22.18; Lucas 5.22; Juan 2.23 al 25, 5.42), abriga la esperanza, de que en medio de la maldad de sus adversarios, surja un destello de luz, de amor genuino y fe verdadera, similar al amor entregado personalmente, sin reproche ni reservas, sino con todo su ejemplo. Y aún en la plenitud de su muerte, en el momento final, en la cúlmine del abandono, dolor y sufrimiento, por el desprecio e injusticia recibida, brotan en sus labios humanos, desde lo más profundo de su corazón, con el amor divino derramado en todo su ser, las siguientes palabras: “… Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen… En tus manos encomiendo mi espíritu…” (Lucas 23.34 y 46).



[04]

La Biblia tiene muchos simbolismos: árbol de la vida, libro de vida, Jesús dijo: “… Yo soy el pan de vida…” (Juan 6.35). Además: “… Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él…” (Juan 7.37 al 39). Por lo tanto, en el sentido de la vida y propósito de la existencia, es indispensable la práctica de los valores comunitarios, mostrados en la Biblia mediante los frutos del Espíritu: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gálatas 5.22 al 25). La Escritura dice: “… Así que, por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7.15 al 20) y “… sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11.6).


Los escribas y fariseos, en cierta ocasión trajeron a Jesús una mujer acusada de lo siguiente: “… Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú pues, ¿qué dices?” (Juan 8.1 al 11). Según el relato, Jesús inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo, luego se enderezó para decirles, que el que estuviera sin pecado, fuera el primero en lanzar la piedra. Nuevamente se inclinó hacia el suelo para escribir en tierra, entonces todos se fueron y no apedrearon a la mujer, se alejaron desde los de más edad hasta los de menor edad, acusados por su conciencia.


Jesús con su dedo escribe en tierra, su nivel de conocimiento celestial es superior, mientras que el nivel de conocimiento espiritual del ser humano, es incongruente entre la noción y la praxis, Jesús baja de nivel, para ayudar de la mano al ser humano a subir y trascender, su disciplina provee respaldo y sustento al cumplimiento y ejercicio de los principios y valores.


Jesús inclinado al suelo escribía en tierra con el dedo, como dice la Escritura: “¡Tierra, tierra, tierra! oye palabra de Jehová” (Jeremías 22.29). Así como el vínculo natural de todo ser humano viviente sobre el planeta, es el oxígeno, mientras tanto, el nexo de quien muere es la tierra, porque volvemos a la tierra, de la cual fuimos tomados, como está escrito, “polvo eres y al polvo volverás” (Génesis 3.19).


¿Por qué entonces aquellos escribas y fariseos, intérpretes, promotores de la ley, en relación con su cumplimiento y enseñanza, siendo instructores, no obedecen, hurtan, adulteran y cometen sacrilegio? Se jactan de la ley y con infracción deshonran a Dios como dice Romanos 2.17 al 24. Porque no basta el conocimiento con deseo de obedecer la ley, sino la disertación y la retórica con respaldo del ejemplo, práctica, testimonio y vivencia. Es mediante la gracia y el poder de Dios el logro, eficiencia y eficacia de la obediencia. Así el Espíritu Santo es dado a quienes obedecen (Hechos 5.32). Dios por su buena voluntad produce el querer como el hacer (Filipenses 2.12 al 13), es quien enseña (Juan 6.44 al 45), da su don y gracia (Juan 1.12 al 13; Santiago 1.17), para su servicio con amor, fidelidad, gratitud y temor. Este último, no es al castigo, sino esencialmente un temor de aborrecer el mal (Proverbios 8.13), su temor es enseñanza de sabiduría (Proverbios 15.33), y quien le pide a Dios, recibe su sabiduría abundantemente y sin reproche (Santiago 1.5). Jesús dijo: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17.17).


Jesús dijo: “… Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14.6). El camino, la verdad y la vida son todos los valores comunitarios, representados por medio de Jesús, mediante su ejemplo de vida, amabilidad, amor, ánimo, ayuda, bondad, compartir, compasión, cultura de paz, discipulado, enseñanza, equidad, fe, fidelidad, fraternidad, generosidad, igualdad, justicia, libertad, misericordia, participación social, santidad, solidaridad, ternura, tolerancia, entre otros valores y virtudes vitales para vivir en armonía con los demás. Los valores comunitarios mostrados por Jesús, nos lleva al Padre, con el ejercicio y práctica de la perfección del amor de Dios en nuestras vidas, según el ejemplo de vida en Jesucristo:


“… Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Juan 2.2 al 6).

Jesús en una ocasión dijo: “Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio…” (Mateo 9.13). El valor de la misericordia es promovido por Jesús a través de su vida y sus enseñanzas, mientras que los sacrificios hacen alusión a la ley ceremonial y ritual del primer pacto o testamento. La fe de y por Jesús, es una fe real y esperanza verdadera, una visualización del reino, con valor práctico en el diario vivir y servicio. Es práctica más que elocuencia. La comunidad de fe surge con el discipulado, formación y educación transferida por Jesús a la comunidad del primer siglo. Mensajes, parábolas y enseñanzas útiles, es una forma de vida, valores y virtudes, comportamiento, trato y relación cordial. Es vivencial y ejemplar, más que teoría sin aplicación, es amor, ánimo, energía, servicio, vocación y voluntad.


Jesús resalta la justicia, misericordia y fe, como lo más importante de la ley: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: La justicia, la misericordia y la fe…” (Mateo 23.23). En su tiempo los fariseos se aferran a los preceptos de la ley, por ejemplo, diezmar toda hortaliza, pero pasan por alto la justicia y el amor de Dios. Jesús dijo: “Mas ¡ay de vosotros, fariseos! que diezmáis la menta, y la ruda, y toda hortaliza, y pasáis por alto la justicia y el amor de Dios…” (Lucas 11.42).


Era necesario un equilibrio entre el contenido de la letra de la ley y el motivo, intención o propósito pretendido con la práctica de la ley, a saber, promover el amor de Dios, fe, justicia y misericordia: “El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13.10). Toda la ley y los profetas dependen de dos mandamientos: amar a Dios y al prójimo como a uno mismo (Mateo 22.35 al 40). Ningún precepto adicional fuera de estos mandamientos, puede estar en contra del amor, frustrar, oprimir y perseguir a las personas con amargura, injusticia, odio, rencor y demás antivalores.


Dios dice: “Porque misericordia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaustos. Mas ellos, cual Adán, traspasaron el pacto; allí prevaricaron contra mí” (Oseas 6.6 al 7). Dios quiere su conocimiento en la humanidad que nace en ignorancia: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre… me has hecho comprender sabiduría. Purifícame… y seré limpio;…” (Salmos 51.5 al 7). La carencia de instrucción es suplida por la sabiduría de la pureza y la mirada retrospectiva de la esencia de los valores de Dios:


“Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: Solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miqueas 6.6 al 8).


[05]

El justo vivirá por fe, afirma las Sagradas Escrituras: “He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá” (Habacuc 2.4). La arrogancia y el exceso de estimación propia, por méritos propios o bienes poseídos, es el vivir para sí mismo con cierta incredulidad contraria a la fe en Cristo, porque la persona considera que no requiere de la fe para poder subsistir, sino por su propio esfuerzo:


“Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos,… para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos… De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5.14 al 17).

El apóstol Pablo a los filipenses menciona: “Porque para mí el vivir es Cristo…” (Filipenses 1.21). Antes de Cristo, se consideraba a los paganos, como impuros o inmundos. Jesucristo con su primera venida promueve la fraternidad o hermandad, trae un cambio de mentalidad, por causa de la división entre seres humanos, hechos a la semejanza de Dios (Génesis 1.26 al 27, 5.1; Santiago 3.9), quien hizo al hombre recto pero ellos se desviaron (Eclesiastés 7.29). Además está escrito: “Por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hechos 17.31). En el caso de los saduceos no creían que existiera resurrección (Mateo 22.23; Marcos 12.18), a pesar de acceder a la misma fuente de información que los fariseos y otros grupos religiosos. Así los fariseos y saduceos tienen sus propias creencias o dogmas, supuestamente en adoración y servicio a Dios, pero rechazan a Jesús y el mensaje enviado de Dios.


Por ejemplo, los fariseos y saduceos utilizan la misma fuente de doctrina en las Sagradas Escrituras, mientras tanto, en el dogma, unos a diferencia de otros, interpretan y opinan la existencia o no de ángeles, espíritu y resurrección: “Porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu; pero los fariseos afirman estas cosas” (Hechos 23.8). En otro pasaje dice:


“Entonces vinieron a él los saduceos, que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron… Entonces respondiendo Jesús, les dijo: ¿No erráis por esto, porque ignoráis las Escrituras, y el poder de Dios? Porque cuando resuciten de los muertos, ni se casarán ni se darán en casamiento, sino serán como los ángeles que están en los cielos. Pero respecto a que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés como le hablo Dios en la zarza, diciendo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino Dios de vivos; así que vosotros mucho erráis…” (Marcos 12.18 al 27).

Por lo general el dogma de la religión son sus fundamentos principales. La Biblia dice: “… La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Santiago 1.26 al 27). La autoridad de la religión determina la obligatoriedad de creer y practicar el dogma. La cuestión es la siguiente: ¿a cuál autoridad en el cristianismo, es necesario acatar primeramente, en los dogmas espirituales y religiosos? Pedro y Juan dijeron: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4.19 al 20). Además agrega Pedro y los apóstoles: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5.29).


El ser humano desde su nacimiento posee la facultad de investigar, procurar y reflexionar el conocimiento de toda ciencia, motivado por la búsqueda de una verdad. El objeto a alcanzar y descubrir es el conocimiento mismo. Este es infinito y se utiliza el cuestionar como una herramienta innata y vital, para proponer los fundamentos, pruebas y razones de cualquier teoría, desde su origen hasta su transición a la praxis. Se podría establecer muchas verdades humanas o una absoluta y única verdad de Dios. Por lo general las verdades del ser humano se limitan funcionalmente a la vida presente, mientras que la verdad de Dios está representada en Jesucristo para vida eterna. Juan dice que el que no persevera en la doctrina de Cristo no tiene a Dios (2 Juan 9).


Esta verdad en Jesús es un equilibrio del bien común, donde algunos se desvían con egoísmo al acumulamiento de bienes materiales, donde se desvalora el ser humano como persona, se aferran a su propia verdad terrenal y no a la verdad del reino de Dios. Ahora estamos en tiempos en que la ingenuidad en el pueblo de Dios no se justifica, en el sentido de sencillez para ser engañado o de ser incauto, a la hora de dejarse rodar por las corrientes filosóficas del mundo, que aparentan piedad, pero en realidad distorsionan el mensaje de Jesucristo. La sencillez es necesaria e imperativa en el cristianismo, siempre y cuando sea en el sentido del abandono al lujo, opulencia, ostentación y vanidad. Una vida en austeridad, caridad, humildad y solidaridad, es el punto de partida y límite demostrativo entre el llamado y el escogido, porque la abundancia de alguno representa escases en otro. Jesús dijo: “Mas ¡ay de vosotros, ricos! Porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!…” (Lucas 6.24 al 25).


La expresión andar como Jesús anduvo, es participar de una forma de vida promovida en la comunidad de fe, establecida por Jesús como modelo y ejemplo de vida, con la difusión y práctica de sus enseñanzas, parábolas y valores comunitarios (el subrayado es nuestro):


“Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo:


Bienaventurados los pobres en espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.


Bienaventurados los que lloran,
porque ellos recibirán consolación.


Bienaventurados los mansos,
porque ellos recibirán la tierra por heredad.


Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,
porque ellos serán saciados.


Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.


Bienaventurados los de limpio corazón,
porque ellos verán a Dios.


Bienaventurados los pacificadores,
porque ellos serán llamados hijos de Dios.


Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia,
porque de ellos es el reino de los cielos.”
(Mateo 5.1 al 10).


En cierta ocasión, Jesús trata como benditos a quienes han suplido lo necesario a los hambrientos, sedientos, forasteros, necesitados de vestido, enfermos o privados de libertad. Jesús dijo lo siguiente:


“… Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis… ” (Mateo 25.31 al 46).

Se hace bien con amar al prójimo sin acepción de personas (Santiago 2.8 al 9) y hacer prevalecer la misericordia (Santiago 2.13), al servicio y auxilio en la miseria humana, sin intereses proselitistas. Esto corresponde a una plena identificación de solidaridad, en medio del sistema corruptor mundial (Gálatas 6.14; Efesios 2.1 al 3; Colosenses 2.20; 2 Pedro 2.19 al 20), de empobrecimiento espiritual y material, en detrimento de los necesitados. Pablo escribe: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8.9).



[06]

Jesús dijo: "… Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos…, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón…" (Mateo 11.25 y 29).


Hay un tipo de conocimiento que con palabras no se puede explicar, sino con acciones y ejemplo de vida, el testimonio como prueba y justificación de la verdad, es una forma de entendimiento e inteligencia celestial (del cielo o paraíso), es poder de Dios:


“Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es… De cierto, de cierto te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos; y no recibís nuestro testimonio. Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales? (San Juan 3.5 al 12).

Lo nacido de la carne, carne es, en el sentido de que es naturaleza, mientras lo nacido del Espíritu es espiritual, es poder de Dios, así hay sabiduría humana y sabiduría de Dios:


“para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen. Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria” (1 Corintios 2.5 al 7).

Las personas siempre han buscado adorar algo o a alguien, lamentablemente muy pocos lo han hecho con el conocimiento del verdadero Dios (Hechos 17.22 al 23), otros en cambio habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios sino que han honrado y dado culto a las criaturas antes que al Creador, a pesar de toda su creación y de todas las maravillas de Dios, han preferido adorar cualquier otra cosa (Romanos 1.21 al 25). Jesucristo dijo a la samaritana que ellos adoraban lo desconocido (Juan 4.22): “… Si conocieras el don de Dios…” (Juan 4.10). Esta es una situación muy generalizada en la actualidad, ya que la condición de la mayoría, quizás busca llenar un vacío sin importar lo que adora. Pablo entre todos los altares encontró en Atenas un altar al Dios no conocido (Hechos 17.23).


Este conocimiento de Jesucristo y su servicio, trasciende entre el conocimiento natural y el espiritual. Inclusive el que se estanca solo en lo natural no puede percibir lo espiritual, porque para él es locura: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2.14; Efesios 4.18). También dice Santiago en un pasaje de su epístola:


“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz” (Santiago 3.13 al 18).

La Biblia dice: “Los cielos son los cielos de Jehová; y ha dado la tierra a los hijos de los hombres” (Salmos 115.16). Jesucristo trae consigo el conocimiento de Dios: el conocimiento espiritual y el conocimiento celestial: “El que de arriba viene, es sobre todos; el que es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo, es sobre todos… Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu por medida…” (Juan 3.31 al 36).


El conocimiento natural es aquel donde el ser humano tiene noción de su propia existencia (Salmos 16.7; Juan 1.9). El ser humano es innato desde su creación, en cuestionar, dudar e investigar. Su capacidad natural le posibilita analizar, pensar y reflexionar, para tomar sus propias decisiones, en algunos casos llamado libre albedrío o libertad de elección, aunque en muchos de estos casos se combina con el libertinaje, debido al abuso de exceder el límite en la libertad de elección. A partir de Jesús el libre albedrío se condiciona en el libre albedrío de Jesús, o sea, tener la mente de Jesucristo en la toma de decisiones, para que sean conforme a la voluntad de Dios. El espíritu o intención del ser humano natural, determina su propia voluntad hacia un fin o meta, ya sea solo terrenal o incursionar en términos espirituales, para alcanzar lo celestial. La Biblia dice:


“Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Corintios 2.12 al 16).

El espiritual cumple con su obligación como parte de sus deberes que atañen a la vida religiosa, con la espiritualidad correspondiente, es solamente parte de su compromiso y responsabilidad básica y mínima: “Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos” (Lucas 17.10). Mientras que el celestial trasciende.


El conocimiento celestial es un tipo de conciencia e inteligencia que trasciende de lo espiritual a lo celestial. Se presenta un nuevo pensamiento consiente del plan y propósito del reino de los cielos: “… buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Colosenses 3.1 al 2). Este conocimiento celestial se basa en la adhesión y predestinación a ser como Jesucristo. Figurativamente es un gobierno del tercer cielo, porque es tener la conciencia y mente de Cristo. Se reitera: “… Mas nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Corintios 2.16).



[07]

Hay muchos pasajes en los cuales se demuestra que el humano es un ser pensante (Deuteronomio 30.19; Eclesiastés 7.29, 11.9; Isaías 1.19 al 20; Marcos 16.16; 1 Corintios 10.12; 1 Timoteo 2.4), puede experimentar tres tipos de realidades de conciencia. Existen tres grados o niveles en el plano dimensional de conocimiento: el natural, el espiritual y el celestial. Este plano dimensional de conocimiento se representa de forma alegórica, con una forma de cielo, gobierno, mundo o reino. Las Sagradas Escrituras mencionan: “Alabadle, cielos de los cielos…” (Salmos 148.4), el apóstol Pablo menciona las visiones y revelaciones del Señor y el tercer cielo:


“Ciertamente no me conviene gloriarme; pero vendré a las visiones y a las revelaciones del Señor. Conozco a un hombre en Cristo,… fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y conozco al tal hombre… que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar” (2 Corintios 12.1 al 4).

La búsqueda de Dios es el propósito real de la existencia humana: la transformación y transcendencia de lo natural a lo espiritual, hasta llegar a la conciencia celestial. Sin este conocimiento se estanca el objeto y propósito final de la vida, como está escrito:


“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos” (Hebreos 1.1 al 4).

Para comprender este tipo de conocimiento, se compara con la analogía de la resurrección: “Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual. El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial, tales también los celestiales” (1 Corintios 15.46 al 48). Alegóricamente es igual en el conocimiento, se nace natural, o sea, terrenal, luego, según la medida de la fe, se posibilita escalar al conocimiento espiritual, para finalmente consolidarse al nivel del conocimiento celestial, al adherirse y revestirse de Cristo en su semejanza de vida.


El conocimiento celestial transciende de la misericordia a la máxima plenitud de la voluntad de Dios. La diferencia entre conocimiento natural y celestial, se distingue más claramente en la historia de la humanidad, a partir del ejemplo de vida de Jesucristo. Se registran sucesos de genocidios por guerras y masacres, llevados a cabo en el nombre del Señor Jesús, con la finalidad de imponer y extender geográficamente la religión cristiana. Por ejemplo, en el tiempo de la conquista de los europeos frente a los nativos de América, pero esta situación no representa creer en su nombre, el asesinato, división, intolerancia, irrupción, muerte, odio, persecución, repudio, rivalidad religiosa y violencia, es contraproducente a la enseñanza de Jesús como ejemplo, modelo de vida cotidiana en amor, valores comunitarios y universales.


La verdadera trascendencia al paraíso, es trascender a la práctica del amor y justicia de Dios. Prevalece el respeto inalienable a la vida humana, la convivencia de reino de Dios entre nosotros, los derechos humanos irrenunciables, irrevocables e intransferibles, la misericordia, paz y santidad. Predomina lo celestial, ante lo animal, carnal, diabólico, malo, pecaminoso y terrenal: “… cuyo dios es el vientre,… que sólo piensan en lo terrenal. Mas nuestra ciudadanía está en los cielos…” (Filipenses 3.18 al 21), “porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica” (Santiago 3.15).


En Dios se vive el verdadero amor (Romanos 5.8), de su procedencia (1 Juan 4.7), y le amamos porque él nos amó primero (1 Juan 4.19). El amor a Dios es guardar sus mandamientos (1 Juan 5.3): “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4.8). En el caso de la ausencia en la comprensión del mensaje de Jesús, la vida queda sin trascendencia ante Dios (Colosenses 3.1 al 4), solamente terrenal y superficial: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso…” (1 Juan 4.20). Jesús dijo: “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado” (Juan 15.12 y 17). La Biblia también dice:


“Seis cosas aborrece Jehová, y aun siete abomina su alma: Los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos derramadoras de sangre inocente, el corazón que maquina pensamientos inicuos, los pies presurosos para correr al mal, el testigo falso que habla mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos” (Proverbios 6.16 al 19).

Han muerto millones de inocentes, por causa de la apoteosis de quienes se han endiosado: altivos, arrogantes, engreídos, fatuos, soberbios, manifestado en los casos de cruzadas, expansionismo imperial, guerras religiosas y conflictos étnicos ancestrales. Desde el principio de los tiempos se utiliza a Dios como pretexto para la violencia. También la dominación e invasión territorial para la explotación de los pueblos: “Abominación es a Jehová todo altivo de corazón; ciertamente no quedará impune” (Proverbios 16.5). El ejercicio del reino eclesiástico, fundado por Jesús, donde Pedro mismo estuvo entre los fundadores con los demás apóstoles, no consiste en un reino económico, financiero, físico, literal, lucrativo, material, militar, político, semejante a las monarquías o repúblicas:


“Entonces Pilato volvió a entrar en el pretorio, y llamó a Jesús y le dijo: ¿Eres tú el Rey de los judíos?… Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí. Le dijo entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz” (Juan 18.33 al 38).


[08]

La sociedad actual se encuentra muy afanada con muchos quehaceres para obtener bienes y servicios, valora al ser humano en la medida de los bienes logrados, se ha convertido en una sociedad materialista. El conocimiento natural se basa en las facultades humanas y las leyes naturales, necesarias para la subsistencia del ser humano. Figurativamente este tipo de conocimiento corresponde al gobierno del primer cielo o primer grado de conciencia. Por ejemplo, las actividades económicas, empresariales, industriales y financieras, lo civil en la relación e intereses entre ciudadanos, el cuidado del medio ambiente, los espectáculos artísticos, culturales y deportivos, el intercambio comercial y laboral, lo militar, los poderes ejecutivo, judicial y legislativo, lo político en el gobierno de las naciones, la salubridad, la seguridad pública, entre otros.


El mundo de los ajenos a Dios, rehúye un compromiso y responsabilidad con el Creador, la vida natural de la persona sobrevive en el mundo físico, desde su nacimiento hasta su muerte sin depender de glorificar y honrar a Dios, debido principalmente a las facultades propias e innatas del ser humano: antropológico, biológico, corporal, ecológico, fisiológico, genético, social y civil, su relación con otras ciencias, el arte, economía, filosofía y política. La persona sobrevive por méritos propios de la vida natural, sin necesidad de trascender al plano espiritual, sino con base en las oportunidades de la vida, salud, ocupación habitual, empleo, salario, preparación académica, oficio, profesión o trabajo vario.


Este conocimiento natural es inagotable y no tiene límites, tal es el caso del poder legislativo, que nunca se termina de legislar en cada periodo de gobierno establecido por cada país, siempre surgen necesidades propias de cada región y cultura, cambios, evolución y tecnología, con el tiempo se presentan nuevas situaciones en el diario vivir y en la convivencia con los demás, donde se requiere actualización o nueva regulación, según cada época y las leyes civiles nuevas.


El ámbito espiritual y de las religiones, no se contempla en el conocimiento natural, sino que escala a otro nivel de conciencia, porque dentro del ámbito natural puede estar enclavado un sector de la población mundial, con la negación de la existencia de un Dios personal y Creador de lo natural, contrario al conocimiento de adoración, alabanza y servicio al Dios verdadero. Este sector natural se fundamenta en las cuatro “i”, a saber: incredulidad, indecisión, indiferencia e ignorancia, en relación con el escepticismo de la conciencia sin fe y el materialismo, con duda respecto a la creencia religiosa y a la sustancia espiritual, sin la sensibilidad al desapego de lo superficial y terrenal.


El sentido del éxito de la vida es lograr alcanzar el conocimiento y temor de Dios con equilibrio y sentido común, sin caer en extremos relativistas: “El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre” (Eclesiastés 12.13). Los últimos tiempos ya los estamos viviendo, la venida de Jesucristo cada vez está más cerca, a Daniel en el libro profético, mucho antes del primer siglo de la era cristiana se le dice: “Pero tú, Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia se aumentará” (Daniel 12.4). Estamos en tiempos en que la ciencia ha aumentado, muchos corren de aquí para allá, a través de veloces aviones, barcos, trenes y vehículos, la competencia comercial, la globalización, el aumento del estrés y de la violencia, se requiere en estos momentos de una total coherencia y una sólida comunión con Dios en la unidad con su Espíritu Santo.


Aceptar a Jesucristo como el centro de la vida fomenta la cultura de amor de Dios, calidad de vida, paz y santidad. El vínculo de su ejemplo, está en la praxis de la fe, justicia, misericordia y el respeto a la integridad, tanto físico y espiritual en toda la comunidad internacional. En el caso del amor, este se fortalece con la experiencia aprendida de la vida misma, visible en el rostro de nuestro prójimo, al hacer el bien sin dejar a nadie en inferior condición social ni marginal. La Biblia dice: “… orad por nosotros, para que la palabra del Señor corra… y para que seamos librados de hombres perversos y malos; porque no es de todos la fe” (2 Tesalonicenses 3.1 al 2). Hay casos que la Biblia habla del mundo en alusión al pecado, se refiere al orden injusto establecido en nuestro planeta, estructuras socioeconómicas, distribución injusta de la riqueza, políticas, costumbres, sistemas de dominación perjudiciales para el ser humano, donde impera la decadencia, la transgresión y la muerte (Juan 15.18 al 20; Santiago 4.4; 1 Juan 2.15 al 17, 3.3 al 13, 4.4 al 6, 5.4 al 5,17 al 19). El pecado esclaviza al hombre y lo condena, la Escritura dice que si el justo con dificultad se salva: ¿en dónde aparecerá el impío y el pecador? (1 Pedro 4.18; Juan 3.19, 8.34).



[09]

El tiempo de Moisés presenta un tipo de doctrina a manera de teocracia, se mezclan las cuestiones de adoración, ceremonia, celebración, civil, docencia, espiritualidad, legal, política, religiosa y ritual, englobadas en lo ejecutivo, judicial y legislativo. Similar a una constitución política y otras leyes de reglamentos, procedimientos e instrucciones. Es la institución de normas civiles, públicas, salubridad, tanto individual como colectiva, de educación, convivencia, laboral y respeto a la propiedad privada. En la época de Jesús en Judea hay cierta separación entre lo político y lo religioso:


“En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, y Herodes tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias tetrarca de Abilinia, y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y él fue por toda la región contigua al Jordán, predicando el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados” (Lucas 3.1 al 3).

Jesús separa definitivamente lo político de lo religioso y espiritual:


“Volvieron entonces a Jerusalén; y andando él por el templo, vinieron a él los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos, y le dijeron: ¿Con qué autoridad haces estas cosas, y quién te dio autoridad para hacer estas cosas?… Y le enviaron algunos de los fariseos y de los herodianos, para que le sorprendiesen en alguna palabra… Respondiendo Jesús, les dijo: Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios…” (Marcos 11.27 al 12.17).

La doctrina directa de Dios es sana, sin corrupción ni daño, mientras que el poder político es endeble, vulnerable a la corrupción: “… la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 Pedro 1.4). Algunos se estancan en la salvación por religiosidad. En este sentido, a pesar de las barreras dogmáticas y religiosas, influyentes en su época, Jesús no presentó su adhesión a la política o religión oficial del momento. El sector religioso oficial rechaza a Jesús:


“Muy de mañana, habiendo tenido consejo los principales sacerdotes con los ancianos, con los escribas y con todo el concilio, llevaron a Jesús atado, y le entregaron… Pilato le preguntó: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Respondiendo él, le dijo: Tú lo dices. Y los principales sacerdotes le acusaban mucho… Mas Jesús ni aun con eso respondió; de modo que Pilato se maravillaba” (Marcos 15.1 al 5).

Jesucristo se abstuvo de ser nombrado rey por parte del pueblo, de vivir en los mejores palacios, de vestir las mejores ropas reales o de viajar en los mejores carruajes. Este ejemplo, contrasta con otra representación de la serpiente astuta como dios falso, que es la mala distribución de las riquezas:


“Y le llevó el diablo a un alto monte, y le mostró en un momento todos los reinos de la tierra. Y le dijo el diablo: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy. Si tú postrado me adorares, todos serán tuyos. Respondiendo Jesús, le dijo: Vete de mí, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás” (Lucas 4.5 al 8).

La serpiente conocida como serpiente antigua, diablo y Satanás, representa la adoración y servicio a los dioses falsos, entre ellos la adoración y servicio a las riquezas (en griego Mamón):


“Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. Y oían también todas estas cosas los fariseos, que eran avaros, y se burlaban de él. Entonces les dijo: Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación” (Lucas 16.13 al 15).

El pasaje anterior menciona el caso de los fariseos como avaros, inclusive la misma avaricia es considerada en la Biblia como una idolatría: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: Fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia” (Colosenses 3.5 al 6).


El afán de adquirir y atesorar riquezas se tenía por sublime y lo terrenal del apego a las inclinaciones o tendencias propensas a los placeres del mundo, contrarias a la obediencia a Dios: “… habrá hombres amadores de sí, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos… crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella…” (2 Timoteo 3.1 al 5).


La mayor rebeldía del ser humano ante Dios es similar a una egolatría y narcisismo, como culto y veneración así mismo, al dinero, fama, poder y riqueza. Este culto y fascinación a la personalidad, representa la entronización del mismo ser humano, como su propio dios, ante los habitantes del mundo, donde a algunos de sus dinastías, emperadores, faraones, gobernantes, jerarcas, líderes, poderosos, príncipes, pudientes, reyes y soberanos, son considerados como dioses y convertidos en asesinos, autoritarios, crueles, dictadores genocidas, injustos, sanguinarios y violentos, sin piedad alguna y sin temor a Dios. Ha prevalecido en la historia de la humanidad una cultura de impunidad, en los casos donde el pueblo respalda a sus líderes como a un dios falso, han seguido el camino de la muerte, aunque signifique estar en contra de la adoración y servicio a Dios.



[10]

El ser humano desde el principio empezó a invocar el nombre de Jehová (Génesis 4.26). En el caso de Noé caminó con Dios y halló gracia ante los ojos de Jehová, ya que fue justo y perfecto en sus generaciones (Génesis 6.8 al 9). Dios quiso que se acordaran y se volvieran a él, todos los confines de la tierra y todas las familias de las naciones a adorar delante de él (Salmos 22.27, 86.9, 96.9; Apocalipsis 15.4).


El ejecutar los estatutos y poner por obra las ordenanzas de Dios les hacía habitar sobre la tierra con seguridad (Levíticos 25.18 al 19). Para no endurecer los corazones ni cerrar sus manos al hermano pobre, sino abrir la mano liberalmente, sin mezquindad de corazón, porque de esta forma se recibe bendición en todo emprendimiento, debido al mandamiento de Dios de ayudar al pobre y al menesteroso (Deuteronomio 15.7 al 11). En la época de los reyes en Israel, David administra justicia y equidad a todo su pueblo (2 Samuel 8.15). Luego a su hijo Salomón, Dios le insta a andar en integridad de corazón y en equidad, sin adorar y servir a dioses ajenos (1 Reyes 9.4 al 9; Proverbios 1.1 al 3, 2.9 al 10).


El origen de la religión data desde Abel cuando muere por causa de la justicia, pero antes de morir ofrece a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanza testimonio de ser justo (Hebreos 11.4). Enoc se conduce en el camino de justicia (Génesis 5.22), a riesgo de amenaza de muerte y Dios lo lleva a otro lugar, es traspuesto para salvar su vida de la persecución (Hebreos 11.5). Surgen creencias y prácticas, porque quienes hacían la voluntad de Dios, como hijos de Dios, en relación con la obediencia, se mezclan con las hijas de los hombres paganos (Génesis 6.1 al 7), sin embargo, Noé se preserva recto y justo ante Dios (Génesis 6.8 al 9), y halla gracia ante los ojos de Dios.


La religión trae consigo el surgimiento de los mitos, arquetipos y la aventura de un viaje al encuentro con la deidad. Por consiguiente, la energía, fuerza, y valentía hacia el conocimiento verdadero, con la superación de adversidades y obstáculos. Distorsionado en luchas de poder del gobierno humano, en lugar del dominio del temperamento, la modificación de la personalidad y la consolidación del carácter, para acercarnos al Dios verdadero y a una mejor convivencia entre seres humanos. La personalidad incluye rasgos visuales de conducta o comportamiento, influenciada por las actitudes, aptitudes, carácter, costumbres, emociones, hábitos, pensamientos y sentimientos. La palabra de Dios pregunta: “Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre” (Santiago 3.13).


Surgen los héroes y villanos, las vidas ejemplares y subordinadas a la confianza en Dios, frente a los rebeldes por desobediencia, obstinados al seguir su propio camino o destino. Toda una conspiración y complot, con los miedos y temores que esto implica. Los héroes y villanos a su vez son figuras y representaciones entre el bien y el mal, porque son consejeros y guías hacia lo bueno o lo malo. La religión influye en el conflicto espiritual determinante del destino de cada persona y su temor a la muerte. El contraste entre la luz y las tinieblas, entre el conocimiento y la ignorancia.


La religión se vuelve una práctica o medio cultural determinante de intercesión, interpretación y tradición. El cielo se convierte en un elemento con una connotación del lugar considerado como la morada de Dios, de manera que muchas veces la mirada hacia lo alto, es la meta propuesta para la iluminación y salvación de los humanos. El cielo como gobierno de Dios y la tierra como los gobernados. La idea de ir al cielo es muy antigua, desde la torre de Babel se pretende una cúspide de esa torre para llegar hasta el cielo (Génesis 11.4).


La religión se inicia con las mejores intensiones de invocar a Dios e influir en el pueblo, pero no queda exenta de la maldad oculta: la avaricia, codicia, lucro, lujo, onerosidad, opulencia, vanidad y vanagloria, portador en quienes lideraron inicialmente la religión y se pervirtieron. Por esta razón, la mezcla de la religión con asesinato, blasfemia, fornicación, robo, sacerdocio sexual y promiscuo, sacrificios humanos y toda clase de dioses e idolatría. El interés espiritual se vuelve en agresión, engaño, corrupción, imposición, intimidación, irrupción, miedo, muerte, odio, pánico, persecución, poder y terror. Es el propio ser humano quien conceptualiza, construye e imagina con desenfreno, a sus propios dioses falsos, en afrenta al Dios verdadero, especialmente cuando prefiere adorar al sol, antes que a Dios:


“Guardad, pues, mucho vuestras almas; pues ninguna figura visteis el día que Jehová habló con vosotros de en medio del fuego;… No sea que alces tus ojos al cielo, y viendo el sol y la luna y las estrellas, y todo el ejército del cielo, seas impulsado, y te inclines a ellos y les sirvas; porque Jehová tu Dios los ha concedido a todos los pueblos debajo de todos los cielos. Pero a vosotros Jehová os tomó, y os ha sacado del horno de hierro, de Egipto, para que seáis el pueblo de su heredad como en este día” (Deuteronomio 4.15 al 20).

El astro principal del sistema solar, en la eclíptica del solsticio y equinoccio, en los inicios de las estaciones del año, han impresionado desde la antigüedad al ser humano, al punto de ver al sol como objeto de adoración, incluso la influencia de la luna con su distancia hacia el planeta Tierra o los temblores relacionados con el cambio de clima en algunas zonas geográficas del hemisferio terrestre, como escribe el profeta Ezequiel:


“Luego me dijo: ¿No ves, hijo de hombre? Vuélvete aún, verás abominaciones mayores que estas. Y me llevó al atrio de adentro de la casa de Jehová; y he aquí junto a la entrada del templo de Jehová, entre la entrada y el altar, como veinticinco varones, sus espaldas vueltas al templo de Jehová y sus rostros hacia el oriente, y adoraban al sol, postrándose hacia el oriente” (Ezequiel 8.15 al 16).


[11]

El origen y discernimiento entre el bien y el mal, o sea, el conocimiento de diferenciar entre lo bueno y lo malo, surgen desde Adán y Eva, representado en la acción de comer de un fruto del árbol de la ciencia. La Biblia contiene una gran cantidad de símbolos, estos posibilitan diversas interpretaciones, para explicar sus significados. El caso de Adán y Eva, representa el origen de la relación de convivencia entre individuos, su hábitat y Dios su Creador. También la capacidad interna de percatar, o sea, advertir y considerar, en relación con la toma de conciencia y el reconocimiento de sí mismo y de su entorno, además operan otras acciones como la de meditar, pensar y reflexionar.


El bien representa los valores y el mal los antivalores. El árbol de la ciencia es el medio para demostrar la obediencia al Dios verdadero o al dios falso, debido a la serpiente astuta como adversario en la adoración y servicio a Dios. La advertencia divina propone muerte, como consecuencia de la desobediencia o el fruto del pecado, mientras que la propuesta de seguir al dios falso excluye el resultado de la muerte, según la versión de la serpiente, en contraposión a Dios: El Dios Creador: “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2.16 al 17).


El dios falso (serpiente): “Pero la serpiente era astuta,… la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?… Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis…” (Génesis 3.1 al 5).


El género humano, representado en Adán y Eva, mediante mentira, se engaña a sí mismo, actúa sin responsabilidad, a consecuencia de su abandono a la adoración y servicio al Dios verdadero. Se pasa de la inocencia a la malicia, cuya corrupción e injusticia perdura por generaciones. Hay un supuesto razonamiento previo, para alcanzar la sabiduría, al final prevalece la confusión, duda y falsedad. Se rinde culto y sumisión a la serpiente, en oposición a la voluntad del Dios Creador y contrario a la certeza de la fe:


“Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles… ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén” (Romanos 1.20 al 25).

Cuando las Sagradas Escrituras, se refiere al ser humano como creado a la semejanza de Dios, es porque puede renacer a una nueva creación, para ser eterno, según la promesa de recibir la vida eterna, quien hace la voluntad del Padre y es juzgado como digno del reino de Dios, practicante de la espiritualidad, evitar el mal, hacer el bien, fe, paz, santidad y demás valores y virtudes practicadas como ejemplo por Jesús. Al principio la tierra había sido maldita por motivo de la desobediencia del ser humano (Génesis 3.17), porque como consecuencia del pecado entró la muerte a él y a la naturaleza, entonces por causa del pecado, la muerte y condenación pasó a todos los hombres (1 Corintios 15.21 al 22), pero por la obediencia de Jesucristo somos constituidos justos y mediante él, reine la gracia por justicia y ya no el pecado para muerte (Romanos 5.12 al 21).


Dios les ordena ser fecundos, multiplicarse y llenar la tierra: “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y reñoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1.28). Esta autonomía e independencia Dios la permite para la existencia de la naturaleza por sí misma, pero, el dominio y gobierno del ser humano ha sido con infidelidad:


“Mas si aquel siervo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir; y comenzare a golpear a los criados y a las criadas, y a comer y beber y embriagarse, vendrá el señor de aquel siervo en día que éste no espera, y a la hora que no sabe, y le castigará duramente, y le pondrá con los infieles. Aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes” (Lucas 12.45 al 47).

Dios el Creador no tiene ningún tipo de responsabilidad propia de la infidelidad del ser humano, quien corrompe la legislación natural, a pesar del respeto que merece la creación de Dios. Esta destrucción infligida por el humano hacia sus propios semejantes y a su hábitat en donde se desenvuelve, mediante la cultura de muerte, la industria de las guerras y el tráfico de armas, la contaminación industrial, la devastación y el desequilibrio de la naturaleza, el caos o catástrofes, las muertes por hambrunas, debido a la injusta distribución de la riqueza, la exacerbada ambición e idolatría al dinero.


El mismo ser humano es solo responsable de las consecuencias y de ninguna manera se podría culpar a Dios: “Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano? Y él dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra…” (Génesis 4.9 al 11). La misma actitud de Caín, fue la de sus padres: “Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí. Entonces Jehová Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer: La serpiente me engañó, y comí” (Génesis 3.12 al 13). Adán trasgrede la voz de Dios, Eva transgrede a Adán y Caín con la muerte de su hermano transgrede a sus padres, es la ruptura de la consagración familiar. Se replica la conducta genética de la naturaleza humana, en desobediencia, transgresión y muerte.


Estos son ejemplos cuando no se asume las consecuencias de la irresponsabilidad. Su negación aún está presente al día de hoy, en perjuicio de lo natural y en detrimento del propio ser humano. Es un atentado a extinguir la vida física, intelectual y moral, por cauterización de la conciencia y aplacamiento de la crítica moral y espiritual. Jesús dijo: “… Había un hombre rico que tenía un mayordomo, y éste fue acusado ante él como disipador de sus bienes. Entonces le llamó, y le dijo: ¿Qué es esto que oigo acerca de ti? Da cuenta de tu mayordomía, porque ya no podrás más ser mayordomo?” (Lucas 16.1 al 2). Por su infidelidad en la mayordomía de la administración del planeta, se presenta el diluvio en el tiempo de Noé. Actualmente se está llegando a su límite de habitación.



[12]

En muchas citas bíblicas se mencionan a Jesús como rey, por ejemplo el siguiente: “Respondió Natanael y le dijo: Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel” (Juan 1.49). Así está escrito de Jesús: “¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas!” (Lucas 19.38). Jesús dijo el reino de Dios está entre vosotros: “Preguntado por los fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió y dijo: El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros” (Lucas 17.20 al 21).


El término reino tiene varios matices importantes, comprendidos como condición, dominio, estado, gobierno, plan o proyecto, tanto en el sentido material como inmaterial, ya sea en el presente o en la escatología de los tiempos finales y posteriores en la vida eterna. También según la energía, fenómenos, física, leyes y materia que la rigen y su evolución con el tiempo. Por otra parte, las cuestiones de conciencia, conocimiento, espiritualidad, del intelecto y psíquicas. Por lo general, el concepto reino se asocia a los altos mandos, para regir desde un nivel superior el resto de su composición, es decir, hay un techo de habitación, influencia, morada o refugio, protector de resguardo al reino y sus elementos dependientes que lo componen.


Desde el punto de vista bíblico, se compara reino con el cielo. Los tres grandes grupos en el plano natural, con características comunes, están los reinos animal, mineral y vegetal. Todos se integran dentro o bajo la cobertura espacial atmosférica del globo terráqueo. Este vendría a ser el primer cielo o reino natural, donde su gobierno es terrenal. En este reino aunque no se tome en cuenta al verdadero Dios (ateísmo o politeísmo), subsiste por leyes naturales que rigen la vida, establecidas desde un principio por el Creador, para que pueda existir la naturaleza con autonomía e independencia, en el paso del tiempo y de las generaciones.


El primer cielo o reino natural, contiene los aspectos biogeográficos, biológicos, ecológicos, fisiológicos y genéticos, pero debido al ser humano y su convivencia en sociedad, se inserta el aspecto social de la sociología y su interdependencia a la economía. El desarrollo cultural, étnico y geopolítico. Su influencia e intervención de las relaciones comerciales, financieras, industriales, militares, políticas y territoriales. La relación con la antropología, arqueología, geología, cosmografía, metrología, neurología, oceanografía, paleontografía, paleontología y psicología.


El relato de la creación menciona a Adán y Eva, que aunque no se menciona sus edades, posiblemente oscilan entre la juventud y adultos jóvenes. Siendo los primeros humanos, no tuvieron el proceso de infancia o niñez, porque fueron creados con la apariencia de varios años de existencia en el momento de su creación. Así los árboles, el petróleo, entre otros componentes de la naturaleza, pueden aparentar muchos miles de años o hasta millones de años y tener solo alrededor de unos seis mil años de existencia, en la fosilización de la era del ser humano actual. Esto no contradice la capacidad evolutiva, propia de la naturaleza o la fosilización de la existencia de eras anteriores.


Dios es el creador de la ciencia, el ser humano la descubre. El principio del reino natural, en relación con los humanos, solo existe con Adán y Eva según el libro de Génesis 3.20: “…Por cuanto ella era madre de todos los vivientes”, y como está escrito en Hechos 17.26: “Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación”. Según la Biblia todos pecaron (Romanos 3.23 al 26), por lo tanto, se descarta la existencia paralela de otra descendencia sin pecado, aparte de Adán y Eva. Luego del establecimiento del género humano surge la procreación a semejanza y conforme a la imagen de Adán: “Y vivió Adán ciento treinta años, y engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen…” (Génesis 5.3). Además engendró tanto hijos como hijas: “Y fueron los días de Adán después que engendró a Set, ochocientos años, y engendró hijos e hijas” (Génesis 5.4).


Por ser los primeros humanos, Caín trata sexualmente con una pariente y multiplica su descendencia: “Salió, pues, Caín de delante de Jehová, y habitó en tierra de Nod, al oriente de Edén. Y conoció Caín a su mujer, la cual concibió y dio a luz…” (Génesis 4.16 al 17). La población crece y surgen conductas como la poligamia: “… Y Lamec tomó para sí dos mujeres; el nombre de la una fue Ada, y el nombre de la otra, Zila… ” (Génesis 4.18 al 22), la orden era unirse simultáneamente a una sola persona, según Génesis 2.24.


El ser humano en su búsqueda de Dios se vuelve un ser adorador y religioso, pero amar verdaderamente a Dios y aborrecer por completo la práctica del pecado y el mal, es una experiencia sobrenatural. Esto requiere conciencia, devoción, energía, fuerza, piedad milagrosa y voluntad, porque involucra un compromiso y pacto con Dios, mediante la vivencia de los valores comunitarios o del reino de Dios, que ayudan a fortalecer la relación personal con Dios, nuestro prójimo y el hábitat donde coexistimos.


Los valores del reino de Dios, moldean nuestra personalidad, para ser participantes de la naturaleza divina, como la esencia espiritual y el espíritu de justicia:


“Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que habéis alcanzado, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra: Gracia y paz os sean multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús. Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 Pedro 1.1 al 4).

Por ejemplo, Dios nos incorpora a su reino, con la práctica en la vida diaria del gozo, justicia y paz (Romanos 14.17). El reino de Dios es una forma de vida, de ayuda al necesitado, auxilio al pobre, al enfermo, prácticas de bien común, sin distinción de color de piel, credo, discriminación a la mujer, etnia, idioma, nacionalidad, posición social, raza, entre otros. Impera la armonía, la comprensión, el respeto, la sensibilidad y la valorización del ser humano (Lucas 10.8 al 9, 11.20, 16.16, 17.20 al 21; Hechos 1.3, 19.8). Dios reina sobre nosotros a través de su Espíritu. Es un reino de ayuda, bienestar, convivencia y solidaridad, con el fundamento del mensaje de Jesucristo, manifestado en una forma de vida sin opulencia, lucro y vanidad. Es un reino de amor, apoyo mutuo, caridad, compartir, esperanza, fe, fraternidad, justicia y paz, con los más necesitados y empobrecidos, por consecuencias del sistema de indiferencia e injusticia social.



[13]

Dios establece una alianza o pacto natural (la energía y fuerza de la naturaleza). El ser humano es el responsable de administrar en forma autónoma e independiente a la naturaleza, para la estabilidad, conservación y permanencia de la misma. Es el humano quien tiene que rendir cuentas de la Creación, como un mayordomo encargado de la administración del planeta. La naturaleza tiene sus propias leyes de subsistencia establecidas por Dios desde un principio, algunas descubiertas o por descubrir a futuro. Hay ciencias y leyes de orden astronómico, atmosférico, biofísico, cósmico, dinámica, evolutiva, física, gravitacional, magnética, mecánica cuántica, meteorológica, microscópica, molecular, nuclear, química, radiactiva, reproductiva y de temperatura. La diversidad biológica y ciencias afines: citología, ecología, embriología, etología, fisiología, genética, histología, microbiología, morfología, inclusive las cognoscitivas, neurológicas, psicológicas, entre otras. El relato de la creación describe:


“… Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde…; árbol de fruto…, hierba que da semilla según su naturaleza, y árbol que da fruto, cuya semilla está en él, según su género… Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día de la noche; y sirvan de señales para las estaciones, para días y años, y sean por lumbreras en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra… Dijo Dios: Produzcan las aguas seres vivientes, y aves que vuelen sobre la tierra,… las aguas produjeron según su género, y toda ave alada según su especie… Y Dios los bendijo, diciendo: Fructificad y multiplicaos,… Luego dijo Dios: Produzca la tierra seres vivientes según su género, bestias y serpientes y animales de la tierra según su especie… Y creó Dios al hombre…; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra…” (Génesis 1.10 al 30).

Después de la primera alianza o pacto natural con Adán y Eva, Dios ratifica otro con Noé y su familia: “Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche” (Génesis 8.22). Esto es similar: “para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5.45), a pesar de la aberración del ser humano por su extravío e inclinación al mal: “… porque el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud…” (Génesis 8.21). El arco iris es una señal de esta segunda alianza o pacto (Génesis 9.12 al 14 y 16 al 17).


La causa del diluvio fue la abominación, incredulidad e indiferencia del mundo contemporáneo a Noé. Dios promete no volver a enviar un diluvio (Génesis 9.11 y 15), protege la vida humana contra los animales y los mismos hombres, para evitar su exterminio (Génesis 9.2), reciben la orden de ser fecundos, de multiplicarse y llenar la tierra (Génesis 9.1 y 7). Se permite la alimentación de la carne de animal, aunque se prohíbe comer sangre (Génesis 9.3 al 4). Antes, en la primera alianza o pacto la alimentación fue vegetariana (Génesis 1.29 al 30).


La alianza o pacto espiritual se manifiesta inicialmente entre Dios y Abraham, luego se ratifica con Moisés. En el caso de Abraham, la Biblia dice: “Tú eres, oh Jehová, el Dios que escogiste a Abram, y lo sacaste de Ur de los caldeos, y le pusiste el nombre Abraham; y hallaste fiel su corazón delante de ti, e hiciste pacto con él…” (Nehemías 9.7 al 8). Abraham fue obediente a Dios, a pesar de que aún no se habían recibido los mandamientos por escrito, por ser mucho antes de Moisés, solamente se transmitían oralmente entre generaciones. La ley todavía no se había entregado de la forma escrita, sino oralmente: “Por cuanto oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes” (Génesis 26.5).


Luego a los judíos se les confía la palabra de Dios (Romanos 3.1 al 2): el mandamiento y la custodia de los libros de Moisés y de los profetas. Dios permitió extender el conocimiento de la ley para ser revelado a todas las generaciones como está escrito: “Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley” (Deuteronomio 29.29). En relación con los profetas, hablaron siendo inspirados por el Espíritu de Dios (2 Pedro 1.19 al 21). El Señor usó las profecías para anunciar por medio de sus profetas, los acontecimientos futuros, el recordatorio del cumplimiento de la alianza y la denuncia de la injusticia, reposando en ellos su Espíritu para profetizar (Números 11.25 al 29).


Los antepasados de Abraham servían a dioses extraños: “Y dijo Josué a todo el pueblo: Así dice Jehová, Dios de Israel: Vuestros padres habitaron antiguamente al otro lado del río, esto es, Taré, padre de Abraham y de Nacor; y servían a dioses extraños” (Josué 24.2). Dios llama a Abraham para su adoración y servicio (Génesis 12.1 al 8; Isaías 51.2; Hebreos 11.8), él creyó a Dios y le fue contado por justicia, sus obras eran del agrado de Dios conforme a su voluntad. Está escrito para cada quien darle cuentas a Dios de lo realizado en vida y de sus propias obras (Job 34.11; Salmos. 62.12; Mateo 16.27; 1 Pedro 1.17; Apocalipsis 2.23), la Biblia dice: “Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (Jeremías 17.10). Por causa de la fe se identifica realmente al pueblo de Dios, porque actúa con la fe de Abraham, según la promesa (Génesis 26.5):


“Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras… ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta? ¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras? Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios. Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe… Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (Santiago 2.17 al 26).


[14]

En relación con las tres dimensiones de conocimiento: natural, espiritual y celestial, la comprensión y conexión con lo celestial mediante Jesucristo, es lo que verdaderamente trasciende para vida eterna, es decir, en la medida del análisis y profundidad en el conocimiento de Dios logramos entender lo siguiente:


El propósito de la creación del ser humano, está en lo que Pablo llama la dispensación del misterio escondido en Dios, el Creador de todas las cosas. Esto con el propósito de que las muchas formas de la sabiduría de Dios sean dadas a conocer entre los seres creados, por medio de la fe en Cristo Jesús (Efesios 3.9 al 12). Pablo afirma que este propósito de Dios y su gracia nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos y manifestada con la venida del Salvador Jesucristo por el evangelio dado también a los gentiles (2 Timoteo 1.9 al 11). Entonces la finalidad de la creación del ser humano implica que ellos adquieran el conocimiento de Dios para alabanza de su gloria, a través del evangelio de Jesucristo dado inclusive a los gentiles. También para la administración de la gracia de Dios entre los seres humanos, siendo los gentiles coherederos y miembros del mismo cuerpo, copartícipes de la misma promesa (Efesios 3.1 al 8).


La dispensación de Dios durante todos los tiempos inicia desde la creación. En el huerto del Edén como Creador le concede la vida al ser humano, le distribuye labores para que cuide y labre el huerto, además encomienda a Adán los animales para darles sus nombres. Le encarga al ser humano la responsabilidad de administrar la naturaleza, al decirle que llene la tierra, la sojuzgue y señoree. Hay una administración general de Dios sobre la creación y el ser humano, porque le da mandamiento a la humanidad, determina sus consecuencias en el caso de actuar con rebeldía a su voluntad, establece un límite de existencia y un juicio final.


El pecado del ser humano no fue una improvisación, sino parte del plan de Dios para su dispensación, porque luego se le absuelve de su falta por medio de Cristo, liberándolo de su culpa y obligación de cumplir con la ley de los ritos, de la circuncisión y de la sentencia de muerte a ser apedreado por transgresión (lapidación).


La redención del ser humano es por medio de Cristo, porque hizo un único sacrificio derramando su propia sangre en la cruz, previsto desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los últimos tiempos. Esta solemnidad requiere en el ser humano, una conducta de temor en respeto y reverencia todo el tiempo de su peregrinación por este mundo (1 Pedro 1.17 al 20). Dios nos escoge en Cristo antes de la fundación del mundo, para ser santos y sin mancha delante de él, para alabanza de la gloria de su gracia. Por medio de la redención por la sangre de Jesucristo y el perdón de pecados, nos da a conocer el misterio de su voluntad, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, por el evangelio de la salvación y del reino de Dios, para creer en él y ser sellados con el Espíritu Santo (Efesios 1.3 al 14).


Esta dispensación final es la participación del reino de Dios prometido para los que obedecen, pero el misterio se descubre y sale a la luz, cuando se aprende a vivir la vida en Dios, a partir de la iglesia misma como pequeño reino de Dios sobre la tierra. El conocimiento pleno de esta dispensación está en mantener el sentido original de la iglesia del primer siglo, cuya característica destaca en la entrega y servicio por los demás, promoviendo valores de equidad y justicia, extendiéndolas a todos los gentiles, perseverando unánimes, estando juntos y teniendo en común todas las cosas, compartiendo según la necesidad de cada uno, partiendo el pan y comiendo juntos con alegría y sencillez, alabando a Dios como en un solo corazón, teniendo todas las cosas en común, viviendo realmente en comunidad (Hechos 2.44 al 47, 4.32 al 35) y reino de Dios entre nosotros.


Podríamos citar el ejemplo de la circuncisión en la carne como señal de pertenencia a Dios, y que recibió Abram (padre enaltecido), cuyo nombre fue cambiado por Abraham (padre de una multitud), según la promesa que sería padre de muchedumbre de gentes (Génesis 17.1 al 14). Recibió entonces la promesa del pacto entre Dios, Abraham y su descendencia, por pacto perpetuo, para que fuera Dios de él y de su descendencia, por siempre:


“Y recibió la circuncisión como señal, como sello de la justicia de la fe que tuvo estando aún incircunciso; para que fuese padre de todos los creyentes no circuncidados, a fin de que también a ellos la fe les sea contada por justicia; y padre de la circuncisión, para los que no solamente son de la circuncisión, sino que también siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham antes de ser circuncidado” (Romanos 4.11 al 12).

Esta promesa se alcanza aún en nuestros días, porque su cumplimiento llegó a su plenitud cuando la circuncisión sufrió la transición de lo literal a lo espiritual, la bendición llega a todas las naciones (Génesis 12.3; Gálatas 3.6 al 9), ya que en su simiente, que es Cristo, son benditas todas las naciones (Génesis 22.15 al 18 y 26; Hechos 3.22 al 26), lo que también se le confirmó a Isaac (Génesis 26.3 al 4). Algunos símbolos del primer pacto luego fueron transformados en el nuevo pacto. Ahora estamos bajo el régimen nuevo del Espíritu. La Alianza o Pacto Espiritual se establece mediante la justicia de la fe:


“Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe. Porque si los que son de la ley son los herederos, vana resulta la fe, y anulada la promesa. Pues la ley produce ira; pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión. Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros… por lo cual también su fe le fue contada por justicia. Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro” (Romanos 4.13 al 24).


[15]

Las tres dimensiones de conocimiento: natural, espiritual y celestial, determinan y vinculan la trascendencia del ser humano en su dispensación por la gracia de Dios. Jesucristo manifiesta lo siguiente:


“Entonces les dijo: El que tiene oídos para oír, oiga. Cuando estuvo solo, los que estaban cerca de él con los doce le preguntaron sobre la parábola. Y les dijo: A vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los que están fuera, por parábolas todas las cosas; para que viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no entiendan; para que no se conviertan, y les sean perdonados los pecados” (Marcos 4.9 al 12).

Esto significa que el mundo natural sin una conversión no tiene aspiración al perdón de pecados. Porque Jesús explica en la parábola del sembrador, acerca de la semilla en buena tierra, que es equivalente a las personas con corazón bueno y recto al retener la palabra oída, y dar fruto con perseverancia (Lucas 8.15). Por otra parte, el que persevere hasta el fin será salvo, según la declaración misma de Jesús y la predicación del evangelio acerca del reino (Mateo 24.13 al 14).


La dispensa está relacionada con el apoyo, protección, respaldo y seguridad recibida directamente de Dios, mediante su don gratuito que concede u otorga, para absolver y perdonar de la culpa. Es determinante y vinculante, porque según el grado de conocimiento, así es la capacidad de toda persona en conocer y aceptar la responsabilidad de sus acciones realizadas libremente. Analicemos los siguientes ejemplos:


El conocimiento celestial, caso de Pablo:


“Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial, sino que anuncié primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento... ” (Hechos 26.19 al 20).

El conocimiento natural, caso de Festo:


“Que el Cristo había de padecer, y ser el primero de la resurrección de los muertos, para anunciar luz al pueblo y a los gentiles. Diciendo él estas cosas en su defensa, Festo a gran voz dijo: Estás loco, Pablo; las muchas letras te vuelven loco. Mas él dijo: No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que hablo palabras de verdad y de cordura” (Hechos 26.23 al 25).

El conocimiento espiritual, caso de Agripa:


“Pues el rey sabe estas cosas, delante de quien también hablo con toda confianza. Porque no pienso que ignora nada de esto; pues no se ha hecho esto en algún rincón. ¿Crees, oh rey Agripa, a los profetas? Yo sé que crees. Entonces Agripa dijo a Pablo: Por poco me persuades a ser cristiano” (Hechos 26.26 al 28).

Así como en la parábola del sembrador (Lucas 8.11 al 14), algunos se quedan en un círculo vicioso, o sea, en la explicación de un discurso sin poder aclarar, como patinar las ruedas del vehículo en un suelo resbaladizo, inmersos en el mundo espiritual y religioso sin trascender al conocimiento celestial de Jesucristo. Es como un espejismo que desvirtúa la posibilidad de reconocer el verdadero oasis. El desierto es la vida donde el mundo es un espejismo de dinero, fama, placer, poder y riqueza, Jesucristo es el verdadero oasis de vida eterna en consagración, devoción, gratitud, santidad y voluntad de Dios. El espejismo es el camino ancho, el oasis es el camino angosto de la disciplina, razonamiento espiritual y práctico: “El que tiene en poco la disciplina menosprecia su alma; mas el que escucha la corrección tiene entendimiento. El temor de Jehová es enseñanza de sabiduría…” (Proverbios 15.32 al 33).


La decisión de Jesús en este sentido fue abrigar todo el valor suficiente para perseverar hasta el fin, en el propósito por el cual viene a este mundo. Jesucristo verdaderamente comprende el motivo de su vida y el plan de Dios para con él y con aquellos en torno a su persona. No se sale del objetivo principal de su venida, respecto a la obediencia y servicio a su Padre que estaba en los cielos, ni se deja deslumbrar o influenciar con la distracción de cortinas de humo o por el ruido ensordecedor del mundo. Acata firmemente la misión encomendada e influye su conocimiento en la ignorancia predominante de su época, para beneficio de las generaciones posteriores hasta el día de hoy. La Biblia dice:


“… ¿Quién de nosotros morará con el fuego consumidor? ¿Quién de nosotros habitará con las llamas eternas? El que camina en justicia y habla lo recto; el que aborrece la ganancia de violencias, el que sacude sus manos para no recibir cohecho, el que tapa sus oídos para no oír propuestas sanguinarias; el que cierra sus ojos para no ver cosa mala; éste habitará en las alturas; fortaleza de rocas será su lugar de refugio; se le dará su pan, y sus aguas serán seguras” (Isaías 33.14 al 16).

Jesús afirma lo siguiente:


“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muerto y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía e iniquidad” (Mateo 23.27 al 28).

Lo externo es la persona y lo interno es la mente. Este enclaustramiento de fe ciega, es un aislamiento al mensaje de Dios, real y efectivo. La convicción, adherida fuertemente al cimiento de la razón, es la base de la equidad, justicia, rectitud y sinceridad. La autenticidad acompañada del sentido común a la hora de juzgar, produce un testimonio razonable y con acierto: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos” (Hebreos 11.1 al 2).


Enclaustramiento religioso es el encierro o aislamiento mental en prejuicios. Es el juicio y opinión antes de tener un verdadero conocimiento. Se manifiesta en las ideas preconcebidas y discriminatorias que cohíben la libertad. La fe se actúa, piensa y reflexiona. Fe y razón se complementan, es la adhesión del entendimiento y comprensión a una verdad de Dios, revelada mediante su gracia y llevada a la práctica. La fe estriba mediante el conocimiento, en ser libre de los prejuicios religiosos y sociales, para respetar y hacer el bien a todos sin discriminación, sin intereses egoístas, mezquinos y oportunistas, de beneficio propio y en detrimento de los demás. Algunos utilizan la estrategia de desacreditar otras interpretaciones y grupos, para ganar adeptos a su propio grupo de seguidores. Esto no es tener reunión o comunión aparente en el nombre de Jesucristo, es mera conveniencia proselitista y un celo por ganar y convertir personas a su doctrina o religión particular.



[16]

El escalamiento y trascendencia en el conocimiento es influenciado por el libre albedrío que comúnmente se generaliza, pero existen varios tipos demostrados en la Biblia. Así como hay diferencia en el conocimiento.


Un ejemplo de libre albedrío natural es la elección y ejercicio de una ocupación, oficio o carrera profesional, también un ejemplo de libre albedrío espiritual es la elección, participación activa o pasiva y pertenencia a una denominación, iglesia o religión (fraccionamiento cristiano). En la Biblia hay varios precedentes de esta situación: “Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo” (1 Corintios 1.12). Este caso corresponde a un libre albedrío espiritual apegado a lo natural:


“De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales,… porque aún sois carnales, pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres? Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales?” (1 Corintios 3.1 al 4).

Hay otros precedentes, tal es el caso, registrado en Hechos de los apóstoles, de Simón, un practicante de las artes mágicas, quien oye el mensaje de salvación y se motiva a seguir a quienes predican la palabra de Dios, pero se queda solamente con el llamamiento, porque baja a las aguas en el bautismo sin estar verdaderamente arrepentido y convertido. Prueba de esta afirmación es la declaración de Pedro acerca del corazón de Simón sin santificación: caracteriza su corazón como no recto delante de Dios y en hiel de amargura y prisión de maldad (Hechos 8.12 al 23). También algunas personas a falta de los frutos del Espíritu Santo, se desviaron de la verdad, ya sea con profanas y vanas palabras, que no aprovechan sino que perjudican a los oyentes, trastornando la fe de algunos. Por ejemplo, la Escritura menciona a Himeneo y Fileto quienes decían acerca de la resurrección que ya se había efectuado (2 Timoteo 2.14 al 18).


Jesús advierte acerca del conocimiento celestial frente al conocimiento espiritual:


“El les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16.15 al 17).

Mientras tanto existían muchos comentarios, interpretaciones, opiniones y rumores, similar a doctrinas y dogmas promovidos por la diversidad de creencias:


“Aconteció que mientras Jesús oraba aparte, estaban con él los discípulos; y les preguntó, diciendo: ¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos respondieron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros; que algún profeta de los antiguos ha resucitado. El les dijo: ¿Y vosotros, quién decís que soy? Entonces respondiendo Pedro, dijo: El Cristo de Dios” (Lucas 9.18 al 20).

Pero en todo caso dentro del fraccionamiento cristiano, el hacer valer una postura en defensa de cualquier enseñanza, sea a favor o en contra, no implica ser contencioso. No debe ser costumbre el contender (1 Corintios 11.16; Filipenses 2.3; 1 Timoteo 6.4 al 5), especialmente cuando algunos pretenden contender para no obedecer a la verdad (Romanos 2.8), inclusive si hay quienes predican a Cristo por contención (Filipenses 1.15 al 16), con más razón quienes se oponen. El siervo del Señor no debe ser contencioso (2 Timoteo 2.23 al 26), ahora bien, para el estudio minucioso de la Biblia, es necesario en forma respetuosa, contender ardientemente por la fe, en el sentido de preservar la sana doctrina, ya que se advierte de aquellos que quieren convertir en libertinaje la gracia de Dios (Judas 3 al 4). Pero esta sana doctrina atañe más a las cuestiones de comportamiento y conducta, como ser sobrio, serio, prudente, sano en la fe, en el amor y en la paciencia (Tito 2.1 y 2).


El dogma es una definición de conceptos, por interpretación y opinión, tanto colectiva o individual, de quienes realizan el análisis de la doctrina. En relación con los dogmas eclesiásticos, son necesarios en la medida del fortalecimiento de la abstinencia y lucha contra el pecado, el amor, fe, hacer el bien a los demás, la misericordia de Dios, de la práctica de valores comunitarios y vivencia del reino de Dios. Hacer la justicia, obedecer el Decálogo, la ley de Cristo, saber y hacer lo bueno. Los votos de austeridad o pobreza, consagración y castidad como virtud opuesta al apetito carnal y pecaminoso, el dominio propio, santidad y vida ejemplar. Este fundamento o principios son prácticos en la cotidianidad, mientras otro tipo de dogma puede ser poco útil para la convivencia diaria, por ejemplo, las cuestiones escatológicas, fantasiosas e interpretaciones apocalípticas sin provecho para la vida diaria. Hay dogmas comunes entre el fraccionamiento cristiano, otros dogmas son muy diferentes, inclusive contradictorios. La complejidad está en la asociación de un cristiano a determinada iglesia y su adhesión a los dogmas particulares de la misma. Pedro dice de Pablo:


“… según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición” (2 Pedro 3.15 al 16).

Según la Escritura no se ha dado a conocer el poder de Dios y la venida del Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas (1 Pedro 1.16 y 19). Los lectores de la Biblia interpretan cada texto con diferentes opiniones, prueba de esto es la multitud de fraccionamiento dentro del cristianismo, sin embargo, la preeminencia la tiene Jesucristo: “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Corintios 3.11); “mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios” (1 Corintios 1.24).


La salvación por medio de Jesucristo, en el buen sentido de la palabra, es el paradigma dentro de la religión cristiana. Es un ejemplo y modelo de la consecución de las bienaventuranzas del Sermón de la Montaña. La desviación del paradigma se presenta mediante el fanatismo de lo absoluto, cuando se considera la salvación por la defensa de la interpretación y opinión de reglas eclesiásticas y dogmáticas, como única verdad y absoluta. Esto es la salvación por el producto de la división y fraccionamiento del cristianismo, diversas ideologías, fundamentalismos extremos y radicales. En realidad esta última posición es defender una falacia y utopía contraria a Cristo, por consiguiente, es una antítesis de la verdad cristiana, porque fomenta la enemistad, guerra, luchas de poder, miedo, odio, persecución, rencor, rivalidad y terror religioso, en detrimento del verdadero amor puro y justicia de Dios:


“… Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él. En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Juan 3.13 al 18).


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El conocimiento natural y espiritual versus el conocimiento celestial:


Existe el dogma proveniente de la doctrina y tradición. El dogma por sí mismo es ineludible e inevitable, porque es parte de la interpretación y opinión generada por cada punto de vista o lentes con que mire cada persona. Entre la tradición están las doctrinas y costumbres que se conservan con el pasar del tiempo, algunas de ellas fueron censuradas drásticamente por Jesús, porque invalidaban el mandamiento del amor de Dios (Marcos 7.6 al 9).


También existe el dogma de la sociedad y el dogma filosófico. Hay costumbres arraigadas a la sociedad, con la posibilidad de invalidar la palabra de Dios en algún aspecto. Es importante a la hora de analizar y respetar los mandamientos de Dios, no poner la mirada en criterios particulares, basados en deducciones y supuestos terrenales, en lugar del fundamento de Dios mediante Jesucristo, la palabra dice: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo” (Colosenses 2.8), y “En conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres…” (Colosenses 2.22). Jesús dijo:


“… ¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición ?… Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición… Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres…” (Mateo 15.3 al 9), “Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres… Les decía también: Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición… invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido. Y muchas cosas hacéis semejantes a estas” (Marcos 7.8 al 13).

Hay aspectos legalizados a nivel de la sociedad en conflicto eclesiástico, espiritual o evangelístico. Por ejemplo, el abuso en la adicción a las bebidas alcohólicas o al fumado de tabaco, socialmente legal, pero a la vez dañino y perjudicial para la salud, o sea, censurado espiritualmente. Inclusive el exceso de alimentos como la ingesta abusiva de carnes rojas y procesadas: “Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna” (1 Corintios 6.12).


Otro ejemplo, el dogma social no resalta la importancia, práctica y significado de la cena del Señor, instituida por Jesucristo como uno de los fundamentos más sagrados del evangelio, sino a través de la iglesia, se da el lugar y obediencia merecida:


“Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1 Corintios 11.26) y “No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios. ¿O provocaremos a celos al Señor? ¿Somos más fuertes que él? Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica. Ninguno busque su propio bien, sino el del otro” (1 Corintios 10.21 al 24).

En la parábola del buen samaritano, posiblemente tanto el sacerdote como el levita, actuaron así, apegados a la misma ley, según la interpretación de algunos preceptos, creyeron correcto no acercarse al herido, por si, en caso de estar muerto, no caer en inmundicia al tocarlo, ya que temporalmente podrían quedar inmundos en caso de tocar a alguien fallecido (Números 19.11 al 16; Levítico 21.1 al 4; Ezequiel 44.25). Pero un samaritano, supera el privilegio poseído por el sacerdote y el levita, ve al herido y es movido a misericordia, lo socorre y cuida hasta sanar por completo. Jesús pregunta al intérprete de la ley: “… ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? El dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Vé, y haz tú lo mismo” (Lucas 10.29 al 37). Está escrito: “Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio” (Santiago 2.13).


Hay que vencer el mal con el bien. La ausencia de fe, justicia y misericordia, provoca en algunos la posibilidad de considerarse más santos en comparación a los demás (Isaías 65.5; Hechos 10.28), prevalece la creencia de tener la única verdad y absoluta, pero en realidad se deposita la confianza en dogmas y normas incoherentes e incongruentes al sentido de la vida y bien común manifestado en las Escrituras. Jesucristo con su ejemplo, rompe con todos estos paradigmas, vino a dar buenas nuevas a los pobres, sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos, vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el año agradable del Señor (Lucas 4.17 al 21). Lo demuestra cuando habla con una mujer samaritana, a pesar de que judíos y samaritanos tienen enemistad (Juan 4.1 al 10; Esdras 4.1 al 10; Nehemías 4.1 al 2). Por lo tanto, es necesario trascender de lo natural a lo espiritual, y de lo espiritual a lo celestial, como un proceso y engranaje para llegar a la plenitud de Cristo.


El ser enriquecido en el evangelio de Cristo, con abundancia en fe, en palabra, en ciencia, en toda solicitud y amor (2 Corintios 8.7), produce como resultado la generosidad de compartir los bienes materiales con los más necesitados, como don o gracia recibida de Dios. Suplir las necesidades espirituales y materiales del carente de lo básico para la subsistencia, abunda en muchas acciones de gratitud a Dios, y glorificación a Dios por la obediencia al evangelio de Cristo, los valores del reino de Dios y por la generosidad en beneficio de todos (2 Corintios 9.8 al 14). En armonía, ayuda, comunión y solidaridad, se comparten los bienes espirituales y materiales (Romanos 15.27), según el ejemplo de las iglesias de la región de Macedonia y Acaya (Romanos 15.25 al 26; 2 Corintios 8.1 al 4).



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Otros antecedentes de grado o nivel de conocimiento están los siguientes, entre conocimiento natural y espiritual versus conocimiento celestial. El conocimiento natural se manifiesta en los gobernantes que no creyeron el mensaje de Jesús. El caso de los principales sacerdotes y los fariseos representan el conocimiento espiritual, pero Nicodemo y José de Arimatea mediante Jesucristo trascienden al conocimiento celestial, aunque sea como un tipo de religiosos anónimos que se explicará a continuación:


Entre los primeros religiosos anónimos (RA) que encontramos en la Biblia están Nicodemo y José de Arimatea. El anonimato de Nicodemo se demuestra cuando viene a Jesús de noche, para no ser visto abiertamente y para no descubrir su identidad: “Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos. Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él” (Juan 3.1 al 2). Nicodemo se presenta y con su testimonio expone su concepto acerca de Jesús, a pesar de pertenecer al grupo de los fariseos y de ser principal entre los judíos, Jesús le dice: “No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo… Respondió Nicodemo y le dijo: ¿Cómo puede hacerse esto? Respondió Jesús y le dijo: ¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto?” (Juan 3.7 al 10).


En relación con el anonimato de Nicodemo la Biblia resalta que los principales sacerdotes y los fariseos pensaban que ninguno de ellos había creído en Jesús: “… ¿Acaso ha creído en él alguno de los gobernantes, o de los fariseos?” (Juan 7.45 al 48), sin embargo, la Biblia destaca que Nicodemo era fariseo y vino a Jesús de noche: “Les dijo Nicodemo, el que vino a él de noche, el cual era uno de ellos…” (Juan 7.50 al 52), “También Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche…” (Juan 19.39).


Los religiosos anónimos (RA), son las personas con secuelas de pertenecer a grupos partidarios del absolutismo, donde se consideran únicos y verdaderos, infunden desprecio, difamación, discriminación, odio y rivalidad hacia otras religiones. Se consideran los más santos entre los santos, inmaculados y sin pecado, pero en realidad están llenos de antivalores, como la altivez, arrogancia, desamor, presunción, soberbia, orgullo y vanagloria. Desprecian las actitudes, porque para ellos la salvación personal y el galardón de la vida eterna, se fundamenta en su propio dogmatismo de creencias particulares, restando importancia a los valores.


En el caso de José de Arimatea, estos grupos infunden intimidación y miedo, a la pérdida de salvación fuera de su propio grupo, inclusive el temor a la discriminación, exclusión y represalias. Las personas afectadas quedan con un trauma psicológico, con la necesidad de terapia para superar la etapa traumática dentro de la religión, por consiguiente la reunión de apoyo neutral con otras personas que han sufrido situaciones similares. La Biblia dice: “… José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo de los judíos…” (Juan 19.38).


Estos grupos religiosos tienen un celo irracional, con aparente libertad de Cristo, aunque al fin de cuentas hacen lo que les parece y les conviene. El apóstol Pablo menciona: “¿Me he hecho, pues, vuestro enemigo, por deciros la verdad? Tienen celo por vosotros, pero no para bien, sino que quieren apartaros de nosotros para que vosotros tengáis celo por ellos” (Gálatas 4.16 al 17). La Biblia relata acerca de una vez en tiempos antiguos, por falta de rey en Israel, que cada uno hacía lo que bien le parecía (Jueces 17.6, 21.25), pero en el cristianismo el rey es Jesús, lo cual testifica Natanael cuando reconoce a Jesús como Hijo de Dios, Rey de Israel y Natanael era un verdadero israelita, en quien no hay engaño, según la declaración directamente de Jesús (Juan 1.47 al 49).


La autenticidad como la de Natanael, es solo demostrable a través de la práctica con los hechos del diario vivir. La teoría poco o nada sirve si no hay aplicación, por esta razón Jesús llama a Natanael como verdadero, en quien no hay engaño. Los religiosos anónimos proceden de grupos sin congruencia, tanto en el discurso y en la práctica del amor, por la aversión a quienes consideran sus rivales religiosos por los diferentes dogmas: “… pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?” (1 Corintios 3.2 al 3).


La razón del ser, está en función de asumir conscientemente a Cristo como el centro de la vida, con una firme adhesión, convicción, devoción y excelencia a la consagración y santidad. Algunas personas existen solo en espera del envejecimiento, otras afanadas al logro de bienes y servicios, para ser valorados por sus posesiones, también hay quienes viven en confusión y desorden en espera de la felicidad. Hay una insatisfacción infinita y lo que llaman un vacío existencial. Un conformismo de acumulación de dinero, fama, poder, popularidad y riqueza, sin dar importancia a Dios y su palabra en su Hijo Jesucristo, como fuente de vida en plenitud.


La crisis y realidad mundial confrontan al ser humano con un vacío existencial de hambre insaciable de conocimiento del mensaje cristocéntrico, para alimento espiritual y una comunión fraternal. La Cena del Señor es comer el cuerpo y beber la sangre de Jesucristo, es la reverencia solemne de la comunión en obediencia, según se digiere y procesa la alimentación espiritual, mediante la explicación e interpretación de la exégesis, homilía, hermenéutica o sermón. La persona para reflexionar el mensaje de Cristo, requiere espiritualmente de nutrientes esenciales en el discernimiento del bien y del mal.


El secreto del sentido de éxito de la vida está en recibir a Jesucristo como el verdadero alimento de Dios. El salmista dice que es dulce al paladar la palabra de Dios (Salmos 119.103). El alimento divino es un manjar delicioso para quienes obedecen y Dios es quien posibilita el entendimiento. Una mesa servida con comidas variadas enriquece la cena, así es el mensaje de Dios como manjares deliciosos y nutritivos para la conciencia y el intelecto. El gusto o sabor del manjar está en el condimento, o sea, la sal y especias, dan el sazonador y el buen sabor a la comida, en el sentido espiritual, es el entendimiento, conocimiento razonado y comprendido. Jesús dijo: “Vosotros sois la sal de la tierra;…” (Mateo 5.13). Además: “Buena es la sal; mas si la sal se hace insípida, ¿con qué la sazonaréis? Tened sal en vosotros mismos; y tened paz los unos con los otros” (Marcos 9.50).


La paz es un ingrediente sustancial. Así, degustar el sabor agradable de cada alimento, es fuente de placer al paladar, semejante es para la mente, el ampliar el conocimiento y lograr la sensibilidad de la compasión, justicia, paz y ternura, entre otros valores. La gran diversidad de pensamiento genera riqueza de sabiduría, por consiguiente la oportunidad para vivir a plenitud el conocimiento de modo certero y consciente. Otros alimentos indigestan por su nocividad.


El conocedor de la palabra de Dios tiene que asumir responsabilidad cuando altera el mensaje. El alimento se desazona por el contenido de ingredientes nocivos utilizados por quienes preparan, sirven o se sirven de la mesa con alguna intención perversa, contraria a lo que Cristo representa. El propósito es el servicio con la referencia de Cristo, de ninguna manera servirse con egoísmo para lucrar y vivir en lujos, opulencia y vanidad diferente a Cristo. Se requiere un estudio bíblico imparcial, objetivo y recto, sin sesgos del cristianismo religioso fraccionado.


Dios provee el alimento al alcance de todos, sin acepción de personas, ni discriminación. El ser humano es el cocinero que varía la receta en conformidad con su intención. La comida está servida, algunas nutren el cuerpo y lo fortalece, otras enferman a la comunidad mundial, porque corresponde a un alimento alterado, especialmente con el fundamentalismo, extremismo radical, fanatismo hostil, legalismo religioso exacerbado, lucro religioso, ultra conservadurismo religioso e impío:


“Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio” (Hebreos 6.4 al 6).


[19]

El origen y contraste entre el conocimiento natural, espiritual y celestial se describe a continuación:


La serpiente, además de engañar al inicio al ser humano, lo hace con el resto del mundo: “… La serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero…” (Apocalipsis 12.9). Figurativamente el diablo y Satanás representa el pecado dominante en el mundo. Además de la mentira promueve el homicidio: “… Ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira” (San Juan 8.44). En relación con el sacrificio a dioses ajenos, es comparado con un sacrificio presentado a los demonios (Deuteronomio 32.16 al 21; 1 Corintios 10.19 al 22). También Caín accede a su adoración:


“… El diablo peca desde el principio… En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: Todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios. Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros. No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas” (1 Juan 3.8 al 12).

El ser humano toma el camino de Abel o de Caín, entre la justicia y la injusticia. La condición de Caín existe desde un principio, en la condición de todo aquel que vive sin temor a Dios y comete injusticia, prevalece en su vida la obra de la carne (Gálatas 5.19 al 21; Salmos 51.5, 58.3; Romanos 5.12, 6.23), del ego y de la muerte. La justicia es un valor indispensable, como practicante de la adoración y servicio al Creador, de lo contrario se desconoce con los actos la obediencia y voluntad de Dios. Abel por la fe ofreció a Dios más excelente sacrificio que su hermano Caín y mostró ser justo (Hebreos 11.4), la fe es otro valor. Dios no se agradó de la personalidad de Caín, ni de su ofrenda: “… Pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya…” (Génesis 4.1 al 5), por consiguiente, no se agradó del carácter de Caín, su reacción ante el medio, su actitud y comportamiento desleal y sanguinario.


La falta de ejercicio de los valores comunitarios, dejan vulnerable a la persona a cometer un antivalor, tal es el caso de Caín: “… Si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo…” (Génesis 4.7). Eva antes de tomar el fruto y comer del mismo, sufre un proceso de observación y deseo, su pensamiento cede ante la codicia: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable…” (Génesis 3.6). La fe, la justicia, la paz, la santidad, por ejemplo, no se pueden asumir como actitudes opcionales, porque en realidad son valores vitales, de suma importancia y trascendencia para la salvación y vida eterna. Las actitudes se relacionan con acciones, actos, comportamientos, conductas, cualidades y hábitos. La Biblia menciona (el subrayado es nuestro):


“¡Ay de ellos! Porque han seguido el camino de Caín, y se lanzaron por lucro en el error de Balaam… De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él” (Judas 11 y 14 al 15).

El camino de Caín es el camino de injusticia, donde transita un supuesto profeta Balaam, con la presunción de maldecir al pueblo justo, cuya minoría o remanente del camino de Abel, es la que mantiene la justicia viva en un mundo de corrupción y lucro: “… los amonitas y moabitas no debían entrar jamás en la congregación de Dios, por cuanto no salieron a recibir a los hijos de Israel con pan y agua, sino que dieron dinero a Balaam para que los maldijera” (Nehemías 13.1 al 2 y Deuteronomio 23.3 al 5). El deseo vehemente del ser humano es su inclinación o tendencia al mal, el acumular con avaricia, la codicia insaciable, el egoísmo y el enriquecimiento ilícito. Caín presenta una ofrenda, sin intención de obedecer y prestar atención a su Dios Creador. El profeta Samuel en relación con la obediencia y ofrenda a Dios, dice:


“Y Samuel dijo: ¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado…” (1 Samuel 15.22 al 23).

La adoración, culto y servicio, implica obedecer y prestar atención a Dios. Caín en lugar de una ofrenda de amor y gratitud, pretende recibir la alabanza y pleitesía, como vanagloria, sin glorificar y honrar verdaderamente. Dios le dice: “Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido?” (Génesis 4.7). Caín con el acto del homicidio, muestra los siguientes antivalores de egoísmo, envidia, furia, injusticia, mezquindad, odio, rencor, resentimiento y saña, de lo contrario hubiera mostrado los valores de amor, cariño, compasión, fe, fidelidad, justicia, lealtad, misericordia, paz, perdón, respeto y santidad. Dios le dijo a Caín: “¿Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante? (Génesis 4.6).


El deseo inherente al ser humano con la tendencia al mal, se llama concupiscencia. Es un deseo natural caracterizado por el apetito desordenado de bienes terrenales y placeres deshonestos. Se podría comparar en analogía y a manera de símbolo, a la serpiente astuta del huerto del Edén, con la atracción y seducción de la concupiscencia. Y según Santiago nos dice:


“Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado: Y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1.13 al 15).

La consecuencia del acto de Caín es el pecado y la muerte espiritual, nuevamente los seres humanos rinden adoración, culto y servicio al dios falso, representado en la serpiente astuta y sus malos pensamientos: “Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno” (Efesios 6.16). Los dardos de fuego, no son carne ni sangre (Efesios 6.12), o sea, las personas, sino los malos pensamientos desarrollados en las mentes de los seres humanos, mediante la concupiscencia. Esto se contrarresta con la conciencia espiritual y moral, para posibilitar el comportamiento responsable. El maligno representa a las personas sin responsabilidad, propensas a hacer y pensar mal. El escudo de la fe es el mecanismo empleado en la mente, como campo de batalla contra los engaños, malos pensamientos y mentiras. La epístola del apóstol San Pablo a Tito indica:


“Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas. Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra” (Tito 1.15 al 16).

Nuevamente la palabra de Dios menciona los valores comunitarios, por ejemplo, hacer justicia y amar misericordia. El humillarse ante Dios, además de ofrecer acatamiento y sumisión, está relacionado con abatir el orgullo y tener humildad. La arrogancia y el exceso de estimación propia, reflejan la rebeldía del ser humano como un dios falso de sí mismo. Se constituye en un dios adversario ante su Dios Creador. La vida presenta muchos obstáculos y sufrimientos, con la finalidad de purificar y mejorar la personalidad. Precisamente uno de los cambios más difíciles para el ser humano, es cambiar la personalidad, a pesar de enfrentar todas las experiencias difíciles y malos momentos. El ser humano con el transcurrir de su vida, le cuesta llegar a ser mejor persona, salvo tenga conciencia y practique los valores. El Salmo dice: “Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51.16 al 17).


El espíritu quebrantado y el corazón contrito y humillado producen la purificación de la vida: las adversidades, dificultades y sufrimiento, purifican nuestro carácter, personalidad y temperamento. Nos ayuda a ser mejores personas, individual y colectivamente. La purificación es interior. El sufrimiento en la vida cotidiana, confirma, fortalece y madura a la persona, es parte de enfrentar las situaciones del mundo. La Sagrada Escritura dice: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12.14). Tanto la paz como la santidad, están entre los valores comunitarios, necesarios para la convivencia con todos y para la armonía y comunión con el Señor.


Los valores comunitarios, son indispensables para la capacidad de diferenciar o discernir entre el bien y el mal, por lo tanto, es necesario estar unidos espiritualmente y atender la palabra de Dios en el amor y temor. No sabemos el momento, donde dejaremos de respirar el aire de nuestra atmósfera, desaprovechando la oportunidad de la vida de hacer lo agradable ante Dios, como está escrito: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón” (Salmos 40.8).


Ciertamente se manda a las personas proveer para los suyos, mayormente a los de la casa (1 Timoteo 5.7 al 8), esta prioridad se explica porque el testimonio se inicia desde la casa y sirve como respaldo moral ante la sociedad en general. Además se recomienda hacer el bien a todos mayormente a los de la familia de la fe (Gálatas 6.10), esto porque se requiere proyectar el ejemplo hacia los demás desde la comunidad de fe, para dar ejemplo de convivencia en comunidad, o sea, tener todas las cosas en común (Hechos 2.44 al 47, 4.32 al 35), al mencionar mayormente, da a entender la práctica con todas las personas, indiferente del credo religioso, claramente expresado al decir hacer el bien a todos. Pero si se pretende tener fe y no ayudamos al necesitado, entonces no obramos justicia como instrumentos de Dios, por consiguiente es una fe vana y sin obras, porque no mostramos la fe por las obras (Santiago 2.14 al 18). El mayor obstáculo de prejuicio, para implementar la ayuda solidaria sin discriminación, es el proselitismo religioso con coerción, donde se condiciona la ayuda a cambio de aceptación religiosa, aquí no se cumple la justicia y misericordia de Dios, con equidad para todos y todas.


El pueblo de Dios tiene como guía a Jesucristo, porque enseña el camino y establece un precedente en la tierra, de donde se conserva la base o fundamento en la edificación de la doctrina eclesiástica, al ser Jesucristo la principal piedra (Efesios 2.17 al 22). El Señor Jesús es ejemplo del amor de Dios, esperanza, fe, justicia, misericordia, paz y santidad, al hacer el bien, en el servicio a Dios y al prójimo (Lucas 4.16 al 21). Este es el camino celestial mostrado por Jesucristo con el ejemplo, enseñanza y práctica vivencial.



[20]

El conocimiento natural es perecedero con alcance para la vida presente: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan” (Mateo 6.19), mientras que la experiencia de comprender y adquirir conciencia de lo celestial, posibilita dar la verdadera importancia a la preparación para rendir cuentas a Dios, en relación con la vida venidera: “sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan” (Mateo 6.20).


Según la referencia del párrafo anterior, se percibe la distinción de conocimiento en el siguiente pasaje bíblico:


“Herodes el tetrarca oyó de todas las cosas que hacía Jesús; y estaba perplejo, porque decían algunos: Juan ha resucitado de los muertos; otros: Elías ha aparecido; y otros: Algún profeta de los antiguos ha resucitado. Y dijo Herodes: A Juan yo le hice decapitar; ¿quién, pues, es éste, de quien oigo tales cosas? Y procuraba verle” (Lucas 9.7 al 9).

Jesucristo transmite un tipo de conocimiento celestial que algunos logran ser conscientes:


“Jesús les dijo: ¿Habéis entendido todas estas cosas? Ellos respondieron: Sí, Señor. El les dijo: Por eso todo escriba docto en el reino de los cielos es semejante a un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas” (Mateo 13.51 al 52).

Analicemos un poco de historia al respecto: El evangelio sea antiguo, de Jesucristo y para vida eterna, es un mismo evangelio, en el sentido de buenas nuevas de salvación, o la buena noticia proveniente del Creador. Mientras que hay muchas clases de dogmas, originadas por las criaturas, como respuesta y reacción al evangelio de Dios. Además, el dogma surge por otros motivos y fundamentos de todo sistema científico, doctrinal o religioso. Por ejemplo, Jesús les reprocha a los discípulos acerca de su actitud o reacción de incredulidad:


“Finalmente se apareció a los once mismos, estando ellos sentados a la mesa, y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado. Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16.14 al 15).

El evangelio se predica en todo el mundo, a todo ser humano de la creación, en diferentes entornos de las civilizaciones, culturas, etnias y sociedades, pero el destinatario final es el ser humano, quien esté donde esté ofrece resistencia al evangelio. La prueba es el pasaje anterior, donde los mismos discípulos instruidos por Jesús, eran incrédulos y duros de corazón, respecto a la resurrección del Señor.


El evangelio como buena nueva es muy antiguo, porque Dios establece sus verdades evidentes desde un principio, manifiestas en cada elemento de la creación y anunciadas públicamente por los profetas. En el Antiguo Testamento el profeta Isaías anuncia lo siguiente: “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: ¡Tu Dios reina!” (Isaías 52.7). También el profeta Nahum anuncia: “He aquí sobre los montes los pies del que trae buenas nuevas, del que anuncia la paz…” (Nahum 1.15). Pero desde el tiempo de los profetas no todos practicaron el evangelio: “Mas no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor ¿quién ha creído a nuestro anuncio? Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10.16 al 17). El evangelio antiguo instaba a la práctica de la confianza, justicia y paciencia en Dios el Creador, las buenas nuevas de salvación de su compasión y misericordia:


“… tomad como ejemplo de aflicción y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor. He aquí, tenemos por bienaventurados a los que sufren. Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo” (Santiago 5.10 al 11).

Noé anunció el evangelio de la justicia como pregonero: “y si no perdonó al mundo antiguo, sino que guardó a Noé, pregonero de justicia, con otras siete personas, trayendo el diluvio sobre el mundo de los impíos” (2 Pedro 2.5). No le creyeron a Noé, pero la buena nueva de salvación se mantiene:


“Por un breve momento te abandoné, pero te recogeré con grandes misericordias. Con un poco de ira escondí mi rostro de ti por un momento; pero con misericordia eterna tendré compasión de ti, dijo Jehová tu Redentor. Porque esto me será como en los días de Noé, cuando juré que nunca más las aguas de Noé pasarían sobre la tierra; así he jurado que no me enojaré contra ti, ni te reñiré” (Isaías 54.7 al 9).

En los profetas reposaba el Espíritu de Dios al profetizar y anunciar el evangelio: “… y les testificaste con tu Espíritu por medio de tus profetas…; porque eres Dios clemente y misericordioso” (Nehemías 9.30 al 31). Un sello es señal de autoridad, como se dice en el libro de Ester: “Escribid, pues, vosotros a los judíos como bien os pareciere, en nombre del rey; porque un edicto que se escribe en nombre del rey, y se sella con el anillo del rey, no puede ser revocado” (Ester 8.8). Cuanto más si se trata del sello del Espíritu Santo (2 Corintios 1.22; Efesios 1.13, 4.30). Ya desde el evangelio antiguo Dios llenaba de su Espíritu a algunas personas, para cumplir funciones especiales y específicas cotidianas: “Habló Jehová a Moisés, diciendo: Mira, yo he llamado por nombre a Bezaleel hijo de Uri, hijo de Hur, de la tribu de Judá; y lo he llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría y en inteligencia, en ciencia y en todo arte” (Éxodo 31.1 al 3).


Jesús vino a cumplir las buenas nuevas de salvación para nuestras vidas, con el anuncio del reino de Dios y el evangelio del servicio a la humanidad, sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo (Mateo 9.35 al 36; Marcos 1.14 al 15). En Jesús se cumple el jubileo representado por el año agradable del Señor, anunciado por el profeta Isaías, para dar buenas nuevas a los pobres, sanar a los quebrantados de corazón, pregonar libertad a los cautivos, vista a los ciegos y libertad a los oprimidos (Lucas 4.16 al 21). Jesucristo transmite la promesa del Espíritu Santo: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14.16). El Padre lo enviaría en su nombre: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14.26). Una de las funciones del Espíritu Santo es la de guiar: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad” (Juan 16.13).


La gracia de Dios nos fue dada en Cristo Jesús, enriquecidos en él, en toda palabra y en toda ciencia (1 Corintios 1.4 al 5), no conforme a nuestras propias obras, sino según el propósito de Dios, mediante la obra de Jesucristo quitó la muerte y sacó a luz la vida (2 Timoteo 1.9 al 10):


“En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra” (Efesios 1.7 al 10).


[21]

La biblia demuestra e identifica las diferencias de conocimiento entre natural, espiritual y celestial. En cada tipo de conocimiento existe una legislación infinita. Por ejemplo, en el mundo espiritual, el cristianismo contiene una gran diversidad de pensamiento y reflexión promovida por las diferentes congregaciones, iglesias o religiones. El evangelista menciona lo siguiente acerca de solamente tratar el tema de Jesús: “Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir” (Juan 21.25).


A lo interno de cada conocimiento no hay un límite horizontal, en el sentido de que nunca se termina de formar conceptos y construcciones teóricas con su respectivo ejercicio o práctica. El conocimiento base es el natural, después de este conocimiento hay otro superior o vertical, que escala y trasciende a lo espiritual. Algunas personas en el transcurso de su vida, desde su nacimiento hasta su muerte, deciden quedarse únicamente con lo natural, por ejemplo los ateos, mientras que otras personas añaden a su vida el interés y participación en lo espiritual, a través del mundo de las religiones, aunque la mayoría se quedan encasillados, considerando la salvación y vida eterna por la legislación y méritos de su propia congregación, iglesia o religión.


Por último, están los que siendo espirituales, superan su apego a lo carnal o natural, dejan de ser meramente terrenales, renuncian a sus dioses falsos como el amor al dinero y luchas de poder, a su idolatría carnal como la avaricia y fornicación, a sus dioses falsos promovidos por el politeísmo cultural de otras religiones fuera del monoteísmo. Entonces trascienden al conocimiento celestial, para actuar, conocer y ser como Jesucristo. Así como existen estos tres conocimientos, a saber, natural, espiritual y celestial, existen tres tipos de libre albedrío que operan en cada tipo de conocimiento, o sea, cumplen una función según el grado o plano dimensional de conocimiento en donde se encuentra la persona. Entremos y profundicemos el análisis en cuestión:


Jesús de camino a Jerusalén enseña por las ciudades y aldeas, entonces alguien le pregunta si son pocos los que se salvan: “… Y él les dijo: Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán” (Lucas 13.22 al 24). Otras preguntas podrían ser: ¿por qué muchos procuran entrar y no podrán? y ¿tendrá alguna relación con el tema de predestinación por escogencia y elección por libre albedrío? Jesús dijo: “Así, los primeros serán postreros, y los postreros, primeros; porque muchos son llamados, mas pocos escogidos” (Mateo 20.16, 22.14). La cantidad total de llamados son todos los creyentes y la parte menor que son los escogidos por gracia corresponde a los practicantes como Jesús, en otras palabras los que en realidad actúan y se comportan como Jesucristo. Los primeros llamados fueron de Israel y los postreros llamados se trata del resto de población que no era de Israel, conocidos como gentiles. Hay un remanente escogido por gracia, los escogidos que han alcanzado:


“… ha quedado un remanente escogido por gracia… ¿Qué pues? Lo que buscaba Israel, no lo ha alcanzado; pero los escogidos sí lo han alcanzado, y los demás fueron endurecidos;… su transgresión es la riqueza del mundo, y su defección la riqueza de los gentiles…” (Romanos 11.5 al 12).

Otro pasaje menciona que si Israel fuera como la arena del mar, tan solo el remanente será salvo (Romanos 9.27 al 29). Entonces, ¿cuál es la relación entre la predestinación por escogencia y la elección por el libre albedrío? Existen tres tipos de libre albedrío: el natural, el espiritual y el de Jesús o celestial. Los muchos llamados están entre el libre albedrío espiritual y los pocos escogidos en el libre albedrío de Jesús o celestial. Para comprender la diferencia entre cada uno, es necesario saber inicialmente que en el libre albedrío natural, la persona procura con su propio esfuerzo conseguir su deseo: “Así que no depende del que quiere, ni del que corre…” (Romanos 9.16). La Biblia dice: “… a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne…” (Gálatas 5.13).


El libre albedrío natural es la voluntad y facultad del ser humano para decidir y actuar por su propia determinación, sus propios logros y méritos. En el caso del natural algunos casos se confunden con el libertinaje. La utilidad de este libre albedrío, se ha degenerado a tal grado que cada quien actúa como le parece, sin la responsabilidad de las consecuencias de sus acciones, se incurre en el libertinaje del desenfreno en la conducta y el irrespeto general a los mandamientos de Dios, que es la pérdida de reconocimiento, estima y aplicación a la ley de Dios y su justicia. El libre albedrío espiritual se presenta en la transición del paso de incrédulo a creyente, entre las dimensiones de conocimiento natural y espiritual. El saber y el hacer requieren ser éticamente congruentes, según los principios y valores:


“Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo… Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente…” (Romanos 7.18 al 25).

El hombre interior es la mente, de donde proceden las actitudes, carácter, conducta, personalidad y temperamento en lo afectivo y emocional. La influencia y evolución de todo esto, depende de la madurez en el conocimiento y pensamiento adquirido, según sea conocimiento natural, espiritual y celestial. Las personas pueden estancarse en un solo conocimiento o trascender de un conocimiento a otro. El conocimiento es infinito y está en constante legislación, tanto en el mundo natural, mundo espiritual y mundo celestial. Por ejemplo, en el mundo natural la creación o modificación a las leyes civiles, el avance de la ciencia y de la tecnología.


El tipo de libre albedrío espiritual es el que desplaza su propia voluntad natural, o sea, humana, y la sustituye por el conocimiento espiritual, de manera que al final no depende de sí mismo, sino de la voluntad de Dios: “… sino de Dios que tiene misericordia” (Romanos 9.16). Lo que pasa es que muchos procuran trascender de la condición natural a la espiritual, pero no pueden desapegarse por completo de su libre albedrío natural: “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis” (Gálatas 5.16 al 17).


En el siguiente caso se compara el libre albedrío natural y el espiritual, Jesús dijo: “… El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6.60 al 63). Jesús les preguntó a los doce discípulos en el pasaje Juan 6.67 al 69, si se querían ir también, o sea, abandonar el discipulado por su propia decisión o voluntad. Mientras tanto, la palabra de Dios indica: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Romanos 12.21). En el caso de Judas se dejó vencer por Satanás, en el sentido de la maldad, el pecado y los antivalores: “Jesús les respondió: ¿No os he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo? Hablaba de Judas Iscariote, hijo de Simón; porque éste era el que le iba a entregar, y era uno de los doce” (Juan 6.70 al 71). Se menciona el término “escogido” en el sentido de ser selectos en consagración y santidad.



[22]

El ser humano deja de ser solamente natural cuando empieza a ser morada del Espíritu Santo de Dios: “el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Juan 14.17). Esto significa que el ser humano mientras conserve su vieja naturaleza sin introducirse o traslaparse con el conocimiento espiritual, entonces no puede recibir el Espíritu, por consiguiente tampoco puede entender lo que se ha de discernir espiritualmente. Se reitera la siguiente cita bíblica: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2.14; Efesios 4.18). La transición de lo natural a lo espiritual requiere regeneración y renovación. La gracia es consecuencia del amor, bondad y misericordia de Dios:


“Pero cuando se manifestó la bondad de Dios…, y su amor… nos salvó, … por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador” (Tito 3.4 al 6). “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dió vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)” (Efesios 2.4 al 5).

La gracia es el don de Dios que nos mueve a ejercer nuestro libre albedrío espiritual, consecuente del interés personal en conocer, obedecer y practicar las cuestiones espirituales y religiosas, para ser parte del conocimiento espiritual del reino de Dios. Jesucristo dijo a Nicodemo:


“Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es, No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Juan 3.5 al 8).

Todo ser humano corporalmente para subsistir requiere del oxígeno, porque precisamente se compone del cuerpo y de la respiración del aire que es el espíritu de vida o soplo de vida: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2.7). La Escritura dice: “… Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente… Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal…” (1 Corintios 15.45 al 46). El alma viviente es sinónimo de vida, sin embargo, el pasaje bíblico de uno de los párrafos anteriores menciona que estábamos muertos en pecado.


Este mismo aire de vida es el espíritu de vida que la persona exhala cuando muere, ya que expulsa su último aire de los pulmones y estómago: “y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio” (Eclesiastés 12.7). Esta condición es del ser humano y de todo animal viviente: “Vinieron, pues, con Noé al arca, de dos en dos de toda carne en que había espíritu de vida” (Génesis 7.15); “Y murió toda carne que se mueve sobre la tierra, así de aves como de ganado y de bestias, y de todo reptil que se arrastra sobre la tierra, y todo hombre. Todo lo que tenía aliento de espíritu de vida en sus narices, todo lo que había en la tierra, murió” (Génesis 7.21 al 22). Ahora bien, si también los animales son almas vivientes, la diferencia entre el ser humano natural y el espiritual es la posibilidad de que el espiritual pueda llegar a ser templo del Espíritu Santo de Dios: “Mas él hablaba del templo de su cuerpo” (Juan 2.21); “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros” (1 Corintios 3.16).


El libro de Job menciona el alma en alusión a la vida: “Que todo el tiempo que mi alma esté en mi, y haya hálito de Dios en mis narices” (Job 27.3). Además: “El espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida” (Job 33.4). En el libro de Isaías se dice: “Dejaos del hombre, cuyo aliento está en su nariz…” (Isaías 2.22). Este espíritu de vida, respiración o aliento de vida, permite al ser humano vivir y desarrollar su conocimiento natural. Pero hay otro conocimiento que es producto únicamente del Espíritu Santo de Dios: “Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20.21 al 22). La Biblia también dice: “Entonces les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras” (Lucas 24.45).


El ser humano natural en su composición corporal y combinación con la respiración del oxígeno, por medio del aire, se suma su capacidad mental de razonamiento para vivir organizadamente en sociedad y evitar todo lo posible la anarquía civil. Así es como se legisla el conocimiento natural. En relación con la tierra dada a los hijos de los hombres, cuando alguien comete un acto ilícito, se esconde u oculta, porque se considera digno de castigo por tal acción, reconoce y distingue el mal cometido:


“Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio” (Romanos 2.14 al 16).


[23]

Entonces, ¿Cómo se legisla el conocimiento natural para mantener un orden civil o social, evitar la anarquía y el caos? ¿Cómo da testimonio su conciencia, y le acusa o defiende su propio razonamiento?


En relación con la expresión “Lo de César”, corresponde a una separación del poder político manifestado en la sociedad. Se hace alusión a la hacienda pública con sus bienes y tributos necesarios para cada nación, en el cumplimiento de sus fines y funciones. Además hace alusión al poder judicial, en la administración de justicia, para velar por el fiel cumplimiento de las leyes civiles y la aprensión y castigo a quien comete el delito. Por otra parte, se hace alusión al poder ejecutivo, en el sentido de quienes gobiernan la administración del estado, nación o país. Como ciudadanos existe una sujeción a las autoridades civiles, porque al final de cuentas, para mantener el orden, evitar la anarquía civil y el caos, son puestos por Dios y se les debe obediencia, siempre y cuando, no sea en deslealtad, insubordinación o rebeldía contra la voluntad de Dios (1 Pedro 2.13 al 14, 3.22; 1 Timoteo 2.2; Hechos 7.10, 10.35; Génesis 41.34). Porque Dios Padre es la autoridad superior sobre todo lo existente (1 Corintios 15.24 al 28).


En la Escritura se insta a la sujeción a los gobernantes y autoridades, en obediencia y disposición a toda buena obra (Tito 3.1), claro está, condicionado a la conservación de los atributos y principios de Dios. Debemos someternos al poder judicial, como autoridades superiores, porque son de parte y establecidas por Dios, si nos oponemos a estas autoridades, incurrimos en rebeldía y acarreo de condenación (Romanos 13.1 al 2).


Si todos somos buenos ciudadanos, respetuosos de las leyes, de las autoridades de seguridad pública y de la administración judicial, saldrá beneficiada toda la población en general, debido al servicio prestado por esta autoridades al bien de la sociedad, pero si hacemos lo malo los tenemos en contra, porque no en vano andan armados, es conveniente estar sujetos a ellos, no solo por el castigo sino por causa de la conciencia:


“Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo. Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia. Pues por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios que atienden continuamente a esto mismo” (Romanos 12.3 al 6).

La labor constante y permanente las veinticuatro horas los siete días de la semana, por parte del ministerio de seguridad pública o policía encargada de mantener el orden público y la seguridad ciudadana, los constituye en servidores de Dios con su desempeño continuo, por esta razón la importancia de los impuestos para el financiamiento. La responsabilidad y cumplimiento en el pago de los tributos públicos, también es mencionado por la Biblia: “Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto...” (Romanos 13.7). Acerca del tributo, Jesús responde a una consulta:


“¿Nos es lícito dar tributo a César, o no? Mas él, comprendiendo la astucia de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis? Mostradme la moneda. ¿De quién tiene la imagen y la inscripción? Y respondiendo dijeron: De César. Entonces les dijo: Pues dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Lucas 20.22 al 25).

El no cumplir con la obligación de tributar y su recaudación efectiva, acarrea el déficit fiscal, que ocasiona mucho daño, porque gracias a esta contribución, se hace una mejor distribución de beneficios, que contribuye a reducir la desigualdad, proporcionando para todos educación, salud, seguridad, urbanismo y vivienda, entre otros. No se trata de que el pueblo esté exento de la justicia tributaria, sino que tenga derecho a salarios y trabajos dignos para sufragar sus compromisos. Observamos con esto que es necesario que haya un equilibrio en todas las áreas, que no le sobre a alguno lo que a otro le falta, ni tampoco se dé el enriquecimiento ilícito, en la medida de hacer conciencia en este sentido, viviremos mejor en comunidad, amor, equidad, justicia, paz y solidaridad.


Además la Biblia recomienda someternos a las autoridades, porque son de parte de Dios y han sido establecidas por él para bien de la sociedad (Romanos 13.1 al 5). Lo que se propone no es pensar en una relación entre amos y siervos, sino entre servidores de Dios, que promulgan y promueven el amor al prójimo entre unos y otros, los principios, el respeto y valores, ya en última instancia se infunde el castigo y temor al que hace lo malo.


La palabra de Dios dispone que debemos obedecer las leyes de la tierra, siempre y cuando no se opongan a la voluntad suprema de Dios, entre ellas está el pagar los impuestos. Así manda las Sagradas Escrituras, en diversos versículos (Mateo 5.15 al 22, 17.24 al 27; 1 Pedro 2.13; Romanos 13.7). Es nuestro deber tributar al estado o gobierno local, bienes inmuebles, renta y venta, ya que evadir los impuestos es faltar a la verdad, así como Jesucristo dijo que le diéramos a Cesar lo que es de Cesar (Mateo 22.19 al 21). Jesucristo mismo tributó por no dar motivo a vituperio, él ordenó a Pedro echar el anzuelo en el mar y el primer pez que mordió el anzuelo tenía en su boca una moneda y con eso pagó por él y por Pedro (Mateo 17.24 al 27). Los tributos los utiliza el gobierno para los programas y el desarrollo. La palabra nos amonesta acerca de este deber (Romanos 13.6 al 7). Si observamos extorsión del derecho y de la justicia, sobre el alto vigila otro más alto, y uno más alto está sobre ellos (Eclesiastés 5.8), hay un monitoreo divino de los actos y un rendimiento de cuentas por estas acciones.


El mercado comercial y financiero siempre ha existido desde que el ser humano se organizó, los trueques e intercambios de productos, son un claro ejemplo, inclusive entre los mismos discípulos había uno llamado Judas, que se encargaba de custodiar el dinero para realizar las compras que requerían, de esta forma financiaban los gastos y otras necesidades, por lo tanto Jesús no estuvo en contra del sistema comercial y del dinero, tan necesario en el desarrollo de una sociedad, sino en el enriquecimiento y acaparamiento en favor de unos y perjuicio de otros, en deterioro del bien social. En cada nación hay sistemas y políticas monetarias y el cambio de moneda internacional. La moneda tenía respaldo por la cantidad de lingotes de oro atesorado en el banco central en cada país, en la actualidad influye mucho el balance comercial y otros.


Las leyes para un orden social las ha permitido Dios para legislación del conocimiento natural, pero también aquellos que se interesan por el conocimiento espiritual, trascienden de conocimiento en busca de la legislación, obediencia y voluntad de Dios. Juan el Bautista predicaba:


“Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa en el fuego. Y la gente le preguntaba, diciendo: Entonces, ¿qué haremos? Y respondiendo, les dijo: El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo. Vinieron también unos publicanos para ser bautizados, y le dijeron: Maestro, ¿qué haremos? El les dijo: No exijáis más de los que os está ordenado. También le preguntaron unos soldados, diciendo: Y nosotros, ¿qué haremos? Y les dijo: No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario” (Lucas 3.9 al 14).

Juan el Bautista enseña al pueblo el compartir y la solidaridad, desde vestimenta hasta alimentos. A los trabajadores públicos les muestra el camino sin corrupción, sin perjudicar y sin privilegios excesivos o abusivos, al decir que estén conformes con el salario. Al final de cuentas también los que menos tienen son igualmente conciudadanos de los que más tienen. La Escritura dice: “Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?” (Santiago 2.5).



[24]

Dios dice: “Entonces os volveréis, y discerniréis la diferencia entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve” (Malaquías 3.18). Este pasaje bíblico es un ejemplo de la posibilidad de discernimiento, para diferenciar entre la justicia y la maldad, distinguir entre el que vive para servir a Dios y el que no lo hace. Luego la Biblia aclara acerca del mensaje celestial de Juan el Bautista:


“… Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos. E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lucas 1.13 al 17).

Se requiere la virtud de la prudencia para diferenciar entre lo justo y lo injusto, además de la conversión para cambiar, volver a la obediencia y la práctica de la justicia. Estas condiciones determinan la cualidad o circunstancia por la que el conocimiento natural necesita del conocimiento espiritual para la práctica de la justicia en el servicio a Dios. Por ejemplo, mediante la redención y el sacerdocio universal de Jesucristo, hay una separación entre quienes se quedaron únicamente como seres naturales y los que sirvieron a Dios como espirituales:


“Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos” (Mateo 25.31 al 32).

Entonces, continuemos con la lectura:


“Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí… Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeño, a mí lo hicisteis… Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles… De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mateo 25.33 al 46).

El éxito del conocimiento natural se manifiesta en la grandeza de sus logros del desarrollo y planificación de las grandes ciudades, de la acumulación de las grandes riquezas, de los grandes avances científicos y tecnológicos, de la sobresaliente capacidad y solidez económica, comercial y financiera. De la grandeza militar y territorial o del gran poder político. Por el contrario el éxito del conocimiento espiritual se sustenta en contribuir y tributar a Dios solidariamente, para beneficiar a los empobrecidos por el sistema de discriminación de cierta posición social, donde se margina a quienes tienen condición social de inferioridad. En el mundo hay injustamente por causa del mismo humano, mucha gente muriendo diariamente de hambre y sed. El mundo natural ignora adrede la voluntad de Dios y actúa con indiferencia, por conveniencia e interés propio, impulsado por la avaricia, codicia, egoísmo, envidia, lucro, mezquindad, opulencia y vanidad. A pesar de quienes aprovechan, benefician y subsisten de toda la materia existente en la misma creación natural, evaden agradecer a Dios el Creador e involucrarse en prácticas espirituales o religiosas, sin compromiso moral de contribuir para ayudar a los más necesitados.


La vida presente y el conocimiento natural es circunstancial, espacial y temporal: “Saliendo Jesús del templo, le dijo uno de sus discípulos: Maestro, mira qué piedras, y qué edificios. Jesús, respondiendo, le dijo: ¿Ves estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra, que no sea derribada” (Marcos 13.1 y 2). El conocimiento de Dios es la verdadera herencia que nos lleva a la vida eterna, no se trata de cualquier adoración, conocimiento, don, ofrenda, práctica o promesa: “Y a unos que hablaban de que el templo estaba adornado de hermosas piedras y ofrendas votivas, dijo: En cuanto a estas cosas que veis, días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra, que no sea destruida” (Lucas 21.5 y 6). Más que la grandeza en las edificaciones, está el bien común de las personas. Una forma de tributar a Dios con gratitud es el diezmo solidario para ayudar a los demás. Jacob, nieto de Abraham, realiza un voto acerca del diezmo, mucho antes del sacerdocio levítico:


“E hizo Jacob voto, diciendo: Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios. Y esta piedra que he puesto por señal, será casa de Dios; y de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti” (Génesis 28.20 al 22).

La responsabilidad del conocimiento espiritual en el cumplimiento de este tributo a Dios o diezmo solidario, es a conciencia y personal: esto se entiende como un zoom desplazado desde la continuidad de un plano de enfoque a otro. Por ejemplo, primero la tribu de Leví es beneficiada por el diezmo recaudado entre las demás tribus de Israel. Luego Dios establece un cambio de sacerdocio, donde deja de ser la tribu de Leví y pasa a ser su Hijo Jesucristo, el sacerdote por siempre. El diezmo solidario se entrega a Jesús por medio de la ayuda a los necesitados. En este zoom Dios Padre está por sobre todo, observa nuestro proceder y cumplimiento del amor de Dios, fe, justicia, misericordia, paz y santidad:


“Vuestras palabras contra mí han sido violentas, dice Jehová. Y dijisteis: ¿Qué hemos hablado contra ti? Habéis dicho: Por demás es servir a Dios. ¿Qué aprovecha que guardemos su ley, y que andemos afligidos en presencia de Jehová de los ejércitos? Decimos, pues, ahora: Bienaventurados son los soberbios, y los que hacen impiedad no sólo son prosperados, sino que tentaron a Dios y escaparon” (Malaquías 3.13 al 15).

Profundicemos en este conocimiento de Dios: Las Sagradas Escrituras dicen: “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Romanos 15.4). En relación con el tributo a Dios o diezmo solidario, todo inicia con la tribu de Leví, como tribu sin territorio y esparcida por todo Israel, salvo algunas ciudades de domicilio, ubicadas en todas las demás tribus:


“Habló Jehová a Moisés en los campos de Moab, junto al Jordán frente a Jericó, diciendo: Manda a los hijos de Israel que den a los levitas, de la posesión de su heredad, ciudades en que habiten;… Y en cuanto a las ciudades que diereis de la heredad de los hijos de Israel, del que tiene mucho tomaréis mucho, y del que tiene poco tomaréis poco;…” (Números 35.1 al 8; Josué 21.1 al 2 y 41).

El diezmo era una forma de contribución territorial, acerca de la décima parte de las cosechas agrícolas y ganado:


“Y el diezmo de la tierra, así de la simiente de la tierra como del fruto de los árboles, de Jehová es; es cosa dedicada a Jehová… Y todo diezmo de vacas o de ovejas, de todo lo que pasa bajo la vara, el diezmo será consagrado a Jehová… Estos son los mandamientos que ordenó Jehová a Moisés para los hijos de Israel, en el monte de Sinaí” (Levítico 27.30 al 34).

El diezmo retribuye su labor:


“Y lo comeréis en cualquier lugar, vosotros y vuestras familias; pues es vuestra remuneración por vuestro ministerio en el tabernáculo de reunión. Y no llevaréis pecado por ello, cuando hubiereis ofrecido la mejor parte de él; y no contaminareis las cosas santas de los hijos de Israel, y no moriréis” (Números 18.31 al 32).

El diezmo corresponde a la décima parte de los ingresos constantes y periódicos (frecuencia y regularidad según corresponda en cada caso), o sea, es un porcentaje, su aporte es un monto mayor equivalente en quienes más tienen, en comparación con quienes reciben menos ingresos. La tribu de Leví no tuvo posesión entre la repartición de los territorios, solo los lugares para habitación:


“En aquel tiempo apartó Jehová la tribu de Leví, para que llevase el arca del pacto de Jehová, para que estuviese delante de Jehová para servirle, y para bendecir en su nombre, hasta hoy, por lo cual Leví no tuvo parte ni heredad con sus hermanos; Jehová es su heredad, como Jehová tu Dios le dijo” (Deuteronomio 10.8 al 9; Josué 13.32 al 33).

Así, en las sociedades actuales hay partes de la población divididas en clases sociales, donde la clase baja son las más desposeídas y de menos oportunidades en la vida, en el sentido material de bienes y servicios, preparación académica, opciones laborales y de remuneración. El diezmo solidario para ayudar a los más necesitados no se trata de un anacronismo, o sea, una utilización anticuada y fuera del tiempo vigente, porque Dios en su sola potestad y conocimiento futuro, debido al aumento del volumen de población mundial, prevé y provee un mecanismo de bienestar social y bien común, para un equilibrio, con la economía y el financiamiento necesario. La tribu de Leví al quedar por fuera de entre los terratenientes, subsistiría con la alimentación provista para el servicio a Dios:


“Los sacerdotes levitas, es decir, toda la tribu de Leví, no tendrán parte ni heredad en Israel; de las ofrendas quemadas a Jehová y de la heredad de él comerán. No tendrán, pues, heredad entre sus hermanos; Jehová es su heredad, como él les ha dicho… porque le ha escogido Jehová tu Dios de entre todas tus tribus, para que esté para administrar en el nombre de Jehová, él y sus hijos para siempre… Igual ración a la de los otros comerá, además de sus patrimonios” (Deuteronomio 18.1 al 8).

Dios es la heredad, en el sentido de que nuestro Creador no va a desamparar al ser humano en lo necesario para la subsistencia. Los levitas recibirían el diezmo de parte de todas las demás tribus:


“Y Jehová dijo a Aarón: De la tierra de ellos no tendrás heredad, ni entre ellos tendrás parte. Yo soy tu parte y tu heredad en medio de los hijos de Israel. Y he aquí yo he dado a los hijos de Leví todos los diezmos en Israel por heredad, por su ministerio, por cuanto ellos sirven en el ministerio del tabernáculo de reunión” (Números 18.20 al 21 y 24).

En la sociedad actual le corresponde a quienes tienen ingresos estables, contribuir para el bien de aquellos en condición de pobreza y extrema pobreza. Esto requiere asumir responsabilidad por parte de quienes tienen lo suficiente y pueden compartir con los demás, para una distribución más justa y equitativa en la sociedad. Inclusive se cumplía que el mismo beneficiado con recibir el diezmo, tenía que ofrendar a Dios también la décima parte del diezmo:


“Y habló Jehová a Moisés, diciendo: Así hablarás a los levitas, y les dirás: Cuando toméis de los hijos de Israel los diezmos que os he dado de ellos por vuestra heredad, vosotros presentaréis de ellos en ofrenda mecida a Jehová el diezmo de los diezmos. Y se os contará vuestra ofrenda como grano de la era, y como producto del lagar. Así ofreceréis también vosotros ofrenda a Jehová de todos vuestros diezmos…” (Números 18.25 al 30).

En otras palabras, en nuestro tiempo, los mismos pobres que reciben ayuda, tienen su deber solidario de compartir con los de extrema pobreza o miseria, para hacer surgir el nivel de bienestar en todos los niveles. La pobreza consiste en vivir con lo necesario para subsistir, pero la extrema pobreza o miseria está por debajo del límite de subsistencia. Ahora bien, con Jesús cambia el destinatario del diezmo solidario. Esto tiene una representación, simbología y significado: actualmente no hay sacerdocio Levítico sino que Jesucristo es el sacerdote mediante la tribu de Judá:


“Porque cambiado el sacerdocio, necesario es que haya también cambio de ley; y aquel de quien se dice esto, es de otra tribu, de la cual nadie sirvió al altar. Porque manifiesto es que nuestro Señor vino de la tribu de Judá, de la cual nada habló Moisés tocante al sacerdocio. Y esto es aun más manifiesto, si a semejanza de Melquisedec se levanta un sacerdote distinto, no constituido conforme a la ley del mandamiento acerca de la descendencia, sino según el poder de una vida indestructible. Pues se da testimonio de él: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” (Hebreos 7.12 al 17).

El diezmo solidario ahora se entrega directamente a Jesucristo, según el orden de Melquisedec. Resulta que en este orden media Abraham, mucho antes del legislador Moisés, o sea, Abraham representa no solo a las religiones identificadas con su legado, sino que en Melquisedec se involucra la justicia y el sacerdocio, anterior a la institución del sacerdocio levítico, como figura de un sacerdocio universal de justicia, paz y responsabilidad social y fraternal:


“donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec. Porque este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, que salió a recibir a Abraham que volvía de la derrota de los reyes y le bendijo, a quien asimismo dio Abraham los diezmos de todo; cuyo nombre significa primeramente Rey de justicia, y también Rey de Salem, esto es, Rey de paz; sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre… Y aquí ciertamente reciben los diezmos hombres mortales; pero allí, uno de quien se da testimonio de que vive… Si, pues, la perfección fuera por el sacerdocio levítico (porque bajo él recibió el pueblo la ley), ¿qué necesidad habría aún de que se levantase otro sacerdote, según el orden de Melquisedec, y que no fuese llamado según el orden de Aarón?” (Hebreos 6.20 al 7.11).

La función del diezmo era proveer del alimento necesario y costear las necesidades de los desposeídos y sin tierras, que aunque tenían derechos por ser también una tribu de Israel, sus oportunidades eran limitadas, restringido solo a un lugar de domicilio y un trabajo en el ministerio y servicio a Dios. Era un tipo de remuneración por sus labores, similar a un salario, pero sin poseer territorios como para vivir de ganancias, a manera de explotar la tierra, con las cosechas, intercambio o comercio, sino dependientes de la colecta del diezmo para sobrevivir. Así, comparado con nuestro tiempo, el aporte de las demás tribus vendría a ser en la actualidad semejante a una función de responsabilidad social. Los pobres en la sociedad, tendrían por lo menos lo necesario y suficiente para sobrevivir, sin caer en la extrema pobreza o miseria. Los pobres siempre existirán dijo Jesús:


“Y le hicieron allí una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él. Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume. Y dijo uno de sus discípulos, Judas Iscariote hijo de Simón, el que le había de entregar: ¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres? Pero dijo esto, no porque se cuidara de los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella. Entonces Jesús dijo: Déjala; para el día de mi sepultura ha guardado esto. Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros, mas a mí no siempre me tendréis” (Juan 12.2 al 8).

El diezmo solidario es compartir de forma justa la décima parte, con los necesitados y devolver así, a Dios, una pequeña parte de todo lo recibido en el transcurso de esta vida. El pasaje anterior indica acerca de Judas Iscariote, siendo discípulo era ladrón de la misma bolsa del financiamiento o tesorería, para el ministerio de Jesús. En cierta ocasión, Dios dice que le han robado:


“Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado. Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa…” (Malaquías 3.8 al 10).

La casa de Dios ahora en Jesucristo es una casa universal:


“Mas Salomón le edificó casa; si bien el Altísimo no habita en templos hechos de mano, como dice el profeta: El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis? dice el Señor; ¿o cuál es el lugar de mi reposo? ¿No hizo mi mano todas estas cosas?” (Hechos 7.47 al 50).

La epístola a los Hebreos dice:


“Porque toda casa es hecha por alguno; pero el que hizo todas las cosas es Dios. Y Moisés a al verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo, para testimonio de lo que se iba a decir; pero Cristo como hijo sobre su casa, la cual casa somos nosotros…” (Hebreos 3.4 al 6).

La epístola de Pedro dice:


“Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pedro 2.4 al 5).

Por esta razón Jesucristo dijo que no quedaría piedra sobre piedra literal, referente al hombre natural que desechó el mensaje de Jesús, y surge la piedra sobre piedra espiritual con la posibilidad de trascender a lo celestial. Hay un procedimiento vigente para entregar a Dios los diezmos solidarios, siempre habrá pobres con necesidad: en los adultos mayores, amistades, el barrio, compañeros de estudio, comunidad, conocidos, desempleados, discriminados, enfermos, extranjeros, familiares, huérfanos, indigencia en la calle, indocumentados, inmigrantes, madres solteras, marginados, niños (as) de la calle, peregrinos, privados de libertad, situación de adicción a las drogas, vecindad y viudas. En todo el planeta cada contribuyente es responsable de que la ayuda llegue directamente a los más necesitados, próximos a su alrededor en cada nación. Esto es vivir en fraternidad, justicia y solidaridad. La Escritura nos orienta al respecto:


“El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas” (Hechos 17.24 al 25).

En el caso del financiamiento para la administración y organización congregacional y eclesiástica, existen las colectas especiales, contribuciones voluntarias, donativos específicos y ofrendas. Las brigadas de ayuda y voluntariado. Las actividades comerciales para recolectar ingresos y financiar el mantenimiento de las instalaciones, personal colaborador y ministerial.



[25]

Hasta aquí se ha abarcado básicamente el tema de los tres grados o planos dimensionales de conocimiento y algunas de sus características. El conocimiento natural, espiritual y celestial. En cada conocimiento actúa un tipo de libre albedrío, por ejemplo, el natural decide cuál ocupación, oficio o profesión ejercer, ya sea por aprendizaje autodidacta, empírico o académico, el espiritual decide cuál congregación, denominación, iglesia o religión va a creer y participar con sentido de pertenencia, ya sea pasivamente como creyente o activamente como practicante. El libre albedrío celestial es el libre albedrío de los practicantes que deciden ser como Jesucristo, en acciones, obra y práctica, según el ejemplo y modelo de Jesús.


Cada conocimiento tiene un radio de acción y alcance infinito, debido a su propia legislación, que tiene un desarrollo y movimiento interminable. Por esta razón en el caso del mundo o reino natural se rige por todas las leyes de cada nación o país, sus instructivos y reglamentos, tanto en lo ejecutivo, judicial y legislativo, además de lo científico, laboral y tecnológico, entre otros. En el caso de lo espiritual, existen tantas congregaciones, denominaciones, iglesias y religiones, según la cantidad de creencias establecidas, reglamentos eclesiásticos, tradiciones, entre otros. Pero en el juicio final, en el rendimiento de cuentas ante Dios, cada persona responde por sus actos en forma individual y no por la colectividad. El día y la hora, o sea, la determinación final está en la sola potestad de Dios Padre. Nadie queda exento o impune por haber pertenecido a cierta congregación, denominación, iglesia o religión.


Jesucristo dijo: “Porque muchos son llamados, y pocos escogidos” (Mateo 20.16 y 22.14). Ciertamente hubo época en donde había mucha restricción para acceder a las copias de la Biblia, no existía la imprenta o con su invención el costo de impresión era muy elevado, además escaseaban las traducciones en otros idiomas. Esto ocasiona una mayor ignorancia masiva en el conocimiento de la lectura directa de la palabra de Dios. Entre las ventajas o desventajas, según se considere, era más fácil controlar la unidad de interpretación bíblica (hermenéutica), mediante la homilía o sermón dado a conocer al pueblo, por parte de los ministros o magisterio, la enseñanza era más centralizada: poder central y centro común. Sin embargo, la tendencia ha sido el fraccionamiento eclesiástico del cristianismo, debido a las muchas interpretaciones personales realizadas a la Biblia y por consiguiente la consecución de seguidores para cada tesis propuesta. Históricamente predomina la intolerancia religiosa, los mitos y la ignorancia.


El conocimiento natural influye una interacción hacia el conocimiento espiritual y religioso. Surgen personas observadoras, analíticas y críticas, con sentido crítico, objetivo o científico. Por ejemplo, se creía en la Tierra como plana y alguno afirmó su redondez (Isaías 40.22), también la rotación del planeta o la traslación en torno al sol, entonces se le amenaza con ser quemado en la hoguera, considerado un hereje sin retractar. La ciencia ha contribuido de muchas formas a adquirir conocimiento, para mejorar la calidad de vida y la longevidad de la humanidad, inclusive la tecnología ha traído mucho beneficio a la sociedad en las comunicaciones, la información y la accesibilidad a extender la formación académica y a cumplir el anuncio de llevar el evangelio hasta el último rincón del planeta. La educación es fundamental en el crecimiento y desarrollo de los llamados, quienes se conforman con conocer la necesidad, mientras que los practicantes aplican soluciones con el ejercicio de acciones permanentes, no solamente ocasional, sino constantemente con perseverancia en la consagración y santidad.


Los muchos llamados podrían ser todos los creyentes y en el caso de los pocos escogidos podrían ser los verdaderos practicantes, por ejemplo, se dice de la ley: “porque no son los oidores… los justos ante Dios, sino los hacedores… serán justificados” (Romanos 2.13). Un ejemplo se presenta en el tiempo del diluvio, donde Noe pregona, o sea, da el anuncio y avisa, sin embargo, la palabra dice: “… en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvas…” (1 Pedro 3.20). El profeta Elías en cierta ocasión invoca a Dios: “… Señor, a tus profetas han dado muerte, y tus altares han derribado; y sólo yo he quedado, y procuran matarme? Pero ¿qué le dice la divina respuesta? Me he reservado siete mil hombres, que no han doblado la rodilla delante de Baal” (Romanos 10.2 al 4).


El llamado también se presenta en tiempos de Faraón en Egipto, pero no creyeron a Dios, menos practicaron su voluntad: “Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra” (Romanos 9.17). Los llamados están en todas partes de la tierra, es el anuncio del nombre de Dios hasta el último rincón del planeta. Otros casos se presentan con los profetas, por ejemplo, el profeta Isaías y su llamamiento a Israel: “También Isaías clama tocante a Israel: Si fuere el número de los hijos de Israel como la arena del mar, tan sólo el remanente será salvo…” (Romanos 9.27). Jesús dijo: “No temáis, manada pequeña…” (Lucas 12.32).


La rigidez de fundamentar creencias como enseñanza eclesiástica, es el drástico hermetismo para cambiar y corregir lo erróneo con el paso del tiempo. Por ejemplo, hubo época en la administración de la iglesia por medio de la jerarquía eclesiástica, donde de forma flexible pudo escuchar las iniciativas de reforma de Martín Lutero con sus noventa y cinco tesis, en su lucha contra lo considerado como abusos y errores de la iglesia, sin embargo, la reacción fue de intimarle con autoridad y fuerza para que se retractara. Posteriormente recibe condena y excomunión, al final fracasa también por cierta actitud propia de intransigencia. La iglesia oficial en lugar de dialogar termina en una contrarreforma. Lutero desiste de la unidad y sin pretenderlo es el origen de un cristianismo fraccionado, entre bandos que inclusive llegan a cruentas guerras y exterminio de creyentes. Prevalece la división, enemistad, intolerancia, luchas de poder y odio. También entre occidente y oriente.


Todo este mundo espiritual y religioso, esté donde esté, o sea, en la congregación, denominación, iglesia o religión, ya sea independiente o tradicional, centenaria o milenaria, requiere trascender al conocimiento celestial de Jesucristo, para aspirar a rendir cuentas dignamente ante Dios Padre. Muchos son grandes defensores de sus propias creencias, pocos son practicantes a semejanza de Jesucristo como se analizará a profundidad a continuación.



[26]

Jesucristo transmite el conocimiento celestial:


“Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra” (Juan 8.42 y 43).

En la época de Jesús, independientemente de las creencias del judío, ya sea la creencia como doctor o intérprete de la ley, escriba, fariseo, integrante del sanedrín, sacerdote, saduceo o sumo sacerdote, a pesar de sus diferencias en las creencias, por ejemplo entre fariseos y saduceos en el tema de ángel, espíritu o resurrección (Mateo 22.23; Hechos 23.8), a la hora de creer en Jesucristo, se determina como incrédulo o creyente, en relación con la creencia en Jesús: “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8.31 y 32). En este caso incrédulo es quien no tiene fe y creencia en Jesús, quienes creen en él y perseveran en su palabra, se vuelven verdaderos discípulos.


Aún los propios discípulos sufrieron crisis de incredulidad en su transición del conocimiento natural al conocimiento espiritual: “… Llegó Jesús, estando las puestas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente” (Juan 20.26 al 27). Además: “… y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado” (Marcos 16.14).


En la época actual, todo el fraccionamiento cristiano, llámese congregación, denominación, iglesia o religión, es creyente en comparación con la creencia en Jesucristo, a pesar de las diferencias doctrinales, dogmáticas, reglamentarias o tradicionales. Los incrédulos son aquellos que solamente tienen el conocimiento natural y se resisten a trascender al conocimiento espiritual: “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden…” (1 Corintios 1.18). El conocimiento natural se queda únicamente en sabiduría del mundo o humana según la carne: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne…” (1 Corintios 1.26). El conocimiento espiritual jamás se fundamenta en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios: “y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2.4 y 5). Todos los creyentes son los muchos llamados, pero hay una diferencia en el caso de los pocos escogidos, que son los verdaderos practicantes del ejemplo y modelo de vida de Jesús, con el poder del Espíritu Santo: “Porque muchos son llamados, y pocos escogidos” (Mateo 22.14).


Los llamados provienen tanto de judíos como de griegos (gentiles): “mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios” (1 Corintios 1.24). El vínculo común es Jesucristo, por lo tanto, en cada fracción del cristianismo, llámese congregación, denominación, iglesia o religión, aunque sea antigua o reciente, de ninguna manera es poseedora exclusiva de la verdad única y absoluta, Porque la verdad misma es Jesucristo:


“a fin de que nadie se jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito. El que se gloría, gloríese en el Señor” (1 Corintios 1.29 al 31).

Además del llamamiento, el conocimiento espiritual integra el arrepentimiento, la conversión y la santificación. Este requisito está relacionado con un nuevo nacimiento en las acciones o actos, actitudes, carácter, conducta, consagración, comportamiento, cualidades, emociones, personalidad, sensibilidad, sentimientos, temperamento, valores, virtudes y voluntad, que toman en cuenta a Dios para la cotidianidad o diario vivir. Jesús dijo: “Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13.1 al 5). Por lo tanto, ya no hay diferencia entre griego (gentil) y judío (Romanos 10.11 al 13), porque somos uno en Cristo Jesús, linaje de Abraham y herederos según la promesa (Gálatas 3.26 al 29). Aquí es donde entra en función el conocimiento celestial: “Donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos” (Colosenses 3.11), por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo (1 Corintios 12.13). Con esto se da a entender que Jesús es nuestra paz, entre gentiles y judíos, sin embargo, a pesar de la paz propuesta por Cristo al morir en la cruz, entre ambos, al hacer un solo pueblo, Pedro tuvo la confrontación de quienes le reclamaban por haber comido y entrado en casa de los llamados incircuncisos (Hechos 11.1 al 3).


El conocimiento natural hace presión para preservar su propia naturaleza contrario al sentido de Cristo: los más conservadores se aferran por cuestiones discriminatorias o raciales para mantener la circuncisión en la carne, como por obras tradicionalistas y no por la fe, obligando a circuncidarse, para no padecer persecución a causa de la cruz de Cristo (Gálatas 6.11 al 15). Además mantenían el rito de sacrificios de corderos, negando el único sacrificio de Cristo para perdón de pecados, mandando guardar la ley de sacrificios y ofrendas, holocaustos y expiaciones por el pecado, preservando de esta forma el sacerdocio literal y no el sacerdocio de Cristo, contrario a la fe en Jesús y opuesto al nuevo pacto:


“15.1 Entonces algunos que venían de Judea enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos. 15.2 Como Pablo y Bernabé tuviesen una discusión y contienda no pequeña con ellos, se dispuso que subiesen Pablo y Bernabé a Jerusalén, y algunos otros de ellos, a los apóstoles y los ancianos, para tratar esta cuestión… 15.4 Y llegados a Jerusalén, fueron recibidos… 15.5 Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían creído, se levantaron diciendo: Es necesario circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley de Moisés…” (Hechos 15.1 al 16.5).

Se convirtieron en falsos hermanos, introducidos a escondidas, para tratar de regresarlos a la esclavitud de antes (Gálatas 2.3 al 5; Tito 1.10), la comunidad de fe de Galacia o iglesia de los Gálatas, se vio influenciada por los más extremistas y fanáticos (Gálatas 3.1 al 5, 4.9).


El conocimiento espiritual le hace frente al conocimiento natural para dar la preeminencia a la voluntad de Dios. El Salmo dice: “La boca del justo habla sabiduría, y su lengua habla justicia. La ley de su Dios está en su corazón; por tanto, sus pies no resbalarán” (Salmo 37.30 al 31). El nuevo pacto presenta al justo y santo como templo del Espíritu de Dios (1 Corintios 3.16 al 17, 6.19), y la ley de Dios está en el corazón y la mente. La obediencia ya no es impositiva, por obligación, sino que nace por la gracia recibida de Dios (Romanos 5.17 al 21; 1 Corintios 1.4 al 7; 2 Corintios 1.12; Tito 2.11), porque se produce el amor, la disposición y voluntad para obedecer: “para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna” (Tito 3.7).



[27]

En el mundo natural, así como el cuerpo está muerto sin la respiración del oxígeno, que es el espíritu de vida, también espiritualmente se está muerto con la ausencia de la fe y práctica de la obra de Jesucristo: “Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta. Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación” (Santiago 2.26 y 3.1). El debatir cuestiones de creencias es muy común en el conocimiento espiritual, es parte del libre albedrío espiritual y de la legislación del análisis de los temas, pero algunos se perjudican al considerarse muy entendidos en la materia y se quedan en la teoría, sin escalar a otro nivel de conocimiento, en la práctica de las enseñanzas de Jesús.


Por ejemplo, en tiempos de Jesús existían las tendencias según la escuela o grupos de discipulado: “Y los discípulos de Juan y los de los fariseos ayunaban; y vinieron, y le dijeron: ¿Por qué los discípulos de Juan y los de los fariseos ayunan, y tus discípulos no ayunan?” (Marcos 2.18). Existían diferencias a nivel de conocimiento y de prácticas:


“Y todos se admiraban de la grandeza de Dios. Y maravillándose todos de todas las cosas que hacía, dijo a sus discípulos: Haced que os penetren bien en los oídos estas palabras; porque acontecerá que el Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres. Mas ellos no entendían estas palabras, pues les estaban veladas para que no las entendiesen; y temían preguntarle sobre esas palabras. Entonces entraron en discusión sobre quién de ellos sería el mayor” (Lucas 9.43 al 46).

Históricamente entre el mundo espiritual y religioso, de las congregaciones, denominaciones, iglesias y religiones cristianas, han pretendido ser mayores o mejores en comparación a cada grupo y se dicen ser los verdaderos, pero infunden enemistad, odio, y repulsión hacia los demás creyentes, contrario a lo que representa el amor y servicio de Cristo. Lo que pasa es que la persona natural es carnal con celos, contiendas y disensiones, esto le ocasiona incapacidad para lo espiritual, hasta superar su naturaleza carnal y llegar a la madurez y la medida de la plenitud de Cristo:


“De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres? Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de Pablo, y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales?” (1 Corintios 3.1 al 4).

Lo mismo sucede en el colectivo de cada fracción dentro del fraccionamiento cristiano, sea congregación, denominación, iglesia o religión, sin embargo, entre sus integrantes siempre habrá la posibilidad de trascender al conocimiento celestial, aquellos que siendo genuinos y sinceros espirituales y llegan a ser en vida semejantes a Jesucristo: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8.29).


Por esta razón algunos sumidos en la ignorancia de la naturaleza, aunque crean ser espirituales, no saben lo que dicen ni lo que hacen, porque critican y condenan a otros creyentes de grupos diferentes, pero emanan e influyen odio y muerte carnal que contamina a los demás:


“Estos son fuente sin agua, y nubes empujadas por la tormenta; para los cuales la más densa oscuridad está reservada para siempre. Pues hablando palabras infladas y vanas, seducen con concupiscencias de la carne y disoluciones a los que verdaderamente habían huido de los que viven en error” (2 Pedro 2.17 y 18).

Las Sagradas Escrituras declaran:


“Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo. Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña. Así que, cada uno someta a prueba su propia obra, y entonces tendrá motivo de gloriarse sólo respecto de sí mismo, y no en otro; porque cada uno llevará su propia carga” (Gálatas 6.2 al 5).

El que se cree sabio en el conocimiento espiritual le es mejor ser humilde y manso para aprender, desarrollar la capacidad de escuchar, aunque aparente cierta ignorancia alcanza mayor grado de madurez y sabiduría espiritual: “Nadie se engañe a sí mismo, si alguno entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios…” (1 Corintios 3.18 al 23). Ahora bien, sembramos en lo natural o sembramos en lo celestial, son dos posibilidades de cosechar para la carne o en el Espíritu Santo: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (Gálatas 6.7 al 8). Hay corrupción eclesiástica cuando algunos en aparente piedad la utilizan como pretexto para fuente de ganancia y convierten la actividad eclesiástica en un negocio personal o familiar, al final negocio propio y lucrativo debido al enriquecimiento y amor al dinero:


“Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, está envanecido, nada sabe, y delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos, blasfemias, malas sospechas, disputas necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia; apártate de los tales. Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición, porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Timoteo 6.3 al 10).

Luego Pablo mismo dice del conocimiento celestial: “Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo” (Gálatas 1.11 al 24). Jesús mismo les abre el entendimiento, porque era necesario el cumplimiento de todo lo escrito acerca de él, sus padecimientos y su resurrección al tercer día (Lucas 24.44 al 46). Un sincero y auténtico conocimiento de la doctrina de Dios, es encomendarse a su dirección y guía del Espíritu, sin ningún tipo de demagogia, de los que llegan para servirse con sus ambiciones: “Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación. Así que, el que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo” (1 Tesalonicenses 4.7 al 8; 2 Timoteo 1.14), “¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?” (Santiago 4.5).



[28]

Para entender mejor el tema del conocimiento celestial, están las siguientes expresiones: “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron…” (Romanos 15.4), “todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo” (Colosenses 2.17), “… habiendo aún sacerdotes que presentan las ofrendas según la ley; los cuales sirven a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales,…” (Hebreos 8.4 al 5) y “lo cual es símbolo para el tiempo presente,…” (Hebreos 9.9). Hay una importancia entre el simbolismo literal y su significado con lo celestial, para comprender su cumplimiento en Cristo (Hebreos 12.22 al 29) y hacer prevalecer la preeminencia en todo por medio de Jesucristo.


Así como en el primer pacto, fueron purificadas las figuras de las cosas celestiales y había un santuario, figura del verdadero, Cristo entró en el cielo mismo para presentarse por nosotros ante Dios, haciendo un solo sacrificio de sí mismo, para quitar de en medio el pecado (Hebreos 9.23 al 26, 10.12 y 19 al 20). Y según el modelo tomado de Cristo, de igual forma se requiere llevar una vida diaria en sacrificio vivo, con nuestros hechos, agradables delante de Dios, con la presentación de nuestros cuerpos, santos y en culto racional (Romanos 12.1). Textualmente dice la palabra: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre. Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios” (Hebreos 13.15 al 16). El culto racional tiene relación con el respeto y reverencia en la excelencia y superioridad de lo sagrado y dedicado a Dios, mediante una fe reflexiva, que se considera con atención y detenimiento, porque es una fe meditada, pensada a conciencia y con entendimiento, justicia, rectitud y verdad. El ser humano por naturaleza tiende a contender, debatir y porfiar fervientemente y con vehemencia. El humano no está exento o inmune de esta situación, aún dentro del conocimiento espiritual:


“Cuando llegó a donde estaban los discípulos, vio una gran multitud alrededor de ellos, y escribas que disputaban con ellos. Y en seguida toda la gente, viéndole, se asombró, y corriendo a él, le saludaron. El les preguntó: ¿Qué disputáis con ellos? Y respondiendo uno de la multitud, dijo: Maestro, traje a ti mi hijo, que tiene un espíritu mudo, el cual, dondequiera que le toma, le sacude; y echa espumarajos, y cruje los dientes, y se va secando; y dije a tus discípulos que lo echasen fuera, y no pudieron. Y respondiendo él, les dijo: ¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? …” (Marcos 9.14 al 19).

La fe de ninguna manera es ciega o incrédula, sino creyente con certeza, convicción y seguridad:


“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos… Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11.1 al 2 y 6).

El mundo espiritual y religioso, sea congregación, denominación, iglesia o religión, se debate por cuestiones de creencias, pero muchas veces deja de lado los valores del reino de Dios y los frutos del Espíritu Santo, como el amor de Dios, fe, justicia, misericordia, paz y santidad:


“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gálatas 5.22 al 25).

En esto consiste el conocimiento celestial, en ser morada del Espíritu Santo de Dios y vivir el reino de Dios entre nosotros: “Entonces respondiendo Juan, dijo: Maestro, hemos visto a uno que echaba fuera demonios en tu nombre; y se lo prohibimos, porque no sigue con nosotros. Jesús le dijo: No se lo prohibáis; porque el que no es contra nosotros, por nosotros es” (Lucas 9.49 al 50). El significado de la expresión echar fuera demonios lo encontramos en la siguiente explicación de Jesús:


“Mas si por el dedo de Dios echo yo fuera los demonios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros… El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama” (Lucas 11.20 y 23). “Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios… O haced el árbol bueno, y su fruto bueno, o haced el árbol malo, y su fruto malo, porque por el fruto se conoce el árbol” (Mateo 12.28 y 33).

En el nuevo pacto somos sellados con el Espíritu Santo en nuestros corazones, como señal del pacto o las arras (2 Corintios 1.21 al 22; Efesios 1.13 al 14), el cual ha dado Dios a los que obedecen (Hechos 5.32): “… El Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad…” (Juan 16.13), en el nuevo pacto siempre hay muerte o paga del pecado (Romanos 6.23), entonces espiritualmente se muere, porque se apaga y contrista al Espíritu Santo, con el cual se fue sellado (Efesios 4.30; 1 Tesalonicenses 5.19), la persona pierde el deseo o voluntad sobrenatural de amar, obedecer y servir a Dios, con fidelidad y perseverancia hasta el fin, para demostración de ser un verdadero hijo o hija de Dios. Ninguna condenación hay para los que en verdad andan conforme al Espíritu, la debilidad del ser humano, es fortalecida por el poder del Espíritu Santo, gracias a la obra de Cristo Jesús en beneficio nuestro (Romanos 8.1 al 10). La Biblia dice: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Romanos 8.14). Por lo tanto, de entre el mundo (conocimiento natural), muchos son los llamados (conocimiento espiritual) y pocos los escogidos (conocimiento celestial), según la transmisión de la enseñanza, ejemplo y modelo de Jesucristo.



[29]

Hay una lucha entre lo natural y lo espiritual, porque lo natural presiona por camuflar y confundir, entrelazar y mezclar con lo espiritual: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros… porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Romanos 8.9 y 13).


En el mundo natural las concupiscencias son los apetitos desordenados de placeres deshonestos contrarios a Dios, las cuales practican las personas que, ya sea, desconocen su voluntad o la desacatan por falta de interés, respeto o reverencia a la consagración y santidad. Es la corrupción en el mundo a causa de los deseos asociados a la concupiscencia (2 Pedro 1.4), dejarse llevar por el pecado y obedecerlo en este apetito deshonesto (Romanos 6.12; Tito 3.3; 1 Pedro 4.1 al 5). Este conocimiento natural se rige por su propia decisión o determinación a través del libre albedrío, algunas veces degenerado en el libertinaje. Por cientos o miles de años, el mundo espiritual se ha debatido entre la existencia del libre albedrío o entre la existencia de la predestinación. Este mismo conflicto y polémica por cuestiones de creencias, es prueba de que el mismo conocimiento espiritual o religioso se rige también por el libre albedrío, al igual que el mundo natural. Según sea su creencia, así es el camino que decide seguir. Entonces ¿cuál es la parte de predestinación mencionado en la Biblia? La predestinación es Jesucristo, o sea, somos y seremos como Jesucristo. Aquí es donde se introduce el conocimiento celestial para ser predestinados como Jesucristo, porque no todas las personas deciden ser y vivir semejantes a nuestro Señor Jesucristo. De manera que existe el libre albedrío natural, el libre albedrío espiritual y el libre albedrío de Jesús, que fue su predestinación.


Jesucristo no vino al mundo a hacer su propia voluntad, sino la del Padre (Juan 5.30, 6.38, 7.16 al 18), aún en la condición de humano permanece fiel, para establecer un precedente de ejemplo (1 Pedro 2.21 al 23). Pasa de Dios Hijo a Hijo de Dios, porque con su padecimiento aprende la obediencia como Hijo, alcanza perfección y llega a ser autor de eterna salvación para los obedientes (Hebreos 1.5 al 13, 5.5 al 10; Salmos 2.7, 45.6 al 7; Zacarías 3.2):


“… vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2.12 al 14).

Además, “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2.20). Al estar en agonía ora más intensamente y su sudor es como grandes gotas de sangre, a pesar de esta situación prevalece en su vida la voluntad del Padre (Lucas 22.40 al 44) y la fidelidad.


Jesucristo en su primera venida a la tierra a habitar entre nosotros, lo hizo en carne, como se dice en el evangelio (Juan 1.14), esto significa que el vino en la condición de humano, nacido de mujer (Gálatas 4.4 al 5), desde niño crecía no solo en estatura, sino en sabiduría y en gracia para con Dios y los hombres (Lucas 2.40 y 52). Antes de ser entregado, oraba intensamente, y en su agonía su sudor era como grandes gotas de sangre (Lucas 22.39 al 44). Cuando murió fue traspasado con una lanza en el costado, y al instante salió sangre y agua (Juan 19.33 al 34), sin embargo, hubo quienes negaron esta condición de Cristo, y eran contrarios a él (1 Juan 4.1 al 3).


Se infiltraron en la iglesia, pero salieron de la misma, para que se manifestara que no eran parte de la iglesia, por su incapacidad para dejar el pecado y su forma de esclavitud. No reconocieron que Jesucristo como humano, de carne y hueso, terminó con el pecado, dejándonos ejemplo de amor genuino y pacificación, para hacer la voluntad del Padre antes que la propia. Estos son aquellos que en el pasado, defendían la circuncisión en la carne y los ritos, como camino fácil para pretender ser hijos de Dios, sin abstenerse del pecado. Está escrito “El alma que pecare, esa morirá…” (Ezequiel 18.20).


Cristo demostró una real vocación de servicio; en el caso del obrero ministerial es necesaria su conducción como Jesús, el permanecer en Jesús implica andar como él anduvo (1 Juan 2.6). Si Dios crea un sistema de trabajo, los grupos ministeriales, requieren estar sujetos al sistema y mantener la estructura, liderar conforme con la voluntad de Dios. En el concilio donde participa el fariseo Gamaliel (Hechos 5.34 al 39), se mencionan algunos hombres levantados a liderar por cuenta propia, con un desenlace lamentable, otros lo hacen de parte de Dios, quienes se mantienen fieles a las directrices y mandamientos de Dios, a pesar de las dificultades, peligros y persecuciones.


Jesús dijo: “El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama” (Mateo 12.30). Por ejemplo, la historia de la humanidad, registra a muchos inocentes que por causa de la fe, sufrieron cautiverio, destierro, esclavitud, injustas represiones, muerte, pérdida de identidad, persecución, saqueo, ultraje y violencia. La fatal combinación de la cruz de Cristo y la espada, la evangelización y el expansionismo militar, el poder religioso y el estado imperial, la pasión desenfrenada por adquirir fama, honores, pleitesía, poder y riquezas. Esto es el camuflaje de lo natural infiltrado entre lo espiritual, pero sin ninguna aspiración o posibilidad de lo celestial, por ser contrarios a Cristo.


El mundo de los prosélitos es una ambición sin límites, pero a la vez es una barrera como cortina de humo o estática y ruido, que imposibilita comprender y ver el verdadero camino y misión de Jesús. Está escrito: “… No por fuerza… no como teniendo señorío…” (1 Pedro 5.2 al 3). Ya desde la antigüedad se anunciaba en las Santas Escrituras: “… No con ejercito, ni con fuerza, sino con mi Espíritu…” (Zacarías 4.6). Se contrastan las consecuentes luchas de poder, dogmas de opresión, fanatismos religiosos, extremismo fundamentalista, radicalismo, odio y muerte.


En el conocimiento natural, cuando una persona aparentemente está destinada a vivir una vida ajena a la voluntad de Dios, porque en ella no hay señal alguna de querer obedecer los mandamientos de Dios, sin embargo, en relación con el conocimiento espiritual, cuando le llega la voz de Dios, el llamamiento es irresistible, a través de la luz transmitida a la mente, ilumina su entendimiento y posibilita la libertad de elegir el servicio a Dios de corazón. Aparece el conocimiento celestial cuando Dios interviene, porque hay un pacto directo con la persona, esta última se sujeta a las disposiciones, a través de la ayuda recibida por el Espíritu Santo, dándole poder para vencer. Es la introducción de un sistema redentor, de los pecados del ser humano y obtención de su perdón, mediante la gracia del nuevo pacto, por medio de nuestro Señor Jesucristo.


En resumen, el pacto entre Dios y la persona, consiste cuando esta última se sujeta a los mandamientos de Dios, a cambio recibe poder para vencer el mal, a través de la ayuda ofrecida por Dios mediante su Espíritu Santo. Cuando aparentemente alguno está destinado a una vida ajena a su obediencia, pero le llega la voz de Dios, entonces el llamamiento se vuelve irresistible, la luz divina del conocimiento llega a su mente y se ilumina su entendimiento, se genera la libertad electiva del servicio a Dios a conciencia y de corazón. Dios posibilita la gracia del nuevo pacto, como un sistema de perdón y redención del pecado, por medio de la fe en Jesucristo.



[30]

Hay un proceso de renovación y restauración con la formación y transición entre el conocimiento natural y el espiritual. La Biblia dice: “He aquí, solamente esto he hallado: que Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones” (Eclesiastés 7.29). Además: “… porque el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud…” (Génesis 8.21). El ser humano tiene tendencia a la desobediencia y rebeldía: “De los pecados de mi juventud, y de mis rebeliones, no te acuerdes; conforme a tu misericordia acuérdate de mí, por tu bondad, oh Jehová” (Salmos 25.7). Mucha de esta desobediencia y rebeldía es transmitida de padres a hijos, especialmente con el ejemplo: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22.6). Cada persona tiene que asumir responsabilidad de su propia rebeldía, independiente del grado de maldad y pecado de sus progenitores en la concepción:


“Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos; para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio. He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Salmos 51.1 al 5).

La rebeldía es generada en el ser humano por su propia naturaleza humana de resistir a la voluntad de Dios, hasta que supere su condición y se sujete a Dios con el conocimiento espiritual. Por lo tanto, este conocimiento espiritual es como una renovación constante, porque la renovación continua del cristiano está en el corazón y la mente, como dice en los Salmos: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente” (Salmos 51.10 al 12). La persona con el tiempo se envejece, pero su interior se renueva de día en día (2 Corintios 4.16). Esta renovación es en el espíritu de la mente, o sea, en la intención de los pensamientos y se renueva la personalidad en la justicia y santidad (Efesios 4.22 al 24). Es un proceso de renovación hasta el conocimiento pleno (Colosenses 3.10): amor, benignidad, compasión, consagración, humildad, mansedumbre, misericordia, paciencia, perdón y santidad, entre otros.


La renovación es un volver permanentemente a un primer estado u origen de la relación con Dios: “Vuélvenos, oh Jehová, a ti, y nos volveremos; renueva nuestros días como al principio” (Lamentaciones 5.21), para mantener y perseverar en el amor y la justicia de Dios. Desde un principio, el ser humano al ejecutar los estatutos y poner por obra las ordenanzas de Dios, les hacía habitar sobre la tierra con seguridad (Levíticos 25.18 al 19). Para no endurecer los corazones ni cerrar sus manos al hermano pobre, sino abrir la mano liberalmente, sin mezquindad de corazón, porque de esta forma se recibe bendición en todo lo que se hace y se emprende, porque es mandamiento de Dios ayudar al pobre y al menesteroso (Deuteronomio 15.7 al 11). El cristiano siempre se renueva integralmente, tanto en lo espiritual como en la solidaridad material:


“Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Santiago 2.15 al 17).

Los Salmos mencionan el ejemplo del cuidado y renovación de Dios en la creación:


“Todos ellos esperan en ti, para que les des su comida a su tiempo. Les das, recogen; abres tu mano, se sacian de bien. Escondes tu rostro, se turban; les quitas el hálito, dejan de ser, y vuelven al polvo. Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra” (Salmos 104.27 al 30).

La Biblia menciona que Dios restaurará al ser humano su justicia (Job 33.26). En los Salmos se encuentran algunas súplicas para restauración: “Oh Dios, restáuranos; haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos” (Salmos 80.3, 7 y 19). “Restáuranos, oh Dios de nuestra salvación…” (Salmos 85.4).


Este proceso del conocimiento espiritual es comparado con un Bautismo de llenura en la palabra de Dios, es un aprendizaje y demostración de obediencia. El creyente experimenta a plenitud este proceso durante toda su vida cristiana, comparable con el proceso de una vasija al adquirir forma, poco a poco, moldeada por su creador y diseñador. Este proceso se inicia con el llamamiento, el arrepentimiento y la conversión hasta llegar a la santificación; conforme se incrementa el discernimiento del bien y del mal, se abandonan todos los vicios nocivos, especialmente al tomar conciencia, como resultado de la combinación de comportamiento y entendimiento. La persona empieza a demostrar la sabiduría adquirida por medio de acciones liberadoras, o sea, congruente a la libertad en Cristo, por consiguiente, renuncia a sus malos hábitos y costumbres para mejorar su calidad de vida. Luego, con la declaración pública (ante testigos), por medio del acto consciente y voluntario testifica su convincente decisión de seguir al Señor Jesucristo por medio de la consagración, santidad y unción.


El proceso de la vasija no termina al finalizar su formación, luego se deposita en un horno de fuego para su acabado final y continúa con su vida útil en el tiempo estimado de utilidad. El ser humano es formado como un vaso para honra y Dios es el alfarero (Romanos 9.20 al 21). El proceso continúa, una vez demostrada la capacidad de cumplir con la justicia, poseer el poder de resistir las pruebas y sufrimientos purificadores para la condición del cristiano en sus actitudes, carácter, emociones, estado anímico, sensibilidad, sentimientos, personalidad, temperamento y voluntad.


Este es el fuego purificador para el justo (Isaías 33.14 al 16), en forma constante y disciplinada se obtiene cambios; alcanza cierto grado de madurez y enfrenta la transición de la inexperiencia en la palabra de justicia y la madurez, por el uso de los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal (Hebreos 5.13 al 14). Esto lo hace ser espiritual, porque su mente pasa a tener la mente de Cristo; de lo contrario, la persona no percibe ni puede entender las cosas del Espíritu de Dios, porque se han de discernir espiritualmente (1 Corintios 2.14 al 16), o sea, por el uso o práctica de los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal. Entonces, por el mismo proceso el creyente modifica su conducta, como un verdadero templo del Espíritu Santo, cuida sus pasos para no ser partícipe de actos desagradables ante Dios (Salmos 1.1 al 2). De acuerdo con la comparación de la vasija, cuando es apta para ser usada, se deposita en ella el aceite de la unción, en este caso son los dones, operaciones y ministerios por medio del Espíritu Santo. El cristiano sigue en crecimiento hasta alcanzar la medida de la estatura de la plenitud de Cristo, la unidad de la fe, el conocimiento de Jesucristo (Efesios 4.13) y la práctica completa del evangelio, mediante el conocimiento celestial.


No obstante, lamentablemente también hay vasos de deshonra: personas que no cumplen a cabalidad el proceso de formación. La persona sin frutos de arrepentimiento, conversión y santificación no es apta para testificar públicamente, porque por sus frutos contrarios a la práctica de Jesucristo se da a conocer (Mateo 7.15 al 20, 12.33 al 37; Juan 15.1 al 8). No es suficiente solamente el arrepentimiento, sino que se complementa e integra con la conversión y la santificación.



[31]

En suma, hay una transición entre el conocimiento natural y el espiritual, donde interviene el libre albedrío de la persona, porque según sea su nivel de conocimiento así será su camino a seguir, por su propia elección o determinación. Pero, ¿cuál es el conocimiento que finalmente trasciende ante Dios el Padre? Tanto para el rendimiento de cuentas como para la vida eterna, la Biblia manifiesta la diferencia entre el conocimiento celestial promovido por Jesucristo, quien es nuestra predestinación. Obsérvese las siguientes palabras claves en el texto a continuación:


“… Gracia y paz os sean multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús. Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 Pedro 1.1 al 4).

Antes del diluvio, la inclinación natural del ser humano es propender a pensar, sentir y hacer el mal: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis 6.5). Luego del diluvio el pueblo de Dios perece porque le falta conocimiento:


“Oíd palabra de Jehová, hijos de Israel, porque Jehová contiende con los moradores de la tierra; porque no hay verdad, ni misericordia, ni conocimiento de Dios en la tierra. Perjurar, mentir, matar, hurtar y adulterar prevalecen, y homicidio tras homicidio se suceden… Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios… Del pecado de mi pueblo comen, y en su maldad levantan su alma. Y será el pueblo como el sacerdote; le castigaré por su conducta, y le pagaré conforme a sus obras” (Oseas 4.1 al 9).

Entonces, si hay una transición entre el conocimiento natural y el conocimiento espiritual, ¿por qué algunos se estancan como un tipo de círculo vicioso, de manera que no logran trascender al conocimiento celestial? Lo que pasa es que algunos aspiran y pretenden lo espiritual sin desapegarse completamente de su carnalidad natural. Después de la creación, cuando se establece lo ritual dentro del culto a Dios y como rito de perdón de las ofensas cometidas, se distorsiona el culto a tal grado que Dios dice:


“Aborrecí, abominé vuestras solemnidades, y no me complaceré en vuestras asambleas. Y si me ofreciereis vuestros holocaustos y vuestras ofrendas, no los recibiré, ni miraré a las ofrendas de paz de vuestros animales engordados” (Amós 5.21 al 22). “¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién demanda esto de vuestras manos, cuando venís a presentaros delante de mí para hollar mis atrios?” (Isaías 1.11 al 12).

Se ofrecía para el sacrificio el animal ciego, cojo, enfermo o hurtado, profanando el nombre de Jehová Dios y su altar, habiendo Dios dicho: “No ofrecerás en sacrificio a Jehová tu Dios, buey o cordero en el cual haya falta o alguna cosa mala, pues es abominación a Jehová tu Dios” (Deuteronomio 17.1; Levítico 22.20). Deshonraron, menospreciaron y profanaron el nombre de Dios, quien menciona lo siguiente: “… Y cuando ofrecéis el animal ciego para el sacrificio, ¿no es malo? Asimismo cuando ofrecéis el cojo o el enfermo, ¿no es malo?… y trajisteis lo hurtado, o cojo, o enfermo, y presentasteis ofrenda. ¿Aceptaré yo eso de vuestra mano? Dice Jehová” (Malaquías 1.6 al 14). Las manos de los infractores, llenas de crímenes y de maldad, no aceptan la corrección, presentan ofrendas indignamente y Dios les pide: “Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda” (Isaías 1.16 al 17).


Por ejemplo, ya desde antaño, por medio de Dios se establecía ciertas diferencias opuestas entre sí: “Y enseñarán a mi pueblo a hacer diferencia entre lo santo y lo profano, y les enseñará a discernir entre lo limpio y lo no limpio” (Ezequiel 44.23). Además: “Para poder discernir entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio, y para enseñar a los hijos de Israel todos los estatutos que Jehová les ha dicho por medio de Moisés” (Levíticos 10.10 al 11). En el caso de la ley de Moisés, en su aspecto ceremonial y ritual, de expiación, mediante sacrificio, derramamiento, rocío y remisión con sangre, nada perfeccionó: Así dice la Escritura:


“Queda, pues, abrogado el mandamiento anterior a causa de su debilidad e ineficacia (pues nada perfeccionó la ley), y de la introducción de una mejor esperanza, por la cual nos acercamos a Dios… Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas. Porque si aquel primero hubiera sido sin defecto, ciertamente no se hubiera procurado lugar para el segundo” (Hebreos 7.18 al 19, 8.6 al 7).

Jesús mencionó que en la cátedra de Moisés se sentaban los escribas y fariseos y así enseñaban, pero que no hicieran conforme a sus obras, porque decían y no hacían (Mateo 23.1 al 3). Sin embargo, quienes condenaban de adulterio a una mujer, acusados por su conciencia, por no estar libres de pecado, se retiraron desde los de más edad, porque más veces infringieron los mandamientos, hasta los de menor edad, por tener menos infracciones, pero igual con cargos de conciencia o de culpa, ya sea por pecar en forma de ignorancia, indiferencia, omisión o voluntariamente. Los intérpretes de la ley y los fariseos se ufanaban con gran vanagloria de ser muy fieles a la ley, no obstante, Jesús conocía sus obras y lo oculto del corazón de cada uno. Se jactan de la ley y con infracción deshonran a Dios:


“He aquí, tú tienes el sobrenombre de judío, y te apoyas en la ley, y te glorías en Dios, y conoces su voluntad, e instruido por la ley apruebas lo mejor, y confías en que eres guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas, instructor de los indoctos, maestro de niños, que tienes en la ley la forma de la ciencia y de la verdad. Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio? Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios? Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros” (Romanos 2.17 al 24).

El profeta Isaías dice: “Y ahora ¿qué hago aquí, dice Jehová, ya que mi pueblo es llevado injustamente? Y los que en él se enseñorean, lo hacen aullar, dice Jehová, y continuamente es blasfemado mi nombre todo el día” (Isaías 52.5). Llevaron a la mujer sorprendida en adulterio y no a su cómplice, el varón que estuvo con ella. Además no se atrevieron a apedrearla desde los de edad avanzada, más cargados de pecados por tener más tiempo de vida, hasta los más jóvenes que acusados por su conciencia, se alejaron muy avergonzados.


El libro de Génesis alude a una profecía mesiánica del anuncio de Cristo, sus sufrimientos y su liberación: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Génesis 3.15). Jesucristo es el mensaje celestial y la predestinación. Lo natural muchas veces se camufla y trata de mezclarse con lo espiritual, por cualquier pretexto prevalece el crimen, las guerras, muertes, odio, rencillas, rencor, terror y venganza. Así como Dios libra a su pueblo de la aflicción en Egipto, envía a Moisés como gobernante y libertador, quien anuncia a Cristo como un profeta, a quien debían de escuchar (Hechos 7.34 al 37): “… y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo” (1 Corintios 10.4). También Dios nos dará de su conocimiento celestial, para discernir verdaderamente entre el bien y el mal, que aunque pertenezcamos a cualquiera que sea la fracción, del fraccionamiento cristiano, sea congregación, denominación, iglesia o religión, lleguemos a comprender y entender plenamente el mensaje de Cristo y cumplamos a cabalidad con el ejemplo, modelo y práctica de Jesús, en el amor de Dios, compasión, fe, justicia, misericordia, paz, santidad y demás valores del reino de Dios.



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Al retomar el tema de la enemistad entre el conocimiento natural y el conocimiento espiritual, se requiere desmenuzar la profecía mesiánica del anuncio de Cristo, sus sufrimientos y su liberación:


“Y Jehová Dios dijo a la serpiente: Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Génesis 3.14 al 15).

Como se dice, la serpiente en representación del mal o pecado del mundo, no funciona fuera del polvo, ya que se alimenta del ser humano: “… polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3.19). La profecía encaja en el remanente del pueblo justo, como siervo sufriente (Isaías capítulo 53), que recibe el anuncio de las buenas nuevas de salvación de los valores del reino de Dios, o sea, la buena noticia. Los seguidores de Jesucristo forman la comunidad de la iglesia, para aliviar al ser humano de su miseria e integrarlo al reino de Dios, a través del amor de Dios, fe, justicia, misericordia y demás valores comunitarios.


Por siglos ha existido enemistad entre la serpiente y la mujer, una rivalidad y combate entre el pecado y el pueblo de Dios o la iglesia. Por ejemplo, el complot y confabulación e intriga contra Pablo por parte del gobierno imperial de Roma, y el poder religioso y sacerdotal imperante en Judea (Hechos 23.12 al 15, 24.1 al 5 y 22 al 27, 25.1 al 3). La herida en la cabeza de la serpiente, fue cuando Jesús mediante su vida santa y muerte en la cruz destruyó al diablo (Hebreos 2.14, 9.26). El pecado fue desactivado y quedó sin poder (Romanos 6.6):


“Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios” (1 Pedro 1.17 al 21).

Por esta razón, la predestinación es Jesucristo; y la predestinación en nosotros es llegar a ser y vivir como Jesucristo. La serpiente provoca una herida en la parte posterior de la planta del pie (calcañar), en alusión a los cristianos perseguidos y muertos. Se cumple la enemistad entre la simiente de la serpiente y la simiente de la mujer. Recordemos la persecución y muerte contra los cristianos en el imperio romano:


“… Y abrió su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar de su nombre, de su tabernáculo, y de los que moran en el cielo. Y se le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos. También se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. Y la adoraron todos los moradores de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13.4 al 8).

Acerca de la inmolación o sacrificio de Cristo, Pablo menciona que el fin, tanto como motivo (propósito) y término (conclusión), de la ley es Cristo (Romanos 10.4), ¿pero de cual ley? En Gálatas nos hace una pregunta: “Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa…” (Gálatas 3.19). Si meditamos en este versículo notaremos dos leyes, una añadida a otra transgredida. En cuanto a la ley añadida nos dice, que hasta que viniese la simiente: Cristo (Gálatas 3.16). Cristo es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas (Hebreos 8.6), se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, y con su sangre limpia nuestras conciencias de obras muertas, para servir al Dios vivo:


“… Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna. Porque donde hay testamento, es necesario que intervenga muerte del testador. Porque el testamento con la muerte se confirma; pues no es válido entre tanto que el testador vive. De donde ni aun el primer pacto fue instituido sin sangre…” (Hebreos 9.13 al 22; Levíticos 17.11).

El propósito de los ritos incluidos en la ley, inclusive la circuncisión, era esperar el tiempo determinado: Jesucristo sería un solo sacrificio con su muerte y por la fe en su sangre habría redención (Gálatas 4.1 al 7). Quienes estaban en esclavitud bajo los rudimentos del mundo y sabiendo hacer lo bueno, infringían la voluntad de Dios, justificados en el hecho de presentar un sacrificio, ofrenda, holocausto o expiación por el pecado. Luego regresan a continuar una vida desordenada delante de Dios, pues bajo la ley están todos aquellos infractores constantes (1 Timoteo 1.8 al 10; Romanos 3.9 al 19 y 23). Por lo tanto, los ritos fueron tutela o ayo (Gálatas 3.24), a cargo del amparo, defensa o protección del pueblo hasta la llegada de Cristo, mediante su redención (Romanos 3.19 al 26; 1 Pedro 2.24, 3.18; 1 Timoteo 2.6; 1 Corintios 15.3). Ahora Jesús es el Mediador del nuevo pacto (Hebreos 12.24; 1 Pedro 2.9 y 24; Efesios 5.8 y 11; Colosenses. 1.13):


“Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios; enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas de Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8.3 al 8).


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Según la lectura anterior, los designios de la carne son enemistad ante Dios, porque no se sujetan ni tampoco pueden y en esta condición del pensamiento, propósito y voluntad tampoco se puede agradar a Dios. El conocimiento natural tiene una legislación infinita dentro de su propio rango de acción, pero desconoce el conocimiento celestial, porque son niveles de conocimiento independiente. Por ejemplo, en el pasaje de la Creación, Caín representa el conocimiento natural y su relación con lo carnal, Abel representa el conocimiento celestial y su relación con Dios. Ambos ejercen un conocimiento espiritual para rendir adoración a Dios, lo que pasa es que Caín en lugar de trascender y escalar de conocimiento, se queda apegado a la carnalidad de lo natural: “Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató” (Génesis 4.8). Esta limitación de conocimiento celestial es propia de toda persona que vive solamente con la inclinación a lo carnal, en alusión al pecado. Así dijo Dios a los profetas Samuel e Isaías:


“Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16.7). “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar. Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55.7 al 9).

Ahora bien, entre lo natural y lo celestial ¿cuál es el propósito de lo espiritual? El conocimiento espiritual es un intermedio determinante para el estancamiento en lo natural o la trascendencia a lo celestial. Jesús le dijo a una mujer samaritana:


“Le dijo la mujer: Señor, me parece que tú eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar. Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren. Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas. Jesús le dijo: Yo soy, el que habla contigo” (Juan 4.19 al 26).

En el conocimiento espiritual abunda la legislación del conocimiento eclesiástico, pero algunos tienen el paradigma de fundamentar los dogmas absolutos como medio de salvación en lugar de Jesucristo, porque transmiten una rígida defensa de interpretaciones y opiniones, sobre cuestiones religiosas, más que una genuina vida según el ejemplo y modelo de Jesucristo y la guía del Espíritu Santo (Hechos 5.32). La salvación es por medio de Jesucristo, porque en el primer pacto se sacrificaban corderos, y esa sangre era derramada entre el pueblo, como símbolo de perdón de pecados. El propósito de ese holocausto era un símbolo o prototipo de Cristo, por ejemplo, Juan el Bautista llama a Jesús como el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1.29), y es la sangre de Cristo en el nuevo pacto que limpia nuestras conciencias de obras muertas para servir a Dios (Hebreos 9.14 al 15), es así como Cristo ganó la iglesia por su sangre (Hechos 20.28), ya que la sangre preciosa del Señor Jesucristo nos limpia de todo pecado y redime nuestras vidas (Efesios 2.13; 1 Pedro 1.19; 1 Juan 1.7; Apocalipsis 7.14), para salvación y vida eterna.


El sacrificio ya lo hizo Cristo con su ejemplo y mucho amor, ahora nos corresponde la dedicación y entrega de nuestras vidas, en amor puro, bondad, caridad, compasión, fraternidad, humildad, justicia, misericordia, nobleza, servicio, solidaridad y otros, necesarios para ayudar al bien común, bienestar e inclusión social y espiritual. Reiteradamente se ha mencionado que la palabra de Dios pregunta:


“Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa” (Santiago 3.13 al 16).

La savia del árbol de la vida (representativo de Jesús), como energía y elemento vivificador, corresponde al verdadero interés y primordial del bien común. Ayudar al necesitado, educación, justicia, oportunidad, valorar la vida como inalienable y sagrada, contribuir en eliminar la desigualdad social y toda clase de discriminación, intolerancia y odio, extremismo, fanatismo, partidismo, radicalismo, luchas de poder religioso, por pretexto y provecho económico, político y militar. La práctica de la bondad, caridad, compartir, compasión, fraternidad, generosidad, misericordia, solidaridad, entre otros, demuestran el verdadero amor de Dios.


La respuesta la encontramos desde el Edén: el árbol de la ciencia no estaba solo, sino junto al árbol de la vida: “Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol…, y bueno para comer; también el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal” (Génesis 2.9). Esto representa un simbolismo y un significado, según la Santa Biblia: “Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida…” (Apocalipsis 22.14). El caso de Adán y Eva fue un asunto de acciones: demostraron ser indignos, simbolismo a través de su desnudez o falta de las vestiduras: “Y lo sacó Jehová del huerto… Echó, pues, fuera al hombre…” (Génesis 3.23 al 24). Hubo una posición defensiva de justificación sin asumir responsabilidad. También las vestiduras pueden ser vestiduras de arrepentimiento y perdón. Al principio no hay malicia, sino cuando entra la malicia se sienten desnudos, antes son inocentes. Una vez que comen, se dan cuenta de la realidad enfrentada y pasan a un estado de conciencia. Se abren los ojos del entendimiento, la conciencia ahora le habla al ser humano, es el conocido diálogo entre Dios y la persona. Hay una interacción entre lo natural, pasando por lo espiritual y culminando en el conocimiento de Dios con lo celestial.


El verdadero significado de la salvación de los que lavan sus ropas, está asociado a la idea de vestiduras blancas y a la dignidad: “… Y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero” (Apocalipsis 7.13 al 14). “… y andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas. El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre…” (Apocalipsis 3. 4 al 5). La dignidad corresponde con el resultado de las acciones que hacen a la persona digna de respeto y de la promesa del galardón, en este caso de la vida eterna. Estas acciones tienen relación con la excelencia, honestidad, honor y pundonor, y todo lo relacionado con el buen comportamiento, las buenas costumbres y la sabiduría que es de lo alto: “Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz” (Santiago 3.17 al 18). Esta sabiduría es la propuesta y promovida por Jesucristo, predicada con su ejemplo y modelo de vida, mediante sus acciones, actitud y obra. El árbol de la vida sirve para sanidad: “… Estaba el árbol de la vida,… y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones” (Apocalipsis 22.2). Jesús ofrece al vencedor comer del árbol de la vida (Apocalipsis 2.7), para mantener y mejorar el estado de salud y vida espiritual, como trascendencia a la vida eterna en estado incorruptible e inmortal (celestial).



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Esta serie de estudio bíblico tiene una secuencia gradual para una mejor comprensión, la particularidad es que tiene el contenido de una compilación, selección y comentarios de versículos bíblicos claves, para enfatizar la distinción e identificación de la existencia del conocimiento celestial. Se advierte que conforme se avanza en el tema se vuelve más complejo, debido a la profundidad del tema, de manera que se requiere del lector que abarque la lectura completa de las intervenciones anteriores para lograr un adecuado entendimiento, especialmente la continuidad y seguimiento al tema de parte de quienes son biblistas apasionados en profundizar la palabra de Dios.


Se espera afectar lo menos posible la susceptibilidad, sin embargo, para reconocer el conocimiento celestial, es necesario tener en claro el conocimiento natural y el conocimiento espiritual. Por ejemplo, acerca del conocimiento natural, o sea, el apego a lo carnal y al pecado, quien de nosotros que pretenda alcanzar salvación y vida eterna, podría sentir ofensa con el siguiente texto de la Biblia:


“y libró al justo Lot, abrumado por la nefanda conducta de los malvados (porque este justo, que moraba entre ellos, afligía cada día su alma justa, viendo y oyendo los hechos inicuos de ellos),… y mayormente a aquellos que, siguiendo la carne, andan en concupiscencia e inmundicia, y desprecian el señorío. Atrevidos y contumaces, no temen decir mal de las potestades superiores, mientras que los ángeles, que son mayores en fuerza y en potencia, no pronuncian juicio de maldición contra ellas delante del Señor. Pero éstos, hablando mal de cosas que no entienden, como animales irracionales, nacidos para presa y destrucción, perecerán en su propia perdición” (2 Pedro 2.7 al 12).

La condición de Lot en el conocimiento es diferente, en comparación con los moradores a su alrededor que no entienden lo espiritual, menos lo celestial. En la actualidad, ¿cuál conocimiento hace la diferencia? La Biblia dice: “Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo…” (2 Pedro 2.20). La diferencia está en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Entonces, en el caso de Lot, ¿cuál es la clase o tipo de conocimiento? Lot tenía un conocimiento superior al de los moradores de su entorno, pero había un conocimiento superior al de Lot, que era el conocimiento que tenía Abraham. Los moradores tenían un conocimiento natural, Lot por consiguiente un conocimiento espiritual y Abraham el conocimiento celestial: “Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, y daré a tu descendencia todas estas tierras; y todas las naciones de la tierra serán benditas en tu simiente, por cuanto oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mil leyes” (Génesis 26.4 al 5). La simiente hace referencia a Cristo: “… Y a tu simiente, la cual es Cristo” (Gálatas 3.16).


El conocimiento espiritual se compone de los creyentes y de los practicantes. Lo natural se infiltra y se camufla entre los muchos llamados, por esta razón aunque los creyentes son espirituales, son pocos los practicantes de lo celestial, o sea, la simiente que es Cristo. El ser humano arrastra su inclinación a lo carnal, el mundo natural está representado por la cizaña y el mundo espiritual lo representa el trigo, en la parábola del trigo y la cizaña (Mateo 13.24 al 30). Está determinado dar a Dios cuentas de sí (Romanos 14.12): el amor excesivo de sí mismo o egolatría, hace del humano un ser amoral, falto de sentido moral, sin responsabilidad de dar cuentas de sus acciones y consecuencias, ni respeto por los preceptos morales, principios y valores, por esta razón son pocos los escogidos, de entre todos los llamados que aparentan piedad pero incumplen su eficacia, inclusive falsos ministros de la palabra.


El paso por lo espiritual es determinante para estancarse y retroceder a lo natural o trascender a lo celestial. En el caso de Lot y su familia, hay un apego por lo terrenal, ejemplarizado en el siguiente pasaje: “… el que esté en la azotea, y sus bienes en casa, no descienda a tomarlos; y el que en el campo, asimismo no vuelva atrás. Acordaos de la mujer de Lot” (Lucas 17.31 al 32). Aunque son espirituales se les indica que escapen por su vida espiritual, mientras tanto, la esposa de Lot se apega a lo carnal o terrenal: “… Escapa por tu vida; no mires tras ti, ni pares en toda esta llanura; escapa al monte, no sea que perezcas… Entonces la mujer de Lot miró atrás, a espaldas de él, y se volvió estatua de sal” (Génesis 19. 17 y 26). El precedente de Lot es su mirada y búsqueda de su camino más cercano de las ciudades, en el sentido simbólico de lo terrenal:


“Y alzó Lot sus ojos, y vio toda la llanura del Jordán… en la dirección de Zoar… Abram acampó en la tierra de Canaán, en tanto que Lot habitó en las ciudades de la llanura, y fue poniendo sus tiendas hasta Sodoma. Mas los hombres de Sodoma eran malos y pecadores contra Jehová en gran manera” (Génesis 12.10 al 13).

El destino final de su situación de convivencia y el de sus hijas es más cercano a lo natural y terrenal (Génesis 19.29 al 38). En el caso del conocimiento celestial, en referencia a la simiente que es Cristo, la Escritura dice:


“Si, pues habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios… Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros…” (Colosenses 3.1 al 5).

El cuerpo humano representa lo natural pero el ser templo del Espíritu Santo representa lo celestial. Un sepulcro se compara como símbolo, porque un sepulcro de muerte se contrarresta con el cuerpo de vida, especialmente como un templo de vida espiritual: “Mas él hablaba del templo de su cuerpo” (Juan 2.21). Esto se cumple en los escogidos o predestinados a ser como Jesucristo, tanto en enseñanza y práctica, en ejemplo y modelo de vida.



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Continuando con el tema del conocimiento celestial, el evangelio transmite un tipo de sensibilidad de Jesucristo, movido por la compasión y la ternura, que muchas veces no es correspondido por el ser humano:


“Y le enviaron algunos de los fariseos y de los herodianos, para que le sorprendiesen en alguna palabra. Viniendo ellos, le dijeron: Maestro, sabemos que eres hombre veraz, y que no te cuidas de nadie; porque no miras la apariencia de los hombres, sino que con verdad enseñas el camino de Dios. ¿Es lícito dar tributo a César, o no? ¿Daremos, o no daremos? Mas él, percibiendo la hipocresía de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis?… Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios…” (Marcos 12.13 al 17).

El profeta Ezequiel anuncia la promesa de Dios: “Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos;… y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios” (Ezequiel 11.19 al 20). Además se menciona: “… y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu…” (Ezequiel 36.26 al 27). El auge de la plenitud de la fe en el justo, se da a partir de la inspiración de Dios, por efecto de su energía, gracia y poder transmitida con su Espíritu, para devolver a Dios lo que es de Dios. Este vínculo entre corazón y el Espíritu de Dios, se asocia muchas veces al conocimiento y la mente, para dar a Dios a plenitud lo que le corresponde, de forma auténtica, genuina, sin hipocresía, ni falsa apariencia de devoción y virtud.


Los pasajes anteriores también aplican en el nuevo pacto a los gentiles, debido a la promesa de la fe, donde se involucra al resto de las naciones. La muerte de Jesucristo en la cruz, establece la paz, respeto y solidaridad entre los pueblos. Jesús dijo: “… Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10.10). La vida en abundancia es ser lleno del Espíritu de Dios, con un corazón, espíritu nuevo y las leyes de Dios escritas en el corazón y la mente. La vida abundante en Jesús, corresponde a una vida cercana y consagrada a Dios, nutrida y rebosante en el Espíritu: “Para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados” (Hechos 26.18).


Los seguidores de Jesús en el primer siglo, inicialmente son judíos e israelitas. Dios ofrece la apertura u oportunidad a los considerados gentiles: los griegos y demás pueblos y nacionalidades, quienes llegan a ser pueblo de Dios. Por esta razón el autor de la carta a los Hebreos, en el Nuevo Testamento, ratifica un pasaje del primer pacto, enfocado en la iglesia como nuevo pacto:


“Porque reprendiéndolos dice: He aquí vienen días, dice el Señor, en que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto; no como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos no permanecieron en mi pacto, y yo me desentendí de ellos, dice el Señor. Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo…” (Hebreos 8.8 al 9.1; Jeremías 31.31 al 34).

Así la promesa de vivir la justicia por fe alcanza a todas las naciones gentiles:


“Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión… Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación…” (Efesios 2.11 al 16).

La Santa Escritura dice que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra (Romanos 3.23, 7.4 al 6; Efesios 2.1; Isaías 59.2; Jeremías 17.9), a fin de que no sirvamos más al pecado, pues no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia (Romanos 6.6 al 14).


Comparemos los siguientes pasajes:


Primer pacto: “Y cuando acabó Moisés de escribir las palabras de esta ley en un libro hasta concluirse, dio órdenes Moisés a los levitas que llevaban el arca del pacto de Jehová, diciendo: Tomad este libro de la ley, y ponedlo al lado del arca del pacto de Jehová vuestro Dios, y esté allí por testigo contra ti” (Deuteronomio 31.24 al 26).

Nuevo pacto: “Anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz” (Colosenses 2.14).

El santuario terrenal se componía del lugar santo y el lugar santísimo, uno al lado del otro, separados por un velo (Éxodo 26.30 al 33; Hebreos 9.2 al 3). El libro de la ley, fue puesto al lado del arca del pacto; este libro representa de manera simbólica el lugar santo, con referencia a la ley de sacrificios, y el arca del pacto representa el lugar santísimo, manifestado en los Mandamientos de Dios. Jesucristo al abolir los sacrificios nos posibilita acceder a obedecer con poder, porque abre un camino nuevo y vivo a través del velo (Hebreos 10.19 al 20): “Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo: Y la tierra tembló, y las rocas se partieron” (Mateo 27.50 al 51, Marcos 15.37 al 39, Lucas 23.45 al 47).


La ley de Moisés ordenaba apedrear (lapidar), a quienes quebrantan el Decálogo de la ley de Dios. La incorporación de la sentencia de muerte, por medio de la ley añadida, requiere especial atención para ser analizado, como se menciona en la Escritura: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!…” (Romanos 11.33). Según las ciencias bíblicas y ciencia de Dios: “La letra mata”, nos dice el apóstol Pablo en su segunda epístola a los Corintios y hace referencia al nuevo pacto, no de la letra, porque la letra mata (2 Corintios 3.6). Moisés en el primer pacto, hace referencia de como todo Israel vio las señales de Jehová ante Egipto y Faraón, sus siervos y su tierra, las grandes pruebas, señales y maravillas y les dice: “… Pero hasta hoy Jehová no os ha dado corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír” (Deuteronomio 29.2 al 4). Jesús dijo: “…Si vosotros permaneciereis en mi palabra… conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres… Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8.31 al 36). Además agrega: “… Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6.63). “El que tiene oídos para oír, oiga” (Mateo 11.15). Un pasaje dice:


“Así que, teniendo tal esperanza, usamos de mucha franqueza; y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro, para que los hijos de Israel no fijaran la vista en el fin de aquello que había de ser abolido. Pero el entendimiento de ellos se embotó; porque hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo no descubierto, el cual por Cristo es quitado. Y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de ellos. Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará. Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad… Antes bien renunciamos a lo oculto y vergonzoso, no andando con astucia, ni adulterando la palabra de Dios, sino por la manifestación de la verdad…” (2 Corintios 3.12 al 4.2).

Ahora las tablas de piedra son representadas por el corazón y la mente:


“Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres; siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón” (2 Corintios 3.2 al 3).

También está escrito:


“Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: Este es el pacto que haré con ellos. Después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré, añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado” (Hebreos 10.15 al 18).


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Para recapitular la siguiente reflexión y tesis: Hay tres tipos de conocimiento, el natural, el espiritual y el celestial. Cada tipo de conocimiento tiene su propia legislación, por esta razón en relación con el mundo natural, hay muchas naciones con sus diversas leyes, procedimientos y reglamentos. Tanto en lo administrativo, agrícola, artístico, comercial, cultural, deportivo, educativo, ejecutivo, empresarial, científico, civil, económico, financiero, gubernamental, industrial, judicial, legislativo, militar, pecuario, pesca, político, seguridad ciudadana y social, técnico, tecnológico y urbanístico. En el caso del mundo espiritual, también hay una legislación autónoma e independiente, por este motivo la existencia infinita de múltiples congregaciones, denominaciones, iglesias y religiones. Todas tienen sus propias actividades, ceremonias, costumbres, credos o creencias, culto, doctrinas y dogmas, jerarquías, liturgia, normas, ordenanzas, organización eclesiástica, principios, ritos, reglamentos administrativos, financieros e internos, tradiciones y valores. Por lo general cada institución, organización o grupo considera poseer la verdad única y absoluta. Para trascender al conocimiento celestial, necesariamente hay que pasar por el conocimiento espiritual y ser parte de algunas de estas agrupaciones, ya sea congregación, denominación, iglesia o religión, porque la iglesia de Jesucristo surge en un principio, pero luego se fragmenta en el cristianismo hasta nuestros días, según la siguiente explicación:


Las comunidades de fe del primer siglo, manifiestan creyentes aferrados a preservar lo ritual, la circuncisión y el apedrear (lapidación) a los transgresores de la ley de los diez mandamientos (Decálogo). Otros modifican su forma de creencia, según las transformaciones del mensaje. En Hechos de los apóstoles, el capítulo 16, versículos 4 y 5, se toman acuerdos acerca de la enseñanza. En este pasaje encontramos la solución a los diferentes pensamientos reflexivos, en quienes integraron las diversas comunidades de fe y según la intención de los seguidores posteriores, de las escuelas de fe del primer siglo: Apolos, Bernabé, Jacobo, Juan, Marcos, Pablo, Pedro, Silas, entre otros (1 Corintios 1.11 al 12; Gálatas 2.9 al 10). Se presentan los primeros indicios de la necesidad de los concilios y el origen de la confesión de fe o profesión de fe:


“Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce” (1 Corintios 15.3 al 5).

En la comunidad de fe del primer siglo, hay un precedente de murmuración en algunos de sus miembros por causa de los ministros; la atención en el servicio no es eficiente y en la distribución diaria algunas viudas se quedan sin recibir lo necesario. Al principio no dan abasto las labores de un único grupo de trabajo, entonces surge la necesidad de equilibrar la prioridad de la predicación frente al servicio de las mesas. Por esta causa, en Hechos 6.1 al 7, se inicia la delegación de funciones materiales en un grupo de trabajo, separado del servicio de la instrucción de la palabra de Dios. Así es como la comunidad de fe, empieza a ordenarse administrativamente y surgen los primeros indicios de la necesidad de una iglesia organizada. Esta división del trabajo se inicia entre el diaconado y el trabajo pastoral, surgen diferentes tareas, aunque para las actividades se mantiene una coordinación, porque se involucra tanto lo espiritual como lo material (Hechos 2.42 y 46 al 47). Estos dos grupos se complementan y tienen igual importancia, su función en forma paralela, facilita las labores y perfección de cada área, para un mejor desempeño en su respectiva especialización.


Las comunidades de fe del primer siglo de la era cristiana en la región del Este Mediterráneo. Especialmente en las zonas de Judea, Galilea, Antioquía y Grecia, ciudades como Jerusalén, Efeso, Corinto, Tesalónica, Filipos y Colosas, documentadas en las cartas paulinas o de la escuela paulina. También la carta a la comunidad de Roma y las cartas personales a Timoteo y Tito, entre otras, sirve como guía para evaluar la problemática social del momento. Dios ha establecido e implementado una estructura de conocimiento, según las necesidades diarias en adoctrinamiento, ayuda, consejería, denuncia de la injusticia, diaconía, evangelización, labor profética, mayordomía, obispado o supervisión de la obra, pastorales específicas, servicio, trabajo pastoral y valores comunitarios, con el paso del tiempo se han mantenido vigentes, por ser esenciales para la convivencia humana y espiritual. La estructura propuesta en el nuevo pacto no es solo una organización, sino un organismo vivo, lleno de movimiento, con una doctrina viva y personas activas, en adoración, alabanza, obediencia, servicio a Dios y al prójimo.


Lucas, el evangelista e investigador de los hechos históricos, ordena por escrito los sucesos acontecidos en torno a Jesús (Lucas 1.1 al 4), con la referencia de los relatos de quienes al principio, son testigos de Cristo, para cumplir lo siguiente expresado por Lucas: “Para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido” (Lucas 1.4). Tenemos el ejemplo y nobleza de la hermandad de Berea (Hechos 17.10 al 12), en esta comunidad no se rechaza de buenas a primeras el escuchar lo novedoso, o sea, el mismo mensaje antiguo pero con una interpretación mejorada, según la concepción del nuevo pacto. Reciben el mensaje con toda solicitud y escudriñan cada día en las Escrituras la certeza de cada enseñanza. El caso contrario se presenta en la discusión de Pablo con los filósofos epicúreos y estoicos, cuando es llevado al Areópago de Atenas, para conocer la nueva enseñanza, pero la innovación es rechazada de plano por la audiencia al exponer acerca de la resurrección de los muertos. Se interesa Dionisio el areopagita, una mujer llamada Damaris y otros (Hechos 17.16 al 34).


Los acuerdos de fe ejercidos y transmitidos por la comunidad de fe, emergida en el primer siglo, con la enseñanza y práctica de Jesucristo, con ánimo, armonía, principios de conciencia moral y voluntad, son una confesión de fe o profesión de fe a conciencia, convicción, meditación y reflexión: “Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia” (Romanos 6.17 al 18). De ninguna manera podrían conformar una fe ciega, sino un ordenamiento reflexivo de disposiciones establecidas sobre la base del amor y la fe consciente, o sea, con el conocimiento y modelo ejemplar de vida de Jesucristo. La apertura de su enseñanza es para todo el mundo, sin la acepción de personas, porque Jesús es fuente de vida abundante para todas las naciones, sin discriminación académica, color de piel, cultural, discriminación a la mujer, económica, edad, étnica, geográfica, idioma, racial y status social. Sin embargo, la diversidad de iglesias en cada cultura y sociedad, no es una competencia a la libre, con la presunción de exclusión o inclusión delante de Dios. Hay formas de injusticia religiosa, debido a la fragmentación del cristianismo, según la interpretación individual, particular o privada, que inculcan odio y rivalidad con cierta fragancia a muerte, en lugar de la fragancia y olor grato de Cristo. Las religiones cristianas presentan su máximo esfuerzo por brindar un medio, herramientas y mecanismos para acercar al ser humano natural hacia Dios, no obstante, la única verdad absoluta es Jesucristo, quien nos posibilita el conocimiento celestial.


Jesús promueve la armonía con Dios el Padre, al amar a Dios con el alma, corazón, fuerzas y mente, la paz consigo mismo y con los demás (Marcos 12.30 al 31). Se abarcan temas de la existencia de una ley moral, vida y virtud comunitaria, los valores del reino, el evangelio, la ley de Cristo, el gozo perpetuo, el poder de la oración cotidiana, el hambre, sed y comprensión de la palabra de Dios, el trabajo ministerial y el testimonio de Pablo, el proceso de bautismos, la profundidad de la conversión, el compromiso y vida eclesiástica, la predicación y práctica del ejemplo o cena del Señor: “… Vosotros también, poniendo toda diligencia… añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor” (2 Pedro 1.5 al 7). Existen cuatro áreas de acción fundamentales, para mejorar la cultura de la vida, la calidad de vida y la personalidad: una vida plena como ser integral. Los aspectos espirituales y su relación con Dios. Los aspectos de la inteligencia social y la sana convivencia y armonía con el hábitat. Todos estos factores requieren una cristología práctica, útil en la vida diaria, especialmente con la puesta en práctica del bien común y la participación activa en la solidaridad y subsidiaridad, donde prevalece la dignidad y el respeto. Además, sin fe es imposible agradar a Dios y sin paz y santidad nadie verá al Señor.



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¿Por qué hay tanta diversidad de congregaciones, denominaciones, iglesias y religiones dentro del cristianismo? El ser humano innato, o sea, connatural y como nacido con la misma persona, tiene la capacidad de interpretar, investigar y opinar. Esto es propio del humano, en todas sus áreas, zonas de influencia o actuación, muchas veces afectado por sus gustos, intereses y preferencias personales. Pero la parte adquirida que en cierta forma interviene, está en su aprendizaje, educación y formación, ya sea, académica, autodidáctica, cultural, domiciliar, empírica, escolar, familiar, formal, informal, laboral, ocupacional, profesional, social, entre otras. Todo esto corresponde al conocimiento natural. Algunas personas nacen, crecen, se reproducen (opcional) y mueren, sin desarrollar un interés en el conocimiento de la palabra de Dios, por ejemplo los ateos que niegan la existencia de Dios. Esto por su libre albedrío de la libertad de elección. Así algunos deciden cuál carrera académica, laboral o profesional, ocupación, oficio o trabajo seguir. Cuando la persona decide seguir, por su libre albedrío espiritual, una determinada congregación, denominación, iglesia o religión cristiana, según su gusto, interés y preferencia humano, se introduce en el conocimiento espiritual y en un proceso para desapegarse de lo natural y volverse más espiritual. El fin último desde su propia congregación, denominación, iglesia o religión, es trascender al conocimiento celestial transmitido por Jesucristo, con la ayuda del Espíritu Santo y que acerca a la persona a Dios Padre.


¿Donde entra en todo esto el tema bíblico de la predestinación? Resulta que la predestinación es Jesucristo y la persona predestinada es aquella semejante a Jesucristo en la forma de ser, practicar y vivenciar sus enseñanzas. Ahora bien, ¿en qué consiste la sana doctrina? En vivir la comunión y vida como Jesucristo, en otras palabras, el vínculo común del cristiano son los principios, valores y virtudes promovidos por Jesucristo. Entonces, ¿por qué hay tantas doctrinas y dogmas divergentes y originarios de tantas congregaciones, denominaciones, iglesias y religiones? No hay que escandalizarse, porque todas son válidas como se demostrará en este estudio más adelante, lo que pasa es que ninguna está exenta o inmune de la condición humana que adversa a la de Jesús. Algunos proliferan más las doctrinas y dogmas causados por interpretación y opinión, por consiguiente se desvirtúa la atención y concentración en Cristo, su ejemplo y modelo de vida. Esto requiere un análisis previo del origen de la iglesia de Jesucristo y su fraccionamiento con el transcurso del tiempo hasta nuestros días. Dios ha permitido este sistema de trabajo ministerial y misionero, para llevar su mensaje hasta lo último de la tierra, pero a pesar de las fracciones, posibilita el Espíritu Santo en cada grupo para el conocimiento celestial que nos acerca a Dios, mediante Jesucristo como el centro de nuestra atención. Esto pareciera complejo pero se explicará con respaldo y sustento bíblico, porque el rendimiento de cuentas ante Dios es individual en lugar de colectivo, o sea, cada quien da cuentas de sí mismo y no de otros. Cada quien es responsable ante Dios, independiente de la colectividad de su congregación, denominación, iglesia o religión.


Necesariamente antes de avanzar, hay que volver a mencionar los siguientes aspectos para identificar y reconocer la diferencia entre los tres tipos de conocimiento: natural, espiritual y celestial, además de sus correspondientes libres albedríos: natural, espiritual y de Jesucristo, quien es nuestra predestinación para aquellas personas practicantes espirituales, que llegan a ser semejantes a Jesucristo. En el conocimiento natural hay corrupción e inmisericordes: es muy lamentable ver en el mundo la falta de los valores del reino de Dios, que son los principios y virtudes de amor de Dios, compasión, fe, justicia y misericordia. La Biblia dice: “El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13.10). Toda la ley y los profetas dependen de dos mandamientos: amar a Dios y al prójimo como a uno mismo (Mateo 22.35 al 40). El ser humano en su naturaleza requiere moldear su forma de ser espiritual, según los atributos y carácter transmitidos por Jesucristo, ejemplo y modelo de vida, en las actitudes, anímico, emociones, intención, personalidad, sentimientos, temperamento, voluntad y su relación con la ética, dignidad y respeto.


El mundo sin trascender al conocimiento de Dios tiene una absoluta ausencia del conocimiento celestial, prevalece el impulso e instinto natural no reflexivo, ajeno a la voluntad de Dios y en algunos casos inducido por cuestiones de enemistad, odio, rencor, resentimiento, rivalidad y venganza. Hasta el mundo espiritual muchas veces no logra desapegarse de lo natural, por asuntos de cuestiones de diferencias en creencias religiosas, no llega a la verdadera espiritualidad, común inclusive a escala entre creyentes divididos por la fragmentación, se quedan como aspirantes o solo creyentes, pero no trascienden como verdaderos practicantes del conocimiento celestial, representado en Jesucristo. Por ejemplo, congregación, denominación, iglesia y religión, a veces en extremos opuestos por doctrinas y dogmas, con fanatismo, extremismo fundamentalista y radicalismo, pero carentes del auténtico conocimiento celestial promovido por nuestro Señor Jesucristo, sino conforme a la tendencia humana desde tiempos de Caín, quien mató a su hermano Abel como sucede hasta el día de hoy.


Cada tipo de conocimiento tiene una legislación ineludible, inevitable e infinita. En relación con el conocimiento espiritual hay una distinción entre creyentes y practicantes. Los creyentes están más apegados a lo natural, los practicantes más cercanos a lo celestial. Esto tiene relación con los tres tipos de libre albedrío existentes: el natural, espiritual y el de Jesucristo. Hay una analogía entre las cortinas de humo, estática y ruido, que funcionan como distracciones en la cotidianidad natural y espiritual, para la posibilidad de comprender, identificar y reconocer el conocimiento celestial transmitido por Jesucristo, como ejemplo y modelo de vida. En la legislación del conocimiento espiritual, toda organización eclesiástica, sea congregación, denominación, iglesia o religión realiza procesos internos de legislación, inclusive las independientes o las tradicionales, las colegiadas o las que están a cargo de una sola persona. Las que tienen cientos o miles de años, como las que tienen un solo día de existencia. Este tipo de legislación muchas veces difiere de la legislación de la sociedad en general, porque hay cierta autonomía e independencia entre lo natural y lo espiritual. Por ejemplo, cuando una nación legisla la prohibición del matrimonio de los menores de dieciocho años (menores de edad) con los mayores de edad. En este caso las iglesias del país, tendrían que acatar y ajustarse a esta realidad en los derechos y obligaciones civiles. Mientras tanto, el conocimiento celestial se concentra y toca otros aspectos específicos de la cotidianidad, vinculantes a los principios y valores del reino de Dios, especialmente con referencia al ejemplo y modelo de vida de Jesucristo. Es un volver a Jesús como el centro de la ley y de la profecía bíblica, es dar la preeminencia a Jesucristo y vivir semejantes a él en estos tiempos de la Edad del Calentamiento Global.



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Diálogo entre el conocimiento espiritual y el conocimiento celestial:


Si hay un conocimiento natural y un conocimiento espiritual, ¿cómo identificar y reconocer el conocimiento celestial? Para saber la respuesta es necesario precisar con claridad la función del pecado. Es común la generalización del término pecado, pero el ejercicio del mismo varía según el tipo de conocimiento donde se aplique. Por ejemplo, se dice que un Estado incluye el gobierno, el pueblo y el territorio. Debido al aumento de población, los cambios de época, evolución industrial y tecnológica, nuevas generaciones y el paso del tiempo, en la actualidad se requieren nuevas regulaciones de convivencia, por ejemplo, ahora es imprescindible la educación y la ley vial para el tránsito vehicular (conocimiento natural). Esto significa que la infracción e irrespeto a las señales de tránsito y a las indicaciones de un semáforo es una especie de pecado ante la ley y la sociedad, con su respectivo castigo, consecuencia y justa retribución. ¿Pero, cuál es la relación de esta disposición ante lo eclesiástico, en lo perteneciente o relativo a la iglesia (conocimiento espiritual) y ante Dios (conocimiento celestial)? Otro ejemplo, cuando hay ingesta de licor en un conductor y la consecuencia de muerte de un inocente por causa de un accidente de tránsito vehicular, ¿es la paga de este pecado la misma ante el Estado, la iglesia y ante Dios? En cada tipo de conocimiento puede sufrir castigo por las consecuencias de su pecado. Por consiguiente, el pecado es infracción de la ley (1 Juan 3.4), toda injusticia es pecado (1 Juan 5.17) y el saber hacer lo bueno y no hacerlo (Santiago 4.17), de lo contrario las decisiones por libre albedrío y la gracia se vuelve en libertinaje: “… hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia…” (Judas 4).


El análisis realizado en la epístola a los Romanos, entre gracia, ley y pecado, tiene la siguiente interrogación y su correspondiente respuesta: “… ¿qué diremos? ¿Será injusto Dios que da castigo? (Hablo como hombre.) En ninguna manera; de otro modo, ¿cómo juzgaría Dios al mundo?” (Romanos 3.5 al 6), La expresión “hablo como hombre”, hace referencia a la parte humana, como género o ser humano, quien podría cuestionar debido a su propia naturaleza que adversa a la gracia de Dios. No obstante, como ser espiritual afirma que de ninguna manera Dios es injusto, sino que el mundo tiene que reconocer su irresponsabilidad. El ejemplo de la educación y ley de tránsito es parte de la legislación natural, autónoma, independiente e infinita. Es hora de que el ser humano asuma su propia responsabilidad, por esta causa Dios le delegó la administración de este planeta y dejó leyes cosmológicas y naturales, para su propia subsistencia. Sin embargo, el ser humano pretende culpar a Dios de la maldad ocasionada por el mismo humano. Cuando el natural se introduce en el mundo de lo espiritual, escala a un grado superior de conocimiento y adquiere cierto criterio para juzgar, en el sentido de creer y opinar, especialmente al considerar las relaciones existentes entre lo natural y lo espiritual, o sea, juzga lo natural pero no es juzgado por nadie natural: “En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie” (1 Corintios 2.15). Claro está, el espiritual que es practicante, porque cumple a cabalidad inclusive con el conocimiento celestial, porque el conocimiento espiritual es juzgado por un conocimiento superior, que es el conocimiento celestial, como veremos a continuación:


La legislación es el conjunto de leyes sobre una materia determinada, tanto la legislación natural y la legislación espiritual están accesibles de todo ser humano sin discriminación o marginación alguna:


“porque no hay acepción de personas para con Dios. Porque todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán; y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados; porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados. Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio” (Romanos 2.11 al 16).

Esta expresión “secretos de los hombres”, es clave para identificar y reconocer el conocimiento celestial, como se explicará gradualmente más adelante. ¿Por qué la legislación natural y espiritual se puede acceder con apertura? Porque existe el avance científico, industrial, medios de comunicación y tecnológico que posibilita transmitir el conocimiento a todo el planeta. Por ejemplo, la radio, Internet y televisión. Hay abundante material académico, literatura y periodístico que educa e informa al ser humano. En lo natural hay escuelas, institutos y universidades. En lo espiritual hay congregaciones, denominaciones, iglesias y religiones con abundancia de autores, líderes, oradores, pensadores, predicadores y suficiente literatura. Mientras tanto el conocimiento celestial se transmite diferente y por medio del Espíritu Santo, comparemos el pasaje mencionado anteriormente de Romanos con las siguientes palabras de Jesucristo:


“Mas ¡ay de vosotros, ricos! porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados! porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los que ahora reís! porque lamentaréis y lloraréis. ¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas. Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian… Porque si amáis a los que os aman, ¿qué merito tenéis? Porque también los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen los mismo. Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores prestan a los pecadores, para recibir otro tanto. Amad,… y seréis hijos del Altísimo; porque él es benigno para con los ingratos y malos. Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis, y no seréis juzgados, no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados… porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir” (Lucas 24 al 38).

Esto es prueba de que el conocimiento celestial es a otro nivel, muy superior a la vida supuestamente espiritual, porque hay quienes son solamente creyentes y están los que verdaderamente son practicantes espirituales, donde Jesús dice a vosotros los que oís. No se trata de camuflar y mezclar lo natural dentro de lo espiritual ni viceversa. Por ejemplo, dar de lo que sobra en altruismo o filantropía, porque esto podría realizar hasta un ateo que niega la existencia de Dios. Ni tampoco cumplir los preceptos de las congregaciones, denominaciones, iglesias y religiones cristianas por obligación en lugar del amor a Dios y al prójimo:


“… Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser… Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1 Corintios 13.1 al 13).

Esto también es prueba de que el conocimiento celestial es a otro nivel, muy superior a la vida supuestamente espiritual, porque hay quienes son solamente creyentes y están los que en realidad son practicantes. La práctica del conocimiento celestial es auténtica y genuina delante de la relación personal con Dios, sin apariencias y sin cautivar, ni encasillar en proselitismo congregacional, denominacional, eclesiástico o religioso. Jesucristo dijo:


“Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos… Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres… y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público. Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres… y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público… Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan… y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6.1 al 6 y 16 al 18).

Este tipo de conocimiento secreto, además de las obras propias de cada persona por lo cual dará cuentas a Dios, también hace alusión al conocimiento que es por revelación del Espíritu Santo de Dios para comprender, obedecer y ser semejantes a Jesucristo en el diario vivir. La Biblia dice:


“Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido…” (1 Corintios 2.9 al 13).

El espíritu del hombre que está en él es su propia mente, por esta razón conoce a sí mismo hasta lo más secreto de su vida, pero el secreto del conocimiento celestial está en Cristo: “Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Corintios 2.16).



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Entonces, en relación con el conocimiento natural, el espíritu del mundo equivale a una intención de actuar en sentido contrario a la voluntad de Dios, porque es una especie de mentalidad colectiva en la sociedad, influenciada por la tendencia al afán de pecar, a la inclinación al mal, ambición, ausencia de amor de Dios, codicia, corrupción, enriquecimiento desenfrenado en detrimento de otros, falta de temor de Dios, vanidad y práctica del vicio, entre otros. El creyente espiritual recibe el llamado en su mente individual a luchar contra estas situaciones descritas anteriormente, pero no basta ni es suficiente el paso del arrepentimiento, sino que se requiere igualmente la conversión y santificación. El espiritual juzga con criterio todas estas acciones pecaminosas, sin embargo, Jesucristo le indica que no juzgue en el sentido de que no condene. La Escritura posteriormente aclara: “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos. Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10.11 al 12). La posibilidad de ser espiritual es solamente un intermedio para trascender al conocimiento celestial, o sea, llegar a practicar y ser como Jesucristo es alcanzar a tener la mente de Cristo. Por lo tanto, el pecado cometido dentro del conocimiento natural y dentro del conocimiento espiritual tiene posibilidades de ser perdonado, pero es imperdonable el desechar, desestimar, excluir y rechazar la trascendencia al conocimiento celestial de ser como Jesucristo, porque es blasfemar contra la obra del Espíritu Santo y la pérdida del carácter, sello o señal de consagración y santificación.


Ya se había explicado el caso de Judas Iscariote, que aunque es un discípulo espiritual, no logra desapegarse de lo natural, porque es ladrón, luego claudica contra Jesús sin lograr trascender al conocimiento celestial, Pedro mismo testifica: “… y era contado con nosotros, y tenía parte en este ministerio… de este ministerio y apostolado, de que cayó Judas por transgresión, para irse a su propio lugar…” (Hechos 1.15 al 26). Otro ejemplo lo testifica Pablo: “manteniendo la fe y buena conciencia, desechando la cual naufragaron en cuanto a la fe algunos, de los cuales son Himeneo y Alejandro, a quienes entregué a Satanás para que aprendan a no blasfemar” (1 Timoteo 1.19 al 20). La consecuencia de este tipo de blasfemia es que la persona sigue a la deriva enceguecida por su propio pensamiento carnal (simbolizado en Satanás), de manera que por esta causa su efecto o consecuencia es vivir en error sin poder trascender al conocimiento celestial. Prueba de esto es que tiempo después se menciona a Himeneo que se mantiene en la misma situación: “Mas evita profanas y vanas palabrerías, porque conducirán más y más a la impiedad. Y su palabra carcomerá como gangrena; de los cuales son Himeneo y Fileto, que se desviaron de la verdad, diciendo que la resurrección ya se efectuó, y trastornan la fe de algunos” (2 Timoteo 2.16 al 18). En Hechos de los Apóstoles se menciona el caso de Ananías y Safira: “… Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad?…” (Hechos 5.1 al 11).


¿Cómo juzgaría Dios al mundo? Pablo dice lo siguiente:


“Yo en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros, o por tribunal humano; y ni aun yo me juzgo a mí mismo. Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor. Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios” (1 Corintios 4.3 al 5).

Los seres humanos son contenciosos (Romanos 2.6 al 11), al resistir la autoridad de Dios y caer en rebeldía, no obstante, se espera una resurrección de los justos, y la transformación de los que estén vivos en la misma justicia. Pero, ¿qué dictamina a una persona como digna de esperar la venida de Cristo? o ¿cuál fallo resuelve o sentencia a alguien como digna del arrebatamiento de los de Cristo en su segunda venida? (1 Tesalonicenses 4.16 al 17). Esto lo establece el juicio previo que empieza por la casa de Dios: “Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio…” (1 Pedro 4.17 al 19).


Cada hija e hijo de Dios demuestra con la vida, su causa justa, por ejemplo, el caso de Job, perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal (Job 1.1, 6 al 8, 2.1 al 3, 38.1 al 7). La persona que es justo en vida presenta pruebas de ser un practicante de la justicia. Es primeramente en el pueblo de Dios, donde se determina quién es digno de ser levantado, para el encuentro con Cristo en su venida. En el transcurso de su diario vivir presenta los atestados de su justicia y práctica del bien. En cada participación de la comunión del cuerpo y la sangre de Cristo, mediante la cena del Señor, se presenta como un justo que anda en el camino de justicia. La vida misma del cristiano es una carta, conocida y leída (2 Corintios 3.2), por su fidelidad, justicia y santidad.


El justo tiene confianza plena en el día del juicio (1 Juan 4.17), de ser excluido de la condenación (Juan 5.24). El Señor conoce lo oculto y las intenciones del corazón, y cada uno recibiría su alabanza de Dios (Mateo 12.35 al 37; 1 Corintios 4.5). El juicio lo realiza el Señor (1 Corintios 4.3 al 4), porque ha sido dado al Hijo (Juan 5.22), por medio de la palabra (Juan 12.48). Quienes practican la verdad vienen a Jesús, para manifestar sus obras que son de Dios (Juan 3.17 al 21), hay un proceso durante su vida, que dictamina su inocencia y derecho de morar con el Señor. Está establecido a los hombres, que mueran una vez y después el juicio (Hebreos 9.27), según sus obras (Apocalipsis 20.12), quienes no fueron creyentes practicantes y no están escritos en el libro de la vida (Hebreos 10.26 al 27; Apocalipsis 20.15), será como un horno (Malaquías 4.1). Es el castigo del lago de fuego y azufre, por consiguiente la muerte segunda (Apocalipsis 21.7 al 8).



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Es indispensable la transición de natural a espiritual para posibilitar la trascendencia al conocimiento celestial. Se reitera que el humano deja de ser solamente natural cuando empieza a ser morada del Espíritu Santo de Dios: “el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Juan 14.17). El Espíritu de Dios de ninguna manera es exclusivo de una sola congregación, denominación, iglesia o religión cristiana, porque Jesucristo dijo: “El que de arriba viene, es sobre todos; el que es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo, es sobre todos… Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu por medida” (Juan 3.31 al 34).


Lo que se da por medida es la fe, por esta razón hay tanta variedad de doctrinas y dogmas infinitos, que nunca terminan de surgir dentro del cristianismo, así, la gran cantidad de congregaciones, denominaciones, iglesias y religiones que dicen cada una tener la verdad única y absoluta. Observemos estas palabras claves:


“… vuestro culto racional… la renovación de vuestro entendimiento… no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno… así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros. De manera que teniendo diferentes dones, según la gracia… conforme a la medida de la fe;… El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno. Amaos los unos a los otros con amor fraternal…” (Romanos 12.1 al 10).

El problema es que quienes se estancan únicamente como creyentes, siguen siendo terrenales y cosas terrenales son las que transmite. Mientras que el practicante seguidor de Jesucristo ejerce y enseña, según el ejemplo y modelo, semejante a Jesús, quien trajo el mensaje del Padre Celestial. Profundicemos la palabra de Dios al respecto, cualquier integrante o miembro creyente de una congregación, denominación, iglesia o religión podría rivalizar hasta el odio por cuestiones de creencias. Esto lo hace terrenal, pero ninguno que practique la obra de Jesucristo podría con sus acciones, gestos, hechos o palabras, negar a Cristo y tratarlo de anatema, o sea, decir mal contra otro para que sufra daño (maldición):


“Por tanto, os hago saber que nadie que hable por El Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo. Ahora bien, hay diversidad de dones pero el Espíritu es el mismo… pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo…” (1 Corintios 12.3 al 14).

Ninguna organización eclesiástica puede dividir el Espíritu Santo ni dividir a Cristo. Lo que pasa es que algunos sin temor de Dios particularizan esto en beneficio supuestamente de su propia agrupación, pero ante Dios todos son iguales dentro del fraccionamiento cristiano, porque el común o unidad está en Cristo, de lo contrario se vive en engaño como dice la Biblia:


“Y esta es la promesa que él nos hizo, la vida eterna. Os he escrito esto sobre los que os engañan. Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él. Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados” (1 Juan 2.25 al 28).

Jesucristo es nuestra salvación y vida eterna. La unción del Espíritu Santo mantiene a la persona firme en Cristo, especialmente en el conocimiento celestial enviado del Padre, donde Jesucristo tiene la preeminencia. El engaño es cuando se pretende anteponer doctrinas o dogmas de salvación y vida eterna, por encima de la verdadera salvación y vida eterna que es Cristo: “El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3.35 al 36). Esta afirmación de Jesucristo es precisamente la imposibilidad de trascender al conocimiento celestial, porque no aceptar, ni querer y negar la obra de Cristo como Hijo es la blasfemia contra la obra de Espíritu Santo: “El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo… porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es” (Mateo 1.18 al 20). Otro pasaje explica: “Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1.34 al 35).


La intrascendencia al conocimiento celestial se presenta en algunos que dividen la obra del Espíritu Santo manifestado en Cristo, de manera que no logran trascender al conocimiento de Jesucristo, tal es el caso de algunos escribas, fariseos, intérpretes de la ley y saduceos, entre otros de su época que niegan, rechazan, resisten y separan la obra de Jesús, alegando que sus acciones eran por Beelzebú, príncipe de los demonios:


“… Mas él, conociendo los pensamientos de ellos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae. Y si también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo permanecerá su reino? ya que decís que por Beelzebú echo yo fuera los demonios… Mas si por el dedo de Dios echo yo fuera los demonios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros… El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama” (Lucas 11.17 al 23).

Esta es la blasfemia contra el Espíritu Santo:


“… Y habiéndolos llamado, les decía en parábolas: ¿Cómo puede Satanás echar fuera a Satanás?… De cierto os digo que todos los pecados serán perdonados a los hijos de los hombres, y las blasfemias cualesquiera que sean; pero cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tienen jamás perdón, sino que es reo de juicio eterno. Porque ellos habían dicho: Tiene espíritu inmundo” (Marcos 3.22 al 30).

Rechazaron a Jesucristo que es la salvación y vida eterna, igualmente hoy en día, la persona aunque se considere creyente, pero rehúsa la enseñanza, práctica y vivencia de Jesucristo, según su ejemplo y modelo de vida, se excluye así mismo de trascender al conocimiento del Hijo enviado por el Padre, frustrando la obra del Espíritu Santo de Dios. En el pasaje mencionado Jesús conocía sus pensamientos y les decía en parábolas, porque en este caso la “imposibilidad de Satanás echar fuera a Satanás”, se refiere al mal de la mente carnal dividida con los malos pensamientos, donde la liberación es posible solo a través de la libertad del conocimiento de la mente de Cristo.



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Si existe una inteligencia emocional de concienciar en el ser humano la mejor reacción afectiva y de sensibilidad, frente a las situaciones inesperadas que el entorno ofrece, con más justificación y sentido existe la inteligencia espiritual que nos lleva al conocimiento celestial. Desde la antigüedad el profeta Elías advierte a quienes titubean entre dos pensamientos: “Y acercándose Elías a todo el pueblo, dijo: ¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él. Y el pueblo no respondió palabra” (1 Reyes 18.21). ¿Qué pasa por la mente del pueblo al no responder palabra? ¿Existiría una doble moral? Hemos dicho que Jesucristo dijo que muchos son los llamados y pocos los escogidos. Los llamados son todos los creyentes, los escogidos son los practicantes. Es distinguir en lo que se queda solo en teoría y lo que efectivamente es llevado a la práctica. Esto significa que la persona en su ejercicio espiritual enfrenta un proceso de desapego a lo natural y terrenal. Lo espiritual es un intermedio entre un extremo natural y entre el otro extremo de trascender a lo celestial. Es una situación de purificación en medio de estos dos extremos, una especie de filtro para posibilitar la trascendencia de conocimiento. Por ejemplo, una semejanza la encontramos en el siguiente pasaje bíblico: “Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal;… A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida,…” (Deuteronomio 30.15 y 19). La mención de este texto es para notar el contraste entre los extremos.


La inteligencia es una facultad de comprender o percibir la relación de ideas, para darse cuenta, descubrir y hallar la explicación de lo que estaba escondido, ignorado u oculto. Es interesante la respuesta de Jesús cuando le preguntan si eran pocos los que se salvan: “Y alguien le dijo: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Y él les dijo: Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán” (Lucas 13.23 al 24). La mención de que muchos procuran, son los muchos llamados, que están involucrados en el mundo espiritual, en la proliferación de creencias y prácticas ajenas a Jesucristo, quien es la verdadera puerta del conocimiento celestial: “… Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7.21 al 23). Toda doctrina o dogma, que desvía la atención hacia Cristo y le resta la preeminencia, está dentro de los que procuran con diligencia, pero sin acceder a lo que verdaderamente tiene importancia para la salvación, que es Cristo: “Yo soy la puerta; el que por mi entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos” (Juan 10.9). Mientras el ser humano tenga la capacidad de interpretar y opinar, surgirán doctrinas y dogmas siempre. Por este motivo le llamamos la legislación infinita del conocimiento espiritual.


En la actualidad el conocimiento natural ocupa la energía y mente de toda la humanidad, en lo científico, comercial, económico, financiero, militar, político, entre otros. Inclusive espectáculos deportivos cautivan y entusiasman al mundo entero, muchas veces más que honrar y glorificar a Cristo con sus vidas. Pablo menciona la siguiente recomendación: “… Todo aquel que lucha, de todo se abstiene;… no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9.24 al 27). El conocimiento que se queda solo en lo natural, tiene su planificación y proyección de vida proyectada a este límite de existencia natural. Hasta los planes de jubilación son para este mundo material y terrenal. Mientras que el espiritual planifica su vida proyectada a la venidera después de esta vida, o sea, es semejante a vivir para servir, con el planeamiento y preparación para recibir una jubilación de vida eterna, después de esta muerte física o material. La dedicación y disposición exclusiva de la vida para recibir de recompensa los beneficios, bienes y servicios de este mundo es el camino ancho o la puerta ancha, a diferencia el objetivo, meta y propósito de lo celestial es el camino angosto o puerta angosta: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puesta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7.13 al 14). El espiritual está en una posición de expectativa, o se encaja a lo natural o se desprende y libera hacia lo celestial mediante Jesucristo: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo,… que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia” (Efesios 1.3 y 8).


La revelación de Dios es por excelencia la manifestación de la verdad secreta u oculta, para que cumplamos su palabra (Deuteronomio 29.29). Dios revela lo profundo y escondido (Daniel 2.22), mediante su Espíritu (1 Corintios 2.9 al 11), este es el conocimiento celestial, y trae a su memoria al ser humano, con fines de auxilio, ayuda, y bendición: “Y se acordó Dios de Noé…” (Génesis 8.1). “… Dios se acordó de Abraham…” (Génesis 19.29). “Y se acordó Dios de Raquel, y la oyó Dios, y le concedió hijos” (Génesis 30.22). Dios mantiene su puerta abierta a Israel en la esclavitud de Egipto a través del pacto:


“Aconteció que después de muchos días murió el rey de Egipto, y los hijos de Israel gemían a causa de la servidumbre, y clamaron; y subió a Dios el clamor de ellos con motivo de su servidumbre. Y oyó Dios el gemido de ellos, y se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob. Y miró Dios a los hijos de Israel, y los reconoció Dios” (Éxodo 2.23 al 25, 6.5 al 8).

Así la comunicación con Dios es mediante la humillación e invocación, oración, búsqueda, conversión y santidad. Dios dice: “… entonces yo oiré desde los cielos… Ahora estarán abiertos mis ojos y atentos mis oídos a la oración…” (2 Crónicas 7.14 al 15).



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La construcción del concepto y origen de lo que se llama inteligencia emocional, en relación con la comprensión de nuestras emociones para conducirlas adecuadamente en la conducta y pensamiento, generador de una mejor respuesta de comportamiento reactivo al medio, de ninguna manera tiene procedencia humana, sino previamente es designio divino desde la creación. Observemos los siguientes indicios: “En el principio Creó Dios los cielos y la tierra… y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Génesis 1.1 al 2). Desde un principio se hace mención de Dios y de su Espíritu, relacionado con energía y poder, la fuerza de la voluntad de Dios. Esto se demuestra cuando Dios dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza… Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1.26 al 27). Previo a la existencia del ser humano hay un modelo de referencia, de imagen y semejanza, que tiene que ver con los atributos y carácter de Dios: “Porque Jehová es bueno; para siempre es su misericordia, y su verdad por todas las generaciones” (Salmos 100.5). La voluntad de Dios se manifiesta en el inicio de todo lo existente: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Apocalipsis 4.11). Entre otros atributos y carácter de Dios están: amor, bondad, fidelidad, justicia, misericordia, paciencia, sabiduría, santidad y verdad, Jesucristo fue enviado por el Padre para mostrarse como ejemplo y transmitir estos atributos entre los valores del reino de Dios: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4.23 al 24).


Estos valores son espirituales porque son intangibles, no se ven ni se tocan, pero se manifiestan y visualizan con la acción, acto, comportamiento y conducta del ser espiritual. Lo que pasa es que estos valores los pretende simular el conocimiento natural sin éxito, ya que son efectivos por el conocimiento espiritual en Dios. En el mundo natural prevalece la corrupción de los antivalores. Prueba de esto es que Jesucristo tuvo que venir a traer el mensaje de que el reino de Dios se había acercado, es decir, como Dios es amor (1 Juan 4.16), es Espíritu (ya citado) y es luz (1 Juan 1.5), conocemos lo invisible y la certeza de los atributos de Dios, mediante la persona de Jesucristo, con su ejemplo de vida, como persona física que hizo visible los atributos y carácter de Dios, en su esencia y forma de ser, el yo soy el que soy: “Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros” (Éxodo 3.14). Acerca de la persona de Cristo la Biblia dice:


“Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo…” (1 Pedro 1.10 al 12).

Por lo que vemos, esta expresión del Espíritu Santo enviado del cielo es el conocimiento celestial que nos enseña, guía y redarguye, con energía, poder y voluntad de Dios. La persona de Cristo es la parte visible que nos hereda el ejemplo, modelo y testimonio de vida. Los valores de Dios jamás son relativos en el sentido de ser variables según las circunstancias y época, ni tampoco son subjetivos, según el modo de pensar y sentir de cada persona. Esto porque los valores de Dios son universales y tienen un mismo significado en todas las culturas, sociedades y zonas geográficas del planeta. Por ejemplo, el amor de Dios, la fe de Dios, la justicia de Dios, la misericordia de Dios, es igual en cualquier parte del mundo espiritual. Es el ser humano natural que tiene una actitud de relativismo y subjetividad engañosa en los valores, para confundir y distorsionar la voluntad de Dios y convertir en libertinaje la gracia de Dios. Por este motivo tanto asesinato, delincuencia, criminalidad, guerras, muerte, odio, rivalidad y demás antivalores imperantes en el mundo natural. Por el contrario, en relación con los valores comunitarios y del reino de Dios, del conocimiento espiritual necesario para dejar lo natural y trascender al conocimiento celestial, la Escritura afirma lo siguiente:


“Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar. Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová” (Isaías 55.6 al 9).

Los fariseos obedecían la ley impositivamente por obligación, mientras que el don de la gracia es por amor, benevolencia, bondad, compasión y misericordia. Estos fariseos por celos, envidia, insolencia y maldad, tuvieron consejo contra Jesús para destruirle. También los intérpretes de la ley, según dijo Jesús: “… porque cargáis a los hombres con cargas que no pueden llevar, pero vosotros ni aun con un dedo las tocáis… desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que murió entre el altar y el templo; sí, os digo que será demandada de esta generación…” (Lucas 11.44 al 52). En esto consiste la gracia: Cristo se presenta con su vida en la tierra y transmite el amor y bondad de su Padre a través del ejemplo (Juan 14.10 al 12): “…Y amarás al Señor tu Dios… Y… Amarás a tu prójimo como a ti mismo…” (Marcos 12.28 al 34). Jesús les dice: “… De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22.34 al 40). La gracia es un don de Dios en Cristo Jesús: “… esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 2.1). Este esfuerzo en la gracia implica la misericordia y demostrar con hechos o realidades el verdadero amor de Dios (1 Juan 3.17 al 18, 4.20 al 21). Esto redunda en un mejor ordenamiento en la convivencia diaria de los seres humanos y de respeto a la vida, caridad, descanso laboral, dignidad, respeto a la propiedad privada, solidaridad y valores. Jesús con su trayectoria se incorpora en pos del propósito de su Padre (Lucas 2.49), con su vida, cumple a cabalidad la obra encomendada por su Padre y con su labor en lo espiritual, refleja el espíritu de los mandamientos de Dios en ánimo, balance, conocimiento, equidad, esfuerzo, experiencia, justicia, obra, valor, vigor, virtud y vivencia (Mateo 23.23; Lucas 11.42). Por esta causa, el modelo, norma o regla es Cristo, para acceder al conocimiento auténtico o genuino de la voluntad y los valores del reino de Dios, que se ha acercado y está entre nosotros.



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¿Por qué tiene valor el entendimiento de diferenciar los tres tipos de conocimiento: natural, espiritual y celestial? Porque lo natural no puede asimilar, es decir, asemejar o equiparar con lo espiritual. Algunos por desconocimiento tratan de demostrar una semejanza y consideran que son iguales o equivalentes, similar a una amalgama entre lo natural y lo espiritual. En otras palabras, una unión a pesar de que son distintas y contrarias. Entonces justifican que una persona aunque sea desobediente a Dios, inclusive que niega la existencia de Dios, igual puede ser espiritual. Observemos como la palabra de Dios establece la diferencia: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo” (Colosenses 2.8). En el mundo abundan las filosofías, pero ausentes de glorificar y honrar a Cristo con la exactitud y profundidad de su mensaje y práctica. Este mundo vive una apariencia pasajera: “… porque la apariencia de este mundo se pasa” (1 Corintios 7.31). Los espirituales son conscientes de que Cristo es lo permanente, que aunque disfruten y vivan en este mundo natural, no pueden disfrutar de lo referente al pecado contrario a Cristo:


“Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne;… derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo,… Miráis las cosas según la apariencia. Si alguno está persuadido en sí mismo que es de Cristo, esto también piense por sí mismo, que como él es de Cristo, así también nosotros somos de Cristo” (2 Corintios 10.3 al 7).

Precisamente por esta razón decimos que son validas las existencias de tantas congregaciones, denominaciones, iglesias y religiones. Porque en todas hay gente auténtica, genuina y sincera, que reconoce la gloria y honra a Cristo con las enseñanzas, ejercicio y prácticas de su diario vivir. Pero finalmente ¿en donde se ubican los que se levantan con argumentos y altivez contra el conocimiento celestial de Dios? Es claro en la Biblia y hay muchos pasajes que confirman la condición de quienes se quedan solo en lo natural, ajenos a la obediencia y práctica de la voluntad de Dios. También tiene sentido común entender que quienes buscan lo espiritual, están en las congregaciones, denominaciones, iglesias y religiones como medio para el fin que es Cristo. Que el conocimiento de lo espiritual es necesario para posibilitar la trascendencia al conocimiento celestial. Pero no es de extrañar que quienes están a medias, sin desapegarse por completo de lo natural y sin trascender a lo celestial, están entre los mismos que aparentan espiritualidad. Por este motivo Jesucristo habla de fríos y calientes como extremos definidos, pero los tibios son los que aparentan ser lo que no son: “… He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto: Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente, ¡Ojala fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis 3.14 al 16).


¿Por qué decimos que los tibios están entre los espirituales? Porque un sector de los espirituales son los indecisos que se quedan solo como creyentes en lugar de llegar a ser practicantes. Estos son los que desde una banca o desde un púlpito se consideran más puros y santos que otros, solamente para aparentar vivir en la verdadera paz y santidad, sin embargo, blasfeman, condenan, enjuician y maldicen a los asociados, feligreses, hermandad, integrantes o miembros de otras congregaciones, denominaciones, iglesias y religiones. Tratan de idólatras a los demás, cuando ellos mismos tienen las siguientes idolatrías:


“… avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita” (2 Timoteo 3.1 al 5).

Nada de esto mencionado representa a Cristo, vendrían a ser falsos cristianos o anticristos. Debido a esto, pueden ser creyentes pero jamás practicantes, semejantes son los demonios que creen, sin embargo, no practican la voluntad de Dios: “… También los demonios creen, y tiemblan” (Santiago 2.19). Es cierto que el espiritual inicia con creer, este vendría a ser el primer paso, pero la práctica viene a ser cuando Jesucristo dice que el que fuere bautizado: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16.16). Jesucristo dijo claramente, el que fuere bautizado, de manera que la parte espiritual y práctica es indispensable para trascender de lo natural a lo celestial. Ser bautizado implica nacer de nuevo, el llamamiento, arrepentimiento, conversión y santificación. Además de los frutos de la conversión, la inmersión en el Señor Jesucristo, en su devoción y sufrimiento, el sello del Espíritu Santo y el fuego de prueba al justo. Un ejemplo del espiritual con mediocridad, ausente de la inteligencia espiritual, está claramente definido por Jesucristo en la parábola del sembrador:


“… Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino. Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza. El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa…” (Mateo 13.18 al 23).

Esta situación descrita en la explicación de la parábola es muy similar a las doctrinas y dogmas comunes en congregaciones, denominaciones, iglesias y religiones que le quitan la preeminencia a Jesucristo, no obstante, siempre habrá personas entre ellos que darán a Jesucristo la prioridad, gloria y honra que merece por la voluntad del Padre. La Biblia dice:


“Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo. Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres; pero a Dios le es manifiesto lo que somos; y espero que también lo sea a vuestras conciencias… para que tengáis con qué responder a los que se glorían en las apariencias y no en el corazón” (2 Corintios 5.10 al 12). Jesucristo al respecto indica: “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca. ¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6.45 al 46).


[44]

¿Cuál es el propósito del conocimiento celestial para beneficio de la humanidad? Para comprender la respuesta hay que tener claro la situación de un contraste notable entre lo natural y lo espiritual. La Escritura aclara al respecto lo siguiente:


“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito… El que en él cree, no es condenado… Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas…” (Juan 3.16 al 21). Otro pasaje explica que Jesucristo es la luz: “… Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8.12).

Dios ama al mundo de seres humanos, prueba de esto es que ha enviado a su Hijo para que el mundo sea salvo por medio de él, porque las obras del mundo han sido malas (Juan 15.18 al 19). El practicante es hijo de Dios, cuando sin aislarse de la sociedad, se guarda del mal (Juan 17.15 al 18), rechaza el ejercicio del pecado partícipe en la sociedad del mundo (1 Juan 2.15 al 17), porque el nacido de Dios con fe enfrenta la maldad, vence con el bien el mal (Romanos 12.17 al 21; Juan 5.4) y se preserva en santidad.


Algunos divulgan el concepto de lo material fusionado a lo espiritual sin distinguir la diferencia, pero la Biblia dice lo siguiente: “Si nosotros sembramos entre vosotros lo espiritual, ¿es gran cosa si segáremos de vosotros lo material?” (1 Corintios 9.11). Jesucristo manifiesta lo siguiente: “Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12.15). Además: “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mateo 16.26). El término alma equivale a vida. Estas expresiones son ejemplos del desinterés del mundo natural en seguir el ejemplo y modelo de vida semejante a Jesucristo, quien dice: “Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adultera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles” (Marcos 8.38).


Recibir a Jesús es aceptar y admitir su mensaje, se universaliza y hace extensivo a todos los seres humanos creyentes en su nombre y practicantes: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1.11 al 13). El creer hace referencia a practicar sus enseñanzas y a ser semejante en su vida, no basta con el saber, sino con el ser y el hacer, en otras palabras el ejercicio o la aplicación del saber. Esta praxis en Cristo es con el entendimiento: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12.2), Ejemplo de seguir a Cristo: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Juan 5.4 al 5).


Cuando el ser humano verdaderamente oye la voz de Dios, a través de su palabra, pasa a un estado de conciencia y alcanza a entender ciertos aspectos espirituales, religiosos y teológicos ignorados, comprende lo de suma importancia y prioridad. Toma un rumbo en donde la persona es consciente del propósito de la existencia, entra a su vida el evangelio, la gracia y el poder de Dios. La Escritura confirma: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia que es idolatría…” (Colosenses 3.5 al 6). Cuando se llega a ser templo del Espíritu Santo no hay cabida para estas maldades y pecados. La misma palabra de Dios advierte: “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Santiago 4.4). También agrega:


“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2.15 al 17). Y sentencia: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado; pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (Gálatas 6.7 al 8).

La palabra de Dios siempre es oportuna, nunca se vuelve obsoleta, de manera que es un conocimiento útil para todos los tiempos, es viva y eficaz, que discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (Hebreos 4.12). Es por medio del Espíritu de Dios que se recibe palabras de poder, como la palabra de sabiduría y la palabra de ciencia (1 Corintios 12.8), porque es Dios quien da la sabiduría a los sabios y la ciencia a los entendidos (Daniel 2.21). La palabra de ciencia es un conocimiento que Dios le da al ser humano, que contiene las demostraciones de la revelación del Espíritu Santo, para dar conciencia y razonamiento útil en beneficio de la vida (Números 24.16; Proverbios 2.10, 19.2; Daniel 5.12; 1 Corintios 1.5, 12.8). La palabra de sabiduría es dada por revelación del Espíritu Santo, ya que consiste en un conocimiento profundo que permite un buen juicio para saber conducirse (1 Corintios 12.8; Santiago 3.17).



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El relato de la creación muestra cómo Dios desde el principio ordena el mundo físico y establece las leyes cósmicas (Génesis 1.1 al 25). En el huerto del Edén ubica al ser humano con instrucciones de administrar todo lo creado, con límite o regulación en los árboles (Génesis 1.26 al 28, 2.15 al 17, 3.23 al 24). Un árbol representa el generador del oxígeno o espíritu de vida, porque mediante este oxígeno en la atmósfera, se mantiene y conserva la vida terrestre, además de otros elementos esenciales y vitales como el agua. Así, en el caso de la vida espiritual, Adán y Eva, en representación del ser humano, definen la prioridad entre el árbol de la ciencia y el árbol de la vida, entre el libre albedrío humano o natural y el libre albedrío espiritual y de Jesucristo. El árbol de la vida es una alegoría, representación o símbolo de Jesucristo. El árbol de la ciencia son los valores y antivalores con los que el ser humano tiene que lidiar por el resto de su vida, debido a su desobediencia delante de Dios. Luego Abel asume los valores, como el amor, fe y justicia, entre otros, y Caín por el contrario demuestra los antivalores, como desamor, injusticia e inmisericorde.


La elección adversa de Adán y Eva lleva a la humanidad a desembocar trágicamente en el politeísmo, debido a la subversión, especialmente en el sentido moral, alejado de la voluntad de Dios, como consecuencia, al ser humano no se le permite disfrutar del árbol de la vida: “Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre…” (Génesis 3.22 al 24). Primero tiene que sufrir un castigo, como consecuencia de sus propias acciones y su temeridad ante Dios. Cuando el ser humano pretende ser como Dios, entra en un egocentrismo e idolatría de sí mismo, incompatible con el árbol de la vida y su fruto, ambos representativos de Jesucristo. Se presenta en la historia de la humanidad un politeísmo, en relación con los dioses falsos al cambiar o sustituir según su conveniencia al verdadero Dios, en las diferentes formas de conceptuar a Dios, en el fraccionamiento continuo de la religión y en las guerras proselitistas posteriores.


Antes del diluvio, en tiempos cuando la generación se ha corrompido, personas como Enoc y Noé caminan con Dios, ejercen su voluntad y son personas justas, perfectas en su época con la gracia de Dios ante sus ojos (Génesis 5.22, 6.8 al 9). La conducta y las relaciones entre seres humanos, son reguladas con leyes procedentes de su Creador. Posterior al diluvio, el mensaje de Dios, también se transmite oralmente entre generaciones y se destaca Abraham por su obediencia a Dios al oír su voz, guardar su precepto, sus mandamientos, sus estatutos y sus leyes (Génesis 26.5). Anteriormente al profeta Moisés, se transmitían los mandamientos en forma verbal (Génesis 4.26, 5.22 al 24, 6.9, 13.4, 14.18 al 20, 26.5), de padres a hijos, aunque la ley no estuviera por escrito, existía el pecado, reinando la muerte en el transcurso desde Adán hasta Moisés, sin embargo, no fue como la transgresión de Adán, quien recibió un mandamiento directo de Dios (Romanos 5.13 al 14). El pecado entró a este mundo y todo ser humano sin excepción, arrastra las consecuencias del mismo, mediante la muerte, como paga del pecado, siendo necesarios la redención de Cristo, su ejemplo y modelo de vida.


Jesucristo con el ejemplo práctico de vida, nos muestra como en la condición de ser humano es factible, el cumplimiento a cabalidad de la voluntad de Dios, para integridad moral y espiritual: “…Porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas…” (1 Pedro 2.21 al 24). Prevalece el perdón y la misericordia de Dios:


“Pues como vosotros también en otro tiempo erais desobedientes a Dios, pero ahora habéis alcanzado misericordia por la desobediencia de ellos, así también éstos ahora han sido desobedientes, para que por la misericordia concedida a vosotros, ellos también alcancen misericordia. Porque Dios sujeto a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos” (Romanos 11.30 al 32).

La gracia posibilita una ley moral o comunitaria funcional y práctica, donde se refleja lo interno de la persona (similar a un espejo), congruente entre el pensamiento y el proceder. Esta congruencia entre gracia y ley, no es como la transgresión: “… el don no fue como la transgresión;… pero el don vino a causa de muchas transgresiones para justificación… así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro” (Romanos 5.15 al 21). Inclusive la promesa hecha a Abraham y a su simiente (Cristo), porque en Cristo Jesús la bendición de Abraham llega a los gentiles (Gálatas 3.14 al 16).


La libertad en Cristo nos hace libres de la esclavitud y el poder del pecado; y por ende de la condenación eterna, así que si Jesucristo nos liberta seremos verdaderamente libres (Juan 8.36). Cristo nos libertó con su muerte en la cruz del calvario y así pagó el precio por nuestros pecados, ahora somos siervos de la justicia y de Dios, teniendo por fruto la santificación y como fin la vida eterna (Romanos 6.17 al 22). Cuando estábamos en el pecado éramos esclavos del pecado, pero ahora somos libres porque a libertad hemos sido llamados (Gálatas 5.13). Salir de la ignorancia y permanecer en la palabra de Dios, contribuye con hacernos libres, porque al conocer la verdad nos liberta (Juan 8.32). La libertad en Cristo incluye ser libres de complejos de inferioridad o superioridad, aversión, discriminación, estereotipos, mitos y prejuicios.



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Acerca de la incredulidad, indecisión, indiferencia e ignorancia, motivo del sentido opuesto entre lo natural y lo celestial, sumado al titubeo presente entre lo espiritual, la Biblia asegura lo siguiente: “A algunos que dudan, convencedlos. A otros salvad, arrebatándolos del fuego; y de otros tened misericordia con temor, aborreciendo aun la ropa contaminada por su carne” (Judas 22 al 23). El ser humano desde un principio, según el modelo de Adán y Eva, pretende vivir sin tomar en cuenta a Dios. Esta forma de vida es conocida como solamente natural, mientras tanto, el ser humano interesado en conocer y practicar la voluntad de Dios, le llamamos espiritual. Quienes dudan entre los espirituales y sus vidas reflejan estar más apegadas a lo natural, son los indecisos (tibios), que se quedan solamente como creyentes, pero sin el ejercicio como practicantes. Porque quienes verdaderamente practican lo espiritual se despegan de lo natural y trascienden al ejemplo y modelo de vida de Jesucristo en el conocimiento celestial.


Esta afirmación de lo natural se hereda de Adán: “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre,… Porque así como en Adán todos mueren…” (1 Corintios 15.21 al 22). El asunto de los indecisos o tibios dentro de lo espiritual, sin lograr trascender al conocimiento celestial tiene también su confirmación bíblica: “No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres. Velad debidamente, y no pequéis; porque algunos no conocen a Dios, para vergüenza vuestra lo digo” (1 Corintios 15.33 al 34). En el caso del conocimiento celestial para salvación y vida eterna, la Biblia dice: “… también por un hombre la resurrección de los muertos… también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15.21 al 22). Es en Cristo Jesús que recibimos en vida el conocimiento y práctica que nos lleva a lo celestial: “El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial, tales también los celestiales. Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial” (1 Corintios 15.47 al 49). El mundo por sí mismo, en su condición humana no puede recibir la resurrección de los muertos para vida eterna: “Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción” (1 Corintios 15.50). Nuestra mentalidad en esta vida, es vinculante para la recompensa en la venidera, después de la muerte física o material o el cuerpo transformado a la segunda venida de Cristo.


A los que insisten en la creencia de lo material o natural, como igual a lo espiritual, Jesucristo fue entregado por causa de las transgresiones (Romanos 4.25), desobediencias, impunidades, indiferencias y rebeliones. La Santa Biblia es inspirada y escrita en el pasado; pero hay un enlace con su interpretación en el presente, porque en cada época se agregan nuevos elementos de juicio para mejorar la comprensión de las Sagradas Escrituras. Por ejemplo, la Biblia dice: “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados” (1 Corintios 15.51). Otro ejemplo: “Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará… Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido” (1 Corintios 13.9 al 12). La respuesta es la siguiente, porque la Biblia se explica por sí misma: “Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho… Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida” (1 Corintios 20 y 23). La resurrección de los muertos y la transformación tiene relación con los que son de Cristo, porque el mundo evasivo e indiferente al compromiso, reconocimiento y responsabilidad de la preeminencia de Jesucristo se excluye así mismo.


Los razonamientos analizados se hacen a través de demostraciones textuales apoyadas en la Biblia, sin perder el sentido original, para sustentar el testimonio acreditado en la palabra de Dios. Aunque es inevitable la diversidad y evolución de los idiomas a través del tiempo y su relación con las traducciones de la Biblia en cada versión. Se analiza un enfoque especial de la realidad bíblico - social, en relación con los valores comunitarios: amor de Dios, compasión, fe, justicia, misericordia, paz, santidad, virtud y los elementos necesarios para la convivencia y la búsqueda de una mejor calidad de vida personal y social, de acuerdo con la preeminencia en Cristo, su ejemplo y modelo de vida. De lo contrario, Jesús nos advierte que nadie nos engañe, porque se levantarían falsos Cristos y falsos profetas (Mateo 24.4, 24), en otra ocasión dice que creamos en él como dice la Escritura (Juan 7.37), que no puede ser quebrantada (Juan 10.35). El apóstol Pedro llama a la profecía de las Sagradas Escrituras, la palabra profética más segura (2 Pedro 1.19 al 21), a la cual hacemos bien en estar atentos, dice él, como a una antorcha en lugar oscuro. Es como una luz guía del pueblo en la oscuridad, porque ninguna profecía escrita es de particular interpretación (1 Corintios 14.32), es Jehová mismo quien declara lo que hace y lo revela a sus siervos los profetas de las Sagradas Escrituras (Amos 3.7). Esto porque hay quienes en el mundo espiritual son falsos, ya sea en doctrinas, dogmas, enseñanzas o predicaciones, donde desvían la atención en lugar de Jesucristo y eliminan su preeminencia, máxime cuando les es indiferente fusionar y mezclar lo carnal o natural con lo espiritual, sin importar la obra, propósito y sacrificio de Cristo en su primera venida.



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Hasta aquí se ha descrito la existencia de tres tipos de conocimiento: natural, espiritual y celestial. El libre albedrío es diferente en cada tipo de conocimiento, por ejemplo, la elección de una ocupación, oficio, profesión o trabajo en general, corresponde al libre albedrío natural, pero la escogencia de una congregación, denominación, iglesia o religión, pertenece al libre albedrío espiritual. Por esta razón cada tipo de conocimiento tiene su propia legislación que a la vez tiene la propiedad de ser infinita. Prueba de esto es la existencia de tantos grupos, organizaciones y tradiciones eclesiásticas, con sus respectivas costumbres, creencias, doctrinas, dogmas y tradiciones. La libertad de elección es propia del conocimiento donde se ejerce, aunque algunos la confunden con el libertinaje. Hay una clase de libre albedrío muy especial, porque es el libre albedrío de Jesucristo, quien renuncia a su propia voluntad para hacer la voluntad del Padre. Este libre albedrío de Jesucristo aplica en el conocimiento celestial y se cumple cuando hay un verdadero bautismo de inmersión en el Señor Jesús, en su consagración, devoción, ejemplo de vida, fidelidad, perseverancia, santidad, sufrimiento y testimonio. Lo que pasa es que hay un solo bautismo comprendido por un proceso de doctrina de bautismos, a saber, nacer de nuevo con la limpieza producida por la palabra de Dios Padre, por medio del arrepentimiento, conversión y santificación, originalmente predicado por Juan el Bautista. El bautismo en agua, ya sea aspersión, infusión o inmersión, según la legislación espiritual propia de cada comunidad de fe eclesiástica, es solo una representación simbólica de la muerte y resurrección de Cristo, que en dicha legislación, el procedimiento genera conflicto y debate infinito. Esto es solo un desvío y distracción de la verdadera atención en Cristo. Otro bautismo es en Espíritu Santo y fuego.


El bautismo de inmersión en el Señor Jesús es (aquí hay secreto), el amor derramado por Jesús sobre la humanidad. Lo único que excede a todo conocimiento, es el amor de Cristo, podemos ser plenamente capaces de comprender y entender todas sus dimensiones, para ser llenos de toda la plenitud de Dios:


“… para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios…” (Efesios 3.14 al 21).

Por cientos o miles de años la legislación espiritual se debate entre la existencia del libre albedrío o de la predestinación. Esto es otra distracción que desvirtúa o tergiversa la razón de ser que es Cristo, o sea, Jesucristo tiene preexistencia y fue predestinado, entonces la predestinación es Jesucristo y los predestinados son los que asumen el libre albedrío de Jesús para vivir según su ejemplo y modelo de vida cotidiana, haciendo la voluntad de Dios Padre.


A continuación un resumen desde las tres perspectivas de los evangelios:


Mateo 26.36 al 46. Cuando Jesús ora en Getsemaní, comienza a entristecerse y a angustiarse en gran manera, hasta la muerte, ora tres veces al Padre para pasar aquella copa, aunque pide prevalecer la voluntad de su Padre. Luego llega la hora y es entregado en manos de pecadores.


Marcos 14.32 al 42. Jesús llega a Getsemaní y comienza a entristecerse y a angustiarse, dice estar muy triste hasta la muerte, entonces se postra en tierra y ora a Dios. Dice Abba Padre, todas las cosas son posibles para Dios, solicita apartar esa copa, pero conforme con la voluntad de su Padre. Ora tres veces diciendo las mismas palabras. Finalmente es entregado en manos de pecadores.


Lucas 22.39 al 46. Jesús va como solía al monte de los Olivos y se aparta de sus discípulos, se pone de rodillas y ora al Padre, solicita pasar aquella copa, aunque la prioridad es hacer prevalecer la voluntad del Padre. Se le aparece un ángel del cielo para fortalecerlo. Al estar en agonía, su oración es más intensa con sudores como grandes gotas de sangre, que caen en la tierra.


En el caso de la purificación con agua, dice la Biblia: “… Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra” (Efesios 5.25 al 26 y Hebreos 10.19 al 22). Cristo efectuó la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo (Hebreos 1.3), a través de su sangre nos limpia nuestras conciencias de obras muertas, para servir a Dios (Hebreos 9.14; 1 Juan 1.7). El bautismo en agua sirve para testimonio de nuestra aspiración de una buena conciencia hacia Dios, porque este bautismo no quita las inmundicias de la carne (1 Pedro 3.21). La limpieza consciente viene por la palabra de Dios (Juan 13.10 al 11, 15.3; Hechos 10.15, 28, 34 al 36, 43 al 44, 11.1, 9, 14 al 18) y mediante la fe la purificación de nuestros corazones (Hechos 15.8 al 9). Por la fe en Cristo, somos bautizados y revestidos en él (Gálatas 3.26 al 27), para vivir conforme a la voluntad de Dios (1 Pedro 2.21 al 24, 4.1 al 2).



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¿Por qué según el conocimiento celestial Jesucristo tiene la preeminencia? Porque sus seguidores y servidores cumplen primeramente su ejemplo y modelo de vida en las acciones cotidianas con un corazón puro. Hay un texto acerca del amor verdadero, con tres características para autenticar su identidad y con la mención en su contexto de ciertas variables claves para reconocer el desamor, como aborrecimiento, enemistad, odio y rivalidad. Las tres cualidades de este amor genuino son las siguientes: nacido de corazón limpio, de buena conciencia y de fe no fingida. Según el contexto del texto en mención, las variables del desamor en torno al amor auténtico están: diferente doctrina, fábulas y genealogías interminables, disputas en lugar de la edificación de Dios, desviarse y apartarse a vana palabrería. Textualmente se dice: “… queriendo ser doctores de la ley, sin entender ni lo que hablan ni lo que afirman” (1 Timoteo 1.1 al 7). Algunos en lugar de dar la preeminencia a Cristo y demostrar consagración, dignidad, paz, respeto, reverencia y santidad, sustituyen el amor de Jesucristo por la defensa de doctrinas y dogmas divisorios, donde se fomenta un fraccionamiento cristiano plagado de agresión, condena, imposición y violencia. Consideran demostrar piedad de amor y respeto con la blasfemia, con la presunción de ser eruditos y doctos, ofenden de forma cruel y despiadada, sin entender ni lo que hablan ni lo que afirman, se cumple como dice la Biblia en el pasaje mencionado anteriormente.


El camino de la espiritualidad ha sido demarcado por Jesucristo mismo: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5.8). El grado o nivel de calidad espiritual para ser considerado de limpio corazón, de ninguna manera es la prédica oportunista de quienes denigran y desprestigian a los integrantes de otras congregaciones, denominaciones, iglesias o religiones, con las condenas y pretexto del tema de la idolatría, aparentan y presumen ser más conocedores, iluminados y santos, según doctrinas y dogmas y no según Cristo:


“Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, está envanecido, nada sabe, y delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos, blasfemias, malas sospechas, disputas necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia; apártate de los tales” (1 Timoteo 6.3 al 5).

El espiritual conecta su mente y corazón, de acuerdo con la representación y simbología de cada uno de estos elementos. Se reitera el siguiente párrafo mencionado en una lectura anterior: “La religión trae consigo el surgimiento de los mitos, arquetipos y la aventura de un viaje al encuentro con la deidad. Por consiguiente, la energía, fuerza, y valentía hacia el conocimiento verdadero, con la superación de adversidades y obstáculos. Distorsionado en luchas de poder del gobierno humano, en lugar del dominio del temperamento, la modificación de la personalidad y la consolidación del carácter, para acercarnos al Dios verdadero y a una mejor convivencia entre seres humanos. La personalidad incluye rasgos visuales de conducta o comportamiento, influenciada por las actitudes, aptitudes, carácter, costumbres, emociones, hábitos, pensamientos y sentimientos.” La palabra de Dios pregunta: “Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre” (Santiago 3.13). La Biblia afirma:


“… sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre… a su tiempo mostrará el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cuál sea la honra y el imperio sempiterno. Amén” (1 Timoteo 6.11 al 16).

Dos puntos primordiales para el análisis respectivo: en comparación al ser humano, el único con inmortalidad es Jesucristo y para acceder o habitar en luz inaccesible, no se puede como ser humano corruptible y mortal. El ser humano antes de la transgresión de pecado, representado en Adán y Eva, fueron creados a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1.26 al 27, 5.1 y 9.6), luego de la muerte de Abel la procreación es a semejanza e imagen de Adán: “Y vivió Adán ciento treinta años, y engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen, y llamó su nombre Set. Y fueron los días de Adán después que engendró a Set, ochocientos años, y engendró hijos e hijas…” (Génesis 5.3 al 5), resulta que el postrer Adán, que es Jesucristo, es la imagen visible del Dios invisible (Colosenses 1.15), sus seguidores y servidores tienen que llegar a ser a imagen de Jesucristo: “… Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8.28 al 29). Por lo tanto, aclaramos que el mundo espiritual es importante y necesario, porque es un medio para dar paso entre lo natural y lo celestial a través del conocimiento de Jesucristo. Es vital congregarse para la comunión, ya sea en una congregación, denominación, iglesia o religión: “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca” (Hebreos 10.24 al 25). En la reunión para las actividades, ceremonia y liturgia el aprendizaje y enseñanza tiene que ser con la preeminencia de Jesucristo, en la práctica y vivencia. Esto significa congregados en su nombre: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18.20).


La Biblia dice: “Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante” (1 Corintios 15.45). La sensibilidad del desapego a lo carnal y terrenal, para que lo corporal sea morada del Espíritu Santo, hace que la persona natural deje de ser solamente natural y pueda trascender a lo celestial. La palabra de Dios confirma lo siguiente:


“… a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel. Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos” (Hebreos 12.18 al 25).

El apóstol Pablo afirma que carne y sangre, en otras palabras, el ser humano con cuerpo corruptible, no puede heredar el reino de Dios (1 Corintios 15.50). En el caso de Enoc y los demás mencionados en Hebreos 11.1 al 12, murieron sin haber recibido las promesas (Hebreos 11.13 y 16 y 39 al 40). Job tenía la esperanza de la resurrección y de ver a Dios (Job 19.25 al 27). Esta es la promesa mencionada por Jesús cuando dijo acerca de bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.



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La intención es una determinación de la voluntad hacia un fin específico, según el grado o nivel de conocimiento, así influye la legislación natural, espiritual o celestial en la persona. Dios evalúa o valora la intención y propósito de acuerdo a la forma de conducción o comportamiento, ya sea entre lo natural, espiritual y celestial. Hay una parábola del servidor infiel al respecto:


“Aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco; porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá” (Lucas 12.47 al 48).

En este pasaje encontramos los tres grados o niveles en el plano dimensional de conocimiento. El que es solamente natural desconoce la voluntad de Dios, debido a la ignorancia, incredulidad, indecisión e indiferencia, ya sea por omisión o voluntariamente, especialmente por su capacidad del libre albedrío o libertad de elección. El que conoce la voluntad de Dios, pero no se prepara, ni hace la voluntad de Dios, es aquel espiritual que se queda solamente en creyente en lugar de practicante. Al que se le da mucho conocimiento se le demanda mucha práctica, entre estos espirituales que a la vez son creyentes practicantes, se le demanda más rendimiento de cuentas y práctica del grado o nivel de conocimiento, estos son los que tienen posibilidad de acceder al conocimiento celestial, porque son a los que más se le ha confiado, entonces más se le pide cuentas de su grado avanzado.


Analicemos lo mencionado anteriormente por partes, comparado con el caso de la legislación según el tipo de conocimiento. Dios pesa en balanza la justicia de las intenciones del ser humano, especialmente los que se hacen llamar espirituales practicantes y en realidad no lo son, según el ejemplo y modelo de Jesucristo. La Biblia dice lo siguiente: “Todos los caminos del hombre son limpios en su propia opinión; pero Jehová pesa los espíritus… Hay camino que parece derecho al hombre, pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 16.2 y 25). Jesucristo nunca en todo su evangelio discrimina o margina a quienes son únicamente naturales, porque su llamado se dirige a los pecadores. La Biblia aclara:


“Y los escribas y los fariseos, viéndole comer con los publicanos y con los pecadores, dijeron a los discípulos: ¿Qué es esto, que él come y bebe con los publicanos y pecadores? Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Marcos 2.16 al 17).

Otro pasaje indica: “Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mateo 9.13). Estos escribas y fariseos, murmuradores y querellosos, quienes censuran y hablan en contra de las acciones de Jesús, los que con facilidad se quejan, crean altercado, debates, discordia, polémica y porfían con resistencia. A estos, Jesucristo les denuncia su doble moral e hipocresía, llenos de toda intolerancia: “Mas ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando” (Mateo 23.13). Aunque eran participantes de lo espiritual y del mundo de las religiones, se oponen y resisten al conocimiento celestial promovido por Jesús. Tiempo después Esteban los denuncia, previo a su muerte como mártir, con las siguientes palabras:


“¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo, de quien vosotros ahora habéis sido entregadores y matadores; vosotros que recibisteis la ley por disposición de ángeles, y no la guardasteis” (Hechos 7.51 al 53).

Así en la actualidad, el mundo espiritual y religioso, condena vehementemente al mundo natural por cuestiones de gustos y preferencias, pero los mismos espirituales no mantienen su integridad y postura de consagración y santidad, tal como Jesucristo lo hizo. Los mismos supuestamente creyentes cristianos se caracterizaron históricamente en crímenes, muertes, persecuciones y guerras en el nombre de Dios. Se recibió la ley por disposición de ángeles, pero los mismos espirituales en su propia legislación aún esto no lo entendieron. Los espirituales se rebajan al nivel de los naturales, con condenas y críticas, se camuflan, fusionan y mezclan terminando igual que los naturales. Observemos la relación entre el conocimiento natural y el espiritual, la Biblia dice:


“No obstante, de la misma manera también estos soñadores mancillan la carne, rechazan la autoridad y blasfeman de las potestades superiores. Pero cuando el arcángel Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te reprenda. Pero éstos blasfeman de cuantas cosas no conocen; y en las que por naturaleza conocen, se corrompen como animales irracionales” (Judas 8 al 10 y 2 Pedro 2.10 al 12).

Hay una marcada diferencia y separación entre el conocimiento natural y el espiritual, pero cuando el espiritual se vuelve solo teoría sin la debida práctica, en lugar de trascender a lo celestial se apega más a lo natural, inclusive sus propios filósofos, líderes, pastores, predicadores o profetas:


“Les prometen libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción. Porque el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció. Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero…” (2 Pedro 2.19 al 22).

Las personas de una congregación, denominación, iglesia o religión, ya sea colectiva, individual o de forma institucionalizada, que proceden a infundir condena, juicio, odio y rivalidad, contra otras personas del mundo natural o por motivos de proselitismo contra otras congregaciones, denominaciones, iglesias o religiones, aunque pretendan ser espirituales y religiosos, de ninguna manera han entendido la verdadera espiritualidad según Cristo, desconocen por completo la enseñanza y mensaje del conocimiento celestial mediante Jesucristo, quien pregunta: “… ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos?…” (Mateo 12.33 al 37).



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Jesucristo es el Camino, porque representa el Amor, Compasión, Fraternidad, Fe, Justicia, Misericordia, Paz y Santidad. En el cristianismo puro, real y verdadero se trata de obedecer plenamente a Jesucristo como líder espiritual y religioso. Los grupos de líderes religiosos cristianos independientes o colegiados, tienen que mantener un rumbo con dirección fiel y sumisa al Señor Jesucristo. Por ejemplo, el fundamento y magisterio es necesario, la sucesión apostólica y profética, es una guía para el pueblo de Dios por el sendero de la vida, para tratar de mantener una dirección y rumbo estable. Desde la antigüedad fueron ejemplos, Enoc, Noé, Abraham y Moisés. Este ejemplo de Moisés documentado en las Sagradas Escrituras es clave para la comprensión de la preeminencia de Cristo:


“Porque Moisés dijo a los padres: El Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis en todas las cosas que os hable; y toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del pueblo…, diciendo a Abraham: En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra. A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad” (Hechos 3.22 al 26).

En la actualidad es requerimiento ante todo, disponer con fidelidad y perseverancia el conocimiento y mirada puestos en Jesús. La gloria, honra y el reconocimiento sean para Dios Padre y su Hijo amado Jesucristo, a quien el Padre designa para dar salvación y vida eterna a los practicantes (amor, compasión, fraternidad, fe, justicia, misericordia, paz y santidad) de entre los creyentes llamados de todo el planeta.


Todo ser humano es creación de Dios y un potencial hijo e hija obediente de Dios, de lo contrario un hijo e hija rebelde y desobediente. La subordinación sobre todo es a Jesucristo: “Entonces respondiendo Juan, dijo: Maestro, hemos visto a uno que echaba fuera demonios en tu nombre; y se lo prohibimos, porque no sigue con nosotros. Jesús le dijo: No se lo prohibáis; porque el que no es contra nosotros, por nosotros es” (Lucas 9.49 al 50). Esto significa que quienes consideran su salvación mediante el proselitismo y su religión, antes que en Jesucristo, entonces viven una fe ciega, tal es el caso de los fariseos, en una condición de comodidad y confort religioso, que se sienten ofendidos porque son intolerantes al mensaje de Jesús: “… Toda planta que no plantó mi Padre Celestial, será desarraigada. Dejadlos; son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo” (Mateo 15.7 al 14), o sea, algunos supuestamente en nombre de Dios y por aparente evangelización, incurren en infundir desamor y odio religioso, al punto de los asesinatos y guerras de índole religioso. El paradigma de la salvación por las doctrinas y dogmas, con las que se sustituye a Jesucristo.


En el nuevo pacto Cristo manda a amar a los enemigos, bendecir a los que maldicen, a hacer el bien a los que aborrecen, y orar por los que ultrajan y persiguen (Mateo 5.43 al 44; Lucas 6.27 al 31). El apóstol Pablo dice que en cuanto dependa de uno, hay que tener paz con todas las personas (Romanos 12.18). Debemos aprender a perdonar, siendo humildes, mansos y prudentes, ya que el mandamiento es amarnos unos a otros como Jesús nos amó (Juan 15.12). Las enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, envidias, homicidios, son parte de los frutos de la carne (Gálatas 5.20 al 21). Los hermanos de José por envidia intentan matarlo (Génesis 37.20 al 22), y lo echaron en una cisterna, posteriormente lo vendieron por veinte piezas de plata (Génesis 37.24 al 28). Coré y otros descendientes de Rubén, se levantaron contra Moisés y Aarón en el desierto (Números 16.1 al 4, 30 al 33). Absalón por venganza mató a su hermano Amnón (2 Samuel 13.28 al 29). En el antiguo pacto era permitido el ojo por ojo y diente por diente, sin embargo, Jesús dice que no hay que resistir al que es malo, ni al que hiere, ni al que quiere poner a pleito, ni al que quita, ni al que obliga (Mateo 5.38 al 40). De las cosas que aborrece Jehová, son las manos derramadoras de sangre inocente y el que enciende rencillas entre hermanos (Proverbios 6.16 al 19).


El mundo de los prosélitos es cuando la búsqueda de Dios, se vuelve figurativamente en una caza de partidarios, el propósito de Dios se desplaza o pierde importancia, porque la suplanta la parcialidad y unión de quienes pretenden lograr el fin de separar al recién convertido del común cristiano, para aumentar su propio grupo de fanatismo de creencias, por beneficio e intereses propios. Jesús como autoridad establecida, advierte lo siguiente del proselitismo: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, le hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros” (Mateo 23.15). Hay un celo exagerado y abusivo de fraccionar el cristianismo. Hay constantes fundaciones de iglesias particulares, por mera charla, elocuencia, locuacidad u oratoria, pero sin el respaldo y la unidad del Espíritu Santo de Dios: “Estos son los que causan divisiones; los sensuales, que no tienen al Espíritu” (Judas 19). Los que se impresionan más por prédicas conmovedoras que por la vida ejemplar y modelo de vida de Jesucristo. La palabra de Dios llama culto racional el presentar el cuerpo en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que no se conforma, sino que se renueva en el entendimiento, para comprobar la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Romanos 12.1 al 2). Hemos reiteradamente confirmado que el fraccionamiento cristiano es válido en la medida de una estrategia permitida por Dios para llevar el evangelio de Jesucristo. La función de toda congregación, denominación, iglesia o religión cristiana es dar la preeminencia a Jesucristo y transmitir su ejemplo, enseñanzas y modelo de vida.



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Pablo hace una comparación al decir que un poco de levadura leuda toda la masa (Gálatas 5.7 al 12). Esto se relaciona, en su simbolismo, la levadura con la maldad y malicia, por otra parte, los panes sin levadura son la sinceridad y verdad, el vivir diariamente, consciente de la autenticidad de la palabra de Dios y diferenciar de la falsa: “No es buena vuestra jactancia. ¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa? Limpiaos, pues de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois;… ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad” (1 Corintios 5.6 al 8). Una alegoría es la representación de una idea abstracta a través de otra que tiene una relación real, es la expresión por medio de una figura literaria para transmitir el entendimiento de otra idea distinta.


Jesús dice: “El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. Este es el pan que descendió del cielo…” (Juan 6.56 al 58). Jesús es el pan verdadero, también hace ver a las personas como ese pan con o sin levadura, quienes tienen levadura, están con la palabra alterada en sus corazones, refiriéndose a la doctrina y proselitismo de los fariseos y saduceos (Mateo 16.6 al 12). Al igual la levadura representa pecado y nosotros debemos estar separados de esa vieja levadura, en donde Cristo nos ha redimido de los pecados pasados, por medio de la fe en su sangre, a través de la gracia y de manifestar en este tiempo la justicia de Dios (Romanos 3.24 al 26).


La Biblia presenta numerosas alegorías y simbologías. El candelabro de siete lámparas (Éxodo 25.31 al 40), representa la ley y la profecía, la iluminación universal del Espíritu de Dios. El Apocalipsis dice: “…estaba en pie un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra” (Apocalipsis 5.6). El profeta anuncia: “… He aquí un candelabro todo de oro… y sus siete lámparas… y siete tubos para las lámparas… Estos siete son los ojos de Jehová, que recorren toda la tierra” (Zacarías 4.2 y 10). El profeta Isaías anuncia:


“Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces. Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová… juzgará con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra; y herirá la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío. Y será la justicia cinto de sus lomos, y la fidelidad ceñidor de su cintura” (Isaías 11.1 al 5).

La expresión de herir la tierra con la vara de su boca y matar al impío con el espíritu de sus labios, algunos lo asumieron literalmente en guerras religiosas y matar a sus semejantes del bando contrario. El análisis de un texto implica tomar en cuenta el aspecto cultural, figuras literarias, género literario, geográfico e histórico. El pasaje alude, en sentido figurado, a la vara de su boca y el espíritu de sus labios. En su tiempo Jesús deja al descubierto con su mensaje la maldad de las personas y las injusticias. Este pasaje tiene expresiones universales, juzgar con justicia a los pobres y argumentar con equidad por los mansos de la tierra. Jesús con su vida, vino a hacer visible el amor, juicio justo, misericordia, piedad y demás valores y virtudes del Padre invisible (Juan 1.18, 14.7 al 11; Colosenses 1.15; 2 Corintios 4.4 al 6; Hebreos 1.3), dando ejemplo como humano de capacidad para obedecer al Padre (Juan 13.15; Filipenses 2.8; Hebreos 5.7 al 10; 1 Pedro 2.21), quien dice: “He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones” (Isaías 42.1). La práctica cristiana, hace visible el ejemplo de vida, modelo y testimonio de Jesucristo. Herir la tierra y matar al impío, alude a eliminar de nuestras vidas el apego a lo terrenal, bienes materiales y a la impiedad del desprecio al necesitado y en desgracia, con el amor y respeto por el bien, la vida humana, por lo sagrado y santo.


La vida no se toma a la ligera sino con reverencia a Dios el Creador, por esta razón el respeto a los demás es vital, como parte de la alabanza y adoración a Dios, quien envió a su Hijo para reconciliar, rehabilitar, reivindicar, rescatar y restaurar al ser humano. Jesús dijo que nadie había visto al Padre, refiriéndose a los humanos, porque se exceptuaba a él mismo (Juan 6.46), y a los ángeles que están con Dios (Mateo 18.10), además, otro pasaje dice: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1.18). A través de Jesucristo y por tener él a Dios Padre en su corazón, es que hace visible delante de nosotros, al Padre en su forma de ser (Juan 14.7 al 10), o sea, la gloria de Dios Padre revelada en su Hijo Jesucristo, en cuanto a amor, gracia, misericordia, paz, propósito, unidad y verdad (2 Juan 3). Jesucristo es la imagen del Dios invisible (Colosenses 1.15; 2 Corintios 4.4), porque Dios Padre es invisible (1 Timoteo 1.17), pero Jesucristo por su obra le dio a conocer, ya que siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a su Padre, como por aferrarse (Filipenses 2.5 al 6), manifestándose en carne (Juan 1.1 y 14), y posteriormente recibido arriba en gloria (1 Timoteo 3.16).


Dios Hijo en forma humana, semejante a los hombres, se humilla en obediencia hasta la muerte, por lo cual Dios Padre lo exalta y le da un nombre sobre todo nombre (Filipenses 2.7 al 11), por lo tanto Dios Padre enaltece a su Hijo (Hebreos 1.4 al 9), más que al resto de ángeles, porque le da un lugar a su diestra (Hechos 2.32 al 36; Hebreos 1.13; Apocalipsis 3.21). Esteban lleno del Espíritu Santo, viendo en dirección al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús a su diestra (Hechos 7.55 al 56). Está al lado del Padre desde antes (Génesis 1.26, 11.7), desde el inicio en la creación está junto al Padre (Juan 1.2 al 3; 1 Juan 1.1 al 3), luego de su primera venida, regresa al Padre, al lado suyo, con aquella gloria que tenía desde antes que la creación estuviera terminada (Juan 17.1 al 8).


El Padre envió a su Hijo como Salvador del mundo, por lo cual debemos de confesar que Jesús es el Hijo de Dios (1 Juan 4.14 al 15). Y sabemos que verdaderamente Cristo es el Salvador del mundo (Juan 4.42) y verdadero Hijo de Dios (Marcos 15.39). Por esta razón se le llama Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros (Mateo 1.23). Porque el Padre envió a su Hijo unigénito, para que el mundo sea salvo por él (Juan 3.16 al 18).



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El conocimiento celestial se demuestra con experiencia y práctica, no se queda solamente en la retórica de la palabrería de embellecer la expresión, con la finalidad de deleitar, conmover o persuadir a los oyentes, a veces basado solo en las apariencias del emisor, sin credibilidad y respaldo. No nos equivoquemos, el plan de Dios es en función del ejemplo y modelo de vida de Jesucristo, la palabra divina se vuelve en la acción humana de Jesús, quien testifica de sí mismo lo siguiente: “¿Ni aun esta escritura habéis leído: La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo, el Señor ha hecho esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos?” (Marcos 12.10 al 11). A continuación un texto determinante: “… siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Efesios 2.19 al 22). La Sagrada Escritura se explica y presenta expresiones claves, por ejemplo, la ignorancia por falta de lectura de algunos pasajes escritos, quienes edificaban desecharon a Jesucristo, el coordinador principal que ha venido a ser cabeza, nosotros vamos creciendo, edificados para ser un templo santo en el Señor y morada de Dios en el Espíritu. Esta palabra de Dios dice: “Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4.11 al 12).


La Biblia cuestiona si a la segunda venida de Cristo, ¿encontrará fe en la tierra?: “… ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (Lucas 18.6 al 8). Este término de hacer justicia a sus escogidos, llama la atención la mención de la palabra escogidos. El apóstol Pedro en su primera epístola menciona:


“Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa,… edificados como casa espiritual… por medio de Jesucristo… Ha venido a ser la cabeza del ángulo; y piedra de tropiezo, y roca que hace caer, porque tropiezan en la palabra, siendo desobedientes; a lo cual fueron también destinados” (1 Pedro 2.4 al 8).

Jesucristo desechado por el ser humano, fue escogido y enviado de Dios, quienes lo rechazan y se resisten, con tropiezo en la palabra y desobediencia, se destinan a sí mismos, por su oposición a Cristo. Es el ser humano que se posibilita o se restringe por su libre elección el ser semejante en ejemplo y modelo de vida de Cristo. Vamos a parafrasear lo dicho, Jesucristo es el elegido o escogido de Dios, sus seguidores por lo tanto serán quienes eligen o escogen ser como Cristo. Jesucristo es el predestinado de Dios, sus seguidores entonces serán los que se destinan por su elección ser semejantes en vida a Jesucristo, por el contrario quienes actúan como anticristianos o anticristos son los que por su determinación deciden seguir su propio destino. Jesucristo dice:


“Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto:… He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono. El que tienen oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Apocalipsis 3.14 al 22).

¿Cómo relacionamos los pasajes anteriores a nuestro mundo espiritual y religioso de todas las congregaciones, denominaciones, iglesias y religiones? Primeramente en respuesta a que si encontrará fe el Señor Jesucristo en su segunda venida, lamentablemente la fe estará enfocada en la diversa e infinita multitud de doctrinas y dogmas de los propios grupos congregacionales, denominacionales, eclesiásticos y religiosos. Por lo general se apela y pretende en demostrar y justificar que se tiene la verdad absoluta y única. Ejemplo de posiciones conflictivas al grado de muertes, persecuciones y torturas, por diferencias de creencias. Estas situaciones milenarias se han presentado hasta nuestros días. Actualmente con las palabras se desprestigia, denigra y difama, desde un altar o púlpito, supuestamente a los adversarios en la fe. El centro de atención y exaltación es el humano mismo, por estímulo y excitación del ánimo, pasión o sentimiento, provocado por la oratoria y retórica de los adoctrinadores, en lugar de la enseñanza y vivencia del ejemplo y modelo de vida de Jesucristo con actos, acciones y hechos, fruto de la actitud, conducta y comportamiento.


La legislación espiritual en su interpretación y opinión a través de la creación y documentación de doctrinas y dogmas es infinita, ineludible e inevitable, principalmente en la especialidad de condenar a los demás. La libertad que hemos recibido en Cristo en el nuevo pacto, implica practicar la justicia y obedecer la voluntad de Dios (Salmos 119.172). La libertad en Cristo no es hacer lo que se quiera, sino ser libre del pecado por hacer la voluntad de Dios. Esta libertad se entrelaza con la justicia, porque la libertad responsabiliza al ser humano de sus actos, ya que no está sometido por el pecado, una vez libre interviene la justicia para hacer lo correspondiente al orden y a la rectitud. Dios para dar la libertad de la esclavitud del pecado, justifica al ser humano por medio de la fe en la sangre de Jesucristo, justificando gratuitamente por su gracia, de manera que la gloria y la honra son para Dios, es el justo y el que justifica al que es de la fe de Jesús (Romanos 3.21 al 26).


La Escritura dice que si es por gracia no es por obras y si es por obras no es por gracia (Romanos 11.6). Las obras aquí referidas, son las obras de la ley, ceremonias, circuncisión, lapidación y ritos. La justificación de Dios es por su misericordia y no por las obras de justicia que el ser humano hubiera hecho (Tito 3.5), es decir, es necesario presentar el cuerpo en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (Romanos 12.1), con buenas obras por sus frutos (Tito 2.14, 3.8 y 14), o sea, las obras de Jesús, en lugar de las expiaciones, holocaustos, ofrendas y sacrificios por el pecado (Hebreos 10.1 al 10). La Escritura afirma que la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma (Santiago 2.17 al 18 y 26). También menciona en forma recíproca, al ser humano como justificado por las obras, y no solamente por la fe (Santiago 2.24), porque los practicantes vienen a Jesús, para manifestar sus obras que son de Dios (Juan 3.17 al 21). Así hoy en día muchos son tibios (Apocalipsis 3.15 al 16), y no según Jesucristo y sin el crecimiento que da Dios:


“… todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo. Nadie os prive de vuestro premio, afectando humildad y culto a los ángeles, entremetiéndose en lo que no ha visto, vanamente hinchado por su propia mente carnal, y no asiéndose de la Cabeza, en virtud de quien todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios” (Colosenses 2.17 al 19).

Pero si se pretende la justificación, donde se pierde el respeto a la fidelidad hacia Dios, con algunas prácticas sin valor alguno contra los apetitos del pecado (Colosenses 2.20 al 23), porque se peca reincidente, por la creencia de pedir perdón al confesar de corazón y de labios el pecado (1 Juan 1.9) o considerar a Jesús como abogado ante el Padre (1 Juan 2.1), por el argumento de que interesa solo el corazón y no lo externo (2 Corintios 5.12). En estas situaciones sucedería como en el ritual antiguo abolido por Cristo, en donde en forma similar al pasado, se peca constantemente, justificado en ciertas creencias que le exoneran o perdonan de la culpa. Por ejemplo, el requisito de la condición de ser digno para participar de la cena del Señor (1 Corintios 11.27 al 34), y reiteradamente pedir perdón para estar en paz, como un rito o costumbre previa a la celebración: “… Todo aquel que permanece en él, no peca;… Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado…” (1 Juan 3.5 al 9). Jesús hace énfasis en la sanidad interna de las personas al decirles: “… No peques más” (Juan 5.14).



[53]

Entre las características para identificar la trascendencia al conocimiento celestial están las siguientes: el ser humano deja de ser solamente natural cuando pasa a ser morada del Espíritu Santo, su condición espiritual es ser practicante del ejemplo y modelo de vida de Jesucristo. Esto significa que se reconoce a quienes han trascendido al conocimiento celestial, por medio de que son personas discípulas y discípulos de Jesucristo. Dentro de cada congregación, denominación, iglesia o religión cristiana, en la colectividad de cada uno de estos grupos, hay individualmente discípulos de Jesucristo. Por primera vez los discípulos fueron llamados cristianos en Antioquía (Hechos 11.26, 26.28). Posiblemente esta calificación proviene de los observadores externos al movimiento de Cristo, porque a lo interno su reconocimiento es por ser discípulos de Jesucristo.


Jesucristo dijo: “Porque muchos son llamados, y pocos escogidos” (Mateo 20.16, 22.14). Esto es como una bifurcación, donde el gran grupo de creyentes se divide en dos, los que se quedan solamente como creyentes y los que en realidad o verdaderamente son los practicantes. También como la dicotomía del conjunto dividido en dos subconjuntos, el de los adoradores y el de los verdaderos adoradores que adoran en espíritu y en verdad. Jesús dice: “… los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad…” (Juan 4.23). Por lo tanto, muchos son los cristianos, y pocos los discípulos de Jesucristo. La Biblia dice: “El discípulo no es más que su maestro,… Bástale al discípulo ser como su maestro…” (Mateo 10.24 al 25). Por otra parte menciona: “El discípulo no es superior a su maestro; mas todo el que fuere perfeccionado, será como su maestro” (Lucas 6.40). El grado más alto de jerarquía en el servicio a Dios es ser discípulo de Jesucristo, pero dentro del cristianismo algunos pretenden ser más o superiores a Jesucristo, quien dice lo siguiente: “… uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos” (Mateo 23.8 y 10). Además dice: “Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones… enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado…” (Mateo 28.18 al 20).


Jesucristo también dijo: “… Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8.31 al 32). El término verdadero en todos estos pasajes mencionados está vinculado al amor efectivo, genuino, real y sincero. Jesús dice: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13.35). Además: “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor… Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado” (Juan 15.8 al 12). Y se confirma: “Esto os mando: Que os améis unos a otros” (Juan 15.17). Finalmente dice Jesús:


“… el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado, y habéis creído que yo salí de Dios. Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre” (Juan 16.27 al 28). “Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos” (Juan 17.25 al 26).

No basta con ser creyentes, sino con ser practicantes, apartados de muchas costumbres y hábitos del ordenamiento establecido en el mundo, de los sistemas de dominación de injusticia. Es la dedicación a la voluntad de Dios, con justicia y rectitud, en medio de los sistemas de vida inmoral y de todo aquello contraproducente a la pureza o moralidad (2 Corintios 6.17 al 18). El Señor hace un reclamo muy serio cuando le llamamos Señor, pero no hacemos su voluntad (Lucas 6.46), será acaso la presunción de ser discípulos del Señor sin amor de Dios y santidad, en medio de la adversidad, dificultad, enfermedad, hostilidad y sin la práctica de una moderación de abstinencia, austeridad, castidad, continencia, decencia, obediencia, sencillez, modestia y recato.


La Escritura dice que sigamos la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor (Hebreos 12.14). Es necesario mantener una conciencia limpia y pura delante de Dios, para estar sujetos no por el castigo sino por causa de la conciencia (Romanos 2.13 al 15, 9.1, 13.5; 1 Corintios 4.4, 8.7, 8.12; Juan 8.9; 1 Timoteo 3.9, 4.2; Hechos. 23.1, 24.16). Vivimos en una sociedad permisible donde el desenfreno de la conducta, está sumida en la esclavitud del pecado; inclusive considerados creyentes obedecen la palabra parcialmente. La palabra gracia se ha tergiversado casi por completo. El pueblo de Dios está llamado a obedecer y permanecer firme hasta el fin (Mateo 24.13). La obediencia y perseverancia van de la mano, si una falla la otra fracasa. Todos los días nos aseamos y nos alimentamos; así es la vida espiritual, tanto la obediencia como la perseverancia no pueden descuidarse, para seguir el consejo de mantener firme la profesión de la fe sin fluctuar (Hebreos 10.23): “No seáis, pues, partícipes con ellos. Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), comprobando lo que es agradable al Señor” (Efesios 5.7 al 10).



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En reiteradas ocasiones hemos mencionado la existencia de tres tipos de conocimiento: natural, espiritual y celestial. La Biblia completa, desde el principio hasta el fin, menciona claves donde funcionan como llave para abrir la comprensión de la palabra de Dios. El entendimiento es con profundidad y no se queda solamente en lo superficial. La Biblia aparte de lo literal tiene alegoría, analogía y simbología. Por ejemplo, con responsabilidad hay que asumir y ser a imagen de Jesucristo para seguir su ejemplo como discípulas y discípulos del Señor. La práctica es de los principios, valores y virtudes del evangelio y reino de Dios. Hay infinidad de pasajes que mencionan y relacionan los tres tipos de conocimiento. En el caso de quienes trascienden al conocimiento celestial: “Dios está en la reunión de los dioses; en medio de los dioses juzga… Yo dije: Vosotros sois dioses, y todos vosotros hijos del Altísimo” (Salmos 82.1 y 6). En el caso de quienes intermedian en el conocimiento espiritual: “¿Hasta cuándo juzgaréis injustamente, y aceptaréis las personas de los impíos? Defended al débil y al huérfano; haced justicia al afligido y al menesteroso. Librad al afligido y al necesitado; libradlo de mano de los impíos” (Salmos 82.2 al 4). En el caso de quienes se estancan en el conocimiento natural: “No saben, no entienden, andan en tinieblas; tiemblan todos los cimientos de la tierra… Pero como hombres moriréis, y como cualquiera de los príncipes caeréis. Levántate, oh Dios, juzga la tierra; porque tú heredarás todas las naciones” (Salmos 82.5 y 6 al 8).


El Señor Jesucristo, tanto como humano e Hijo de Dios, hizo el bien en forma incansable, dejó el ejemplo de amor, dedicación, piedad y servicio a la obra de Dios, en medio de la pobreza y la necesidad extrema. De igual forma sus seguidores, como humanos e hijos de Dios, es necesario que sirvan a la sociedad en general, con las obras de Jesús en beneficencia de los más necesitados, su docencia, su evangelización, su impulso a la salud y llamado a vivir como un reino de Dios entre las personas (Lucas 17.20 al 21). Esto hace de Jesús el Maestro por excelencia, quien es digno de seguir sobre sus pasos con el ejemplo. Algunos dan énfasis y prioridad a juicios condenatorios de doctrinas y dogmas de interpretación y opinión particular, pasando por encima de la autoridad de Jesucristo, con la parcialidad de favorecer inclusive la impiedad, contrario al amor de Dios, compasión, dedicación, devoción, fe, fraternidad, justicia, misericordia, paz, piedad, respeto y santidad.


La comunidad de fe en el primer siglo de la era cristiana, ejerció un júbilo, en el sentido de la alegría intensa y permanente de la manifestación de piedad y solidaridad. Hay un gozo perpetuo, con admiración, afecto y sentimiento jubiloso por la confianza y esperanza depositada en Dios. Se recibe las bendiciones necesarias y suficientes para subsistir, especialmente al compartir equitativamente y con justicia con quienes están a su alrededor. La Escritura menciona a los creyentes como practicantes, al estar juntos, eran de un corazón y un alma, tenían todas las cosas en común, ninguno era avariento o egoísta con sus posesiones, sino que compartían según la necesidad de cada uno, así que no había entre ellos ningún necesitado. También abundaban en la gracia, perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comiendo juntos con alegría, sencillez de corazón (Hechos 2.42 al 47, 4.32 al 35). Predominaba la vida en el Espíritu Santo de Dios, así es indispensable en la actualidad compartir de las bendiciones de los bienes y servicios con los demás.


La persona nacida de Dios, no puede aislarse del mundo, en el sentido de evadir en la sociedad el ejercicio del amor de Dios y la misericordia al necesitado, es imprescindible hacer el bien a los demás y amar a todos a su alrededor, con el fin de proveer lo necesario, ya sea abrigo, acompañamiento, apoyo, asilo, protección y refugio. ¿Qué recompensa tendría aquel que solamente ama a quienes también lo aman? (Mateo 5.46; Lucas 6.32). Sin hacer equidad y justicia para cada necesitado, porque Dios mismo hace salir el sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos e injustos (Mateo 5.44 al 48). Se requiere en forma constante las buenas relaciones con los semejantes, especialmente en la ayuda mutua, justicia de Dios y sincero amor. Por esta razón es importante y necesaria la acción eclesiástica, en términos de contribuir económicamente y financiera para el bien común. Por medio de la ofrenda voluntaria para ayudar a los santos pobres, según como proponga cada uno en su corazón, porque Dios ama al dador alegre, como está escrito acerca de que repartió, dio a los pobres, su justicia permanece para siempre (Romanos 15.26; 2 Corintios 9.5 al 15). En 1 Corintios 16.1 al 3, leemos acerca de una colecta en las iglesias apartada por sus integrantes, la cual posteriormente el apóstol Pablo la recogía para hacerla llegar como donativo a los santos de Jerusalén. Así en la actualidad las contribuciones, donaciones, ofrenda voluntaria para los santos pobres, se complementan para ayudar a los necesitados, tanto dentro como fuera de la comunidad eclesiástica. También hay ofrendas de abarrotes, ropa limpia y en buen estado para repartir.



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Acerca del contraste entre el conocimiento natural, espiritual y celestial, Jesús no ruega solo por sus discípulos, sino también por los creyentes en él por la palabra de ellos (Juan 17.20), y le ora al Padre pidiendo guardar en su nombre a los suyos (Juan 17.11 y 24). Para aquellos que nunca se arrepienten ni se convierten a Dios, tienen muchas razones para ser juzgados y condenados en el día del juicio, ya que tanto en el primer pacto como en el nuevo pacto, toda desobediencia y rebelión recibe justa paga de retribución (Hebreos 2.2 al 3). El pecado se infiltró desde el principio en el ser humano, en el huerto del Edén, desde ahí ha estado presente en la vida humana. Esto le ha traído consecuencias a la humanidad, cuyo desenlace final es la muerte, pues la paga del pecado es muerte (Romanos 6.23). Recordemos que el creyente necesariamente tiene que ser practicante. Por lo tanto, el proceso de creyente a practicante requiere lo siguiente: llamamiento, arrepentimiento, conversión y santificación.


Una analogía o comparación la encontramos en el llamamiento del profeta Isaías: “Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quien irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí” (Isaías 6.8). Dios Padre establece un plan mediante el amor, predestina la adopción como hijos suyos, por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad (Efesios 1.5). El Salmo mencionado en los Hechos refiere a Jesús como engendrado de Dios (Salmos 2.7; Hebreos 1.5, 5.5): “Y nosotros también os anunciamos el evangelio de aquella promesa…, la cual Dios ha cumplido…, resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy” (Hechos 13.32 al 33). Jesucristo es engendrado pero hay una preexistencia suya ante el Padre, antes de ser enviado como ser humano. Así, Dios predestina a muchas personas para una determinada misión: “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué…” (Jeremías 1.5), por ejemplo Juan el Bautista: “porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre” (Lucas 1.15). Fuimos escogidos antes de la fundación del mundo, para que seamos santos, predestinados conforme a su propósito (Efesios 1.4 y 11).


Cristo como ser humano (1 Juan 4.2) sobre la tierra, establece un precedente en la condición de carne y hueso, llega a ser el modelo por excelencia para sus seguidores, en acciones, amor, conducta, obediencia, perseverancia y valor. Se mantiene fiel y fortalecido, a pesar del sufrimiento que le esperaba con inminencia (Lucas 9.22). Está escrito: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece… Mi Dios pues, suplirá todo lo que os falta…” (Filipenses 4.13 y 19). Los seres humanos espirituales son como luminares en medio de las tinieblas, estén donde estén, en su entorno hay corrupción. La persona como espiritual no está exenta o inmune de ser absorbida por la densa oscuridad, hasta apagarse. Se reconoce pecador pero sin practicar el pecado, sino en una lucha continua contra el pecado. La vocación de mantener la calidad de vida espiritual frente a su entorno, es preservar los principios y valores a pesar de la adversidad. La predestinación del ser humano es su separación del destino natural al destino celestial para vida eterna (Romanos 8.28 al 33, 9.11 al 18; Efesios 1.3 al 12, 2.10; 2 Tesalonicenses 2.13).


La espiritualidad es un logro consecuente de las acciones, por medio de la libertad de decisión espiritual o libre albedrío espiritual, o sea, una facultad de propia determinación. El espiritual es candidato a trascender y salir del ámbito espiritual al celestial:


“… ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad. Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo; asidos de la palabra de vida…” (Filipenses 2.12 al 16).

Esto es similar a lo mencionado por Daniel, acerca de los entendidos, donde resplandecerán y comprenderán (Daniel 12.3 y 10), llegando a ser luminares y resplandecientes en el mundo (Filipenses 2.15), luz en el Señor andando como hijos de luz (Efesios 5.8; 1 Tesalonicenses 5.5), a través del testimonio de la conducta.


Las Sagradas Escrituras mencionan la predestinación en muchos de sus pasajes (Jeremías 1.5, 9 al 10; 1 Corintios 1.9; Gálatas 1.15; Efesios 3.9 al 11; 1 Pedro 1.2, 2.9), se aclara que ciertamente existe la predestinación como parte del plan de Dios. Pero sin dejar de lado la consagración y la santificación, pues la Escritura dice que primero tuvieron que creer, para ser sellados (Efesios 1.13), y el apóstol afirma que primero se creé y luego se confiesa (Romanos 10.9 al 17), y todo aquel que creyere en Jesús (Romanos 10.11). Además no todos obedecen al evangelio (Romanos 10.16). Esto significa que es importante considerar otros aspectos, porque en la consagración hay dedicación de la persona para Dios, hay actitudes según lo que se profese, hay un sentido de ofrecimiento de vida en servicio, culto racional a Dios y conciencia al actuar. La santificación es que una persona se reivindica de su vida pasada, se regenera, rehabilita, reclama y defiende su derecho de elección, recupera el honor que le pertenece como hijo incorporado a Dios. Jesucristo es la predestinación, por consiguiente sus seguidores son los predestinados, por su propia libertad o libre elección de cada persona de elegir ser semejantes y vivir como Jesucristo.



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En relación con otros contrastes entre el conocimiento natural, espiritual y celestial, Jesús dice:


“… No os afanéis por vuestra vida… Porque todas estas cosas buscan las gentes del mundo… Mas buscad el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas. No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino. Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Lucas 12.22 al 23 y 30 al 34). Además: “… los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad… Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia…” (Mateo 6.33).

Aceptar a Cristo significa negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirle (Mateo 16.24), de lo contrario no se es digno de él (Mateo 10.38). No podríamos imaginar a Jesús sin la cruz (sufrimiento). Aceptar a Cristo es algo más que decirlo, es entregarse a él, dejar el pecado del mundo, entrar por la puerta estrecha y andar por el camino angosto como él anduvo (1 Juan 2.6). El cristianismo auténtico es una experiencia consiente de la voluntad de Dios, se manifiesta en los seguidores practicantes de Jesucristo a través de sus enseñanzas y prácticas transmitidas por medio de los evangelios. Su vida abundante de salvación pretende traer alivio al ser humano de la miseria, ofreciéndole calidad de vida en sus días de existencia y vida eterna después de su muerte, cuando llegue el tiempo de recibir la recompensa, por demostrar una vida ejemplar semejante al Maestro. Estos son todas las personas que han creído y se han convertido a Jesucristo como su salvador personal, ejerciendo su ejemplo y enseñanzas, de manera que siguen los pasos de Jesús, aún en el padecimiento (1 Pedro 2.21 al 23, 4.16).


Por lo tanto, el cristianismo es algo recíproco, ya que la persona está en Cristo, pero también Cristo está en la persona, sus frutos son el resultado o la evidencia de un verdadero arrepentimiento, conversión y santificación. La Escritura dice que por sus frutos los conoceréis (Mateo 7.16). Los frutos del Espíritu son: benignidad, bondad, caridad, fe, gozo, mansedumbre, paz, templanza y tolerancia (Gálatas 5.22 al 23, 2 Pedro 1.5 al 8). El fruto mismo es el creyente practicante, se alimentan con su ejemplo quienes están a su alrededor. La templanza quiere decir moderar cualquier tipo de apetito y sujetarlo a la razón. La constancia, dominio propio, estabilidad y firmeza, previenen en la persona la altivez, el enojo y la ira, en el carácter, personalidad y temperamento: “… no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo…” (1 Pedro 4.12 al 13). Para perseverar hay que ser valiente y buscar la verdad de Jesucristo como testigo fiel y verdadero (Apocalipsis 3.14). Para ser un fiel y verdadero testigo de Cristo, es indispensable poseer la perseverancia y el valor en él.


Jesús manifiesta que serían sus testigos, hasta lo último de la tierra (Hechos 1.8). El testigo es quien adquiere el conocimiento directamente, por ejemplo, Pablo fue uno de sus testigos delante de todos los hombres (Hechos 22.14 al 15). Esteban fue otro fiel testigo de Cristo hasta en el momento de su muerte (Hechos 22.20). Jesucristo en el Apocalipsis, a través del mensaje a Pérgamo, resalta a aquellos que retienen su nombre y no niegan su fe, ni a pesar de que fue muerto uno de sus testigos fieles, llamado Antipas (Apocalipsis 2.13). Indica Jesús que quien le niegue delante de los hombres, también él le negará ante el Padre que está en los cielos (Mateo 10.33). El testimonio es como una lumbrera que da luz en las tinieblas, es una forma de corresponder con gratitud y reflejar la obra del Señor en nuestras vidas (Hechos 1.8; Efesios 5.8 al 17; 1 Pedro 3.14 al 16; Apocalipsis 12.17). Desde la antigüedad el testimonio ha sido el poner por obra la voluntad de Dios, para hacer prevalecer la justicia en nuestras vidas y sea visto por todos como un ejemplo, de generación en generación (Deuteronomio 6.24 al 25). Es resplandecer como luminares en el mundo (Filipenses 2.15), es creer con el corazón para justicia y confesar con la boca para salvación (Romanos 10.10). Es ser luz del mundo (Mateo 5.14), para alumbrar a todo aquel que está alrededor, de manera que vean la obra de Dios en nosotros y glorifiquen al Padre que está en los cielos (Mateo 5.16).


El mismo poder de Dios para actuar en nosotros, da testimonio de que somos hijos de Dios (Romanos 8.16). El testimonio se manifiesta al predicar la palabra con acciones prudentes, en la cautela, con los hechos, humildad, mansedumbre, paciencia y sabiduría. Además, practicando lo honesto, justo, puro y verdadero, entre otros (Filipenses 4.8 al 9). El mensaje es llevado a todas partes, para que otros sean salvos y constituidas personas justas (Hechos 5.29, 32; Romanos 1.5, 5.19, 15.18, 16.19; 1 Pedro 1.22). La iluminación y obediencia es mantener un buen comportamiento y cumplir con la voluntad de Dios, a pesar de lo difícil que sean las circunstancias, según el ejemplo de Cristo (Hebreos 5.7 al 9). La obediencia a Dios, es cumplir su voluntad, según nos enseña el mismo Señor Jesús, por quien recibimos la gracia, para la obediencia a la fe en todas las naciones y para testimonio de la luz de Dios en el diario vivir (cotidianidad). El testimonio es la demostración de la vivencia en forma ejemplar, es la justificación y prueba, del cumplimiento y ejercicio, por ejemplo, la práctica de los valores comunitarios. Pablo fue un testigo de Cristo, se muestra como ejemplo de vida, según las enseñanzas de Jesús y su demostración de valores en su diario vivir:


“… Pero habiendo obtenido auxilio de Dios, persevero hasta el día de hoy, dando testimonio a pequeños y a grandes, no diciendo nada fuera de las cosas que los profetas y Moisés dijeron…” (Hechos 26.21 al 23). “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Timoteo 4.7 al 8).

Pablo mismo relata su testimonio:


“… En trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias” (2 Corintios 11.23 al 28).

La descripción de estos peligros muestra la adversidad contra Pablo, incluso, sufre naufragio por una tormenta (Hechos 27.13 al 44), a pesar de todos los obstáculos sufridos por Pablo como siervo de Dios, recibe el poder para soportar las aflicciones, padecimientos y persecuciones por causa del evangelio, por ejemplo en Antioquía, en Iconio y en Listra lo libra el Señor (2 Timoteo 3.11). En cierta ocasión Dios dice a su pueblo: “He aquí te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción” (Isaías 48.10).



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El contraste entre lo natural, espiritual y celestial tiene diferencia y oposición notable, según se trasciende de un conocimiento a otro. Los ojos naturales tienen una visión corta y limitada, con una perspectiva de apariencia o engañosa en la valoración de lo visible. El ser humano observa el mundo desde una dimensión plana, así en el caso de la distancia considera el mundo como una superficie plana, en su análisis y apreciación ve el hemisferio terrestre como un planeta plano. Se basa en su observación durante las migraciones, recorridos o traslados de una región a otra, ya sea por cuestiones administrativas, étnicas, geográficas, laborales, lingüísticas y de subsistencia, entre otras. El conocimiento natural requiere una transición a lo espiritual para posibilitar su trascendencia a lo celestial. Este mundo natural por sí solo se extraña que la razón de ser de la vida sea Jesucristo y omite darle la gloria y honra. Mientras el mundo cristiano utiliza íconos e iconografía cristiana en todas sus ilustraciones, literatura, representaciones y vitrales, relacionados con todo lo que atañe a Cristo, el mundo natural prefiere entregarse a la idolatría ajena a Dios. La Biblia dice:


“Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado, para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios. Basta ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles, andando en lascivias, concupiscencias, embriagueces, orgías, disipación y abominables idolatrías. A éstos les parece cosa extraña que vosotros no corráis con ellos en el mismo desenfreno de disolución, y os ultrajan…” (1 Pedro 4.1 al 5).

El término ultrajar está relacionado con desacreditar, desestimar, despreciar, difamar, humillar, injuriar e insultar. Esto se espera del mundo opuesto a Cristo, lo grave del asunto es cuando entre las mismas fracciones del cristianismo, ya sea de congregaciones, denominaciones, iglesias y religiones cristianas, se ultrajan entre sí con críticas destructivas, para aparentar más consagración y fidelidad, con la finalidad de lograr mantener un grupo cautivo de creyentes subyugados a su propia verdad absoluta y única, especialmente en el tema de las imágenes a las que condenan y juzgan como idolatría, sin saber discernir entre las diferentes manifestaciones de Dios. La palabra de Dios explica: “Dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie” (Hebreos 9.8). El velo establecía separación entre la primera parte, llamada el Lugar Santo, en donde estaba el candelabro, la mesa y los panes de la proposición, y tras el velo el Lugar Santísimo que tenía un incensario de oro y el arca del pacto, con una urna que contenía maná, la vara de Aarón que reverdeció y las tablas del pacto (Hebreos 9.2 al 5), todo representativo de Jesucristo, en el mismo orden: la luz del mundo (Juan 8.12, 9.5), el pan sin levadura, que es la palabra sin alterar (1 Corintios 5.7 al 8), la puerta (Juan 10.9), olor fragante que agrada a Dios (2 Corintios 2.15), el pan de vida que descendió del cielo (Juan 6.30 al 59), el buen pastor (Juan 10.11 al 16; Hebreos 13.20; 1 Pedro 2.25), la lealtad y obediencia a los mandamientos de Dios (Hebreos 10.9).


El arca del pacto o del testimonio tenía un propiciatorio con dos querubines en sus dos extremos:


“… Y harás un propiciatorio… de una pieza con el propiciatorio harás los querubines en sus dos extremos. Y los querubines extenderán por encima las alas, cubriendo con sus alas el propiciatorio; sus rostros el uno enfrente del otro… Y pondrás el propiciatorio encima del arca, y en el arca pondrás el testimonio que yo te daré. Y de allí me declararé a ti, y hablaré contigo de sobre el propiciatorio, de entre los dos querubines que están sobre el arca del testimonio, todo lo que yo te mandare para los hijos de Israel” (Éxodo 25.16 al 22).

Esto de ninguna manera fue idolatría, sin embargo, en la actualidad hay muchas distracciones de creencias que apartan y desvían la atención central de Jesucristo, sustituyendo la salvación mediante doctrinas y dogmas de interpretación y opinión propia, en lugar del ejemplo, mensaje, modelo, obra, sacrificio y vida de Cristo.


La idolatría, es todo aquello que ocupe el lugar de Dios (Éxodo 20.3 al 5; Deuteronomio 4.15 al 18; Isaías 44.9 al 11). La fornicación es otra forma de idolatría, ya que es una inclinación desenfrenada, excesiva y vehemente, por la unión sexual fuera del matrimonio, que atenta contra la integridad del propio cuerpo (1 Corintios 6.19). En muchos sistemas de adoración a dioses falsos, en sus ritos se incluyó la fornicación carnal como parte del acto de adoración a sus ídolos (Éxodo 34.15 al 16; Números 25.1 al 3), los mismos hijos del sacerdote Elí en el pueblo de Israel, cometieron actos ilícitos con las mujeres del pueblo (1 Samuel 2.22). Esta relación entre fornicación e idolatría dio motivo para que la fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, sean también idolatría (Colosenses 3.5). De manera que la misma avaricia es idolatría, está ligada a la codicia y la envidia. Es el apetito desmedido de las riquezas, como el amar el dinero sin saciarse del mismo (Eclesiastés 5.10), por ejemplo, los avaros no heredarán el reino de Dios (1 Corintios 6.10; Efesios 5.5; 1 Timoteo 6.9 al 10).


Lugares como Atenas en tiempos de Pablo estaba entregada a la idolatría (Hechos 17.16), similar en Corinto, ya que los griegos estaban saturados de idolatría y de sacrificio, viandas y presentes, los cuales ofrecían en sus celebraciones. Otras de las advertencias al respecto se encuentran en Apocalipsis (Apocalipsis 2.14 y 20), dirigida a Pérgamo y a Tiatira, iglesias de Asia. En el caso de la iglesia en Tiatira, donde hay adversidad contra Dios por medio de una mujer llamada Jezabel, se dice supuestamente ser profetisa, pero enseña e induce a fornicar y a comer cosas sacrificadas a los ídolos (Apocalipsis 2.18 al 23). El nombre de esta mujer es comparado con el de una mujer, hija de Et-baal rey de los sidonios, tomada por Acab rey de Israel, inducido a servir y adorar al dios falso Baal, hasta hacer un templo y altar en Samaria, y una imagen de la diosa Asera, para provocar la ira del Dios verdadero de Israel (1 Reyes 16.29 al 33). Acab actúa incitado por su mujer Jesabel (1 Reyes 21.25 al 26), quien mata a los profetas de Dios (1 Reyes 18.4 y 13), y ofrece una fuerte oposición a la palabra de Dios. La práctica de ofrecer a los ídolos proviene de los pueblos paganos, esto es abominable delante de Dios, los gentiles sacrificaban animales a sus dioses y le sacrificaban niños (Levítico 18.21). Algunas veces los israelitas incurrieron en esta práctica, por ejemplo el rey Acaz ofreció a su hijo, ya que lo hizo pasar por el fuego según las abominaciones de las gentes, además sacrificó y quemó incienso en los lugares altos a otros dioses (2 R. 16.3 al 4). Lo mismo hizo Manasés, pasó a su hijo por fuego y adoró todo el ejército del cielo y construyó altares para dioses ajenos (2 Reyes 21.5 al 6). El rey Salomón cayó en esta transgresión, él edificó altar a los dioses de las gentes incluyendo a Moloc (1 Reyes 11.4 al 8).


En el caso del conocimiento natural el ser humano descarta la vida espiritual de hijo de Dios, por su infidelidad a la fe del Dios verdadero, es hijo de desobediencia e injusticia, con su idolatría, cuando ejercen la adoración y servicio a los dioses falsos, plantan árboles en honor a la diosa Asera: “La justicia, la justicia seguirás, para que vivas y heredes la tierra que Jehová tu Dios te da. No plantarás ningún árbol para Asera cerca del altar de Jehová tu Dios…” (Deuteronomio 16.20 al 22). “Derribarás sus altares, y quebraréis sus estatuas, y cortaréis sus imágenes de Asera. Porque no te has de inclinar a ningún otro dios” (Éxodo 34.13 al 14). Hasta el mismo árbol, culturalmente, fue considerado como un dios, en la creencia de algunas personas. Jesucristo comparó su cuerpo como templo (Juan 2.16 al 22), y en la palabra encontramos lo siguiente: “¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo” (2 Corintios 6.16). Este pasaje hace alusión a una declaración del profeta Ezequiel: “… Y pondré mi santuario entre ellos para siempre. Estará en medio de ellos mi tabernáculo, y seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” (Ezequiel 37.26 al 27). En forma de analogía, así como Jesús ingresó al lugar santísimo, también entra en nuestras vidas para que lo recibamos y aceptemos con todo el corazón (Apocalipsis 3.20). Esto significa que el cuerpo humano, es constituido en templo para morada de Dios en Espíritu (Efesios 2.22), casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo (1 Pedro 2.4 al 5), la cual casa somos nosotros (Hebreos 3.1 al 6), tanto individualmente, como en iglesia (1 Timoteo 3.15). Por este motivo, para el paso entre el conocimiento natural al conocimiento celestial, es requisito el intermedio del conocimiento espiritual, que por medio de la congregación, denominación, iglesia y religión cristiana, se transmite la comunión, evangelización y el discipulado de las enseñanzas y prácticas de Jesucristo.



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La interpretación y opinión divulgada entre las comunidades de fe, a saber, congregaciones, denominaciones, iglesias y religiones cristianas, tiene influencia entendida bajo los conceptos paulinos, o de la escuela paulina, donde influyen los sucesos entorno a la vida de Pablo, las causas de su forma de pensar dentro de la comunidad de fe y su ministerio. Se reitera acerca de Pablo su gran capacidad e inspiración para escribir muchas de sus cartas: “… Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición” (2 Pedro 3.15 al 16). Un ejemplo, de un pasaje de Pablo, que algunos han convertido en controversial:


“Mas esto digo por vía de concesión, no por mandamiento. Quisiera más bien que todos los hombres fuesen como yo; pero cada uno tiene su propio don de Dios, uno a la verdad de un modo, y otro de otro. Digo, pues a los solteros y a las viudas, que bueno les fuera quedarse como yo; pero si no tienen el don en el caso de la continencia, cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando” (1 Corintios 7.6 al 9).

Pasajes como este, han contribuido a establecer reformas, inclusive normativas o reglamentarias eclesiásticas. El término reformar se relaciona con ajustar, arreglar, construir, corregir, dar nueva forma y rehacer. En el cristianismo la reforma es moderada, sin exceder el orden delimitado por Dios mediante su palabra. La Biblia tiene textos difíciles de entender, que algunos analistas o intérpretes realzan excesivamente como fundamentales entre sus doctrinas, para establecer una característica diferenciadora que los identifique y distinga en relación con la interpretación de otros grupos eclesiásticos. Ejemplos de estos pasajes bíblicos de difícil interpretación:


“Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres” (1 Corintios 15.19).


“De otro modo, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan? ¿Por qué, pues, se bautizan por los muertos?” (1 Corintios 15.29).


“Porque también Cristo padeció… en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados,…” (1 Pedro 3.18 al 20).


“Y a los ángeles que no guardaron su dignidad…” (Judas 6).


“Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz” (2 Corintios 11.14).


Para la interpretación y opinión de la lectura se requiere: “… No pensar más de lo que está escrito…” (1 Corintios 4.6), como también nos dice Pablo: “Porque no os escribimos otras cosas de las que leéis, o también entendéis; y espero que hasta el fin las entenderéis” (2 Corintios 1.13). De manera que si la Biblia se explica por sí misma, se puede evitar una interpretación especulativa, fantasiosa y de suposiciones fuera del contexto bíblico, porque una lectura ajustada a lo escrito y sentido bíblico, es la palabra de Dios sin interpretación privada e inspirada por el Espíritu Santo (2 Pedro 1.20 al 21). Tanto lo escrito como su interpretación deben ser a través del Espíritu de Dios, para que el sentido de la Escritura se explique por sí misma. Por ejemplo, existe un abuso de los supuestos ocasionados a partir de las explicaciones, realizadas por los intérpretes del Apocalipsis. Donde manifiestan opiniones fuera del contexto de la persecución a los cristianos en la época de la Roma imperial. Inclusive hacen una comparación y establecen fundamentos de cuestiones escatológicas.


También Pedro se refiere: “Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios” (1 Pedro 4.11); de esta manera se elimina la tergiversación (forzar y torcer) el sentido de la palabra de Dios al darle una mala interpretación (2 Pedro 3.15 al 16). Se requiere analizar la escritura con base en el contexto cultural e histórico, por el cual se escribe el pasaje, la necesidad resuelta en ese momento y las personas destinatarias del mensaje. Luego, tener precaución al traerlo al presente y aplicarlo en la actualidad, en nuestras propias circunstancias, o a las cuestiones futuristas, ya que siempre es necesario considerar lo establecido por Dios: “No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella” (Deuteronomio 4.2, otras citas: Deuteronomio 12.32; Proverbios 30.5 al 6; Apocalipsis 22.18 al 19). Porque hay castigo para quien afirma alguna palabra como dicha por Dios sin haberla él mandado (Deuteronomio 18.20; Jeremías 23.29 al 31, 29.23) y hay recompensa cuando no se aparta ni a diestra ni a siniestra de las palabras que ha ordenado (Deuteronomio 28.13 al 14), esto es justicia y rectitud, una posición de equilibrio entre los extremos.


Hay que tomar en cuenta que la legislación espiritual de las congregaciones, denominaciones, iglesias y religiones cristianas, son infinitas, en algunos casos incongruentes o hasta contradictorios. Por ejemplo, el conflicto, debate y polémica de la creencia de la vida eterna en el cielo o en la Tierra. Algunos tratan de justificar que Enoc fue elevado al cielo con las afirmaciones del caso de Enoc llevado por Dios (Génesis 5.24), quien vivió 365 años cuando fue llevado a otra parte (traspuesto), para que no lo mataran por causa de que él caminaba haciendo la voluntad del Creador, a través del testimonio de haber agradado a Dios (Génesis 5.22 al 23).


La trasposición del caso de Enoc es semejante a la del profeta Elías (2 Reyes 2.16), donde se alega su estancia en el cielo (2 Reyes 2.11). Pero subió al primer cielo, las Escrituras mencionan el término cielos en plural (Nehemías 9.6; Salmos 148.4), por ejemplo, el apóstol Pablo menciona acerca del tercer cielo (2 Corintios 12.2). Elías no fue llevado en visión, sino en un torbellino, él simplemente fue trasladado de Samaria a Judá, porque tiempo después le llegó una carta a Joram rey de Judá, enviada por el profeta Elías (2 Crónicas 21.12), cronológicamente esto sucede posteriormente después de ser alzado en el torbellino, ya Jehová había intentado alzarlo en un torbellino antes (2 Reyes 2.1), el Espíritu de Jehová le llevaba en esa forma a cualquier parte (1 Reyes 18.12; 2 Reyes 2.16). También es traspuesto Felipe el diácono y evangelista, para ser llevado a Azoto (Hechos 8.39 al 40).



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Aunque la lectura y estudio continuo de un libro, es como la inmersión en las profundidades de un océano de conocimiento y un vuelo lejano del pensamiento, a lo más interno de un mundo de conciencia y entendimiento, es de especial provecho y sustancioso para la vida cotidiana, la comprensión de los temas que fomentan la ética cristiana y su relación con la cristología.


Jesús rodeado de personas ignorantes (Lucas 18.34, 24.25 al 27; Hechos 3.17 al 18), creció desde niño en sabiduría y en gracia para con Dios y los hombres (Lucas 2.52), su mente fue sumergida en un océano de conocimiento (Mateo 13.54; Lucas 4.21 al 22 y 32), llena de la luz de Dios, clara y transparente. Tiene el entendimiento encendido, semejante a una antorcha resplandeciente, con lo cual ilumina el conocimiento de la gloria de Dios a través de él (2 Corintios 4.6). El ser humano, por causa del mal, estaba destituido de la gloria de Dios. Cristo con su venida, tuvo la misión de reconciliarnos con el Padre. Se establece un nexo entre Dios y los seres humanos, con Jesucristo como mediador (Romanos 5.8 al 11). Dios es el que resplandece en los corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo (2 Corintios 4.3 al 6).


Al relacionar el simbolismo del primer pacto con el nuevo, en la parábola de Jesús, refiriéndose al reino de los cielos, comparado con diez vírgenes, encontramos acerca del aceite puro como la unción del Espíritu (Salmos 89.20), significa las personas preparadas en espera del Señor, en forma constante y permanente (Mateo 25.1 al 13). Las lámparas representan la palabra (Salmos 119.105) y la unción del Espíritu posibilita percibir la comprensión y discernimiento. Jesús menciona que la lámpara del cuerpo es el ojo (Mateo 6.22 al 23), y si el ojo es bueno, todo el cuerpo está lleno de luz. Jesús insta a las personas a ser la luz del mundo, donde vean las buenas obras y glorifiquen al Padre de los cielos (Mateo 5.14 al 16).


Por lo tanto, las lámparas son las personas conservadoras de la palabra de Dios con la unción del Espíritu, son aquellos siervos vigilantes, con sus lomos ceñidos y sus lámparas encendidas, preparados, velando y esperando la venida del Señor (Lucas 12.35 al 40; Apocalipsis 2.5), en forma continua y permanente. Dios puso una luz para alumbrar el camino del ser humano, mencionado por el salmista al decir: “Envía tu luz y tu verdad; éstas me guiarán; me conducirán a tu santo monte, y a tus moradas” (Salmos 43.3).


Las Sagradas Escrituras pueden influir sabiduría necesaria para la salvación por la fe que es en Jesucristo, son inspiradas por Dios y útiles para redargüir, para corregir, para instruir en justicia (2 Timoteo 3.15 al 17; 2 Pedro 1.20 al 21), fue escrita para nuestra enseñanza (Romanos 15.4). La palabra de Dios es verdad (Juan 17.17). Jesucristo no enseñó como de parte suya, sino lo que el Padre le daba que hablase (Juan 12.49). Las palabras que habló Cristo son espíritu y son vida (Juan 6.63), la persona que cree en él como dice la Escritura (Hechos 18.28), tiene promesa de que en su interior fluya el Espíritu de Dios (Juan 7.38 al 39). El cielo y la tierra pasarán pero sus palabras no pasarán (Salmos 119.89 al 90; Mateo 24.35). La palabra siempre cumple su propósito en aquello para lo que es enviada (Isaías 55.10 al 11).


El apóstol Pablo le recomienda a Timoteo ocuparse en la lectura, la exhortación y la enseñanza (1 Timoteo 4.13). Jesús mismo dice que escudriñemos las Escrituras o sea que las examinemos y averigüemos en forma minuciosa lo que está escrito (Juan 5.39), él nos dio el ejemplo de dominar plenamente las Escrituras (Lucas 24.27), en la sinagoga se levantó a leer (Lucas 4.16). Así como fue abierto el entendimiento de los discípulos, para comprender las Escrituras (Lucas 24.45; Hechos 16.14), también recibimos la ayuda a través del Espíritu Santo para entender las mismas (Juan 14.26).


La palabra de Dios alumbrará el camino en nuestro diario vivir (Salmos 119.105), por esta causa es buena costumbre leer todos los días una porción de la Escritura. Este tipo de hábito mantiene los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal (Hebreos 5.14). En la Biblia encontramos varios ejemplos de personas que acostumbraban leer la Escritura, está el caso del etíope (Hechos 8.27 al 35), los hermanos de Berea que la escudriñaban cada día (Hechos 17.11), y Timoteo que desde niño sabía las Sagradas Escrituras (2 Timoteo 3.15).


En la aplicación de estatutos y juicios justos que Dios ha dado, al guardarlos y ponerlos por obra (Deuteronomio 4.5 al 8), está la sabiduría y la inteligencia, y es Jehová quien da directamente la sabiduría en la persona (Proverbios 2.6; Santiago 1.5). Hay palabra de edificación, exhortación y consolación dada por el Espíritu Santo para beneficio de la iglesia, ya que infunde sentimientos de paz, piedad y virtud, buscando cada uno agradar a su prójimo en lo que es bueno (Romanos 14.19, 15.2 al 5; 1 Timoteo 4.13; 2 Timoteo 3.16, 4.12). Bíblicamente el profetizar es para edificación, exhortación y consolación (1 Corintios 14.3). Es necesario seguir lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación (Romanos 14.19). Impulsar el ánimo y la edificación los unos a los otros (1 Tesalonicenses 5.11), con enseñanza edificante cuando se trata de exhortar con algunos mensajes, se debe hacer con mucho amor, cuidado y prudencia. Hay mensajes con el objetivo de consolar a la iglesia, cuando hay aflicción, angustia o persecución.



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Dios hizo al hombre recto, más ellos buscaron muchas perversiones (Eclesiastés 7.29), por consiguiente el pecado deja al hombre en condición de muerte (Colosenses 2.13; 1 Pedro 2.24). En esta condición nadie puede justificarse delante de Dios (Job 25.4; Isaías 59.2; Jeremías 2.22), por lo tanto, Dios por amor preparó un Plan de Salvación (Juan 3.16), ya que Jesucristo vino a salvar lo perdido (Mateo 18.11). El pecado es la desobediencia a Dios, así como la acción de Adán y Eva, tuvo consecuencias al desobedecer el mandamiento de Dios. Por esta transgresión fueron expulsados del Edén los primeros seres humanos (Génesis 3.1 al 24), quedando el ser humano destituido de la gloria de Dios por cuanto todos pecaron (Romanos 3.23), siendo acusados de estar bajo pecado (Romanos 3.9). El pecado entró en el mundo por un hombre, y como consecuencia la muerte, así la muerte pasó a todos los humanos (Romanos 5.12). Desde el principio su tendencia es el pecado (Génesis 3.6, 6.5), entonces la paga del pecado es la muerte (Romanos 6.23).


Para la redención del pecador, Jesús nos rescató con su muerte en la cruz. Por la redención obtenemos el perdón de pecados (Efesios 1.7). Pagó un precio con su sangre y nos sacó de la esclavitud del pecado, llevándonos a la santidad, ya que nos redimió de toda iniquidad (Tito 2.14), a fin de que por la fe recibiéramos la promesa del Espíritu (Gálatas 3.13). Somos justificados mediante la redención que es en Cristo Jesús (Romanos 3.24 al 26). Dios nos libró de la potestad de las tinieblas, y nos trasladó al reino de su Hijo, en quien tenemos redención por su sangre (Colosenses 1.13 al 14; Apocalipsis 5.9 al 10), de manera que Cristo Jesús además de sabiduría, justificación y santificación, ha sido nuestra redención (1 Corintios 1.30). Además a través de Jesucristo recibimos la restauración.


Esta restauración consiste en que el pecador vuelva a la condición que tenía antes de haber pecado, con completa recuperación (Ezequiel 33.11 y 14 al 16). Restaurarse es el resultado de la conversión, es como entresacar lo precioso de lo vil (Jeremías 15.19), es restaurar la justicia en el ser humano (Job 33.26). Para la restauración es necesaria la intervención de la mansedumbre (Gálatas 6.1). En la parábola del hijo pródigo se da un ejemplo de volver en sí y restaurarse (Lucas 15.17 al 24). La persona afligida debe suplicar a Dios que la restaure (Salmos 80.3, 7 y 19, 85.4), con los siguientes pasos:


a) Levantarse con fe y surgir de la condición pecaminosa con la ayuda de Dios.


b) Impulsarse a seguir adelante, fortalecido de la mano de Jesucristo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4.13).


c) Desenvolverse y motivarse con el apoyo de su propio esfuerzo para ejercitarse en sus principios y valores.


d) Mantenerse con la ayuda del Espíritu Santo, permanecer y perseverar hasta el fin en la gracia, obediencia y santidad a Dios.


El primer paso es tener fe en Dios, sin la misma es imposible ser de su agrado (Hebreos 11.6), hasta alcanzar un conocimiento confiado, firme y seguro en lo que se espera, con la creencia y seguridad aún sin haberlo visto, porque la fe es la certeza de lo esperado y convicción de lo que no se ve (Hebreos 11.1), por lo tanto, es necesario andar por fe y no por vista (2 Corintios 5.7). Esta fe viene por el oír de la palabra de Dios (Romanos 10.17).


Sin embargo, tener fe en Dios no es solo saber su existencia, sino creer a su voluntad y hacer como él manda, es creer a su juicio y a su recompensa, porque sin obras de obediencia a Dios y misericordia al prójimo, entonces la fe es muerta (Santiago 2.14 al 26). Por la fe creemos en todo lo hecho por Dios y alcanzaron buen testimonio los antiguos; no se pudo por las obras de la ley de Moisés ser plenamente justificado (Hechos 13.39), como la circuncisión, apedrear a los transgresores, hacer sacrificios, ofrendas, holocaustos y expiaciones por el pecado, sino mediante la fe en Dios (Habacuc 2.4; Romanos 1.17; Gálatas 3.1 al 5, 11; Efesios 2.8 al 9; Hebreos 11.2 al 40): “Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” (Romanos 1.17).


La justificación no fue por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino que somos justificados por la gracia de Dios, debido a su misericordia, regeneración y renovación en el Espíritu Santo (Tito 3.4 al 7). Para la justificación es necesaria tanto la gracia como la fe en forma recíproca, ya que van de la mano. Somos justificados por la fe y es por medio de Jesucristo que tenemos entrada por la fe a la gracia, una vez justificados en su sangre, por él seremos salvos (Romanos 5.1 al 2 y 9).


El resultado de la gracia es la salvación, por medio de la fe que es don de Dios (Efesios 2.7 al 8). De manera que el poder que justifica es la gracia divina, mediante la fe que nos responsabiliza a hacer justicia a los demás, ya que primeramente actúa la misericordia de Dios, luego por la misericordia recibida se procura hacer misericordia, con buenas obras y útiles a los seres humanos para ayudar en los casos de necesidad (Tito 3.8 y 14).


La justificación no es consecuencia de obras propias, sino que las buenas obras son un resultado de la gracia y la fe que opera justicia y paz en la persona. Las obras evidentemente son las de Jesús. El conocimiento espiritual se basa en los dones, ministerios y operaciones de Dios, figurativamente correspondientes al gobierno del segundo cielo, en relación con lo espiritual. Buscar a Dios es buscar la santidad: “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Isaías 57.15). El Señor Jesús es el puente y gran sumo sacerdote, entre el Padre y el ser humano (Hebreos 4.14 al 15), es más sublime que los cielos (Hebreos 7.26 al 27).



[61]

Cuando nos allegamos a Dios, le creemos y andamos en sus caminos, nos da potestad de ser llamados sus hijos (Juan 1.12). Un hijo de Dios con temor, obediencia y sometimiento a su palabra, es llamado a ser santo porque Dios es santo (Isaías 6.3): “SANTIDAD A JEHOVÁ” (Éxodo 28.36), “… santificado sea tu nombre” (Mateo 6.9).


La santificación de nuestro ser es necesaria para alcanzar la salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad (2 Tesalonicenses 2.13). Debemos ser santos como Dios es santo (Levítico 11.44, 19.2, 20.7 al 8; 1 Pedro 1.15 al 16), porque la voluntad de Dios es nuestra santificación (1 Tesalonicenses 4.3). Somos llamados a ser santos para Dios, así como él nos da ejemplo, para estar apartados de las formas de vida de injusticia y maldad, ajenas a Dios (Levítico 20.26). Santo significa apartado como el siervo Job, apartado del mal y temeroso de Dios, esto lo hacía íntegro y perfecto delante de Dios (Job 1.1 y 8).


El apóstol Pablo se dirige a los miembros de la iglesia de Dios, como santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos (Romanos 1.7; 1 Corintios 1.2; 2 Corintios 1.1, 13.12; Efesios 1.1; Filipenses 1.1; Colosenses 1.2). Además la Biblia dice que el santo, sea santificado todavía (Apocalipsis 22.11), porque tenemos por fruto la santificación (Romanos 6.19 y 22). La palabra santo se relaciona con la perfección (2 Corintios 7.1), santificándonos en la verdad que es la palabra (Juan 17.17 y 19), alabando a Dios como santos (Salmos 148.14), porque Dios nos ha llamado a santificación (1 Tesalonicenses 4.7), ya que nosotros también tenemos que ser apartados del mal (Juan 17.15), perfeccionando la santificación en temor de Dios (2 Corintios 7.1).


Cristo con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados (Hebreos 10.14). Hay que luchar por la perfección (2 Corintios 13.11), así como la palabra de Dios dice que seamos perfectos, porque nuestro Padre es perfecto (Mateo 5.48). También Jesús oró por sus discípulos para que fueran perfectos en unidad (Juan 17.23). El mismo Jesucristo nos perfecciona (1 Pedro 5.10), entonces es necesario presentarnos perfectos en Cristo Jesús, a través de la amonestación, enseñanza y sabiduría (Colosenses 1.28), para estar firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere (Colosenses 4.12). Por medio de las Sagradas Escrituras podemos llegar a ser perfectos, enteramente preparados para toda buena obra (2 Timoteo 3.16 al 17), en la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo (Efesios 4.13). Dios pide perfección a sus escogidos (Deuteronomio 18.13; 1 Corintios 1.10; 2 Corintios 13.11; Filipenses 3.15 al 16; Colosenses 4.12), rectitud y perfección al habitar y permanecer en la tierra (Proverbios 2.21).


Dios insta al patriarca Abraham a ser perfecto delante de él (Génesis 17.1). El justo es similar a la luz de la aurora, en aumento hasta la perfección del día (Proverbios 4.18). El joven rico a pesar de guardar los mandamientos, Jesús le recuerda la posibilidad de ser perfecto el no apegarse a lo material como prioridad (Mateo 19.21). La paciencia en forma completa nos ayuda a ser perfectos y cabales (Santiago 1.4). Si alguno no ofende en palabras es perfecto (Santiago 3.2). El amor es el vínculo perfecto (Colosenses 3.14). Pablo refiere la perfección como algo alcanzable: “… yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante…” (Filipenses 3.12 al 16).


En el caso de Jacob y Esaú desde antes de su nacimiento, Dios conoce el futuro de ambos y sus descendientes (Romanos 9.11 al 16), también utiliza a faraón según su propósito (Éxodo 7.3; Romanos 9.17). Aunque la Escritura menciona su deseo de la salvación para todos los hombres (1 Timoteo 2.4), sin acepción de personas (Juan 3.16 al 18; Hechos 10.34), muchos acontecimientos se forman previamente en el plan de Dios y otros suceden con su permiso. La Escritura dice que Dios por su beneplácito, o sea, aprobación y permiso, da a conocer el misterio de su voluntad, lo que se había propuesto en sí mismo para reunir en Cristo Jesús, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos: que recibiéramos la herencia en Cristo, según el propósito y designio de Dios, para ser sellados por el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de la herencia (Efesios 1.9 al 14).


La predestinación tiene que ir acompañada de consagración y santificación. Aun en los que son predestinados, se cumple el proceso de ser primeramente llamado como escogido (Mateo 20.16, 22.14; Apocalipsis 3.20). El Señor sabe quién va a creer en él y quién no va a creer (Juan 6.64). Hay algunos pasajes donde se demuestra claramente que Dios escoge un solo sentido o camino, que es hacer su voluntad, sin embargo, el ser humano se toma la libertad al escoger, actuando con rebeldía y oposición, en sentido contrario a ese camino trazado por Dios (Génesis 4.7, 8.21; Deuteronomio 30.15 al 19; Josué 24.15; 2 Samuel 11.1 al 17; 1 Reyes 11.1 al 10, 18.21; 2 Reyes 17.33; Isaías 1.18 al 20), por esta razón manda a arrepentirse (Lucas 24.47; Hechos 2.38, 3.19), dice que si el justo se retirare no agradará a su alma (Hebreos 10.38 al 39).


Además en la carta a los Romanos, Pablo menciona el tema en el capítulo 8, versículos 28 al 39: a quienes aman a Dios, conforme al propósito de él, son llamados. En el versículo 29 al 30, hace notorio su plan o proceso: los que antes conoció, también los predestinó, para que fuesen hechos conforme a la imagen de Cristo, porque él es el primogénito entre muchos hermanos. Y continúa diciendo acerca de los predestinados, los llamó y los justificó, y a los que justificó también glorificó. Siendo la razón por la que Pablo menciona que nada nos puede separar del amor de Dios, en Cristo Jesús. Aun los escogidos, requieren el esfuerzo por la salvación (Mateo 24.13), por ejemplo, el sufrir persecución (Mateo 5.10 al 12).



[62]

El nuevo entendimiento acerca de la vida espiritual, no se limita a realizar solamente actividades naturales de subsistencia: alimentación, descanso, domicilio, esparcimiento, estudio, familia, trabajo y vestido, sino que incorpora actividades eclesiásticas, acción espiritual, comunitaria y social, trabajo clerical, laico y ministerial, ayuno, consagración, contemplación, lectura y estudio bíblico, meditación, oración, práctica de los valores del reino de Dios, reflexión, santidad y vigilia, para la convivencia en armonía, conmiseración, bien común, paz y solidaridad. La vida es un equilibrio, se requiere integrar y satisfacer las necesidades biológicas, docentes, económicas, educativas, espirituales, fisiológicas, religiosas y sociales. Cultivar el intelecto, el carácter, la personalidad, la sociabilidad, la comunión, con los demás, uno mismo, el medio ambiente, con Dios el Padre, su Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo.


En vista de la necesidad de comunión del ser humano, tanto con Dios como con las demás personas, en beneficio de su relación personal y con el medio ambiente que le rodea, existen actividades que enriquecen espiritualmente y socialmente al creyente, hablamos del ayuno, convites de comidas fraternales y vigilias. En cada reunión de la comunidad de fe y en la actividad de culto se cumple con la comunión y congregación.


Dios es digno de suprema alabanza, entonces es bueno exaltar su misericordia (Salmos 106.1, 117.1 al 2, 145.3). Hay que aclamar alegremente a Jehová y cantarle con júbilo, venir ante su presencia con regocijo (Salmos 95.1 al 2, 100.1 al 5). Una de las cosas principales que debe tener el hijo de Dios en su corazón y en su vida es el gozo del Espíritu de Dios. Al estar alegre una forma de demostrarlo es cantando alabanzas (Santiago 5.13), hay que darle la gloria y la honra a Dios Padre, pues es el creador de lo visible e invisible, y a su Hijo Jesucristo (Apocalipsis 4.11, 5.11 al 14). Hay que cantar con salmos, himnos inspirados y alabanzas reveladas (Efesios 5.19). También la alabanza a Dios es un elogio a él (Hebreos 13.15), y es el aprendizaje y obediencia a su palabra (Colosenses 3.16).


La adoración es la alabanza, culto, obediencia y oración a Dios Padre que está en el cielo y a su Hijo Jesucristo, con conciencia de lo que se hace, o sea, conocimiento interior y reflexivo para hacer el bien y evitar el mal. En el acto de adoración que describe el salmista involucra arrodillarse y postrarse delante de Jehová nuestro Hacedor (Salmos 95.6).


La oración es la comunicación directa del ser humano con Dios. Hay poder en la oración y es eficaz. Se requiere orar al Padre en el nombre de su Hijo Jesús (Juan 14.13 al 14), crédulo de recibir la petición (Mateo 21.22). Hay que orar a Dios para hacer lo bueno y evitar el mal (Mateo 6.13; 2 Corintios 13.7). Es necesario orar siempre sin desmayar (Lucas 18.1), porque Dios oye al temeroso y obediente de su voluntad (Juan 9.31). El oye la oración sincera hecha con humillación (2 Crónicas 7.14; Santiago 4.8 al 10), que se acerca y le busca con fe (Hebreos 11.6), porque es importante el espíritu quebrantado, con el corazón contrito y humillado (Salmos 51.17). La obediencia es clave para ser escuchada (Proverbios 28.9), y el estar en paz con el prójimo (Mateo 5.23 al 24). Es necesaria la oración en comunidad (Hechos 12.12), rogar los unos por los otros (Santiago 5.16), orar por los miembros de la iglesia (Efesios 6.18), y por los seres humanos (1 Timoteo 2.1 al 3) en general.


Hay pasajes acerca de la oración de postrado y rodillas (Salmos 95.6). Conforme se pueda, se recomienda la oración en estas posiciones, siempre y cuando las condiciones del lugar lo permitan o no haya ningún impedimento, debido a capacidad física diferente. Es devoción realizar la oración de rodillas, como el profeta Daniel que se hincaba de rodillas tres veces al día (Daniel 6.10), esta posición es una forma de humillación ante Dios. En la Biblia la expresión caer sobre el rostro significa postrarse (Números 14.5, 16.4; 2 Crónicas 7.3). Se debe doblar las rodillas en el nombre de Jesucristo (Isaías 45.23; Hechos 21.5; Romanos 14.11; Filipenses 2.10 al 11). Jesús nos dio el ejemplo cuando oró de rodillas ante el Padre (Lucas 22.41). El apóstol Pablo dejó precedente de orar en esta posición (Efesios 3.14).


La oración debe hacerse con orden, porque se ora con el espíritu y con el entendimiento (1 Corintios 14.15 y 40), la oración colectiva debe ser por una situación a la vez (Hechos 1.24, 4.24; Colosenses 4.2 al 4), cuando se ora todas las mentes deben estar unificadas en un mismo pensamiento. En cuanto a esto, la oración pública en la congregación se recomienda su dirección por una sola persona (2 Crónicas 6.12 al 13; 1 Corintios 14.16 al 17), porque la oración del grupo con diversidad de peticiones a la vez, no puede sobrepasar en tono por encima de quien dirige la oración (1 Corintios 14.23), se realiza la oración con la mente.



NACER DE NUEVO: DESTINO POR VOCACIÓN

El nacer de nuevo es un proceso de acercamiento a Dios; es nacer del agua y del Espíritu, para dejar atrás la vida antigua (Juan 3.1 al 8); es un cambio de vida, de actuar, hablar y pensar, sin la vanidad de la mente (Efesios 4.17). Volver a nacer es renovar el espíritu o intención de la mente (Efesios 4.22 al 23), por el llamamiento, arrepentimiento, conversión y santificación. Abandonar el sistema de injusticia y ser una nueva criatura (2 Corintios 5.17), con renuncia de la pasada manera de vivir, vestida del nuevo ser humano creado según Dios: en la justicia y santidad de la verdad (Efesios 4.24), renovada hasta el conocimiento pleno (Colosenses 3.9 al 10), para ser un portador de la luz, con la llama de fuego divino, de fe, gracia y amor de Dios genuino y con júbilo permanente.


La Biblia dice: “… Nicodemo, un principal entre los judíos. Este vino a Jesús de noche y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro… Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios…” (Juan 3.1 al 8).



BAUTISMO FAMILIAR

El apóstol Pablo menciona en una de sus cartas el bautismo familiar: “También bauticé a la familia de Estéfanas…” (1 Corintios 1.16). Por otra parte, se menciona la expresión “la iglesia que está en su casa”:


“Hermanos, ya sabéis que la familia de Estéfanas es las primicias de Acaya, y que ellos se han dedicado al servicio a los santos. Os ruego que os sujetéis a personas como ellos, y a todos los que ayudan y trabajan. Me regocijo con la venida de Estéfanas, de Fortunato y de Acaico, pues ellos han suplido vuestra ausencia. Porque confortaron mi espíritu y el vuestro; reconoced, pues, a tales personas. Las iglesias de Asia os saludan. Aquila y Priscila, con la iglesia que está en su casa, os saludan mucho en el Señor” (1 Corintios 16.15 al 19). Esto es la iglesia doméstica.

La Biblia muestra varios ejemplos de bautismo familiar, por ejemplo, el caso de Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira: “Y cuando fue bautizada, y su familia…” (Hechos 16.14 al 15). Bautizar una familia, sin discriminación de la edad, es válido, condicionado al compromiso de los progenitores o encargados familiares, en mantener la instrucción y seguimiento de la familia en las obligaciones cristianas, inclusive de los niños pequeños, infantes, adolescentes o jóvenes bautizados, para el crecimiento en la fe y el proceso de madurez física y espiritual, especialmente en la perseverancia hasta el fin: “Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo. Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mateo 24.13 al 14). Esto aplicaba tanto en el año 70 de la destrucción de Jerusalén, como en el tiempo actual, porque la perseverancia es indispensable para mantener siempre los principios y valores.


En varias ocasiones Pablo dirige sus saludos a través de sus cartas, con la mención de la expresión: “iglesia de su casa” (Romanos 16.5) o “iglesia que está en su casa” (Colosenses 4.15; Filemón 2). Esto hace alusión a la iglesia familiar, pero no se refiere exclusivamente a la reunión litúrgica de un grupo de personas parientes, similar a una casa de oración o templo, sino a una vida familiar en Jesús. Por lo tanto, el sentido de la iglesia familiar está en la comunión familiar y la promesa de salvación mediante Jesucristo. Cuando Pablo le dijo al carcelero, que creyera en el Señor Jesucristo y sería salvo él y su casa (Hechos 16.31), se refiere a la educación cristiana, proyectada primeramente desde el núcleo familiar hacia la iglesia en general. La parte más pequeña eclesiástica es la familia, por medio de Jesús, según la promesa a Abraham: “… En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra” (Hechos 3.25).


Es en el hogar donde fundamentalmente y de suma importancia, se transmiten e inculcan los principios y valores cristianos a los niños, niñas, adolescentes y demás jóvenes de la iglesia. Es responsabilidad de cada familia velar por la conducta y proceder de sus hijas e hijos y dar cuentas de su crianza. Entonces, cuan necesario es la morada de Jesús en cada familia representada en la iglesia, como en cierta ocasión el Señor entró en casa de un varón llamado Zaqueo y dijo: “Hoy ha venido la salvación a esta casa…” (Lucas 19.8 al 9), momentos antes Zaqueo expresa su condición de arrepentimiento, conversión y muestra las obras de justicia delante del Señor. Por lo tanto, Jesús reina en cada familia y es el modelo para los padres de familia y estos a su vez son el ejemplo y modelo para sus hijas e hijos.


La Biblia testifica de un varón llamado Cornelio, al cual declara como justo, temeroso de Dios y de buen testimonio (Hechos 10.22), además se menciona su piedad y temor de Dios con toda su casa, además de su constante oración a Dios (Hechos 10.1 al 2). Así como Jesús es sacerdote en su pueblo (Hebreos 7.20 al 8.2), los padres de familia ejercen un sacerdocio en sus familias (1 Pedro 2.5 y 9), orando intensamente a Dios por sus hijas e hijos, clamando por las promesas y bendiciones para ellos. En la antigüedad, un varón llamado Job, temeroso de Dios y apartado del mal (Job 1.1), rogaba e intercedía ante Dios por sus hijos y en esa época se levantaba de mañana, ofreciendo holocaustos conforme al número de todos ellos (Job 1.4 al 5), similar a una alegoría de un sacerdocio familiar. La Biblia dice: “sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo…” (1 Pedro 2.5). Además dice: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios…” (1 Pedro 2.9).


El amor, ayuno, ejemplo, esfuerzo, instrucción, oración y testimonio de los padres de familia, es el medio para ofrecer como aporte de mediación en pro de sus hijos. Aún en los hijos e hijas hasta cierta edad, reciben santificación por medio de la conducta y vida cristiana de uno de sus padres, inclusive el cónyuge cuando no es creyente, es santificado por medio de su pareja cristiana (1 Corintios 7.14). La educación cristiana familiar, se imparte a sus miembros, por medio de sus dirigentes, en este caso, los padres de familia, cuando asumen la responsabilidad de la educación y comportamiento de sus hijos, como está escrito: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22.6). Jesús no permitía que los discípulos impidieran la presentación de los niños al Señor, donde él imponía sus manos y los bendecía (Mateo 19.13 al 15; Marcos 10.13 al 16; Lucas 18.15 al 17). Así los niños pueden ser incluidos en el bautismo familiar: “… ¿qué debo hacer para ser salvo? Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa. Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa… y en seguida se bautizó él con todos los suyos…” (Hechos 16.27 al 34).


Los temas como el afecto y cariño entre cónyuges y entre padres e hijos, aporte en las finanzas, autoestima, ayuda mutua, buenos sentimientos, compañerismo, compartir la felicidad en los buenos momentos y dar apoyo en las malas situaciones, comportamiento correcto, cooperación y solidaridad con sus familiares, desarrollo y fortalecimiento de principios y valores, disciplina y motivación al estudio y al trabajo, distribución de trabajo en los quehaceres del hogar, estimular los buenos hábitos y las sanas costumbres, gratitud de los hijos, incentivar la fuerza de voluntad y el amor, madurez en la forma de pensar, mantener la dignidad y reaccionar decentemente a las circunstancias, prosperidad y solidaridad espiritual y material en la familia, reconocer los puntos débiles y aportar soluciones, resaltar las virtudes, respeto, responsabilidad paternal, vencer el mal con el bien, entre otros temas que son necesarios para el crecimiento y desarrollo familiar y del hogar.



BAUTISMO DE JESÚS

En los evangelios está la expresión referente al bautismo de Jesús en los tres tiempos verbales: pasado, presente y futuro, complemento uno del otro y necesarios como modelo en el proceso del cristiano (verificado en distintas traducciones de la Biblia, se incluye un ejemplo de la versión Reina-Valera revisión 1960, el subrayado es nuestro):


1) Pasado :


“Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua…” (Mateo 3.16).


“Aconteció en aquellos días, que Jesús vino de Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán” (Marcos 1.9).


2) Presente:


“… ¿Podéis beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Ellos dijeron: Podemos. Jesús les dijo: A la verdad, del vaso que yo bebo, beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados” (Marcos 10.38 al 39).


3) Futuro:


“Fuego vine a echar en la tierra; ¿y qué quiero, si ya se ha encendido? De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!” (Lucas 12.49 al 50).


1) En el caso del verbo bautizar en tiempo pasado: se toma en cuenta la vida ejemplar de Jesús, obediencia y fidelidad delante del Padre, como el equivalente al arrepentimiento y conversión predicados por Juan el Bautista y confirmados a través del bautismo de inmersión en agua. Jesús al comenzar su ministerio, tiene cerca de treinta años, desde su inicio se muestra ante el pueblo como un ejemplo o modelo, en justicia y obediencia. Su condición en el conocimiento y práctica de la palabra de Dios es testificada por la voz del Padre al llamarlo “Hijo amado”, en quien tiene complacencia (Lucas 3.21 al 23). Esto demuestra que Jesús está preparado en el momento de recibir el bautismo de inmersión en agua, porque cumple con la condición de limpieza en su mente, por el conocimiento de la palabra de Dios. Jesús no comete pecado ni se halla engaño en su boca (1 Pedro 2.22); desde niño crece en sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y los hombres (Lucas 2.40 y 52), la limpieza adquirida por la palabra de Dios, lo prepara para enfrentar y resistir el pecado.


Jesús se mantiene fiel a Dios en su ministerio de principio a fin. Se presenta oficialmente en el cumplimiento de su misión a partir del bautismo en agua, previo a un período de preparación con ayuno y oración. Pero esta presentación la hace con conciencia, conocimiento, convicción y voluntad, figura del verdadero arrepentimiento, conversión y santidad, requisito de toda persona emprendedora del camino de servicio ministerial, fidelidad a Dios y dispuesta a enfrentar adversidades y pruebas de consagración.


Jesús requiere ser bautizado en agua, porque conviene ser modelo para las demás personas, cumplir así plenamente la justicia, aunque en su caso no sea un bautismo para perdón de pecados, pero es necesario o conveniente hacerlo igual, para mostrarse como ejemplo, en cumplimiento de toda justicia y obediencia a Dios (Mateo 3.13 al 15). Así como Juan el Bautista, cumple la misión de preparar el camino, para la primera venida de nuestro Señor Jesucristo, mediante la predicación de arrepentimiento, conversión y santificación. En la actualidad corresponde la labor ministerial del anuncio de las buenas nuevas de salvación y del evangelio del reino de Dios, preparar el camino de la segunda venida del Señor Jesucristo, quien viene esta vez sin relación al pecado, sino para salvar a cuantos lo esperan (Hebreos 9.28).


2) En el caso del verbo bautizar en tiempo presente: una vez bautizado Jesús en inmersión en agua, continúa su proceso de servicio a Dios, inclusive de sufrimiento constante por la espera de su arresto, escarnio, tortura y crucifixión. Aunque era obediente e Hijo de Dios, por el padecimiento aprende la obediencia, es perfeccionado por su temor reverente, con ruegos y súplicas de gran clamor y lágrimas (Hebreos 5.7 al 8). Sufre el dolor en carne y hueso, en condición humana termina con el pecado y vive conforme con la voluntad de su Padre (1 Pedro 4.1 al 2).


Jesús tiene un bautismo constante, lleno de la palabra de Dios por medio del conocimiento y la comunión por la oración, es lleno del Espíritu Santo para fortaleza en las pruebas, vive constantemente un bautismo. Sufre lo amargo de la aflicción, burlas, dolor, escarnios, flagelación, juicio, maltrato, ofensas, padecimientos, persecuciones, sufrimiento y traición. Lo abofetean, azotan, desnudan, escupen, hieren, humillan, niegan y finalmente crucifican.


3) En el caso del verbo bautizar en tiempo futuro: Juan el Bautista al bautizar menciona al venidero tras él, o sea, se refiere a Jesús, el Cordero de Dios redentor del pecado del mundo (Juan 1.29 al 30), esto nos lleva a tres años y medio después, cuando Jesucristo derrama su sangre en la cruz para redención y salvación del pecado (Mateo 1.21). Jesús experimenta el bautismo como un proceso, llega a su plenitud cuando es levantado por su propio Padre (Hechos 2.22 al 24 y 32, 5.30, 13.29 al 30, 17.31), de la muerte de tres días (Marcos 10.33 al 34; Hechos 10.40 al 41), porque no lo deja sumergido en el sepulcro, equivalente para nosotros a un bautismo simbólico en su muerte, mediante la inmersión de la persona en agua e inmersión en el Señor Jesús, o sea, las personas vivas físicamente, mueren al pecado y resucitan para vivir llenas de la plenitud de Cristo espiritualmente.


El punto es el siguiente: hay un bautismo de inmersión en Jesús, el mismo es un bautismo representativo de su muerte (1 Corintios 15.29), entonces se toma el bautismo histórico de Jesús mismo como un proceso, modelo de la condición previa, durante y después de descender a las aguas. No basta con descender a las aguas y creer que con este acto, ya se es salvo por siempre, por lo contrario, se cuenta la condición previa y posterior, con fidelidad a Dios en todo tiempo, gozo perpetuo y servicio permanente. Por esta razón es un bautismo de inmersión en Jesús, principio y fin, él es, era y ha de venir, es el mismo de ayer, hoy y siempre (Hebreos 13.8; Apocalipsis 1. 8).


Ahora bien, Juan el Bautista es lleno del Espíritu Santo (Lucas 1.15), no obstante, él considera necesario ser bautizado por Jesús (Mateo 3.14). El bautismo de inmersión en Jesús es para testificar como Jesús lo hizo. Al iniciar Jesús su ministerio, Juan recibe su inmersión en Jesús y se cumple, igualmente, toda justicia en él. Luego es arrestado, encarcelado y decapitado por causa de testificar y denunciar la injusticia, a través del mensaje de la palabra de Dios. Según palabras de Jesús, Juan vino en camino de justicia y los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo no le creyeron, pero publicanos y rameras creyeron al mensaje, y se convirtieron; mientras los principales sacerdotes y los ancianos no se arrepintieron de sus malos caminos para creerle (Mateo 21.23 al 32; Lucas 7.29 al 30).


Por otra parte, posteriormente, los impíos e injustos, van a ser lanzados en el fuego del castigo, o sea en el lago de fuego ardiente con azufre preparado para los pecadores (Apocalipsis 20. 12 al 15). Juan, el Bautista le llama paja quemada en el fuego donde nunca se apaga (Mateo 3.11 al 12), se refiere al fuego proveniente del Dios Eterno, por eso es un fuego eterno en relación con su procedencia, una sentencia firme para quienes no demuestran frutos dignos de arrepentimiento y conversión, así como el árbol sin buen fruto es cortado y echado en el fuego: “Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa en el fuego” (Lucas 3.9). Además: “Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7.19 al 20).



JESÚS Y PEDRO COINCIDEN CON EL PROCESO DEL BAUTISMO

El proceso del bautismo de acuerdo con la mediación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, según cada caso tiene una causa y un efecto:


Causa y efecto del bautismo

Figura 1. Causa y efecto del proceso del bautismo según la mediación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Es necesario para toda persona reunir las diferentes etapas del proceso del bautismo. En el caso del arrepentimiento, da como resultado la conversión a través de sus frutos. El bautismo de inmersión en agua sugiere la idea de simbolizar la muerte, sepultura y levantamiento en la resurrección de Cristo. Quienes reciben el sello del Espíritu Santo pasan por el fuego de prueba. Jesús y Pedro hacen mención del proceso del bautismo comparado en la siguiente tabla:


Proceso del bautismo

Figura 2. Comparación del proceso del bautismo visto por Jesús y Pedro.


En relación con el proceso de prueba, Dios prueba a la persona para dar a cada uno según el fruto de sus acciones:


“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras. Como la perdiz que cubre lo que no puso, es el que injustamente amontona riquezas;…” (Jeremías 17.10 al 11).

Dios examina la mente y observa cuidadosamente las intenciones de cada persona, verifica las actitudes, comportamiento, conducta y reacciones. Prueba el amor, la benevolencia y la generosidad de corazón, porque la buena voluntad está en no acumular injustamente las riquezas sin compartir.



CONCEPTO DE BAUTISMO

La palabra bautizar hace referencia a inmersión o sumergir. Cuando esto sucede se pasa de un estado a otro, por ejemplo, al hundir un material en agua sufre un cambio, debido al líquido queda empapado, porque el agua busca cubrir o llenar lo zambullido. El bautismo es una representación simbólica. Cuando Israel es guiado por Moisés, el pueblo es bautizado al cruzar en medio del Mar Rojo, con las aguas divididas como muro a su derecha, a su izquierda y debajo de la nube (Éxodo 14.21 al 22; 1 Corintios 10.1 al 2). El bautismo de inmersión en agua no es el único bautismo existente, porque hay diversas formas de bautismos con sentido espiritual, liberación y purificación.


En este bautismo se recibe el conocimiento con claridad, llega la luz divina abundante y rebosante hasta llenar la mente de la persona con la palabra de Dios, para iluminación del conocimiento de su gloria, por medio de Jesucristo (2 Corintios 4.6). La palabra de Dios hace limpieza en las personas (Juan 15.3) y provee santificación (Juan 17.17), porque dichas palabras son espíritu y vida (Juan 6.63). Entonces, la persona se llena del conocimiento de la voluntad de Dios, o sea, su mente se llena en toda inteligencia espiritual y sabiduría, para caminar conforme con el agrado de Dios; manifiesto en los frutos de toda buena obra (Colosenses 1.9 al 10).


El bautismo de inmersión en agua es simbólico, se realiza una representación de la muerte y resurrección de Cristo, pero esto no quita las inmundicias de la carne, sino renueva la buena conciencia hacia Dios (1 Pedro 3.21). No basta con el bautismo de inmersión en agua, es necesario el bautismo de inmersión en Jesús. Cuando la persona es sumergida en agua, en forma figurada es sepultada en su vieja humanidad y levantada para andar en vida nueva (Romanos 6.4). La esencia de todo este acto es crucificar la vieja forma de ser juntamente con Cristo, a fin de no servir más al pecado (Romanos 6.5 al 6), o sea muerto al pecado pero vivo para Dios en Cristo Jesús, para no obedecer más a las concupiscencias (Romanos 6.11 al 12), vivir delante de Dios como vivo entre los muertos, y presentar el cuerpo como instrumento de justicia (Romanos 6.13), bajo la gracia del Señor Jesús, los valores universales del evangelio y reino de Dios entre nosotros.


Se menciona el ser bautizado como inmersión o sumergir en Cristo Jesús, esto es en el simbolismo de su muerte (Romanos 6.3). En relación con el Espíritu Santo, también encontramos un signo de bautismo, en el sentido de beber (1 Corintios 12.13) y ser lleno del Espíritu (Efesios 5.18). Por ejemplo, se destacan personas llenas del Espíritu de Dios: Juan el Bautista (Lucas 1.15), Elisabet (Lucas 1.41), Zacarías (Lucas 1.67), Jesús (Lucas 4.1), Pedro (Hechos 4.8), Esteban (Hechos 7.55), y Pablo (Hechos 13.9). La Escritura dice:


“Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús… Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad…” (Filipenses 4.7 al 9).


DOCTRINA DE LOS BAUTISMOS

En Hebreos encontramos la palabra bautismo en plural: “De la doctrina de bautismos…” (Hebreos 6.2). Esta expresión hace referencia a un proceso de varios bautismos, complemento uno con otro. Se completa el proceso como un solo bautismo (Efesios 4.5). Es necesario para el cristiano cumplir con cada bautismo para el proceso de perfección, semejante a la senda del justo que es como la luz de la aurora en aumento hasta perfeccionar el día (Proverbios 4.18). Estos bautismos son:


1) El bautismo de arrepentimiento de obras muertas y conversión, por medio de la limpieza de la palabra de Dios Padre y la santificación.


2) El bautismo de inmersión en agua e inmersión en el Señor Jesús, el cual se hace en el nombre de Jesucristo para perdón de pecados.


3) El bautismo del Espíritu Santo y fuego.


El siguiente pasaje se refiere a los tres bautismos (el subrayado es nuestro):


“Aconteció que entre tanto que Apolos estaba en Corinto, Pablo, después de recorrer las regiones superiores, vino a Efeso, y hallando a ciertos discípulos, les dijo: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos le dijeron: Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo. Entonces dijo: ¿En qué, pues, fuisteis bautizados? Ellos dijeron: En el bautismo de Juan. Dijo Pablo: Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo. Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús. Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban” (Hechos 19.1 al 6).

Pablo, después de recorrer algunas regiones, llega a la ciudad de Efeso donde encuentra discípulos sin recibir el don del Espíritu Santo. Ellos tienen el llamamiento, arrepentimiento y conversión, por medio de la limpieza en la palabra de Dios Padre, predicado por Juan el Bautista, además de la santificación. Estos discípulos no habían sido bautizados en inmersión en agua en el nombre del Señor Jesús. Una vez realizado este bautismo, Pablo impone sus manos en el recibimiento del Espíritu Santo de los nuevos bautizados. La Biblia dice: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Corintios 12.13).


El ser bautizado en su nombre es señal de compromiso y de pasar a ser de su pertenencia, en cuyo nombre fuimos bautizados: “Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre” (Hechos 22.16). Jesús fue levantado de la tumba por su propio Padre, por esta causa y nombre de Jesús se predica el arrepentimiento y el perdón de los pecados en las naciones (Lucas 24.46 al 47). Los creyentes son testigos de Cristo y tienen el don del Espíritu Santo por la obediencia y fidelidad:


“El Dios de nuestros padres levantó a Jesús,… A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados. Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen” (Hechos 5.30 al 32).

Pablo acerca del arrepentimiento para con Dios, de la fe en el Señor Jesucristo y del Espíritu Santo, testifica y empapado del conocimiento, absorbe la palabra de Dios, conserva toda humildad y sirve al Señor con todo ánimo y devoción, no rehúye de anunciar y enseñar, a pesar de las diversas prisiones, pruebas y tribulaciones, tanto por la que había pasado, como por las que le esperaba experimentar a futuro, de las cuales ya estaba advertido por el Espíritu Santo (el subrayado es nuestro):


“… Vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el tiempo, desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas, y pruebas que me han venido por las asechanzas de los judíos; y cómo nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas, testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo. Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones” (Hechos 20.18 al 23).


ARREPENTIMIENTO Y CONVERSIÓN

El bautismo de arrepentimiento y conversión se logra por medio de volver en sí y recapacitar, como en la parábola del hijo derrochador de sus bienes, perdidamente vive, pero recapacita y es recibido por su padre incondicional y misericordioso, porque este hijo volvió en sí para arrepentirse (Lucas 15.17 al 24). Hay un pesar de dolor por los pecados: “… la tristeza que es según Dios, produce arrepentimiento para salvación…” (2 Corintios 7.10). En este caso, el afectado tiene un reencuentro consigo mismo, surge el deseo y la necesidad de limpieza personal, a través de la comunión recibida al acercarse al Padre y el incremento de la fe por el oír la palabra de Dios (Romanos 10.17). La fe se piensa, razona, reflexiona y se vuelve irrevocable el llamamiento de Dios (Romanos 11.29).


El ser humano es el único responsable de su injusticia y pecado, pretende culpar a Dios, sin medir que sus propias acciones retribuyen su consecuencia. Todo lo contrario, Dios es paciente para que el ser humano se arrepienta: “¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?” (Romanos 2.4). “El Señor… es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3.9). La mente de la persona se constituye en un recipiente: poco a poco empieza a sacar el contenido sucio y a limpiar con una unción fresca del mensaje de salvación.


Bien dijo el salmista: “… Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando” (Salmos 23.5), se renueva hasta el conocimiento pleno, abandona sus prácticas de antivalores, la avaricia, adulterio, blasfemia, borracheras, celos, contiendas, disensiones, enemistades, enojo, envidias, fornicación, hechicerías, herejías, homicidios, idolatría, impureza, inmundicia, ira, lascivia, malicia, malos deseos, mentira, orgías, palabras deshonestas, pasiones desordenadas, pleitos y cosas semejantes a estas (Colosenses 3.5 al 10; Gálatas 5.19 al 21). La palabra de Dios limpia la mente de pecado, sana el mal pensamiento incitador y se renueva: “… Despojaos del viejo hombre…” (Efesios 4.22; Colosenses 3.9), o sea, el viejo humano es la vieja personalidad y la vieja forma de ser perjudicial.


Juan el Bautista predica el bautismo de arrepentimiento para el perdón de pecados (Marcos 1.4), volver los corazones, traer la justicia y prudencia, preparar un pueblo bien dispuesto para el Señor (Lucas 1.16 al 17). Fueron bautizados por él en el río Jordán con la confesión de sus pecados (Mateo 3.5 al 6), excepto algunos sin arrepentimiento, entre ellos fariseos y saduceos, que Juan no les permite la inmersión en agua y los llama ¡Generación de víboras! Los envía primeramente a hacer frutos dignos de arrepentimiento antes de aparentar ser hijos de obediencia. Les menciona, en forma de analogía, del árbol sin buenos frutos cortado y echado en el fuego (Mateo 3.7 al 10). La gente, entre ellos publicanos y soldados, preguntan ¿cuáles son las acciones a seguir por parte de cada persona? Según cada caso, para todos hay respuestas o soluciones, para demostrar los frutos dignos de arrepentimiento (Lucas 3.9 al 14), conversión y santificación.


Juan bautiza para arrepentimiento (Mateo 3.11), por ser en agua no es para producir arrepentimiento, porque es requisito previo el estar arrepentido. De lo contrario, para bautizarse en agua, Juan no hubiera exigido este requerimiento. Por lo tanto, Juan ejerce dos bautismos, uno a través de la predicación de la palabra generadora de arrepentimiento y el otro, es consecuente del primero, por medio del bautismo en inmersión en agua e inmersión en Jesús, se testifica públicamente del recibimiento de dicho arrepentimiento.


La conversión es llevar a la práctica, la vida y testimonio ejemplar, generado mediante un verdadero arrepentimiento. La predicación de Juan el Bautista es de arrepentimiento para perdón de los pecados (Marcos 1.4; Lucas 3.3), una vez logrado el efecto en quienes lo reciben y producto de esta predicación, se confirma públicamente con el bautismo de inmersión en agua, para testimonio en la comunidad como paso de obediencia. Cuando Juan es encarcelado, Jesús predica el evangelio del reino de Dios diciendo: “… El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1.14 al 15). Desde entonces comienza Jesús a predicar, y a decir: ¡arrepentíos! (Mateo 4.17) Jesús enfatiza reiteradamente al decir: “Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente…” (Lucas 13.3 al 5). Por sus frutos los conoceréis, dice Jesús (Lucas 6.43 al 45) y envía a sus doce discípulos de dos en dos, para llevar la predicación del arrepentimiento (Marcos 6.12).


También el apóstol Pedro insta al pueblo de Israel al arrepentimiento y conversión para borrado de sus pecados (Hechos 3.19), donde él mismo le llama bautismo predicado por Juan (Hechos 10.37) y presencia como los mismos gentiles reciben de Dios el arrepentimiento para vida (Hechos 11.18), con las palabras por las cuales se puede ser salvo (Hechos 11.14). Por otra parte, Pablo testifica como Juan predica el bautismo de arrepentimiento a todo el pueblo de Israel (Hechos 13.24), antes de la venida del ministerio de Jesús.


Para hacer efectivo el bautismo de arrepentimiento no basta con transmitir la predicación a la colectividad, se requiere, individualmente, de personas dispuestas a recibir el conocimiento de la palabra de Dios, para purificación de sus vidas. Por ejemplo, quienes estuvieron en el arca durante el diluvio, fue una figura de bautismo: “…esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua” (1 Pedro 3.20 al 21). Según se asimile cada caso, de manera gradualmente, este conocimiento, entonces se manifiesta la sabiduría de cada persona, con el acto del bautismo en agua y la finalidad de testificar públicamente, el reconocimiento y aceptación de seguir a Jesucristo, además de confesar la renuncia completa al pecado para perdón de los mismos. Con respecto a la predicación del bautismo de arrepentimiento, Pablo nos confirma:


“… Anuncié primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento. Por causa de esto los judíos, prendiéndome en el templo, intentaron matarme. Pero habiendo obtenido auxilio de Dios, persevero hasta el día de hoy, dando testimonio… Que el Cristo había de padecer,… para anunciar luz al pueblo y a los gentiles” (Hechos 26.19 al 23).

El arrepentimiento inicia previo al bautismo en agua y continúa como un camino de perfección en el conocimiento. Constantemente se reconoce y renuncia a faltas cometidas por ignorancia u omisión, conforme llega la luz del conocimiento nuevo, se hace las obras dignas de arrepentimiento en forma continua y permanente, para una mejora constante o lucha por la perfección. Inclusive se ejerce un control sobre el temperamento (Proverbios 14.17 y 29, 15.18, 19.11, 29.22; Eclesiastés 7.9; Gálatas 5.16 al 26) genético. Dios dice en su palabra:


“Por tanto, yo os juzgaré a cada uno según sus caminos, oh casa de Israel, dice Jehová el Señor. Convertíos, y apartaos de todas vuestras transgresiones, y no os será la iniquidad causa de ruina. Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué moriréis, casa de Israel? Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor, convertíos, pues, y viviréis” (Ezequiel 18.30 al 32).


BAUTISMO DE INMERSIÓN

El bautismo de inmersión en agua es el bautismo en el nombre de Jesucristo. Juan el Bautista ejerce el bautismo en agua y menciona a quien viene después de él, o sea, a Jesús (Juan 3.22 al 30, 4.1 al 2). El Bautista confiesa no ser el Cristo, pero siempre al bautizar menciona a quien viene tras de él, al Cordero de Dios, redentor del pecado del mundo (Juan 1.19 al 37). Cuando Felipe anuncia el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizan hombres y mujeres (Hechos 8.12).


Un etíope, eunuco y funcionario de Candace, reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, después de creer de todo corazón en Jesucristo, es bautizado al descender al agua (Hechos 8.27, 35 al 38). El apóstol Pedro manda bautizar en el nombre del Señor Jesús a Cornelio, a sus parientes y a sus amigos (Hechos 10.1 al 2, 24, 30 al 33 y 48). En el caso de Pablo y Silas, cuando están en la ciudad de Filipos, hablan la palabra del Señor a un carcelero junto con los de su casa, y al creer en el Señor Jesucristo se bautizan él y todos los suyos (Hechos 16.31 al 33). También en la ciudad de Corinto, hay un principal de la sinagoga llamado Crispo, quien cree en el Señor con toda su casa, además de muchos de los corintios al oír, creen y son bautizados (Hechos 18.8). Pablo mismo se bautiza e invoca el nombre de Jesús (Hechos 22.16).


Hay una relación entre los bautismos de inmersión en agua y de inmersión en Jesús o en su muerte. Cuando el candidato a bautismo camina en dirección a un río o pila bautismal, para ser bajado a las aguas, es similar a una marcha fúnebre donde hay testigos presentes. Pablo al referirse a la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, dice: “A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte” (Filipenses 3.10). Ser sumergido en el Señor, implica experimentar plenamente la aflicción de Jesús por luchar contra el pecado.


En cierta ocasión, los escribas y fariseos piden una señal, Jesús menciona la señal del profeta Jonás dentro del vientre del gran pez por tres días y tres noches (Mateo 12.38 al 41; Lucas 11.32), también destaca el arrepentimiento de la ciudad de Nínive con el mensaje de Jonás, en cambio escribas y fariseos piden señal y no se convierten al mensaje de Jesús (Lucas 11.37 al 12.1). La señal de tres días y tres noches hace referencia a la muerte, sepultura y resurrección de Jesús (Mateo 16.21, 17.23, 20.19; Marcos 9.31, 10.34; Lucas 9.22, 18.33, 24.7 y 46; 1 Corintios 15.4). Pablo habla de ser bautizado en Cristo Jesús y en su muerte:


“¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección” (Romanos 6.3 al 5).

Por el bautismo somos sepultados y resucitados en su semejanza, se compara en su muerte de igual forma en su resurrección (Romanos 6.3 al 5; Colosenses 2.12).


En el caso de la práctica de bautismo de infusión, en los infantes bebés o niños pequeños, esto es un bautismo de presentación del nuevo integrante en la iglesia o comunidad de fe, como parte del bautismo familiar. Aunque algunos podrían considerar como necesario, el bautismo de inmersión en agua, durante la vida joven o adulta del niño, para testimonio de su propia decisión y voluntad de seguir al señor Jesucristo como creyente practicante. Lo cierto es que si el infante es guiado e instruido eficazmente en la palabra de Dios, no tiene por qué desviarse al camino de la perdición, sino que tendrá bases firmes y consolidadas como hijo de Dios en el camino de la salvación de Jesucristo.



BAUTISMO DEL ESPÍRITU SANTO Y FUEGO

La Escritura, cuando menciona al ángel del pacto, lo compara con fuego purificador, y como jabón de lavadores (Malaquías 3.1 al 2), este fue un anuncio de la primera venida del Señor Jesús. Juan el Bautista anuncia a Jesús como quien bautiza en Espíritu Santo y fuego, con su aventador en su mano (instrumento para echar al viento y limpiar los granos en las eras o aventar el fuego), para limpiar su era, recoger su trigo en el granero y quemar la paja en fuego (Mateo 3.11 al 12; Lucas 3.16 al 17). Hay dos tipos de fuegos: uno purificador y otro destructor.


En relación con el fuego purificador el Espíritu de Dios reposa en las personas (1 Pedro 4.12 al 14), entonces el creyente practicante da lugar al bien a los demás y aún a los enemigos, amontona sobre su cabeza ascuas de fuego (Romanos 12.20). Dios hace a sus ministros llama de fuego (Hebreos 1.7), al avivar el fuego del don de Dios (2 Timoteo 1.6) y la necesidad de ser afligidos para someter a prueba la fe, comparada con el oro es más preciosa y se prueba con fuego (1 Pedro 1.6 al 7).


Antes del bautismo del Espíritu Santo y fuego, para erradicar la maldad y el pecado en la colectividad humana, existió el exterminio físico de las personas, para eliminar la trasmisión del mal, motivo de guerras del Antiguo Testamento: “Pero de las ciudades de estos pueblos que Jehová tu Dios te da por heredad, ninguna persona dejarás con vida,… para que no os enseñen a hacer según todas sus abominaciones que ellos han hecho para sus dioses, y pequéis contra Jehová vuestro Dios” (Deuteronomio 20.16 al 18).


Lo que pasa es que muchas personas a pesar de conocer en algún momento de sus vidas, acerca de la existencia del verdadero Dios, prefieren continuar con sus abominaciones:


“… Y reinó Acab hijo de Omri sobre Israel en Samaria veintidós años. Y Acab hijo de Omri hizo lo malo ante los ojos de Jehová, más que todos los que reinaron antes de él. Porque le fue ligera cosa andar en los pecados de Jeroboam hijo de Nabat, y tomó por mujer a Jezabel, hija de Et-baal rey de los sidonios, y fue y sirvió a Baal, y lo adoró. E hizo altar a Baal, en el templo de Baal que el edificó en Samaria. Hizo también Acab más que todos los reyes de Israel que reinaron antes que él, para provocar la ira de Jehová Dios de Israel” (1 Reyes 16.29 al 33).

Los profetas denuncian esta injusticia y sufren persecución. Por ejemplo, profetas como Elías y otros. En el caso del profeta Jeremías en su tiempo sufre afrenta, angustia, burlas, escarnio, murmuración y persecución por parte de sus adversarios. Estos pretenden prevalecer contra él y estar a la expectativa para presenciar si el profeta claudica. Entonces, Jeremías confirma cómo Dios prueba a los justos, ve el corazón y los pensamientos de quienes encomiendan su causa. En la situación más crítica no quiso hablar más de Dios, ni hablar en su nombre, no obstante, según Jeremías hay en su corazón como un fuego ardiente metido en sus huesos, el cual trata de sufrir y no puede (Jeremías 20.7 al 12). Este es el fuego purificador inevitable e irresistible, para hacer prevalecer el bien y para la santificación. Job dijo: “Mas él conoce mi camino; me probará, y saldré como oro. Mis pies han seguido sus pisadas; guardé su camino, y no me aparté” (Job 23.10 al 11).


Jesús dijo: “Fuego vine a echar en la tierra; ¿y qué quiero, si ya se ha encendido?” (Lucas 12.49). Después de la resurrección le encomienda a sus discípulos esperar la promesa del Padre, para ser bautizados con el Espíritu Santo (Hechos 1.5). El cumplimiento viene del cielo con un estruendo y un viento fuerte, con el mismo se llena el lugar y se les aparece lenguas repartidas como de fuego sobre cada persona, entonces son llenos del Espíritu Santo (Hechos 2.1 al 4). Así existe el pentecostés personal.


Por otra parte, está el fuego de la destrucción, de cuando se manifieste el Señor Jesús en llama de fuego, para dar retribución a quienes no conocieron a Dios, ni obedecen el evangelio (2 Tesalonisense 1.6 al 10). Y de la horrenda expectación de juicio y de hervor de fuego para devorar a los adversarios (Hebreos 10.26 al 27), porque nuestro Dios es fuego consumidor (Hebreos 12.29). El profeta Elías enfrenta lo siguiente:


“Entonces Acab convocó a todos los hijos de Israel, y reunió a los profetas en el monte Carmelo… Y Elías volvió a decir al pueblo: Sólo yo he quedado profeta de Jehová; mas de los profetas de Baal hay cuatrocientos cincuenta hombres. Dénsenos, pues, dos bueyes, y escojan ellos uno, y córtenlo en pedazos, y pónganlo sobre leña, pero no pongan fuego debajo; y yo prepararé el otro buey, y lo pondré sobre leña, y ningún fuego pondré debajo. Invocad luego vosotros el nombre de vuestros dioses, y yo invocaré el nombre de Jehová; y el Dios que respondiere por medio de fuego, ése sea Dios. Y todo el pueblo respondió, diciendo: Bien dicho” (1 Reyes 18.20 al 24).

El Espíritu Santo es la señal de nuestra herencia para el día de liberación (2 Corintios 1.21 al 22; Efesios 1.13 al 14, 4.30). La Escritura menciona la analogía entre Jesús como una planta de uvas y de las personas que permanecen en Jesús como hojas con frutos de la planta. Algunas de estas hojas no permanecen unidas al tallo, entonces, se secan, caen y son recogidas para ser echadas en un fuego ardiente (Juan 15.6), por ejemplo, en tiempos de Lot al salir de la ciudad de Sodoma, llueve del cielo fuego y azufre, y destruye a todos (Lucas 17.28 al 30). Pedro dice como Dios libra al justo Lot, pero reserva a los injustos para ser castigados en el día del juicio (2 Pedro 2.6 al 10): “Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos” (2 Pedro 3.7).


La exclusión de la promesa de vida eterna y del reino de Dios, sin galardón, es el castigo eterno: “… Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos” (Lucas 13.27 al 28). Finalmente el profeta Elías clama: “… Respóndeme, Jehová, respóndeme, para que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios, y que tú vuelves a ti el corazón de ellos” (1 Reyes 18.36 al 40).


En algunos casos la Biblia habla de carne en referencia al pecado opuesto al Espíritu Santo o poder de Dios entre los obedientes (Romanos 8.5 al 8; Gálatas 5.16 al 17). El énfasis está en el apetito desordenado de placeres deshonestos o concupiscencia, que al ser concebido da a luz el pecado (Santiago 1.14 al 15), bajos instintos, inclinación y propensión sin reflexión. Las obras del pecado están descritas en los Gálatas: se menciona al adulterio, borracheras, celos, contiendas, disensiones, enemistades, envidias, fornicación, hechicería, herejías, homicidios, idolatría, inmundicia, iras, lascivia, orgías, pleitos y cosas semejantes a estas (Gálatas 5.19 al 21).


En las Sagradas Escrituras se mencionan varias faltas, donde se asevera acerca de quienes hacen tales cosas no heredarán el reino de Dios. Otra lista semejante la encontramos en Romanos, en donde se afirma que son dignos de muerte quienes tienen estas prácticas, entre las que están el aborrecimiento a Dios, altivez, avaricia, contienda, deslealtad, desobediencia a los padres, detracción, engaño, envidia, fornicación, homicidio, implacabilidad, injuria, injusticia, inmisericordia, invención de mal, maldad, malignidad, murmuración, necedad, perversidad, sin afecto natural y soberbia (Romanos 1.29 al 32; 1 Corintios 5.9 al 11, 6.9 al 11; Efesios 5.3 al 7; 2 Timoteo 3.2 al 5; 1 Juan 3.15; Apocalipsis 21.8 y 27, 22.15).


La carta a los Hebreos nos advierte de la severidad de Dios (Hebreos 6.4 al 6, 10.26 al 27 y 30 al 31, 12.28 al 29), porque con Dios no se juega, debido a que si nos descuidamos, somos tibios o mediocres quedamos excluidos de él (Apocalipsis 3.16), ya que hay faltas consideradas leves, pero se hacen hábito en el diario vivir de placer, poder y riqueza.



Escritura tomada de la Reina Valera 1960. El texto Bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; Renovado © 1988 Sociedades Bíblicas Unidas.