SEGUNDA EDICIÓN LA COMUNIDAD DE FE: ACUERDOS DE FE



Basado en la Biblia Versión Reina - Valera Revisión de 1960 (RVR60)

2.3.2 EL EVANGELIO DE JESUCRISTO


La gracia de Dios nos fue dada en Cristo Jesús, enriquecidos en él, en toda palabra y en toda ciencia (1 Co. 1.4 al 5), no conforme a nuestras propias obras, sino según el propósito de Dios, mediante la obra de Jesucristo quitó la muerte y sacó a luz la vida (2 Timoteo 1.9 al 10): “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra” (Efesios 1.7 al 10).


Jesús vino a cumplir las buenas nuevas de salvación para nuestras vidas, con el anuncio del reino de Dios y el evangelio del servicio a la humanidad, sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo (Mateo 9.35 al 36; Marcos 1.14 al 15). En Jesús se cumple el jubileo representado por el año agradable del Señor, anunciado por el profeta Isaías, para dar buenas nuevas a los pobres, sanar a los quebrantados de corazón, pregonar libertad a los cautivos, vista a los ciegos y libertad a los oprimidos (Lucas 4.16 al 21).


Así como en Jesús se multiplicaron los panes y los peces, es indispensable que en la actualidad compartamos de las bendiciones y de nuestros bienes con los demás. El Señor hizo el bien en forma incansable, dejó el ejemplo de amor, dedicación y servicio a la obra de Dios, en medio de la pobreza y la necesidad extrema. De igual forma es necesario que sirvamos a la sociedad en general, con las obras de Jesús en beneficencia al pueblo, su docencia, su evangelización, su impulso a la salud y llamado a vivir como un reino de Dios entre nosotros (Lucas 17.20 al 21). Esto hace de Jesús el Maestro por excelencia, quien es digno de seguir sobre sus pasos y ejemplo.


La comunidad de Dios en el primer siglo de la era cristiana, ejerció el jubileo no de la forma antigua, como celebración cada cincuenta años, sino en el sentido de un júbilo de alegría intensa y permanente, manifestado en la solidaridad del cristiano. Hay un gozo perpetuo, con admiración, afecto y sentimiento jubiloso por la esperanza depositada en Dios. Se recibe las bendiciones necesarias y suficientes para subsistir, especialmente al compartir equitativamente y con justicia con quienes están a su alrededor. La Escritura menciona a los creyentes como practicantes, al estar juntos, eran de un corazón y un alma, tenían todas las cosas en común, ninguno decía ser propio nada de sus posesiones, sino que repartían según la necesidad de cada uno, así que no había entre ellos ningún necesitado. También abundaban en la gracia, perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comiendo juntos con alegría, sencillez de corazón (Hechos 2.42 al 47, 4.32 al 35) y vida en el Espíritu Santo de Dios.


Jesucristo transmite la promesa del Espíritu Santo: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14.16). El Padre lo enviaría en su nombre: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14.26). Una de las funciones del Espíritu Santo es la de guiar: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad” (Juan 16.13). Ya desde el evangelio antiguo Dios llenaba de su Espíritu a algunas personas, para cumplir funciones especiales y específicas cotidianas: “Habló Jehová a Moisés, diciendo: Mira, yo he llamado por nombre a Bezaleel hijo de Uri, hijo de Hur, de la tribu de Judá; y lo he llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría y en inteligencia, en ciencia y en todo arte” (Éxodo 31.1 al 3).