PSICOTEOLOGÍA: LA NEUROCIENCIA DE LA FE
(TOMO 1)



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4.4) EL EGO HUMANO FRENTE AL DIOS YO SOY


La formación del ser humano surge de una memoria energética microscópica, con el contenido del genoma y los genes necesarios, para definir los caracteres hereditarios del organismo a plenitud. Por otra parte, el ego humano tiene vinculación con el temperamento. Además de cierta relación íntima con el carácter y la personalidad, influenciados por las costumbres y hábito cotidiano, cuyo resultado se refleja en el comportamiento y la conducta. El temperamento es biológico y genético, por consiguiente se nace con el mismo de forma innata, por esta razón su estabilidad la hace prácticamente sin la posibilidad de modificación, aunque gradualmente es controlable. Mientras tanto el ego se puede mejorar con la solidaridad, que es un ego solidario de compartir con otros.


El ego y el temperamento tienen una relación recíproca, porque el temperamento es la parte biológica y genética, determinante para la forma de ser de la persona, pero tiene su particularidad de invariabilidad, salvo el poder activo de la fe en Dios, para iluminar el conocimiento de la certeza, confianza y decisión al obedecer a Dios: “Empero sin fe es imposible agradar á Dios; porque es menester que el que á Dios se allega, crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11.6 – RVR1909). El ego se puede variar, según el aprendizaje, culto de latría y la educación, especialmente con la práctica solidaria del bien y servicio.


Brota o emana una chispa de iluminación de fe en el momento ¡eureka!, en relación con la obediencia a Dios, de manera que su activación es por medio del poder de Dios: “Para que vuestra fe no esté fundada en sabiduría de hombres, mas en poder de Dios” (1 Corintios 2.5 – RVR1909). Este poder de Dios despierta con claridad un conocimiento



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certero, evidente y seguro, sin incertidumbre, porque el descubrimiento del despertar ¡eureka! en el conocimiento que está escondido, ignorado u oculto, viene a ser la inspiración para reconocer a Jesucristo en la obediencia a Dios Padre.

El ego es el “yo” de una persona y puede ser afectado por la propia afectividad o capacidad de vivir las emociones y los sentimientos. Influye en el ego el coraje, o sea, la decisión valiente para enfrentar determinada situación. También la susceptibilidad, que es la capacidad de recibir impresión o de sentirse ofendido. Del ego depende la intención y motivación para actuar, según la interioridad de su pensamiento. El ego de cada persona es la autenticidad de su propia realidad, es un proceso de madurez hasta alcanzar buen juicio y sensatez. El proceso del ego es un espejismo, viene a ser el “yo soy el espejismo que soy”, porque gradualmente se consolida con la estabilidad, fe, firmeza y solidez, siempre y cuando, sea sin la obstinación del egocentrismo, egoísmo o egolatría. La clave para la superación del ego, está en la práctica auténtica y sincera de la solidaridad. El ego personal es un espejismo que depende del verdadero Oasis establecido por Dios Padre. Este Oasis permanente, sin agotar ni perecer, proveedor del agua de vida sustentable y sostenible es Jesucristo. En cierta ocasión Dios dice lo siguiente: “Y respondió Dios á Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás á los hijos de Israel: YO SOY me ha enviado á vosotros” (Éxodo 3.14 – RVR1909). La vida permanente está en Dios.


La antítesis del ego solidario es la autosuficiencia de bastarse a sí mismo con burla, engreimiento, pedantería y presunción de un tipo de exceso de autoestima, que desprecia y menosprecia la solidaridad hacia otros. Lo contrario de ser “enviado a vosotros” es el estatismo egoísta, del propio interés desmesurado sin accionar el bien común. El profeta Jonás, según su ego, es un profeta eficiente que logra el propósito en la ciudad de Nínive, porque el pueblo se arrepiente, con una actitud optimista y positiva; o es de profeta sin credibilidad, porque no se cumple su anuncio de la destrucción de Nínive, con una actitud de profeta egoísta, negativo y pesimista.



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Dios tiene existencia propia y por siempre, o sea, Dios existe por sí mismo, sin ningún tipo dependencia, mientras que la existencia del ser humano depende de Dios. El ego humano se conoce a sí mismo en la medida que reconoce a Jesucristo, a quién Dios Padre ha establecido para que el ser humano reciba vista y vida eterna. Dios es el Ser Supremo y los seres humanos que logran la madurez del ego semejante a Jesucristo, son fieles y sujetos a la autoridad designada por Dios, con el conocimiento claro para aceptar la obligación y sometimiento del obedecer, de manera que se subordine el buen juicio y la sensatez de la obstinación del temperamento. Así se cumple la redención de Jesucristo sobre el género humano con su pasión, muerte y resurrección: “Díjoles pues, Jesús: Cuando levantareis al Hijo del hombre, entonces entenderéis que yo soy, y que nada hago de mí mismo; mas como el Padre me enseñó, esto hablo. Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre; porque yo, lo que á él agrada, hago siempre” (Juan 8.28 al 29 – RVR1909).


El corazón del ego humano que es duro o de piedra, es el temperamento, pero se presenta un conflicto en cada persona entre el escepticismo y el valor de la empatía para dar forma a un equilibrio en la conciencia racional. Las características y cualidades biológicas, bioquímicas, fisiológicas, genéticas y en las demás funciones relacionadas en lo corporal y el espíritu, son parte del ser humano actual, igual como en Adán y Eva hace alrededor de seis mil años. Eva para darse cuenta de su propia realidad, sufre de escepticismo, el conocimiento cierto, completo y verdadero, es la obediencia a la voluntad de Dios, sin embargo, Eva se deja llevar por la duda e indecisión al obedecer a Dios. La reacción de Adán, aunque se inclina a la falta de credulidad y fe, debido a su propio temperamento, actúa con empatía, en el sentido de la identificación con Eva. Hay una realidad imperante que es hacer la voluntad de Dios, pero tanto Adán como Eva, siguen su realidad personal con el uso del libre albedrío y ceden a la presión externa del entorno de influencia y tentación. Tanto el ego como el temperamento no se pueden esquivar ni evadir, nadie se los quita de encima.



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La voz de la serpiente fue el cuestionamiento detonante. La curiosidad de Eva era un deseo de averiguar y saber con su facultad de analizar, observar, pensar y reflexionar. El temperamento es una especie de terquedad o testarudez, por este motivo la comparación con la dureza de corazón, donde se requiere el equilibrio de la empatía, para la capacidad de la persona de comprender las emociones y tener identificación con los demás, como dice Pablo: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11.1 – RVR1909); “Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad los que así anduvieren como nos tenéis por ejemplo” (Filipenses 3.17 – RVR1909).


La fe es certeza, confianza y seguridad, especialmente al obedecer a Dios y a su Hijo, contrario a la duda e indecisión. Abel presenta una ofrenda a Dios, nótese como se menciona que Dios se agrada de Abel, esto es su actitud y personalidad: “… Y miró Jehová con agrado á Abel y á su ofrenda” (Génesis 4.4 – RVR1909). La ofrenda de Abel el justo, representa la fe de certeza, confianza y seguridad al obedecer a Dios: “Por la fe Abel ofreció á Dios mayor sacrificio que Caín, por la cual alcanzó testimonio de que era justo,…” (Hebreos 11.4 – RVR1909). ¿Cómo se demuestra la estima y reconocimiento de Dios por la actitud y personalidad? Un pasaje bíblico dice: “Porque misericordia quise, y no sacrificio; y conocimiento de Dios más que holocaustos. Mas ellos, cual Adam, traspasaron el pacto: allí prevaricaron contra mí” (Oseas 6.6 al 7 – RVR1909). Este conocimiento es celestial y pertenece a Dios sin límite, por esta razón Dios es el “YO SOY EL QUE SOY”, porque el conocimiento de Dios es completo, perfecto, pleno y total, mientras que el ser humano tiene un conocimiento muy imperfecto, incompleto, limitado y restringido, con absoluta necesidad del conocimiento, energía, memoria, protección y respaldo de Dios y su Hijo: “… mas te recogeré con grandes misericordias. Con un poco de ira escondí mi rostro de ti por un momento; mas con misericordia eterna tendré compasión de ti, dijo tu Redentor Jehová… mas no se apartará de ti mi misericordia, ni el pacto de mi paz vacilará, dijo Jehová, el que tiene misericordia de ti” (Isaías 54.7 al 10 – RVR1909).



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Principios y valores como la fe, justicia y misericordia, no tienen cabida en lo que llaman un mal temperamento, porque requiere un corazón contrito y humillado para cambiar ante Dios: “Porque no quieres tú sacrificio, que yo daría; No quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado: Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmos 51.16 al 17 – RVR1909). Así las actitudes y personalidad en general es indispensable para el agrado de Dios: “… porque Jehová mira no lo que el hombre mira; pues que el hombre mira lo que está delante de sus ojos, mas Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16.7 – RVR1909).


El ego humano es característico y propio del individuo, en el buen sentido de la palabra, es domable o indomable según cada caso particular. La sociedad moldea el individuo con sus preconceptos y prejuicios en contra de la fidelidad y obediencia a Dios. La tendencia del ser humano es promover una aparente fe, pero ciega, por beneficio y conveniencia personal, por ejemplo, las luchas de poder, ya sea comercial, económico, financiero, ideológico, militar, político y territorial.


En el caso de la fe y la abundancia de creencias ciegas, se incluye el poder religioso, por consiguiente sus luchas y rivalidades por cuestiones de confesiones de fe, sustentadas en sus propias creencias consideradas incuestionables: “Pero si tenéis envidia amarga y contención en vuestros corazones, no os gloriéis, ni seáis mentirosos contra la verdad: Que esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrena, animal, diabólica. Porque donde hay envidia y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa” (Santiago 3.14 al 16 – RVR1909). Infalible solo Dios Padre y su Hijo. El ego humano es individual, se puede dar un ego colectivo de acuerdo con la cultura social. La sabiduría que desciende de lo alto es la sabiduría del Dios YO SOY, sin embargo, el ser humano se fascina por la egolatría del acumulamiento y adquisición de bienes y servicios superfluos. El derroche, enriquecimiento desmesurado, entretenimiento, exceso de placer y vicio, fama, fanatismo, lucro, lujo, lujuria, opulencia, orgullo, pleitesía,



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prestigio, reconocimiento, soberbia, status social y vanidad, convertidos en ídolos culturales y sociales. Su valor práctico no está en Dios, ni su tesoro o valor más apreciado es Dios, no hay respeto, ni dignidad, ni sensibilidad intelectual a Dios.

Mientras tanto, la sabiduría única del Dios YO SOY, de ninguna manera es egoísta, sino es el compartir del amor y servicio demostrado y visible en Jesucristo: “Mas la sabiduría que es de lo alto, primeramente es pura, después pacífica, modesta, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, no juzgadora, no fingida. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen paz” (Santiago 3.17 al 18 – RVR1909). Esto significa que la guía del enfoque principal y el norte con dirección del rumbo hacia el camino de la conducta en Jesucristo, propone seguir las acciones con la orientación primordial, establecido como el propósito y sentido de la vida existencial. El ego que es colectivo en la cultura social, tiene su propia personalidad, sumida en las guerras sin sentido y luchas de poder, por cuestión de satisfacer el deleite y el dolo:


“¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No son de vuestras concupiscencias, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y guerreáis, y no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Santiago 4.1 al 3 – RVR1909).

La paz interior del ser humano requiere la mejora y superación del ego y la personalidad. El egocentrismo es la disposición anímica y psíquica de priorizar los intereses que son propios como el centro, donde se direccionan todas las actividades personales. Pero resulta que es Dios Padre el Creador de todo lo existente, quien determina en la persona y vida de Jesucristo como el cristocentrismo, o sea, el centro de



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todas las actividades personales del ser humano. Lo que pasa es que el mundo vive su propia realidad, según su propio pensamiento y acciones, mientras que la realidad Divina, establecida por Dios Padre es muy diferente a la humana, quienes han establecido su propio camino contrario al de Dios. Es decir, la persona de Jesucristo es el modelo a seguir en su personalidad, por su carácter, temperamento y hábitos practicados durante su cotidianidad, plasmados en literatura y narración de evangelios en Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

El carácter, ego, personalidad y temperamento en el ser interior se conjugan, pero todo el conjunto del “ser yo” es más complejo; se interviene el proceso mental y los pensamientos complementarios que se interrelacionan entre sí, como en las actitudes, ahínco, anhelos, aptitud tanto adquirida o innata, arrepentimiento, aspiraciones, atributos, comportamientos, comprensión, comunicación mayormente asertiva, comunión, conducta, conocimientos, conversión, consagración, cortesía, creencia, cualidad, culto, deber, deseos, dignidad, disciplina, emociones, entendimiento, esencia, habilidades psicosociales y socioemocional, hábitos, integridad, inteligencia, intención, madurez, motivación, obligación, paz, paciencia, potencial, preferencia, principios, prioridad, propósitos, resarcimiento, responsabilidad, santificación, sentido, sentimientos, valores, verdad, vigor, virtud y voluntad. Por esta razón, el ego no está completo a cabalidad ni a plenitud, sino que es un proceso de progresión toda la vida, hasta el último aliento o suspiro, de todo este conjunto que nos caracteriza como ser interior.


El que ignora esta integración del ser interior en Cristo, y vive sin conciencia integral de todo esto en su propia vida, en realidad no sabe para que existe, como dice la Biblia: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1.21 – RVR1909). Así, el sentido de la existencia o propósito y sentido de la vida, está en Jesucristo mismo. La condición o el estado de preparación personal, en el momento de la muerte, es ganancia cuando el proceso de Cristo en el ego o ser de cada quien, se completa según la referencia en



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Cristo: “Hasta que todos lleguemos á la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, á un varón perfecto, á la medida de la edad de la plenitud de Cristo” (Efesios 4.13 – RVR1909). La constitución y diseño de lo corporal, mental y espiritual, es determinada y diseñada por Dios Padre como el Creador del ser humano, por lo tanto, el dominio en el funcionamiento biológico, genético y orgánico, lo conoce plenamente Dios. Un objeto de estudio de la ciencia supone al ser humano, que es la creación de Dios. Ciencia, fe y razón se complementan, el propietario del saber completo y exacto, porque lo sabe todo, es la autoría de Dios. Así, Dios es el Creador de todo lo que se involucra energía, espacio, espiritualidad, materia y tiempo. La decisión y potestad de diseño de Dios en la composición y forma del ser humano, se manifiesta en la creación, así como el alfarero, barro y herramienta: “Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros lodo, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos, todos nosotros” (Isaías 64.8 – RVR1909). La herramienta del poder de creación: Espíritu Santo de Dios.

La relación con el ego humano frente al Dios YO SOY, es por medio de Jesucristo, para que el ego y la personalidad sean transformados, inclusive la dureza del temperamento, para traer iluminación a la duda e indecisión al obedecer a Dios. Así como el ser humano en su formación pasa por el proceso de cigoto, embrión y feto, también puede trascender en un proceso de lo natural, espiritual al nivel celestial. Dios Padre ha sido, es y será por siempre. La imagen de Dios es la eternidad y su semejanza es la santidad, aunque es invisible y nadie humano ha visto a Dios, su carácter es manifestado en la persona de Jesucristo su Hijo, para ejemplo y modelo de la vida cotidiana en la relación de convivencia en humanos, por ejemplo, caminar con Dios en la humildad al encuentro con su Hijo. Porque Jesucristo representa la santidad de la presencia de Dios Padre, su historia y vida ejemplar es épica, por lo extraordinario, pero única, porque es el mismo Dios Hijo hecho humano y enviado directamente de Dios Padre. La misión de cada persona es servir a Jesucristo, quien es loable en alabanza y sublime en el ejemplo y testimonio de su vida.



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Jesucristo es histórico y digno de que todo ser humano, sin excepción, lo analice, estudie e investigue, para educación y aprendizaje de vida en toda la civilización, cultura y nación. Los indicios bíblicos e históricos que conducen para averiguar su vida, son indispensables para seguir sus huellas o pasos. Dios Padre no ha establecido la honra para ningún otro que no sea Jesucristo, porque nadie ha dejado huella y rastro como su Hijo, que nunca cometió injusticia ni pecado: “He aquí te he purificado, y no como á plata; hete escogido en horno de aflicción. Por mí, por amor de mí lo haré, para que no sea amancillado mi nombre, y mi honra no la daré á otro” (Isaías 48.10 al 11 – RVR1909). Jesucristo vino a restaurar al ser humano a la imagen y semejanza de Dios, para que el ser humano sea un ser limpio, puro, santo, sin impurezas y sin iniquidad, con una conexión de armonía, comunión y unión, con la guía directa de Dios, mediante su Santo Espíritu, el compromiso, decisión, determinación y responsabilidad ante el Padre. Hacer el bien, además de las confesiones de fe, listas de creencias o dogmas, implica y requiere integralmente todo el carácter y personalidad, ego y temperamento, acciones, actitudes, comportamiento, conducta, emociones, habilidades psicosociales, hábitos, intenciones, pensamiento, principios, sentimientos, virtudes y valores, integradas al ser interior:


“… El que oye mi palabra, y cree al que me ha enviado, tiene vida eterna; y no vendrá á condenación, mas pasó de muerte á vida. De cierto, de cierto os digo: Vendrá hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios: y los que oyeren vivirán. Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio también al Hijo que tuviese vida en sí mismo: Y también le dio poder de hacer juicio, en cuanto es el Hijo del hombre. No os maravilléis de esto; porque vendrá hora, cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; Y los que hicieron bien, saldrán á resurrección de vida; mas los que hicieron mal, á resurrección de condenación” (Juan 5.22 al 29 – RVR1909).