PSICOTEOLOGÍA: LA NEUROCIENCIA DE LA FE
(TOMO 1)



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4.2) EL SER Y LA PERSONALIDAD


El salmista solicita a Dios lo siguiente: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio; Y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti; Y no quites de mí tu santo espíritu. Vuélveme el gozo de tu salud” (Salmos 51.10 al 12 – RVR1909). Otro pasaje presenta la siguiente respuesta de Dios: “Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (Jeremías 17.10 – RVR60). La personalidad se constituye en el conjunto de las características y cualidades propias de cada persona, que la distingue de las demás, según su mente y pensamientos, vinculados a la intención de su corazón. La misma influye directamente en las funciones vitales de la salud corporal y mental, que depende muchas veces del resultado de nuestro actuar, debido al estilo o modo de vida funcional y saludable que se tenga; según el interés particular del comportamiento y conducta. También facilita o indispone la salud integral de la persona, porque en términos de la existencia, es esencialmente persona y vida, biológica, física y genética. Se constituye un integrante de la especie humana, tanto desde el punto de vista biológico y por la condición como alma viviente, desde que se origina la concepción, fecundación o procreación. El proceso de la gestación a nivel de la combinación natural del ADN de los progenitores, la formación genética y fisiológica contiene un tipo de forma corporal en desarrollo que inicia la concepción.


Existen muchos tipos de cuerpos, uno es el cuerpo del cigoto, otro el cuerpo del embrión y otro el cuerpo del feto, pero corresponden a un solo proceso corporal. Así como en la simiente vegetal, uno es el cuerpo de la semilla y otro es el cuerpo de la planta y otro es el cuerpo del árbol, de principio a fin corresponde a un solo proceso: “Y lo que siembras, no



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siembras el cuerpo que ha de salir, sino el grano desnudo, acaso de trigo, ó de otro grano: Mas Dios le da el cuerpo como quiso, y a cada simiente su propio cuerpo” (1 Corintios 15.37 al 38 - RVR1909). Hay diferentes tipos de cuerpos con sus tipos de energía presentes, en la función de realizar el cambio y la transformación, de una evolución natural orgánica.

La concepción es lo que genera el inicio del crecimiento y desarrollo de una memoria energética microscópica, así como a nivel celular y neuronal hay almacenamiento y transmisión de información. Esta memoria energética es indispensable para la formación del ser humano, en su paso de cigoto, embrión y feto, su función posibilita la determinación de las características y las cualidades fisiológicas, pero también la facultad de trascender fuera del vientre de la madre, el ser interior y la personalidad manifestada en el transcurso de la vida sucesiva. Permitir la vida existencial del ser humano le posibilita la oportunidad vivencial de trascender para vida eterna. Ejemplo en Juan el Bautista y en Jesús (el subrayado es nuestro): “Y aconteció, que como oyó Elisabet la salutación de María, la criatura saltó en su vientre; y Elisabet fué llena del Espíritu Santo, Y exclamó a gran voz, y dijo. Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre. ¿Y de dónde esto á mí, que la madre de mi Señor venga á mí? Porque he aquí, como llegó la voz de tu salutación á mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre (Lucas1.41 al 44 – RVR1909). Se presenta una manifestación de emociones y sentimientos en Juan el Bautista en el vientre, cuando su madre Elisabet tiene seis meses de embarazo: “Y he aquí, Elisabet tu parienta, también ella ha concebido hijo en su vejez; y este es el sexto mes á ella que es llamada la estéril” (Lucas 1.36 – RVR1909).


La energía es fuerza y poder para producir un efecto, a nivel de memoria energética desde la formación del cigoto, embrión y feto, hay un proceso de crecimiento, desarrollo, nutrición y reproducción, con la contribución de los genes. Ahora bien, en el caso de la energía como alma viviente, es la fuerza de inteligencia, sensibilidad y voluntad que involucra



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las emociones y sentimientos inherentes al ser humano. Todo esto es innato, o sea, desarrollado y formado antes del nacimiento de la persona y su composición inicial, biológica, fisiológica y genética, tiene componentes previos utilizados en la formación de las neuronas. Se mezcla la forma de energía de la materia del ser vivo, con el componente inmaterial de lo que no es físico sino espiritual, por ejemplo, la intención y motivo que se trae al nacer y manifestado con la reacción posterior en la niñez, del desinterés o interés temperamental, a manera de una programación o software natural orgánico.

Un claro ejemplo es la presencia del amor o su ausencia en el desamor, visible en el egoísmo, la envidia, el odio, el rencor, el resentimiento y la venganza. La memoria energética no transmite por heredad genética la simiente del bien o del mal, sino que es una especie de código común para cada ser humano en formación, originado y transmitido genéticamente de forma connatural (congénito), desde el principio con Adán y Eva (causa desencadenante), y con el contenido de la duda e indecisión al obedecer a Dios en el temperamento. Por esta razón desde la niñez se requiere instrucción de la palabra de Dios: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos: y que alcanza hasta partir el alma, y aun el espíritu, y las coyunturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4.12 – RVR1909). El ser humano es un ser de vida integral en lo corporal y en lo mental, el corazón representa la manifestación y la vivencia de las emociones y sentimientos desde el pensamiento e intención. Por ejemplo, hay infantes que traen consigo desde que nacen, la facilidad de enojo, el negativismo o pesimismo. Esto no es bueno, ni malo, sino parte de la forma de ser en la personalidad. El ser humano se puede moldear con el tiempo y la madurez y paz de la vida.


Existen distintas formas de energía transformables, o sea, energías con la posibilidad de cambiar a otro tipo de energía. El espíritu es la energía o fuerza vital, asociado a la fuerza de voluntad, conocido como el principio generador de



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la intención y motivación personal. Este tipo de energía nos anima e infunde el esfuerzo y el vigor, para contribuir con el proceso mental de activar y concienciar a la persona en sus actividades cotidianas. Así como es el espíritu energético de la persona, así es su intención y la motivación. El componente material de apoyo utilizado por el espíritu de vida es el aire u oxígeno, junto con la función de respiración del ser humano, además de la oxigenación que bombea el corazón a todo el cuerpo con la sangre rica en oxígeno, esencial para la vida.

El espíritu como energía puede llegar a la impureza o a la santificación, además de la consagración para la honra a Dios Padre el Creador. La energía demostrada por Jesucristo, preexistía antes de ser enviado en su primera venida por el Padre, con anticipación era anunciado proféticamente acerca de su misión, su intención personal (Espíritu de Cristo), sirve de inspiración para otros que siguen su ejemplo: “Obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salud de vuestras almas. De la cual salud los profetas que profetizaron de la gracia que había de venir á vosotros, han inquirido y diligentemente buscado. Escudriñando cuándo y en qué punto de tiempo significaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual prenunciaba las aflicciones que habían de venir á Cristo, y las glorias después de ellas” (1 Pedro 1.9 al 11 – RVR1909).


Dios Padre delega en Jesucristo toda la potestad, para ser el libertador del ser humano de la naturaleza de la duda e indecisión congénita al obedecer a Dios, contenida dentro de la esencia caracterizada de forma o manera particular, según el aspecto de la personalidad y ser interior del individuo, que depende de los factores afectivos, característicos, emocionales y sentimentales con lo cual se le puede conocer, determinar o identificar, en su ser y en el reaccionar. Hay diferencia entre el concepto o la noción del espíritu y la espiritualidad. El ser humano por la naturaleza tiene la energía e intención del espíritu, con las funciones mentales de la determinación, intelecto y racionalidad, pero con estas funciones solamente se adquiere conocimiento que atañe a la vida natural, en el



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sentido de las cuestiones de ocupación y subsistencia, como agricultura, alimentación, arte, ciencia, comercio, comunidad local, cultura, deportes, economía, educación, empresariado, esparcimiento, estudio laboral, profesional y técnico, familia, financiamiento, industria, negocio, otros, política, salubridad, socorrismo (brigadas), tecnología y trabajo en general.

En el caso de la espiritualidad corresponde a la persona desapegada a lo material y terrenal, mediante la consagración y santificación en las cuestiones de Dios, practicante de los principios y valores del evangelio y reino de Dios. La persona es portadora del conocimiento espiritual, culta y educada en la lectura de la palabra de Dios, que reconoce la excelencia y superioridad de la Sagrada Escritura. También es sensible en ayudar a los demás y experta en el ejercicio de la religión pura y sin mancha, en hacer el bien y la justicia, apartado de la maldad y del pecado: “La religión pura y sin mácula delante de Dios y Padre es esta: Visitar los huérfanos y las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha de este mundo” (Santiago 1.27 – RVR1909). En la actualidad, en nuestro contexto, la espiritualidad es el paso previo para trascender al conocimiento celestial de Jesucristo. Por cierto, más que una importancia eclesiástica o religiosa, la espiritualidad es seguir y servir a Jesucristo como el camino para la salvación y vida eterna. Es demostrar con acciones la fidelidad de auténtico o genuino discípulo de Jesucristo, en relación con su ejemplo, mensaje y modelo de vida. Se cumplen todos los principios, valores y virtudes en torno a Jesucristo, tanto a su alrededor como un seguidor cercano y desde el ser interior de cada uno de sus seguidores con su encuentro. Jesús dice lo siguiente:


“Y llamando á la gente con sus discípulos, les dijo: ... Porque ¿qué aprovechará al hombre, si granjeare todo el mundo, y pierde su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras…, el Hijo del hombre se avergonzará también” (Marcos 8.34 al 38 – RVR1909)


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En relación con la constitución del ser humano, en su composición celular y corporal, propiedades eléctricas, físicas y magnéticas, se contienen elementos esenciales compuestos por los átomos y las moléculas, para los procesamientos químicos del organismo natural, y con fuerzas de enlace químico y de atracción. Semejante a los procesos en lo corporal, así sucede en lo espiritual, a través del ejemplo y la práctica, se irradia y propaga un efecto que influencia en la conducta y comportamiento de otros, también mediante el estímulo y la reacción de la inteligencia emocional y social, además de la impresión anímica o psíquica determinada por los sentimientos, la habilidad psicosocial y socioemocional.


La integración elemental de cada persona, abarca los aspectos anatómicos, biológicos y psicológicos, que inclusive en algún caso particular se podría presentar una alteración y patología anatómica, por causa de las acciones y reacciones de las emociones y sentimientos. Por consiguiente, puede resultar en una alteración psicológica, por la condición, comportamiento y estado de la conciencia. Por esta razón, según la criticidad, gravedad y deficiencia orgánica, a nivel de psiquiatría se ayuda y completa con tratamientos químicos de medicamentos, así conservar, estabilizar y mantener la salud.


Esto significa que es necesario una complementariedad, integración y relación entre lo corporal y lo espiritual, entre el cuerpo, comportamiento y conducta, inclusive en la toma de decisión y determinación, se requiere evaluar las diferentes posibilidades y sus consecuencias relacionadas, que afecten la vida personal o de otras personas. El alma humana es la persona con vida, que se compone del cuerpo y espíritu de vida, en otras palabras de cuerpo con las funciones de la respiración y de la mente. Pero la espiritualidad viene a ser la forma de comportarse y conducirse, con la dirección y guía de Dios, para cumplir su obediencia sin duda ni indecisión: “Así ha dicho Jehová, Redentor tuyo, el Santo de Israel: Yo Jehová Dios tuyo, que te enseña provechosamente, que te encamina por el camino que andas” (Isaías 48.17 – RVR1909).



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Otra analogía o relación de semejanza entre lo corporal y lo espiritual, atañe a la capacidad o cualidad de cambio. Por ejemplo, el metabolismo de la combinación y conjunto de reacciones bioquímicas y procesos, que son fisicoquímicos a nivel celular y en el organismo en general, presentan la posibilidad de cambiar químicamente la esencia o naturaleza de ciertas sustancias, con procesos acoplados que utilizan la energía. En el caso de lo espiritual se requiere para el cambio personal, los procesos interrelacionados de arrepentimiento, conversión y resarcimiento, mediante acciones, consagración y santificación. Esto contribuye a contrarrestar o al menos mitigar moralmente el temperamento, resultado de la duda e indecisión al obedecer a Dios, que se arrastra genéticamente por generaciones en la memoria energética, heredada desde Adán y Eva, nuestro origen en la especie humana: “Y llamó el hombre el nombre de su mujer, Eva; por cuanto ella era madre de todos los vivientes” (Génesis 3.20 – RVR1909).


Este es nuestro origen o principio como linaje humano o conjunto de todos los descendientes de Adán y Eva: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay,… pues él da a todos vida, y respiración, y todas las cosas; Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habitasen sobre toda la faz de la tierra…” (Hechos 17.24 al 26 – RVR1909). La pregunta es: ¿fueron creados Adán y Eva con la patología de la duda e indecisión connatural (congénita) al obedecer a Dios? Para encontrar una respuesta se necesita analizar el antes y el después de Adán y Eva. Antes fueron creados a imagen de Dios, en relación con la eternidad: “Y crió Dios al hombre á su imagen, á imagen de Dios los crió; varón y hembra los crió” (Génesis 1.27 y 9.6 – RVR1909).


Posteriormente en la genética se transmiten los genes encargados del envejecimiento, entonces los descendientes de Adán pasan a ser a su imagen mortal, en lugar de la imagen eterna de Dios: “Y vivió Adam ciento y treinta años, y engendró un hijo á su semejanza, conforme á su imagen, y



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llamó su nombre Seth” (Génesis 5.3 – RVR1909). El resto de la creación sufre también el envejecimiento de la naturaleza:

“Dije: Dios mío, no me cortes en el medio de mis días: Por generación de generaciones son tus años. Tú fundaste la tierra antiguamente, Y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, y tú permanecerás; Y todos ellos como un vestido se envejecerán; Como una ropa de vestir los mudarás, y serán mudados: Mas tú eres el mismo, Y tus años no se acabarán. Los hijos de tus siervos habitarán, Y su simiente será afirmada delante de ti” (Salmos 102. 24 al 28 – RVR1909).

La imagen de Dios es su eternidad y también se hace una referencia a su semejanza: “Y dijo Dios: Hagamos al hombre á nuestra imagen, conforme á nuestra semejanza” (Génesis 1.26 – RVR1909). La mención a la semejanza, se refiere a lo relacionado con la santidad, porque Dios es Santo: “Como hijos obedientes, no conformándoos con los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; Sino como aquel que os ha llamado es santo, sed también vosotros santos en toda conversación: Porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1.14 al 16 – RVR1909). La ignorancia de la voluntad de Dios es duda e indecisión a su obediencia. En el caso de Adán y Eva dejaron de ser libres y perfectos de la culpa, o sea, cometen voluntariamente la desobediencia ante Dios, por causa de la misma duda e indecisión al obedecer.


La aquiescencia es el consentimiento y conformidad sufrido entre Adán y Eva, antes de comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, se relajan y tranquilos desafían la voluntad de Dios, como si la fidelidad y obediencia a Dios es opcional, sin importar las consecuencias, en lugar de tener una firme decisión de obedecer a Dios, sin ningún tipo de duda. Por ejemplo, Jesucristo dijo: “Mas yo os digo,



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que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5.28 – RVR1909).

Así fue el caso de Adán y Eva, el comer del fruto fue cuestión de tiempo, la disposición ya estaba en la mente y voluntad, nuevamente reiteramos, el corazón representa la manifestación de sus emociones y sentimientos generados por sus pensamientos e intenciones: “Y vió la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable á los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también á su marido, el cual comió así como ella” (Génesis 3.6 – RVR1909). Adán y Eva pierden la virtud especial de estar y ser dedicados a Dios, porque toman su propio camino sin santidad, ejercen su escogencia del libre albedrío, y se apartan de los deberes y obligaciones de la relación con Dios. Semejante a hacer lo que quieran sin dignidad, justicia, misericordia, santificación y temor a Dios.


Su castigo es transmitir genéticamente los genes del envejecimiento, por causa de la mortalidad, pero con las aspiraciones de su dependencia a Dios para llegar a recibir vida eterna, mediante la espiritualidad a través de Jesucristo: “Bendito el Dios y Padre del Señor nuestro Jesucristo, el cual nos bendijo con toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo: Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él en amor” (Efesios 1.3 al 4 – RVR1909). Para volver a restaurar la semejanza con Dios, es indispensable cumplir la santidad, sin injuria de calumnia, cizaña, corrupción, desacreditación, desinformación, desprestigio, difamación o insulto de engaño:


“ASÍ que, amados, pues tenemos tales promesas, limpiémonos de toda inmundicia de carne y de espíritu, perfeccionando la santificación en temor de Dios. Admitidnos: á nadie hemos injuriado, á nadie hemos corrompido, á nadie hemos engañado…” (2 Corintios 7.1 al 3 – RVR1909).