La religión se inicia con las mejores intensiones de invocar a Dios e influir en el pueblo, pero no queda exenta de la maldad oculta: la avaricia, codicia, lucro, lujo, onerosidad, opulencia, vanidad y vanagloria, portador en quienes lideraron inicialmente la religión y se pervirtieron. Por esta razón, la mezcla de la religión con asesinato, blasfemia, fornicación, robo, sacerdocio sexual y promiscuo, sacrificios humanos y toda clase de dioses e idolatría. El interés espiritual se vuelve en agresión, engaño, corrupción, imposición, intimidación, irrupción, miedo, muerte, odio, pánico, persecución, poder y terror. Es el propio ser humano quien conceptualiza, construye e imagina con desenfreno, a sus propios dioses falsos, en afrenta al Dios verdadero, especialmente cuando prefiere adorar al sol, antes que a Dios:
“Guardad, pues, mucho vuestras almas; pues ninguna figura visteis el día que Jehová habló con vosotros de en medio del fuego;… No sea que alces tus ojos al cielo, y viendo el sol y la luna y las estrellas, y todo el ejército del cielo, seas impulsado, y te inclines a ellos y les sirvas; porque Jehová tu Dios los ha concedido a todos los pueblos debajo de todos los cielos. Pero a vosotros Jehová os tomó, y os ha sacado del horno de hierro, de Egipto, para que seáis el pueblo de su heredad como en este día” (Deuteronomio 4.15 al 20).
El astro principal del sistema solar, en la eclíptica del solsticio y equinoccio, en los inicios de las estaciones del año, han impresionado desde la antigüedad al ser humano, al punto de ver al sol como objeto de adoración
El ser humano descarta la vida espiritual de hijo de Dios, por su infidelidad a la fe del Dios verdadero, es hijo de desobediencia e injusticia, con su idolatría, cuando ejercen la adoración y servicio a los dioses falsos, plantan árboles en honor a la diosa Asera: “La justicia, la justicia seguirás, para que vivas y heredes la tierra que Jehová tu Dios te da. No plantarás ningún árbol para Asera cerca del altar de Jehová tu Dios…” (Deuteronomio 16.20 al 22). “Derribarás sus altares, y quebraréis sus estatuas, y cortaréis sus imágenes de Asera. Porque no te has de inclinar a ningún otro dios” (Éxodo 34.13 al 14). Hasta el mismo árbol, culturalmente, fue considerado como un dios, en la creencia de algunas personas. Un árbol representa el generador del oxígeno o espíritu de vida, porque mediante este oxígeno en la atmósfera, se mantiene y conserva la vida terrestre, además de otros elementos esenciales y vitales como el agua. Así, en el caso de la vida espiritual, Adán y Eva, en representación del ser humano, definen la prioridad entre el árbol de la ciencia y el árbol de la vida, entre el libre albedrío humano o natural y el libre albedrío espiritual y de Jesucristo.
La trascendencia de su elección lleva a la humanidad a desembocar trágicamente en el politeísmo, alejado de la voluntad de Dios, como consecuencia, al ser humano no se le permite disfrutar del árbol de la vida: “Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre…” (Génesis 3.22 al 24). Cuando el ser humano pretende ser como Dios, entra en un egocentrismo e idolatría de sí mismo, incompatible con el árbol de la vida y su fruto, ambos representativos de Jesucristo. Se presenta en la historia de la humanidad un politeísmo, en relación con los dioses falsos, en las diferentes formas de conceptualizar a Dios, en el fraccionamiento continuo de la religión y en las guerras proselitistas.
Lugares como Atenas en tiempos de Pablo estaba entregada a la idolatría
La idolatría, es todo aquello que ocupe el lugar de Dios