PSICOTEOLOGÍA: LA NEUROCIENCIA DE LA FE
(TOMO 1)



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1.3) EL COMPORTAMIENTO Y LA CONDUCTA


El comportamiento y la conducta es el resultado integral del ser interior en la personalidad y sus atributos, cualidades, actitudes y carácter, ego, emociones, hábitos, sentimientos y temperamento. El comportamiento, inclusive involuntario, tiene algunas de sus reacciones más instintivas de la persona a determinada situación, la conducta es la dirección o rumbo más reflexivo a dichas reacciones, guía y conveniencia previa de convencimiento razonado. Esto identifica la peculiaridad o rasgo de cada persona, sus actos conscientes y voluntarios o sus comportamientos sin consciencia o involuntarios. El ser humano para ser íntegro ante Dios, requiere ser una persona intachable y recta, en todos sus aspectos. Por ejemplo, en cierta ocasión Dios hace referencia de un personaje conocido como Job: “… ¿No has considerado á mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios, y apartado de mal?” (Job 1.8 – RVR1909). Ser limpio en la inocencia y la pureza, se logra mediante la condición de consagración, dedicación y santificación ante Dios, según el ejemplo y modelo de una vida de y en Jesucristo. La Biblia presenta la condición y proceso completo de arrepentimiento, conversión, nacer de nuevo y el resarcimiento. El ser humano es perfectible para completar el requisito establecido por Dios, lo más profundo del ser interior: “Y haced derechos pasos a vuestros pies, porque lo que es cojo no salga fuera de camino, antes sea sanado. Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12.13 al 14 – RVR1909).


Dios nos hace referencia de Job y lo compara con toda la población mundial, porque al decir en la tierra, se relaciona con la sociedad en general. Históricamente la sociedad se ha distraído y ocupado en la adquisición de bienes materiales, justificado en la necesidad de familia, supervivencia y trabajo,



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por este motivo las fuentes de trabajo están enfocadas en la competitividad, fama, enriquecimiento y luchas del ansiado poder, máxime con el aumento de población y la necesidad de la alimentación, de bienes y los servicios. Algunos ya tienen su recompensa mediante el lucro, opulencia y la usura, para disfrutar del enriquecimiento exacerbado durante esta vida. Los discípulos asombrados preguntan a Jesucristo: “Mas sus discípulos, oyendo estas cosas, se espantaron en gran manera, diciendo: ¿Quién pues podrá ser salvo?” (Mateo 19.25 – RVR1909). Mientras tanto, otros afectados por el sistema de empobrecimiento, luchan aparentemente por las causas más justas, pero mediante prácticas injustas del armamentismo, guerras, manifestaciones violentas, muertes y pleitos graves. La Biblia dice de esto: “Y muchos falsos profetas se levantarán y engañarán á muchos. Y por haberse multiplicado la maldad, la caridad de muchos se resfriará. Mas el que perseverare hasta el fin, éste será salvo” (Mateo 24.11 al 13 – RVR1909).

Otros fomentan y participan en lo que se ha llamado la cultura de la muerte. Inclusive la esclavitud a través de la trata de comercio y tráfico de seres humanos o de sustancias muy adictivas de toxicomanía. También en otro momento le preguntan a Jesús: “Y díjole uno: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Y él les dijo: Porfiad a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán” (Lucas 13.23 al 24 – RVR1909). Lo que parece impune según la mentalidad del comportamiento y conducta de la sociedad, para Dios no hay nada oculto. El desafuero y predominio de la violencia contra las buenas y gratas costumbres, jamás quedará con impunidad ante la Soberanía y Supremacía de los juicios y valores de Dios. El ser humano tarde o temprano asumirá responsabilidad y dará cuentas a Dios de sus actos impunidos: la altivez, arrogancia, avaricia, codicia, egoísmo, intolerancia, lujuria, odio, orgullo, perversión, prepotencia, presunción, rencor, soberbia, vanidad, vicio y el desenfreno aberrante por cada maldad y el pecado, que son contrarios al orden y voluntad establecidos por Dios. En relación con estas desviaciones y perversiones de principios, valores, virtudes,



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comportamientos y conductas: “Que habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, detractores, desobedientes á los padres, ingratos, sin santidad, Sin afecto, desleales, calumniadores, destemplados, crueles, aborrecedores de lo bueno, Traidores, arrebatados, hinchados, amadores de los deleites más que de Dios; Teniendo apariencia de piedad, mas habiendo negado la eficacia de ella: y á éstos evita” (2 Timoteo 3.2 al 5 – RVR1909).

El comportamiento y la conducta para algunos atañen al cumplimiento de sus listas de creencias eclesiásticas, máxime en el fraccionamiento cristiano con sus decenas o cientos de discrepancias doctrinales, dogma, confesiones o profesiones de fe, congregacionales, denominacionales y religiosas, pero nunca se superan ni llegan a ser mejores personas en su ser interior. Se impone costumbres, cultura, hábitos, tradiciones, sustentadas en las convicciones y creencias del proselitismo ideológico, religioso y ritual. Jesús dijo: “Así que, por sus frutos los conoceréis. No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos: mas el que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre lanzamos demonios, y en tu nombre hicimos mucho milagros? Y entonces les protestaré: Nunca os conocí; apartaos de mí, obradores de maldad” (Mateo 7.20 al 23 – RVR1909).


El ser humano se encuentra a la deriva, en referencia a su trayectoria y el destino real consecuente con sus actos y su propia forma de ser, contrastado con la dirección y rumbo establecido por Dios. La combinación y fusión de perfección y rectitud, temor de Dios con la separación del mal, se cumple únicamente con la integración de consagración, dedicación y santificación de la personalidad del ser humano en Dios. De este rumbo o sentido de la vida depende la brújula energética de cada persona venida al mundo, determinante en dirección y el camino ideal a seguir, específicamente de acuerdo con la conducción de las acciones cotidianas y espirituales. Es una forma de control energético, porque esta brújula energética es



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la energía que integra los atributos o cualidades, actitudes y carácter, emociones, habilidades psicosociales, hábitos socio-emocionales y sentimientos, sumado al ego y temperamento. Jesucristo dijo: “…aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón;… ” (Mateo 11.29 – RVR1909). Jesús representa su personalidad de mansedumbre y humildad con el acto simbólico de lavar los pies de sus discípulos (el subrayado es nuestro): “Vosotros me llamáis, Maestro, y, Señor: y decís bien; porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavar los pies los unos á los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el apóstol es mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis, si las hiciereis (Juan 13.13 al 17 – RVR1909).

Acerca de la brújula energética para el resultado del comportamiento y la conducta, la orientación como guía y referencia es la Persona de Jesucristo, nuestro Maestro y Señor, establecido por Dios Padre como el ejemplo y modelo de la verdadera perfección y rectitud, el temor de Dios y la separación del mal, Jesús dice: “… Yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14.6 – RVR1909). Cuando Dios hace mención de Job, indica que no hay otro como él en la tierra. Así es Jesucristo histórico, como ejemplo y modelo de vida cotidiana para toda la humanidad. Ahora, en estos últimos tiempos, Dios nos habla con el ejemplo y testimonio de vida de su unigénito Hijo Jesucristo (Hebreos 1.1 al 2), su dádiva es vida eterna en Cristo Jesús (Romanos 6.23). En otra época se presentó el ejemplo o testimonio de vida ante la sociedad y civilizaciones, por medio de la fe de Abel, Enoc, Noé, Abraham, Sara, Isaac, Jacob, José, Moisés, entre otros (Hebreos 11.4 al 27):


“Conforme á la fe murieron todos éstos sin haber recibido las promesas, sino mirándolas de lejos, y creyéndolas, y saludándolas, y confesando que eran


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peregrinos y advenedizos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan á entender que buscan una patria. Que si se acordaran de aquella de donde salieron, cierto tenían tiempo para volverse: Empero deseaban la mejor, es á saber, la celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos: porque les había aparejado ciudad” (Hebreos 11.13 al 16 – RVR1909).

Pero se consideraban peregrinos y advenedizos sobre la tierra, o sea, de paso temporal sin apego a lo terrenal, sino con la mirada puesta en lo celestial, la recompensa y el reconocimiento de la vida eterna. Tal es el caso de Moisés, quien la Escritura Sagrada indica lo siguiente: “Por fe Moisés, hecho ya grande, rehusó ser llamado hijo de la hija de Faraón; Escogiendo antes ser afligido con el pueblo de Dios, que gozar de comodidades temporales de pecado. Teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los Egipcios; porque miraba á la remuneración. Por fe dejó á Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible” (Hebreos 11.24 al 27 – RVR1909). Según este pasaje Moisés prefiere ser afligido que gozar de las comodidades temporales, porque considera una mayor riqueza en sufrir el vituperio, o sea, la afrenta y deshonra de los ignorantes, a la manera del sufrimiento infligido a Cristo, antes que gozar el disfrute de los tesoros de este mundo, porque su verdadera remuneración estaba puesta en ver por fe al Invisible, para salvación y recompensa de la vida eterna. Jesucristo solicita al Padre el perdón de sus adversarios, porque no saben lo que hacen, posiblemente por causa de altivez, cinismo, confusión, desobediencia, doble moral, duda, escepticismo, ignorancia, impudencia, incredulidad, orgullo, prepotencia o soberbia.


“Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y partiendo sus vestidos, echaron suertes. Y el pueblo estaba mirando; y se burlaban de él los


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príncipes con ellos, diciendo: A otros hizo salvos: sálvese á sí, si éste es el Mesías, el escogido de Dios. Escarnecían de él también los soldados, llegándose y presentándole vinagre, Y diciendo: Si tú eres el Rey de los Judíos, sálvate á ti mismo. Y había también sobre él un título escrito con letras griegas, y latinas, y hebraicas: ESTE ES EL REY DE LOS JUDIOS. Y uno de los malhechores que estaban colgados, le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate á ti mismo y á nosotros” (Lucas 23.34 al 39 – RVR1909).

Las mismas leyes civiles establecen que nadie puede alegar desconocimiento de la misma ley, a la hora de rendir cuentas por causa de algún tipo de infracción a la ley. En el caso de la obediencia a la voluntad de Dios Padre, los seres humanos muy convenientemente desplazan y omiten a Dios, para hacer imperar sus propios beneficios, deseos e interés mezquino, en evidente contradicción y desafío descarado a lo establecido por Dios. En Job se dice lo siguiente: “Y respondió Job á Jehová, y dijo: Yo conozco que todo lo puedes, Y que no hay pensamiento que se esconda de ti. ¿Quién es el que oscurece el consejo sin ciencia? Por tanto yo denunciaba lo que no entendía; Cosas que me eran ocultas, y que no las sabía. Oye, te ruego, y hablaré: Te preguntaré, y tú me enseñarás. De oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento En el polvo y en la ceniza” (Job 42.1 al 6 – RVR1909). Job, con todo y su perfección y rectitud, temor de Dios y separación del mal, argumenta sin entender claramente, a pesar del conocimiento oculto y sin saber conscientemente a plenitud, pero llegado el momento con firmeza y seguridad reconoce su incierto conocimiento, en un conocimiento claro y completo en Dios. Job cumple con un proceso de llegar a la plenitud del conocimiento de Dios, también afirma y manifiesta en forma recíproca que ningún pensamiento de cada humano, se escapa ni se esconde de la inevitable presencia de Dios, tampoco el comportamiento o la conducta de cada quien. Así se indica en Salmos 139.1 al 8.