4.3 EL MINISTRO ECLESIÁSTICO


El ministro eclesiástico de acuerdo con la administración de Dios y el anuncio cumplido de la palabra de Dios (Hechos 26.16; Efesios 3.7; Colosenses 1.25), afirma lo siguiente: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pedro 4.10). Los servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios, tienen el requisito de fidelidad (1 Corintios 4.1 al 2) e irreprensibles administradores de Dios (Tito 1.7).


El ministro está para servir y no para ser servido, es un colaborador, compañero, mensajero, ministrador en las necesidades, hermano en la fe (Filipenses 2.25), nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina (1 Timoteo 4.6), como fiel ministro de Cristo (Efesios 6.21; Colosenses 1.7, 4.7). El trabajo pastoral es amplio y variado: acompañamiento, apoyo, asesoramiento, consejería, oración, servicio, visitación, vocación y voluntad. Es un oficio de responsabilidad humana, social, espiritual y religiosa. En el caso del oficio vigente de sacerdocio eclesiástico, no se analiza y describe en este libro por falta de espacio.


Lucas, el evangelista e investigador de los hechos históricos, ordena por escrito los sucesos acontecidos en torno a Jesús (Lucas 1.1 al 4), con la referencia de los relatos de quienes al principio, son testigos de Cristo, para cumplir lo siguiente expresado por Lucas: “Para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido” (Lucas 1.4). El ejemplo y nobleza de la hermandad de Berea (Hechos 17.10 al 12), esta comunidad no rechaza de buenas a primeras el escuchar lo novedoso, o sea, el mismo mensaje antiguo pero con una interpretación mejorada, según la concepción del nuevo pacto. Reciben el mensaje con toda solicitud y escudriñan cada día en las Escrituras la certeza de cada enseñanza. El caso contrario se presenta en la discusión de Pablo con los filósofos epicúreos y estoicos, cuando es llevado al Areópago de Atenas, para conocer la nueva enseñanza, pero la innovación es rechazada de plano por la audiencia al exponer acerca de la resurrección de los muertos. Se interesa Dionisio el areopagita, una mujer llamada Damaris y otros (Hechos 17.16 al 34).


El apóstol Pablo le recomienda a Timoteo, quien desde niño conoce las Escrituras (2 Timoteo 3.15), el ocuparse en la enseñanza, exhortación y lectura (1 Timoteo 4.13). Jesús recomienda escudriñar la palabra (Juan 5.39), y en este sentido se muestra como ejemplo de dominar su contenido (Lucas 24.27), participa de la lectura en la sinagoga (Lucas 4.16). Con la ayuda del Señor y la lectura en comunidad, el entendimiento fluye para brotar con abundancia y facilidad la comprensión (Lucas 24.45; Hechos 8.27 al 35, 16.14), debido a la intervención del Espíritu Santo (Juan 14.26). La Palabra alumbra el camino del diario vivir (Salmos 119.105), en el discernimiento del bien y del mal (Hebreos 5.14), con claridad, fidelidad y transparencia: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir en justicia” (2 Timoteo 3.16).


En un ministro es necesaria la capacidad de escuchar e investigar, para saber si las propuestas concuerdan con los propósitos bíblicos del amor, fe, justicia, misericordia y el hacer el bien, no solamente en lo relativo a la doctrina social sino en los dogmas generales de la iglesia, congruentes con la paz y la santidad. Un ministro es un servidor de los necesitados y pobres, tanto en el plano espiritual y material de subsistencia. El ministro realmente progresa y es próspero, en la medida de su vida ejemplar en ayuda, compartimiento, contribución y solidaridad, sin lujos, opulencia, ostentación y vanidad.