1.3 LA JUSTICIA, MISERICORDIA Y FE


Jesús resalta la justicia, misericordia y fe, como lo más importante de la ley: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: La justicia, la misericordia y la fe…” (Mateo 23.23). En su tiempo los fariseos se aferran a los preceptos de la ley, por ejemplo, diezmar toda hortaliza, pero pasan por alto la justicia y el amor de Dios. Jesús dijo: “Mas ¡ay de vosotros, fariseos! que diezmáis la menta, y la ruda, y toda hortaliza, y pasáis por alto la justicia y el amor de Dios…” (Lucas 11.42).


Era necesario un equilibrio entre el contenido de la letra de la ley y el motivo, intención o propósito pretendido con la práctica de la ley, a saber, promover el amor de Dios, fe, justicia y misericordia: “El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13.10). Toda la ley y los profetas dependen de dos mandamientos: amar a Dios y al prójimo como a uno mismo (Mateo 22.35 al 40). Ningún precepto adicional fuera de estos mandamientos, puede estar en contra del amor, frustrar, oprimir y perseguir a las personas con amargura, injusticia, odio, rencor y demás antivalores.


Ninguna interpretación de la ley puede ir en contra del amor y de la vida. En el caso del amor al prójimo como a uno mismo, un intérprete de la ley le pregunta al Señor acerca de ¿quién es su prójimo? El Maestro con una parábola de ejemplo (Lucas 10.29 al 37), le explica no solo quién es el prójimo, sino cómo ser uno el prójimo de todos los seres humanos a su alrededor, sin las discriminaciones culturales, étnicas, raciales y de otras índoles.


Es necesario abarcar el tema de la ley añadida o ley de muerte, lo ceremonial y ritual, la circuncisión, los sacrificios, ofrendas, holocaustos y expiaciones por el pecado, para comprender la afirmación de Jesús:


“Pues os digo que uno mayor que el templo está aquí. Y si supieseis qué significa: Misericordia quiero, y no sacrificio, no condenaríais a los inocentes; porque el Hijo del Hombre es Señor del día de reposo” (Mateo 12.6 al 8), “... Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mateo 9.12 al 13).

Los escribas y fariseos no lograban captar el amor de Dios, fe, justicia y misericordia, a pesar de ser estudiosos de las Escrituras, en aquella época integrada por la ley de Moisés, los profetas y los salmos (Lucas 24.44). No aprendieron a vivir la vida en Dios, el amor desinteresado e incondicional, a ser benevolentes, buscar el bien común y estimar a las personas con fuerza de voluntad. Tampoco entendían el amor a los enemigos, porque esperaban al Mesías como Libertador (Romanos 11.25 al 26), y no como pacificador con sus adversarios (Mateo 5.38 al 48).


El buen samaritano de la parábola representa el conocimiento celestial, donde estaba un hombre postrado en el camino, herido, despojado, por causa de unos ladrones, dejándole casi muerto que representan el conocimiento natural, anduvo por ahí un sacerdote, viéndole, pasó de largo, luego un levita quien hizo lo mismo, ambos eran instruidos en la ley, y estaban al servicio de la obra de Dios por ser de la tribu de Leví, los elegidos para el servicio y trabajo ministerial que representan el conocimiento espiritual.


Posiblemente tanto el sacerdote como el levita, actuaron así, apegados a la misma ley, según la interpretación de algunos preceptos, creyeron correcto no acercarse al herido, por si, en caso de estar muerto, no caer en inmundicia al tocarlo, ya que temporalmente podrían quedar inmundos en caso de tocar a alguien fallecido (Números 19.11 al 16; Levítico 21.1 al 4; Ezequiel 44.25). Pero un samaritano, supera el privilegio poseído por el sacerdote y el levita, ve al herido y es movido a misericordia, lo socorre y cuida hasta sanar por completo. Jesús pregunta al intérprete de la ley: “… ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? El dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Vé, y haz tú lo mismo” (Lucas 10.29 al 37). Está escrito: “Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio” (Santiago 2.13). Hay que vencer el mal con el bien.


Según esta parábola, el prójimo del herido no es el sacerdote ni el levita, supuestos servidores de Dios y conocedores de la ley de misericordia, sino el samaritano, quien realmente usa la misericordia (Lucas 10.25 al 37). No basta con la letra o teoría del conocimiento, es necesaria la práctica; no es suficiente el creer tener fe, también es necesario por las obras de la fe demostrar la eficacia de la fe, visualizar la fe por las obras de amor y misericordia (Santiago 2.14 al 18). Esto es semejante en nuestro tiempo, cuando se fundamentan dogmas o ideologías de determinada denominación, con la intención de elevar o sobreestimar el concepto de espiritualidad en cada persona, pero se infunde la discriminación, rivalidad religiosa, hasta el odio religioso, persecución y la muerte.


La ausencia de fe, justicia y misericordia, provoca en algunos la posibilidad de considerarse más santos en comparación a los demás (Isaías 65.5; Hechos 10.28), prevalece la creencia de tener la única verdad y absoluta, pero en realidad se deposita la confianza en dogmas y normas incoherentes e incongruentes al sentido de la vida y bien común manifestado en las Escrituras. Jesucristo con su ejemplo, rompe con todos estos paradigmas, vino a dar buenas nuevas a los pobres, sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos, vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el año agradable del Señor (Lucas 4.17 al 21). Lo demuestra cuando habla con una mujer samaritana, a pesar de que judíos y samaritanos tienen enemistad (Juan 4.1 al 10; Esdras 4.1 al 10; Nehemías 4.1 al 2).


En cierta ocasión, Jesús trata como benditos a quienes han suplido lo necesario a los hambrientos, sedientos, forasteros, necesitados de vestido, enfermos o privados de libertad. Jesús dijo lo siguiente:


“… Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis… ” (Mateo 25.31 al 46).

Se hace bien con amar al prójimo sin acepción de personas (Santiago 2.8 al 9) y hacer prevalecer la misericordia (Santiago 2.13), al servicio y auxilio en la miseria humana, sin intereses proselitistas. Esto corresponde a una plena identificación de solidaridad, en medio del sistema corruptor mundial (Gálatas 6.14; Efesios 2.1 al 3; Colosenses 2.20; 2 Pedro 2.19 al 20), de empobrecimiento espiritual y material, en detrimento de los necesitados.


Pablo escribe: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8.9). El ser enriquecido en el evangelio de Cristo, con abundancia en fe, en palabra, en ciencia, en toda solicitud y amor (2 Corintios 8.7), produce como resultado la generosidad de compartir los bienes materiales con los más necesitados, como don o gracia recibida de Dios. Suplir las necesidades espirituales y materiales del carente de lo básico para la subsistencia, abunda en muchas acciones de gratitud a Dios, y glorificación a Dios por la obediencia al evangelio de Cristo, los valores del reino de Dios y por la generosidad en beneficio de todos (2 Corintios 9.8 al 14). En armonía, ayuda, comunión y solidaridad, se comparten los bienes espirituales y materiales (Romanos 15.27), según el ejemplo de las iglesias de la región de Macedonia y Acaya (Romanos 15.25 al 26; 2 Corintios 8.1 al 4).


Ciertamente se manda a las personas proveer para los suyos, mayormente a los de la casa (1 Timoteo 5.7 al 8), esta prioridad se explica porque el testimonio se inicia desde la casa y sirve como respaldo moral ante la sociedad en general. Además se recomienda hacer el bien a todos mayormente a los de la familia de la fe (Gálatas 6.10), esto porque se requiere proyectar el ejemplo hacia los demás desde la comunidad de fe, para dar ejemplo de convivencia en comunidad, o sea, tener todas las cosas en común (Hechos 2.44 al 47, 4.32 al 35), al mencionar mayormente, da a entender la práctica con todas las personas, indiferente del credo religioso, claramente expresado al decir hacer el bien a todos. Pero si se pretende tener fe y no ayudamos al necesitado, entonces no obramos justicia como instrumentos de Dios, por consiguiente es una fe vana y sin obras, porque no mostramos la fe por las obras (Santiago 2.14 al 18). El mayor obstáculo de prejuicio, para implementar la ayuda solidaria sin discriminación, es el proselitismo religioso con coerción, donde se condiciona la ayuda a cambio de aceptación religiosa, aquí no se cumple la justicia y misericordia de Dios, con equidad para todos y todas.


El pueblo de Dios tiene como guía a Jesucristo, porque enseña el camino y establece un precedente en la tierra, de donde se conserva la base o fundamento en la edificación de la doctrina eclesiástica, al ser Jesucristo la principal piedra (Efesios 2.17 al 22). El Señor Jesús es ejemplo del amor de Dios, esperanza, fe, justicia, misericordia, paz y santidad, al hacer el bien, en el servicio a Dios y al prójimo (Lucas 4.16 al 21).