SEGUNDA EDICIÓN LA COMUNIDAD DE FE: ACUERDOS DE FE



Basado en la Biblia Versión Reina - Valera Revisión de 1960 (RVR60)

1.10 EL RITO SIMBÓLICO Y SU SIGNIFICADO


La fiesta antigua, conocida como el pentecostés, representa para el nuevo pacto el derramamiento del Espíritu Santo (Hechos 2.1 al 4), pasando de lo literal a lo espiritual y de igual forma, las primicias de los primeros frutos, significa la resurrección de Jesucristo (1 Corintios 15.23).


Las trompetas significan anunciar el evangelio y predicar la palabra de Dios, como lo hacen los mensajeros de Dios, a toda nación, tribu, lengua y pueblo. No con el sonido literal de la trompeta manifestada en el monte Sinaí (Hebreos 12.18 al 19), tan fuerte provocando el estremecimiento del pueblo (Éxodo 19.16 y 19), sino con reverencia y temor a la trompeta de Dios, espiritual, que está en su palabra, a través de las Santas Escrituras, manifestación de autoridad y cumplimiento de su voluntad. Su voz conmoverá, no solamente la tierra, sino también el cielo, a la venida del Señor, en cumplimiento de su palabra (1 Tesalonicenses 4.16), con voz de arcángel y con trompeta de Dios. Porque en ese día se anunciará la resurrección de los muertos, a la final trompeta, porque se tocará la trompeta (1 Corintios 15.52), esto da a entender la importancia entre el simbolismo literal y su significado con lo celestial, para comprender su cumplimiento en Cristo (Hebreos 12.22 al 29), para hacer prevalecer la preeminencia en todo por medio de Jesucristo.


En cuanto al día de expiación, así como en el primer pacto, fueron purificadas las figuras de las cosas celestiales y había un santuario, figura del verdadero, Cristo entró en el cielo mismo para presentarse por nosotros ante Dios, haciendo un solo sacrificio de sí mismo, para quitar de en medio el pecado (Hebreos 9.23 al 26, 10.12 y 19 al 20). Y según el modelo tomado de Cristo, de igual forma se requiere llevar una vida diaria en sacrificio vivo, con nuestros hechos, agradables delante de Dios, con la presentación de nuestros cuerpos, santos y en culto racional (Romanos 12.1). Textualmente dice la palabra: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre. Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios” (Hebreos 13.15 al 16).


Cristo se entregó a sí mismo por nosotros, como ofrenda y sacrificio a Dios, en olor fragante, igualmente es necesario andar en amor (Efesios 5.2), ser espiritualmente, olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios (Filipenses 4.18), derramando nuestras vidas en libación sobre el sacrificio y servicio de nuestra fe (Filipenses 2.17): “Jehová se complació por amor de su justicia en magnificar la ley y engrandecerla” (Isaías 42.21). “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1.17).


El incienso significa las oraciones de los santos (Apocalipsis 5.8, 8.4), así dice el Salmo: “Jehová, a ti he clamado; apresúrate a mí; escucha mi voz cuando te invocare. Suba mi oración delante de ti como el incienso, el don de mis manos como la ofrenda de la tarde” Salmo 141.1 al 2). La lámpara significa: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmo 119.105). El desierto es la vida donde el mundo es un espejismo de dinero, fama, placer, poder y riqueza, Jesucristo es el verdadero oasis de vida eterna en consagración, devoción, gratitud, santidad y voluntad de Dios. El espejismo es el camino ancho, el oasis es el camino angosto de la disciplina, razonamiento espiritual y práctico: “El que tiene en poco la disciplina menosprecia su alma; mas el que escucha la corrección tiene entendimiento. El temor de Jehová es enseñanza de sabiduría…” (Proverbios 15.32 al 33).


La fiesta de los tabernáculos, símbolo del abrigo de Dios, representa la comunión y protección, a través del reino espiritual de Cristo o reino de Dios entre nosotros, porque Jesucristo es el verdadero Tabernáculo y hay libertad para entrar al lugar Santísimo, por medio de la sangre de Jesucristo (Hebreos 10.19 al 20). Esto nos permite acercarnos confiadamente al trono de la gracia, hallando misericordia para el necesario auxilio (Hebreos 4.16). El Apocalipsis dice lo siguiente: “Después de estas cosas miré, y he aquí fue abierto en el cielo el templo del tabernáculo del testimonio” (Apocalipsis 15.5). La tierra de Israel tenía el templo y conforme a lo dispuesto en el tabernáculo, incluía un velo (Éxodo 26.30 al 33), el cual se rasgó en dos, de arriba abajo, cuando Jesús expiró en la cruz (Marcos 15.37 al 38; Mateo 27.50 al 51; Lucas 23.45 al 46).


La palabra de Dios explica: “Dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie” (Hebreos 9.8). Este velo establecía separación entre la primera parte, llamada el Lugar Santo, en donde estaba el candelabro, la mesa y los panes de la proposición, y tras el velo el Lugar Santísimo que tenía un incensario de oro y el arca del pacto, con una urna que contenía maná, la vara de Aarón que reverdeció y las tablas del pacto (Hebreos 9.2 al 5), todo representativo de Jesucristo, en el mismo orden: la luz del mundo (Juan 8.12, 9.5), el pan sin levadura, que es la palabra sin alterar (1 Corintios 5.7 al 8), la puerta (Juan 10.9), olor fragante que agrada a Dios (2 Corintios 2.15), el pan de vida que descendió del cielo (Juan 6.30 al 59), el buen pastor (Juan 10.11 al 16; Hebreos 13.20; 1 Pedro 2.25), la lealtad y obediencia a los mandamientos de Dios (Hebreos 10.9).


La ley ritual y ceremonial, incluidas las fiestas rituales no son la excepción (Levítico 23.37; Números 10.10), todo esto tuvo su cumplimiento en Cristo (Hebreos 9.28 al 10.18). La culminación de dichas fiestas, los sábados rituales y ceremoniales, las nuevas lunas, fue profetizada en Oseas 2.11 y confirmada en el nuevo pacto en Efesios 2.15 y Colosenses 2.14 al 17. En Romanos 10.4, establece a Cristo como el fin de la ley ritual: propósito y finalización. Por lo tanto, en la actualidad no se requiere celebrar o conmemorar ritos cesados por Cristo, con su muerte en la cruz. Jesucristo es el centro y cumplimiento de la ley y de la profecía, el rito ceremonial era un símbolo de cumplimiento en Cristo. Él es la imagen real, verdadera, del simbolismo profético, desde la antigüedad, representado en los ritos. Siendo el propósito final y el término de la ley ritual, la llegada de Cristo (Romanos 10.4), a quien la Escritura le llama el consumador de la fe (Hebreos 12.2), se concluye la línea perfecta, planeada y trazada por el Padre, dando cumplimiento al plan de Dios, a través de su continuidad y perpetuidad mediante Cristo (Salmos 111.7 al 8, 119.151 al 152; Éxodo 12.14, 12.17, 27.20 al 21, 28.40 al 43, 29.4 al 9, 29.27 al 28, 30.7 al 8, 30.17 al 21, 40.9 al 15; Levítico 16.29 al 34, 23.26 al 32, 23.41 al 43; Números 10.8, 15.13 al 15).


En cuanto a la pascua, Jesucristo vino a ser el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1.29), con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo (1 Pedro 1.19 al 20; Apocalipsis 13.8), entonces la sangre derramada ritualmente en el primer pacto, simbolizaba la redención y sacrificio de Cristo en la cruz, para perdón de los pecados. En el caso de la Pascua, comer la carne asada al fuego, panes sin levadura y con hierbas amargas, tienen su simbolismo. Comer la carne es alimentarse de la palabra de Dios y la enseñanza del Señor Jesucristo, vivir dignamente, comer su carne y beber su sangre, representado en la palabra de Dios (Juan 6.47 al 58). Las hierbas amargas son los sufrimientos de Cristo y sus seguidores, obedientes y ejercitados en el discernimiento del bien y del mal (Hebreos 5.7 al 9 y 14). Leer y vivir la Biblia, al distinguir a Cristo como el pan vivo descendido del cielo. Cuando celebraron la primera pascua, la orden era salir de Egipto, para servir a Dios. Egipto en su momento simbolizaba el pecado y paganismo, el alejamiento del mismo, significa acercarse más a Dios, consagrarse y santificarse ante el Creador, abandonar el pasado y ser nueva criatura, en un sentido espiritual y no como lo entendió Nicodemo, nacer de nuevo en un sentido literal (Juan 3.3 al 6).


En relación con las vestiduras, según la Biblia nos vestimos las armas de la luz, sin glotonerías y borracheras, sin lujurias y lascivias, sin contiendas y envidias, vestidos del Señor Jesucristo, sin proveer para los deseos de la carne (Romanos 13.12 al 14; Apocalipsis 22.14 al 15; Marcos 7.21 al 23). Vestidos del nuevo hombre, de toda la armadura de Dios (Efesios 6.11), en la justicia y santidad de la verdad (Efesios 4.24), ceñidos nuestros lomos con la verdad, vestidos con la coraza de justicia y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz (Efesios 6.14 al 15; Lucas 15.22). Llevar el escudo de la fe, el yelmo (parte de la armadura que protege la cabeza y el rostro) de la salvación y la espada del Espíritu, o sea, la palabra de Dios (Efesios 6.16 al 17; 1 Tesalonicenses 5.8). Y vestidos de la misericordia, benignidad, humildad, mansedumbre, paciencia y vestidos del amor como vínculo perfecto (Colosenses 3.12 al 14). Las vestiduras de lino fino significan las acciones justas de los santos (Apocalipsis 19.8).


En el caso de la purificación con agua, dice la Biblia: “... Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra” (Efesios 5.25 al 26 y Hebreos 10.19 al 22). Cristo efectuó la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo (Hebreos 1.3), a través de su sangre nos limpia nuestras conciencias de obras muertas, para servir a Dios (Hebreos 9.14; 1 Juan 1.7). El bautismo en agua sirve para testimonio de nuestra aspiración de una buena conciencia hacia Dios, porque este bautismo no quita las inmundicias de la carne (1 Pedro 3.21). La limpieza consciente viene por la palabra de Dios y mediante la fe la purificación de nuestros corazones (Hechos 15.8 al 9). Por la fe en Cristo, somos bautizados y revestidos en él (Gálatas 3.26 al 27), para vivir conforme a la voluntad de Dios (1 Pedro 2.21 al 24, 4.1 al 2).