CAPÍTULO 1: EL ORIGEN DE LOS VALORES COMUNITARIOS


El origen y discernimiento entre el bien y el mal, o sea, el conocimiento de diferenciar entre lo bueno y lo malo, surgen desde Adán y Eva, representado en la acción de comer de un fruto del árbol de la ciencia. La Biblia contiene una gran cantidad de símbolos, estos posibilitan diversas interpretaciones, para explicar sus significados. El caso de Adán y Eva, representa el origen de la relación de convivencia entre individuos, su hábitat y Dios su Creador. También la capacidad interna de percatar, o sea, advertir y considerar, en relación con la toma de conciencia y el reconocimiento de sí mismo y de su entorno, además operan otras acciones como la de meditar, pensar y reflexionar.


El bien representa los valores y el mal los antivalores. El árbol de la ciencia es el medio para demostrar la obediencia al Dios verdadero o al dios falso, debido a la serpiente astuta como adversario en la adoración y servicio a Dios. La advertencia divina propone muerte, como consecuencia de la desobediencia o el fruto del pecado, mientras que la propuesta de seguir al dios falso excluye el resultado de la muerte, según la versión de la serpiente, en contraposión a Dios:


El Dios Creador: “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2.16 al 17).


El dios falso (serpiente): “Pero la serpiente era astuta,… la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?... Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis…” (Génesis 3.1 al 5).


El género humano, representado en Adán y Eva, mediante mentira, se engaña a sí mismo, actúa sin responsabilidad, a consecuencia de su abandono a la adoración y servicio al Dios verdadero. Se pasa de la inocencia a la malicia, cuya corrupción e injusticia perdura por generaciones. Hay un supuesto razonamiento previo, para alcanzar la sabiduría, al final prevalece la confusión, duda y falsedad. Se rinde culto y sumisión a la serpiente, en oposición a la voluntad del Dios Creador y contrario a la certeza de la fe:


“Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles… ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén” (Romanos 1.20 al 25).

La serpiente, además de engañar al inicio al ser humano, lo hace con el resto del mundo: “… La serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero…” (Apocalipsis 12.9). Figurativamente el diablo y Satanás representa el pecado dominante en el mundo. Además de la mentira promueve el homicidio: “… Ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira” (Juan 8.44). En relación con el sacrificio a dioses ajenos, es comparado con un sacrificio presentado a los demonios (Deuteronomio 32.16 al 21; 1 Corintios 10.19 al 22).


También Caín accede a su adoración: “…El diablo peca desde el principio… En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: Todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios. Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros. No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas” (1 Juan 3.8 al 12). El ser humano toma el camino de Abel o de Caín, entre la justicia y la injusticia. La condición de Caín existe desde un principio, en la condición de todo aquel que vive sin temor a Dios y comete injusticia, prevalece en su vida la obra de la carne (Gálatas 5.19 al 21; Salmos 51.5, 58.3; Romanos 5.12, 6.23), del ego y de la muerte.


La justicia es un valor indispensable, como practicante de la adoración y servicio al Creador, de lo contrario se desconoce con los actos la obediencia y voluntad de Dios. Abel por la fe ofreció a Dios más excelente sacrificio que su hermano Caín y mostró ser justo (Hebreos 11.4), la fe es otro valor. Dios no se agradó de la personalidad de Caín, ni de su ofrenda: “… Pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya…” (Génesis 4.1 al 5), por consiguiente, no se agradó del carácter de Caín, su reacción ante el medio, su actitud y comportamiento desleal y sanguinario.


La falta de ejercicio de los valores comunitarios, dejan vulnerable a la persona a cometer un antivalor, tal es el caso de Caín: “… Si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo…” (Génesis 4.7). Eva antes de tomar el fruto y comer del mismo, sufre un proceso de observación y deseo, su pensamiento cede ante la codicia: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable…” (Génesis 3.6). La fe, la justicia, la paz, la santidad, por ejemplo, no se pueden asumir como actitudes opcionales, porque en realidad son valores vitales, de suma importancia y trascendencia para la salvación y vida eterna. Las actitudes se relacionan con acciones, actos, comportamientos, conductas, cualidades y hábitos. La Biblia menciona (el subrayado es nuestro):


“¡Ay de ellos! Porque han seguido el camino de Caín, y se lanzaron por lucro en el error de Balaam… De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él” (Judas 11 y 14 al 15).

El camino de Caín es el camino de injusticia, donde transita un supuesto profeta Balaam, con la presunción de maldecir al pueblo justo, cuya minoría o remanente del camino de Abel, es la que mantiene la justicia viva en un mundo de corrupción y lucro: “… los amonitas y moabitas no debían entrar jamás en la congregación de Dios, por cuanto no salieron a recibir a los hijos de Israel con pan y agua, sino que dieron dinero a Balaam para que los maldijera” (Nehemías 13.1 al 2 y Deuteronomio 23.3 al 5). El deseo vehemente del ser humano es su inclinación o tendencia al mal, el acumular con avaricia, la codicia insaciable, el egoísmo y el enriquecimiento ilícito. Caín presenta una ofrenda, sin intención de obedecer y prestar atención a su Dios Creador. El profeta Samuel en relación con la obediencia y ofrenda a Dios, dice:


“Y Samuel dijo: ¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado…” (1 Samuel 15.22 al 23).

La adoración, culto y servicio, implica obedecer y prestar atención a Dios. Caín en lugar de una ofrenda de amor y gratitud, pretende recibir la alabanza y pleitesía, como vanagloria, sin glorificar y honrar verdaderamente. Dios le dice: “Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido?” (Génesis 4.7). Caín con el acto del homicidio, muestra los siguientes antivalores de egoísmo, envidia, furia, injusticia, mezquindad, odio, rencor, resentimiento y saña, de lo contrario hubiera mostrado los valores de amor, cariño, compasión, fe, fidelidad, justicia, lealtad, misericordia, paz, perdón, respeto y santidad. Dios le dijo a Caín: “¿Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante?" (Génesis 4.6).


El deseo inherente al ser humano con la tendencia al mal, se llama concupiscencia. Es un deseo natural caracterizado por el apetito desordenado de bienes terrenales y placeres deshonestos. Se podría comparar en analogía y a manera de símbolo, a la serpiente astuta del huerto del Edén, con la atracción y seducción de la concupiscencia. Y según Santiago nos dice: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado: Y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1.13 al 15).


La consecuencia del acto de Caín es el pecado y la muerte espiritual, nuevamente los seres humanos rinden adoración, culto y servicio al dios falso, representado en la serpiente astuta y sus malos pensamientos: “Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno” (Efesios 6.16). Los dardos de fuego, no son carne ni sangre (Efesios 6.12), es decir, no son personas, sino los malos pensamientos desarrollados en las mentes de los seres humanos, mediante la concupiscencia. Esto se contrarresta con la conciencia espiritual y moral, para posibilitar el comportamiento responsable. El maligno representa a las personas sin responsabilidad, propensas a hacer y pensar mal. El escudo de la fe es el mecanismo empleado en la mente, como campo de batalla contra los engaños, malos pensamientos y mentiras.


La epístola del apóstol San Pablo a Tito indica: “Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas. Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra” (Tito 1.15 al 16). Después de la creación, cuando se establece lo ritual dentro del culto a Dios y como rito de perdón de las ofensas cometidas, se distorsiona el culto a tal grado que Dios dice:


“Aborrecí, abominé vuestras solemnidades, y no me complaceré en vuestras asambleas. Y si me ofreciereis vuestros holocaustos y vuestras ofrendas, no los recibiré, ni miraré a las ofrendas de paz de vuestros animales engordados” (Amós 5.21 al 22). “¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién demanda esto de vuestras manos, cuando venís a presentaros delante de mí para hollar mis atrios?” (Isaías 1.11 al 12).

Se ofrecía para el sacrificio el animal ciego, cojo, enfermo o hurtado, profanando el nombre de Jehová Dios y su altar, habiendo Dios dicho: “No ofrecerás en sacrificio a Jehová tu Dios, buey o cordero en el cual haya falta o alguna cosa mala, pues es abominación a Jehová tu Dios” (Deuteronomio 17.1; Levítico 22.20). Deshonraron, menospreciaron y profanaron el nombre de Dios, quien menciona lo siguiente: “… Y cuando ofrecéis el animal ciego para el sacrificio, ¿no es malo? Asimismo cuando ofrecéis el cojo o el enfermo, ¿no es malo?... y trajisteis lo hurtado, o cojo, o enfermo, y presentasteis ofrenda. ¿Aceptaré yo eso de vuestra mano? Dice Jehová” (Malaquías 1.6 al 14). Las manos de los infractores, llenas de crímenes y de maldad, no aceptan la corrección, presentan ofrendas indignamente y Dios les pide: “Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda” (Isaías 1.16 al 17).


Dios dice: “Porque misericordia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaustos. Mas ellos, cual Adán, traspasaron el pacto; allí prevaricaron contra mí” (Oseas 6.6 al 7). Dios quiere su conocimiento en la humanidad que nace en ignorancia: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre… me has hecho comprender sabiduría. Purifícame… y seré limpio;…” (Salmos 51.5 al 7). La carencia de instrucción es suplida por la sabiduría de la pureza y la mirada retrospectiva de la esencia de los valores de Dios: “Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: Solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miqueas 6.6 al 8).


Nuevamente la palabra de Dios menciona los valores comunitarios, por ejemplo, hacer justicia y amar misericordia. El humillarse ante Dios, además de ofrecer acatamiento y sumisión, está relacionado con abatir el orgullo y tener humildad. La arrogancia y el exceso de estimación propia, reflejan la rebeldía del ser humano como un dios falso de sí mismo. Se constituye en un dios adversario ante su Dios Creador. La vida presenta muchos obstáculos y sufrimientos, con la finalidad de purificar y mejorar la personalidad. Precisamente uno de los cambios más difíciles para el ser humano, es cambiar la personalidad, a pesar de enfrentar todas las experiencias difíciles y malos momentos. El ser humano con el transcurrir de su vida, le cuesta llegar a ser mejor persona, salvo tenga conciencia y practique los valores. El Salmo dice: “Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51.16 al 17).


El espíritu quebrantado y el corazón contrito y humillado producen la purificación de la vida: las adversidades, dificultades y sufrimiento, purifican nuestro carácter, personalidad y temperamento. Nos ayuda a ser mejores personas, individual y colectivamente. La purificación es interior. El sufrimiento en la vida cotidiana, confirma, fortalece y madura a la persona, es parte de enfrentar las situaciones del mundo. La Sagrada Escritura dice: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12.14). Tanto la paz como la santidad, están entre los valores comunitarios, necesarios para la convivencia con todos y para la armonía y comunión con el Señor.


Los valores comunitarios, son indispensables para la capacidad de diferenciar o discernir entre el bien y el mal. Ya desde antaño, por medio de Dios se establecía ciertas diferencias opuestas entre sí, por ejemplo: “Y enseñarán a mi pueblo a hacer diferencia entre lo santo y lo profano, y les enseñará a discernir entre lo limpio y lo no limpio” (Ezequiel 44.23). Además: “Para poder discernir entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio, y para enseñar a los hijos de Israel todos los estatutos que Jehová les ha dicho por medio de Moisés” (Levíticos 10.10 al 11).


Desde el inicio Dios establece una ley de justicia, donde la ley moral de los Diez Mandamientos o Decálogo, es también una ley comunitaria, porque es útil para conocer y diferenciar entre el bien y el mal, en nuestra relación con Dios y el prójimo. Además son normas o reglas de convivencia en comunidad. Dios dice: “Estad atentos a mí, pueblo mío, y oídme, nación mía; porque de mí saldrá la ley, y mi justicia para luz de los pueblos. Cercana está mi justicia, ha salido mi salvación…” (Isaías 51.4 al 5).