PSICOTEOLOGÍA: LA NEUROCIENCIA DE LA FE
(TOMO 1)



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5.3) EL CARÁCTER Y EL PECADO


A continuación se analiza y comenta una serie de textos bíblicos relacionados con este tema del carácter y el pecado. Es imprescindible el adherente de la cita textual, para encajar el contenido bíblico con el argumento o explicación de este trabajo. El siguiente pasaje dice: “El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia. Bienaventurado el hombre que siempre teme a Dios; Mas el que endurece su corazón caerá en el mal” (Proverbios 28.13 al 14 – RVR60). Así el carácter es una fuerza de decisión con una imperante determinación al bien con firmeza. El carácter desde el punto de vista positivo ante Dios, es una demostración de integridad y de respeto a su voluntad. El carácter identifica la forma de ser individual o colectiva en una sociedad, tiene relación con su idiosincrasia como los rasgos que lo distinguen y propios de la colectividad o del individuo. Inclusive hay manifestaciones de condiciones muy temperamentales en su constitución particular, con cambios frecuentes del estado de ánimo y del mal humor.


Las personas más escrupulosas tienen un mayor celo de cuidado y esmero, por ser diligentes en el cumplimiento de sus principios y valores. Esto se maximiza cuando hay una convincente predisposición al temor de ser juzgado por Dios, especialmente en la potestad de presciencia de Dios, de conocer el futuro del destino de cada persona. Dios es Padre y también Juez, imparte el amor pero con plenitud de la justicia Divina. La Biblia dice: “Jehová juzgará a los pueblos; Júzgame, oh Jehová, conforme a mi justicia, Y conforme a mi integridad. Fenezca ahora la maldad de los inicuos, mas establece tú al justo; Porque el Dios justo prueba la mente y el corazón. Mi escudo está en Dios, Que salva a los rectos de corazón. Dios es juez justo, Y Dios está airado contra el impío



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todos los días” (Salmos 7.8 al 11 – RVR60). Esto significa que es indispensable y requerido el temor de Dios y el aceptar y reconocer a Dios como el Juez de todo el planeta: “en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio” (Romanos 2.16 – RVR60).

Por lo tanto, es digno y propio en el ser humano, el comportarse y conducirse a la altura ante el Altísimo: “Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1.17 al 19 – RVR60).


Este tipo de comportamiento y conducta, que atañe a lo que es espiritual, requiere decisiones con sabiduría de Dios, para que las acciones, sin excepción, tengan consecuencias o resultados favorables, conforme a la voluntad estricta de Dios: “¿Qué cosa de todas estas no entiende Que la mano de Jehová la hizo? En su mano está el alma de todo viviente, Y el hálito de todo el género humano. Ciertamente el oído distingue las palabras, Y el paladar gusta las viandas. En los ancianos está la ciencia, Y en la larga edad la inteligencia. Con Dios está la sabiduría y el poder; Suyo es el consejo y la inteligencia” (Job 12.9 al 13 – RVR60). La sabiduría tiene relación con un conocimiento en profundidad y al más alto nivel, para lograr la prudencia en la conducta cotidiana, sin desafiar u ofender a Dios con rebeldía a su voluntad. La sabiduría de este mundo es contraproducente a la sabiduría de Dios, ya que es contraria a lo deseado por Dios y su palabra: “Nadie se engañe á sí mismo: si alguno entre vosotros parece ser sabio en este siglo, hágase simple, para ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es necedad para con Dios; pues escrito está: El que prende á los sabios en la astucia de ellos. Y otra vez: El Señor conoce los pensamientos de los sabios, que son vanos” (1 Corintios 3.18 al 20 – RVR1909).



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La insensatez conlleva a los actos sin razonamiento ni sentido, es una necedad que tarde o temprano en el tiempo de Dios, lo que se hace mal a ocultas se hace visible y sale a la luz pública: “Los pecados de algunos hombres se hacen patentes antes que ellos vengan a juicio, mas a otros se les descubren después. Asimismo se hacen manifiestas las buenas obras; y las que son de otra manera, no pueden permanecer ocultas” (1 Timoteo 5.24 al 25 – RVR60). Esta necedad implica la ignorancia por la falta de la sabiduría de Dios, es una porfía y terquedad sin inteligencia ni raciocinio, sin la vergüenza necesaria para poder juzgar adecuadamente, el comportamiento o conducción correcta, sin la comparación de los parámetros relacionados en forma acertada. Es la ausencia de la integridad de principios, valores y virtudes a la hora de actuar, según la intención, pensamiento y voluntad.


Se requiere el caminar en la vida con la integridad, de ninguna manera es permisible corromper con perversión el camino. La nada o poca persistencia de virtudes morales, es implacable para impedir la sabiduría de corazón y recibir los mandamientos de Dios: “La memoria del justo será bendita: Mas el nombre de los impíos se pudrirá. El sabio de corazón recibirá los mandamientos: Mas el loco de labios caerá. El que camina en integridad, anda confiado: Mas el que pervierte sus caminos, será quebrantado” (Proverbios 10.7 al 9 – RVR1909). El loco de labios es disparatado e imprudente para hablar, no es de buen juicio ni sensato. Se dice en los Salmos: “JEHOVÁ, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién residirá en el monte de tu santidad? El que anda en integridad, y obra justicia, Y habla verdad en su corazón” (Salmos 15.1 al 2 – RVR1909).


El temor de Dios en todo tiempo ha tenido vigencia, ya sea en el primer pacto o en el nuevo pacto. Por ejemplo, en el Nuevo Testamento se menciona el siguiente caso: “Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad? Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No



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has mentido a los hombres, sino a Dios. Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró. Y vino un gran temor sobre todos los que lo oyeron” (Hechos 5.3 al 5 – RVR60). La disciplina, castigo y corrección, son parte de la operación de santidad de Dios mediante su Espíritu Santo, el canon bíblico es muy claro y estricto al respecto, tanto el evangelio como las cartas o epístolas, porque es parte de esta santidad: “Porque el Señor al que ama castiga, Y azota á cualquiera que recibe por hijo. Si sufrís el castigo, Dios se os presenta como á hijos; porque ¿qué hijo es aquel á quien el padre no castiga? Mas si estáis fuera del castigo, del cual todos han sido hechos participantes, luego sois bastardos, y no hijos” (Hebreos 12.6 al 8 – RVR1909).

Otro pasaje afirma lo siguiente: “Yo reprendo y castigo á todos los que amo: sé pues celoso, y arrepiéntete. He aquí, yo estoy á la puerta y llamo: si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré á él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3.19 al 20 – RVR1909). Además en Cristo Jesús se vive libre de esclavitud del pecado: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8.1 al 2 – RVR60).


¿Quién castiga a quién? El castigo de Dios es debido a que el ser humano se castiga así mismo, con la consecuencia o resultado de sus decisiones. La decisión no es buena ni es mala sino lo que se alcanza, consigue o logra con la misma. Algunos pretenden con sus acciones, actos o hechos castigar en cierta forma a Dios, porque descartan y desechan a Dios de sus vidas. Tienen una filosofía de vida muy particular o propia, porque confían en su personal prudencia: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, Y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, Y él enderezará tus veredas. No seas sabio en tu propia opinión; Teme a Jehová, y apártate del mal” (Proverbios 3.5 al 7 – RVR60). Lo que pasa es que algunos, por orgullo y soberbia, se apoyan en su prudencia y se consideran sabios en su propia opinión, sin



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embargo, la Biblia dice: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová: Los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza” (Proverbios 1.7 – RVR1909). Se apoyan en su propia prudencia y se consideran ser sabios en su opinión, los insensatos desprecian la sabiduría y enseñanza de Dios.

¿Cómo se podría demostrar ser sabio y entendido? Se demuestra ser sabio y entendido por la buena conducta: “¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica” (Santiago 3.13 al 15 – RVR60). La sabiduría terrenal y animal en el sentido de una irracionalidad contraria a la santidad, además de ser diabólica en maldad y pecado, tiene su propia jactancia, que es su alabanza y presunción de cometer el desenfreno del desorden moral, pero el castigo de Dios es para mitigar la anarquía de la desobediencia. La Biblia dice: “El camino del necio es derecho en su opinión: Mas el que obedece al consejo es sabio” (Proverbios 12.15 – RVR1909). Es un acto espeluznante que el ser humano a sabiendas cometa prácticas injustas, pero la persona instruida y obediente en su palabra, tiene una voz interna de actitud fiel y leal a Dios.


¿Cuál es la voz interna que nos ayuda e influye en nuestro comportamiento y conducción? Esta voz interna es la voz de la decisión y disposición, con la reflexión y raciocinio de la palabra de Dios, a su vez es dependiente del estado de ánimo personal y socioemocional. La Biblia dice: “Confortará mi alma; Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre. Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento” (Salmos 23.3 al 4 – RVR60).


La actitud y el ánimo se fusionan para dar origen a la voz de la decisión, luego con la reflexión y raciocinio de la palabra de Dios, se compara y da a luz la conciencia en hacer



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la voluntad de Dios, antes que cualquier comportamiento o conducta inapropiada e irreverente en relación con Dios. Se enfrentan la realidad natural y terrenal, frente a la realidad espiritual donde prevalece la realidad celestial. Lo que llaman a las cuestiones etéreas como las relacionadas con el cielo, en el caso de las bienaventuranzas y la gloria, son alcanzadas con la dimensión del lugar de la habitación o morada donde se presencia el reino de los cielos. Ahora bien, esta actitud y ánimo reflexivo y racional, puede en conjunto acompañarse del buen juicio y sensatez del presentimiento ideal de Dios, a manera de una comprensión o entendimiento por intuición divina. Esto es una manifestación evidente, aunque proceda de una percepción espontánea y reactiva, pero del ser interno de conocimiento espiritual con trascendencia de lo celestial.

La Biblia dice: “Yo, la sabiduría, habito con la cordura, Y hallo la ciencia de los consejos. El temor de Jehová es aborrecer el mal; La soberbia y la arrogancia, el mal camino, Y la boca perversa, aborrezco. Conmigo está el consejo y el buen juicio; Yo soy la inteligencia; mío es el poder” (Proverbios 8.12 al 14 – RVR60). Hay que hacer crecer y desarrollar la actitud, el ánimo, la reflexión y el raciocinio, para fortalecer y reforzar la conciencia en el conocimiento y práctica de la voluntad de Dios. Pero complementado con lo ideal de Dios y la intuición, se logra perfeccionar con la meditación y oración constante en Dios. Todo esto nos ayuda y es necesario para mejorar nuestro carácter y personalidad en el Señor Jesucristo. La cordura como el buen juicio, reflexivo, prudente y sensato. La concentración del enfoque y pensamiento atento y detenido.


El carácter y la personalidad nos ayudan a rechazar y resistir las tentaciones y las acechanzas del mal, porque influye en el temor a y de Dios. Es un código espiritual y de ética cristiana para el temor a Dios, porque nadie se oculta de la omnipresencia de Dios, además contribuye con el carácter y la personalidad en tener el temor de Dios, o sea, un temor respetuoso y reverente a la luz de la consagración y santidad al Creador mediante Cristo Jesús: “Y no participéis en las



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obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas; porque vergonzoso es aun hablar de lo que ellos hacen en secreto. Mas todas las cosas, cuando son puestas en evidencia por la luz, son hechas manifiestas; porque la luz es lo que manifiesta todo. Por lo cual dice: Despiértate, tú que duermes, Y levántate de los muertos, Y te alumbrará Cristo” (Efesios 5.11 al 14 – RVR60). También es un código de ética celestial, con carácter universal y sentido moral trascendente.

Aunque hay quienes se consideran libres de hacer lo que quieran con su cuerpo y con su vida, el compeler es obligar con autoridad o fuerza a hacer lo que no se quiere. Esto se presenta de la siguiente manera: “Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros” (Romanos 7.20 al 23 – RVR60).


En el caso de que la persona no quiere hacer el mal y el pecado, sin embargo, su misma concupiscencia del apetito desordenado del placer deshonesto lo domina. Esto significa que la persona se encuentra dominada del mal, en el sentido de que su intención y pensamiento es continuamente de dominio inmundo, por ser contrario a la consagración y santidad. La mente carnal es asquerosa y sucia sin ningún indicio de temor a y de Dios, sin el asco o náusea espiritual. La práctica del mal y del pecado no la quiere Dios, pero la permite en espera del reconocimiento del ser humano, de su propia iniciativa de compromiso y responsabilidad moral. Es deber asumir las consecuencias de sus actos, ser responsable y tener un mayor compromiso del perjuicio de sus actividades de la maldad y el pecado. Dios posibilita la vida, pero nunca permite el abuso que se haga de la misma, ya que establece el rendimientos de cuentas de cualquier tipo de abuso, sea de autoridad, confianza, derecho, dominio, sexual, superioridad, entre otros actos indebidos e injustos de irrespeto a la vida:



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“Y como á ellos no les pareció tener á Dios en su noticia, Dios los entregó á una mente depravada, para hacer lo que no conviene, Estando atestados de toda iniquidad, de fornicación, de malicia, de avaricia, de maldad; llenos de envidia, de homicidios, de contiendas, de engaños, de malignidades; Murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes á los padres, Necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia: Que habiendo entendido el juicio de Dios que los que hacen tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, más aún consienten á los que las hacen” (Romanos 1.28 al 32 – RVR1909).

¿Cuáles elementos contiene la caracterología cristiana para contrarrestar la ociosidad espiritual del mundo? Esta caracterología cristiana incluye contenidos complementarios entre sí, a la vez conforman un proceso gradual que va en incremento hasta su perfección, de una utopía factible y posible en el ideal de Dios o “ego de Dios” para el diario vivir:


“Como todas las cosas que pertenecen á la vida y á la piedad nos sean dadas de su divina potencia, por el conocimiento de aquel que nos ha llamado por su gloria y virtud: …hechos participantes de la naturaleza divina, habiendo huído de la corrupción que está en el mundo por concupiscencia. Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, mostrad en vuestra fe virtud, y en la virtud ciencia; Y en la ciencia templanza, y en la templanza paciencia, y en la paciencia temor de Dios; Y en el temor de Dios, amor fraternal, y en el amor fraternal caridad. Porque si en vosotros hay estas cosas, y abundan, no os dejarán estar ociosos, ni estériles en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo…” (2 Pedro 1.3 al 9 – RVR1909).


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Algunos alegan que Dios en el primer pacto es estricto castigador, pero que ahora son tiempos diferentes donde Dios es solamente perdonador en el nuevo pacto. ¿Qué dice la Biblia de Dios acerca del primer pacto? “Porque el nombre de Jehová invocaré: Engrandeced á nuestro Dios. El es la Roca, cuya obra es perfecta, Porque todos sus caminos son rectitud: Dios de verdad, y ninguna iniquidad en él: Es justo y recto. La corrupción no es suya: á sus hijos la mancha de ellos, Generación torcida y perversa. ¿Así pagáis á Jehová, Pueblo loco é ignorante? ¿No es él tu padre que te poseyó? El te hizo y te ha organizado” (Deuteronomio 32.3 al 6 – RVR1909).


¿Qué dice la Biblia en el caso de Dios en el nuevo pacto? “Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8.7 al 9 – RVR60).


Debido a la dureza en el corazón sin arrepentimiento (Romanos 2.5 al 11 – RVR60), e insolidaridad temperamental, tanto en el primer pacto como en el nuevo pacto, Dios es castigador, porque el ser humano establece su propio castigo según su maldad, pecado y perversidad. Es imprescindible la introspección del mismo ser humano, con una mirada interna en dirección a sus acciones, según sea su indiferencia o interés de hacer conciencia de la voluntad del Creador, en una búsqueda introspectiva de la dimensión en profundidad, de la máxima y verdadera altura o cúspide de conocimiento celestial. Esto conlleva el reconocimiento y resignación de la posible vida sufrida, en la incomodidad de un mundo perdido, para alcanzar una gratificación, en el sentido de galardón o recompensa, de las promesas de salvación para vida eterna. Respaldado por una demostración de autoridad moral en el comportamiento y conducta en el diario vivir, coherente con el aprendizaje, educación y formación, dentro de la enseñanza transmitida por Jesucristo, el Maestro, Mentor y Gran Pastor.