PSICOTEOLOGÍA: LA NEUROCIENCIA DE LA FE
(TOMO 1)



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2.5) LA DISCIPLINA Y OBEDIENCIA A DIOS


El grado o medida de disciplina y obediencia personal a Dios, es de acuerdo con la propia experiencia y vivencia de los acontecimientos o sucesos aleccionadores, que son contrarios al hedonismo del placer como la finalidad o propósito de la vida. A la vez la disciplina y obediencia está relacionada con la magnanimidad alcanzada, en la excelencia moral y elevada espiritualidad según Cristo, quien representa el conocimiento celestial. Hay situaciones de aprendizaje aleccionador, porque influyen una enseñanza e instrucción de cómo se tiene que actuar para el comportamiento y conducta referente a Cristo.


El corazón y la mente son semejantes a un manual de disciplina personal, que sirve como diario o escrito por una persona sobre su propia vida: “Mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio juntamente sus conciencias, y acusándose y también excusándose sus pensamientos unos con otros; En el día que juzgará el Señor lo encubierto de los hombres, conforme á mi evangelio, por Jesucristo” (Romanos 2.15 al 16 – RVR1909). Es una especie de instructivo, normativo, procedimental y reglamentario del corazón y la mente, en los que depositan su confianza en Dios, que es propio acerca de la manera o modo de hacer y ser en la obediencia y voluntad de Dios (2 Corintios 3.2 al 3).


La documentación e historia de la humanidad conserva las ideas generadas por diversos filósofos y pensadores de múltiples épocas y naciones. Estos pensadores por lo general son muy fieles a la disciplina impuesta por sí mismos, como potencialidad del intelecto. Además del esfuerzo empleado en crear, cultivar, desarrollar, dilucidar y esclarecer cada ideal propuesto. Aprovechan la facilidad o habilidad de creatividad, ingenio e innovación para argumentar e interpretar diferentes



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teorías, inclusive muchas de estas se vuelven corrientes e ideologías aceptadas y aprobadas mundialmente, según cada postura global o local de pensamiento. Estos idealismos, por disposición adquirida o natural, posibilitan conveniente y eficientemente, ciertas definiciones de estudio e investigación, como fuente y principio del conocimiento y el ser, basados en la aptitud de la inteligencia para idealizar, presente en cada autor. Pero en relación con la diferencia de estos creadores de ideales, con la enseñanza y mensaje de Jesucristo, es que ninguno transmite directamente la palabra celestial de Dios, solo el propio Hijo de Dios tiene un verdadero pensamiento consciente de la fuente o procedencia de este conocimiento: “Mas de él sois vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, y justificación, y santificación, y redención: Para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor” (1 Corintios 1.30 al 31 – RVR1909).

Jesucristo personalmente testificó lo siguiente: “Porque yo no he hablado de mí mismo; mas el Padre que me envió, él me dió mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar. Y sé que su mandamiento es vida eterna: así que, lo que yo hablo, como el Padre me lo ha dicho, así hablo” (Juan 12.49 al 50 – RVR1909). Jesucristo declara y explica con toda convicción y seguridad del conocimiento auténtico y puro de la verdad, especialmente al conocer personalmente la causa, fuente, motivo, origen, principio y procedencia como testigo de la historia existente. Este conocimiento de Jesucristo le permite y posibilita ser la autoridad reconocida por el Padre, como el Maestro, Mensajero y Mentor para la humanidad. De esto depende llenar nuestra mente del amor y caridad de la disciplina al obedecer a Dios. Inclusive tenemos la posibilidad de mentalizarnos en la toma de consciencia en Jesucristo, su ejemplo, práctica y teoría con el fundamento en la palabra enviada directamente de Dios Padre, en la Majestad del Hijo.


Por ejemplo, en forma de analogía, comparación o semejanza simbólica, la Biblia dice: “Y vi los muertos, grandes y pequeños, que estaban delante de Dios; y los libros fueron



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abiertos: y otro libro fué abierto, el cual es de la vida: y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar dió los muertos que estaban en él; y la muerte y el infierno dieron los muertos que estaban en ellos; y fué hecho juicio de cada uno según sus obras” (Apocalipsis 20.12 al 13 – RVR1909). El libro de cada persona es su propia memoria, mente, pensamientos y recuerdos, de su contenido se dará cuentas a Dios, según el resultado de su comportamiento y conducta, conforme a sus acciones, actos y hechos registrados durante toda su historia individual vivida.

Una mente prodigiosa y sublime es aquella que se logra nivelar a la altura de Jesucristo: “Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿quién le instruyó? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Corintios 2.16 – RVR1909). El grado de amor y caridad de cada persona varía según la realidad de cada caso. ¿Cuánto ama cada individuo a Dios y cuál es su beneficio? Esto afecta la disciplina según la obediencia a Dios individualmente, porque el amor y caridad es una acción de acercamiento a Dios, en la medida de su incremento, así es mayor el conocimiento recíproco, o sea, en ambos sentidos: “Mas si alguno ama á Dios, el tal es conocido de él” (1 Corintios 8.3 – RVR1909). El verdadero amor y caridad se visualiza en Jesucristo, basta conocer sus acciones y hechos cercanos a Dios, su ejemplo y modelo de vida: “Quien cuando le maldecían no retornaba maldición: cuando padecía, no amenazaba, sino remitía la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2.23 – RVR1909). Lo contrario a una vida lejana a Dios.


La disciplina y obediencia que tenemos a Dios, está en función de la capacidad y grado de amor, caridad y paz personal: “Sino el hombre del corazón que está encubierto, en incorruptible ornato de espíritu agradable y pacífico, lo cual es de grande estima delante de Dios” (1 Pedro 3.4 – RVR1909). Poseer una característica o cualidad en grado extraordinario es aquella comparable con la de Jesucristo, por ejemplo, la afabilidad tanto en lo que se expresa como en el trato a los demás, la calidad humana de la consecuencia o consistencia



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entre lo que se dice y se hace, o sea, ser coherente: “Mas sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos á vosotros mismos” (Santiago 1.22 – RVR1909).

Todo esto tiene relación con la disciplina moral, que es educación, fuerza de voluntad, observancia, subordinación y sujeción en el comportamiento y conducta. En nuestro caso lo referente a la consagración y santidad de la obediencia a Dios: “Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad” (Juan 17.17 – RVR1909). Es necesario que lo cognoscitivo racional del argumento, en relación con lo académico, erudición e intelectual, se demuestre con la experiencia indisoluble y vivencial en Cristo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí: y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó á sí mismo por mí” (Gálatas 2.20 – RVR1909).


Abordar la praxis del emprendimiento de hambre y sed de conocimiento espiritual y celestial, requiere la iniciativa propia e inagotable de asumir la persistencia autodidáctica y empírica: “Y ninguno eneseñará á su prójimo, Ni ninguno á su hermano, diciendo: Conoce al Señor: Porque todos me conocerán, Desde el menor de ellos hasta el mayor. Porque seré propicio á sus injusticias, Y de sus pecados y de sus iniquidades no me acordaré más” (Hebreos 8.11 al 12 – RVR1909). Esto significa que cada persona en lo individual y mediante Jesucristo, requiere una relación directa y personal con Dios Padre, acciones decididas y firmeza de carácter. La Biblia dice: “No seáis como vuestros padres, a los cuales dieron voces los primeros profetas, diciendo: Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Volveos ahora de vuestros malos caminos, y de vuestras malas obras: y no atendieron, ni me escucharon, dice Jehová” (Zacarías 1.4 – RVR1909).


Esta vinculación íntima con nuestro Señor, implica en cada uno, disponer en su ser integral e interior, el aspecto más favorable, optimista y positivo, en el caso de lo anímico, emocional y sentimental, competencia psicosocial, habilidad



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socioemocional, habitualidad, intelecto, moral y sensibilidad. En los principios, valores y virtudes de índole personal, pero congruentes con el bien común y comunitario, del amor, caridad, comprensión, esperanza, humildad, mansedumbre, respeto, reverencia, solidaridad y temor a Dios, entre otros que posibilitan la convivencia comunitaria y social, con la armonía y paz, en una sociedad de esencia y vigor espiritual.

¿Qué relación tiene todo este análisis con la disciplina y la fiel obediencia a Dios el Padre? Precisamente la disciplina es el acatamiento y sujeción con la constancia y persistencia, de las disposiciones y órdenes de convivencia, bienestar, salud y salvación conforme a la autoridad de Dios. Por esta razón la obediencia a Dios tiene relación con la cotidianidad de las buenas costumbres, calidad y rigurosidad en el orden de vida espiritual y social, cortesía, educación, salubridad y sanidad. Si se estudia el libro de Génesis, desde su inicio se encuentra el fundamento de los principios, valores y virtudes, originados directamente por Dios. Los que llamamos el origen de los valores comunitarios. El Creador de las directrices, o sea, el conjunto de las instrucciones y normas generales para la convivencia, proceden de forma inmediata de Dios. Esto es lo que también llamamos los principios, valores y virtudes del amor, compasión, fe, justicia, misericordia, pacificación y paz, perdón, santidad y demás, desarrollados en toda la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis o Revelación. Dios es el fundador de las pautas a seguir para el comportamiento y conducta, o sea, las reglas determinantes para las acciones humanas, por ejemplo, la transmisión oral y posteriormente escrita de las diez reglas generales o los diez mandamientos, explicado en los temas de www.neobiblismo.org acerca del origen de los valores comunitarios, la ley moral como ley comunitaria y Jesús modelo de los valores comunitarios. La Sagrada Escritura establece lo siguiente: “… mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre” (Isaías 40.8 – RVR1909). Además dice la Biblia: “Mas la palabra del Señor permanece perpetuamente. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada” (1 Pedro 1.25 – RVR1909).